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Desmontando mitos machistas: «Las visten como putas»

Mito:
-Conjunto de creencias e imágenes idealizadas que se forman alrededor de un personaje o fenómeno y que le convierten en modelo o prototipo.
-Invención, fantasía

Hace poco hablaba con una amiga de la cantidad de veces que nos cambiamos de ropa antes de salir de casa por lo que pueda pasar. Por lo que nos pueda pasar.

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No os hablo de cambiar los tacones por zapatillas de deportes por si en algún momento dado toca echar a correr (que también nos ha pasado), sino de dejar una falda por ser muy alta y un escote por ser demasiado bajo.

Y me resulta impensable que a día de hoy dos mujeres en sus veinte años tengan que estar dejando ropa que realmente quieren ponerse en el armario por lo que pueda pasar. Por lo que pueda pasarnos.

¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Cómo es que ‘decido libremente’ ponