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Si has sufrido bullying es más probable que termines en una relación de maltrato

Tras salir de una relación de maltrato, estuve un tiempo yendo a terapia y sacando hacia fuera lo que había pasado entre los dos. Todas y cada una de las cosas que había hecho en contra de mi voluntad durante esos meses.

Y una de sus preguntas fue que de dónde creía que me venía esa necesidad de complacer constantemente, incluso hasta el punto de poner por delante los deseos de otra persona antes que los míos.

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Pasé mucho tiempo pensando que podía deberse a lo que había visto en casa, a una madre que hace todo lo que está en su mano por el bienestar de sus hijos.

Que incluso cansada o con otras cosas que hacer, siempre te dice sí a todo y está ahí hasta para la cosa más simple que se pueda necesitar.

Sin embargo, escuchando un podcast en el que se analizaba el bullying, me sentí demasiado identificada con alguna de las consecuencias que comentaban como para no atar cabos.

No, no creo que el ejemplo de mi madre fuera tan decisivo como sí lo fue haber sido acosada en el colegio.

Son unos años donde la pertenencia al grupo se convierte en la única motivación que te garantiza un paso tranquilo por el centro escolar.

Y, en mi caso, el bullying fue evolucionando, sufriendo desde violencia física a verbal para terminar, casi al final de la etapa, sufriendo slutshaming (o la «guarra» del colegio, para que nos entendamos).

Intentaba encajar hasta el punto de que me moldeaba por completo para cumplir unos estándares que me permitieran ser aceptada y querida por el resto.

Ahí empezó esa necesidad de gustar, de caer bien, de hacer lo que otros querían, de cambiar cómo vestía para que no se metieran conmigo, para poder seguir en el grupo como una más y no como el centro de las burlas.

De depilarme para que no hicieran comentarios delante de toda la clase, de hasta quitarme con cera los pelos de los brazos, todo con tal de hacer desaparecer lo que era motivo de insulto.

Cuando llegas a la conclusión siendo tan pequeña de que para no sufrir tienes que amoldarte a los demás, eso te pasa factura en el futuro.

Por eso una parte de mí veía ‘normal’ acceder a todo lo que mi pareja exigía con tal de que siguiera a mi lado. Esa era la manera de evitar más insultos, discusiones o violencia.

Cuidarme de no hacer nada que le pudiera enfadar.

La conexión entre violencia escolar y violencia en pareja

Investigándolo un poco, la cantidad de datos que vinculan sufrir acoso escolar y terminar en una relación de maltrato, son escalofriantes.

Según un estudio realizado por la NHS de Estados Unidos en 2019, las personas que hemos sufrido bullying tenemos el doble de posibilidades de ser víctimas en relaciones de pareja tóxicas que quienes no lo han sufrido.

Y, de la misma manera, en otro estudio descubrían la relación entre la continuación del acoso entre las personas que ejercían bullying en el colegio, ya que ejercían violencia doméstica (fuente: estudiantil de Harvard School of Public Health).

Han pasado 24 años desde la primera vez que una excompañera me pegó en el autobús que nos llevaba a casa.

Pero fue el comienzo de unos cambios que me pasarían factura más adelante cuando empiezas a normalizar las agresiones.

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Cuando estamos creciendo, nuestras primeras relaciones nos condicionan. Y aunque somos muy conscientes de que el bullying se debe combatir, viendo cómo he arrastrado sus consecuencias, pienso que se deberían poner más medidas y protocolos efectivos en los centros.

Sí, el bullying tiene consecuencias a largo plazo como es el de ser más tolerante con un comportamiento violento hacia tu persona.

Y de no atajarlo, es un caldo de cultivo ideal de agresores y víctimas también en la edad adulta.

Porque a lo mejor si no hubiera normalizado que esa niña me empujara para tirarme al suelo, tampoco habría normalizado que mi ex me tirara por las escaleras.

Mara Mariño

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Maltrato en pareja: por qué se recurre a la violencia, cómo detectarlo… Esta psicóloga resuelve las dudas más frecuentes

‘Esa historia algo tóxica’ es como, a día de hoy, sigo refiriéndome a lo que mi psicóloga llamó «relación de maltrato».

Una especie de salvoconducto que me permite hablar de ello sin que mi mente reproduzca algunas escenas.

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Supongo que no había comprendido que aquel mote le quitaba peso (o más bien gravedad) a la situación.

Era mi particular mecanismo de defensa.

Y ha sido entrevistando a Isabel Zanón, psicóloga feminista (@isabelpsicofem en Instagram), que he entendido mejor este apaño de mi cerebro sobre la forma de expresarme sobre esa historia.

Para la psicóloga, usar «tóxico» nos supone una alternativa sencilla.

«Nombrar la violencia es como mínimo, incómodo. Sin embargo, cuando hablamos de toxicidad en lugar de nombrar la palabra violencia, estamos olvidando el contexto y relegando el problema a una ‘cosa de pareja’, a la esfera privada, lo cual es peligroso», afirma.

Hablar con ella es reabrir mi personalísima caja de Pandora y resolverme las dudas que, ocho años después de haber vivido esa relación, aún me acompañan.

¿Podría haberme defendido? ¿Podría él haberse tratado? ¿Por qué a mí? ¿Por qué él? ¿Por qué todos los casos que conozco son tan parecidos que casi parecen calcados unos de otros?

Sobre la última pregunta, Isabel me explica que esa semejanza tiene su razón en las formas del patriarcado, que «mutan a medida que lo hacen las personas, su estilo de vida y sus códigos sociales».

«Si hablamos de violencia, estaremos poniendo el foco en que hay una estructura, una jerarquía de poder en que una parte ejerce ese poder (el hombre) y la otra se somete (la mujer)», explica.

No son solo el control y los celos las conductas violentas, también se encuentran «las que tienen por objetivo aislar socialmente, las humillaciones en público o en privado, la descalificación, el acoso, la indiferencia afectiva o la manipulación, así como las amenazas. También solemos encontrarnos con unos inicios de relación muy positivos, casi abrumadores».

Me ha rondado la cabeza en varias ocasiones la pregunta de cómo se llega a ese punto. Cuando algo hace ‘clic’ y empiezas a tratar mal a tus parejas.

La clave, como me explica la experta, está en los agentes socializadores, individuos, grupos como la familia o instituciones como el colegio, por poner unos ejemplos.

«Los agentes socializadores de estos hombres que maltratan son muchos: hombres sexistas a su alrededor, carecen de referentes más igualitarios con las mujeres o que asuman que es importante hacer autocrítica sin ponerse a la defensiva, la pornografía es otro importante agente socializador, el grupo de iguales, que a menudo también tiene muy normalizado e incluso romantizado el sexismo y conductas como la dominación, el control o la humillación», aclara Isabel.

«Aprenden de distintos canales y amparados por un sistema violento en muchos más aspectos: vivimos en una sociedad en la que la violencia no tiene demasiadas repercusiones porque se normaliza y se legitima como forma de resolver conflictos y mantener privilegios».

¿Es cierto que el maltrato suele estar relacionado con las inseguridades y personalidades muy narcisistas? Es decir, ¿hay predisposición a que este tipo de personas se conviertan en maltratadoras?
Hay muchos factores de riesgo para que un joven o adulto ejerza violencia contra las mujeres: se ha estudiado que la baja autoestima puede ser uno. También el ponerse siempre por delante en tanto que a los niños se les educa para ser cuidados y pensar en ellos, lo cual no quiere decir que esté mal. El problema es que a nosotras en lugar de en el YO se nos educa en los OTROS y por eso nos ponemos casi sistemáticamente en segundo lugar. A ellos no se les educa en la empatía y a nosotras se nos educa en la sobreempatía: se espera de nosotras que seamos comprensivas incluso con quienes no nos tratan bien. Otros factores de riesgo podrían ser el bajo control de impulsos, las creencias sexistas, las creencias de amor romántico…

Los rasgos narcisistas tienen que ver con sentirse por encima o mejores que otras personas, pero en realidad beben de una autoestima bastante baja. No tienen problema en violar las normas o en saltarse los límites de otras personas con tal de dominar y conseguir una imagen exterior positiva. Son habituales los comportamientos que buscan humillar y crear confusión psicológica.
Sin embargo, no hay un solo perfil de maltratador igual que no hay un solo perfil de mujer que recibe violencia. De hecho, es importante huir de esas visiones estereotipadas que a menudo solo hacen que si nos topamos con un chico con carisma y de maneras tranquilas o con una chica de modales bruscos y con la rabia a flor de piel descartaremos automáticamente que puedan estar en una relación de violencia por el simple hecho de no entrar en el ‘perfil’.

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¿Yendo a terapia pueden cambiar su forma de relacionarse (y por tanto de dañar a sus parejas)?
Opino que sí, pero es muy complicado. Seguramente solo será efectiva una terapia específica y solo suelen acudir a esta por orden judicial, cuando la violencia que han ejercido ha sido tan grave y explícita que se han tenido que tomar medidas judiciales. Y a menudo por desgracia, ya es bastante tarde. El primer paso que tienen que dar es reconocer la violencia y entender que nada la justifica. Que una cosa es tener conflictos en pareja y otra muy diferente responder con violencia, maltrato y trato desigual. Hace falta un trabajo profundo en cómo se ven y viven las relaciones, no es solo una cuestión de trabajar en la empatía, la rabia o la resolución de conflictos.

Además de ser específicas, estas terapias deben durar lo suficiente y en ocasiones no se ponen los recursos adecuados para que así sea. Muchas de estas personas no son capaces de hacer ningún tipo de autocrítica, se ceñirán a su versión de los hechos y en caso de acudir a terapia, podría ser que lo hicieran como una forma de defender su imagen pública o incluso como medio para recuperar a la pareja.

¿De alguna manera pueden los amigos y familiares detectar que se encuentran ante un maltratador?
No es sencillo, pero sí pueden. A menudo se comenta que todas las mujeres conocemos a alguna mujer que está recibiendo violencia, pero curiosamente nadie conoce a ningún hombre que la ejerza. Esto no es prueba de que ellas mientan o exageren. Es prueba de que el sistema social normaliza y ampara la violencia. Por eso es importante que el entorno deje de mirar a otro lado, esté más atento y pueda hablar con la persona en cuestión. Porque es responsabilidad de todo el mundo.

Independientemente de si creemos que esta persona puede o no cambiar, lo ético sería no legitimar a alguien que no trata bien a otras personas. Es posible detectarlo viendo cómo se comporta con su pareja, aunque no siempre lo mostrará en público. Pero a menudo, se escapan gestos de una parte o de la otra que delatan la verdadera naturaleza de la relación: dominación-sumisión.
Es posible prestar atención a cómo habla sobre la relación o sobre su pareja. También es importante observar cómo se comporta su pareja cuando él está cerca y en general, qué estado de ánimo muestra.

¿Hay alguna manera de que la víctima se pueda defender de estas estrategias de control?
Es difícil porque algunas de las secuelas de la violencia de género son que la mujer se inhiba, desconfíe de ella misma (incluso de sus propios sentimientos), disminución de la autoestima, desvalimiento, confusión, culpa y dudas sobre las propias capacidades y sobre todo, una gran dependencia emocional. Lo primero es tener identificadas esas estrategias de control y ponerles nombre. Darles la importancia que tienen. Poner cuanta más distancia mejor, para que sea más difícil volver a entrar en el laberinto.
Hacer uso de la autodefensa feminista, que nos da algunas pistas de cómo defendernos de la violencia.

Por ejemplo, necesitaremos mucho entrenamiento en conectar con nuestra propia intuición, con nuestras sensaciones de malestar y con nuestra voz. Será importante también conocer y reconocer nuestros derechos. Por último, necesitaremos también una red de apoyo, por pequeña que sea, que entienda que lo habitual es normalizar la violencia, también la recibida. Esta red de apoyo, cuando sea conocedora de lo que ocurre, debe estar siempre disponible y armarse de paciencia, para derribar los muros de la vergüenza que normalmente sentirá la víctima; especialmente, si sufre recaídas. En estos casos se necesita una red que no la juzgue en ningún sentido.

¿De qué manera el apoyo es vital tanto para la víctima como para el agresor que quiere cambiar su comportamiento?
Por el mismo motivo por el que el iceberg de la violencia no tiene razón de ser sin la base, que es la estructura social, entre la que se cuentan las otras personas, las redes de cada cual. Y es que el posmachismo resta importancia y niega la existencia o magnitud de la violencia contra las mujeres. El apoyo ha de ir dirigido a romper el aislamiento, a tender puentes, a paliar las secuelas y a ofrecer espacios seguros donde procesar lo vivido e integrar nuevas maneras de relacionarse desde el buen trato.

¿Cómo puede la educación prevenir que nuestro hijo (o hija) se convierta en maltratador?
Con mucha prevención para no llegar tarde. Es importante que los niños aprendan a relacionarse con niñas viendo a hombres
igualitarios relacionarse con mujeres no sumisas. Y es que la violencia en pareja solo puede ser ejercida por quien está en una posición de poder. Claro que hay mujeres que tratan mal a sus parejas, pueden hacer uso de conductas de control, humillación, etcétera. Y esto es intolerable porque no se daña a quien se quiere.

Sin embargo, tanto la estructura social (que legitima la superioridad y dominación de los hombres) como los datos, avalan que son ellos quienes ejercen esa violencia efectiva. Las relaciones de maltrato en la pareja han sido identificadas por el feminismo, pero no es un problema que debamos resolver las mujeres, es un problema que deben resolver los hombres. Y esto empieza por educar a los niños cuando son pequeños. Recordemos que sin agresor, no hay violencia.

¿Cómo gestionar que tu ex, que te ha maltratado, vuelva a contactarte diciendo que ha cambiado?
Tapándote los oídos y observando. Observando cómo se comporta, lo que hace y también observando cómo estás tú, tus emociones y tu cuerpo. A menudo lo que nos dicen, así como lo que nos cuenta nuestra cabeza, hay que contrastarlo con el cuerpo, que no engaña. Recordemos que hay algo llamado ilusión de control, que nosotras mismas podemos sentir (estemos en una relación de pareja de violencia o solo insatisfactoria): y es que los mitos románticos nos predisponen para aguantar, insistir y quedarnos en relaciones que no nos aportan porque nos quedamos atadas a la idea de ‘cambio’ y ‘potencial’ de la pareja.

Creo que es importante gestionarlo contándolo en el entorno, pero también trabajando mucho en nuestra autonomía y en construirnos una vida que nos encante. Es más difícil que nos convenzan cuando llevamos una vida rica y basada en nuestros valores. Si no estamos seguras de poder aguantar sin que nos vuelvan a arrastrar, no esperemos a tocar fondo: hay que pedir ayuda profesional.

Mara Mariño

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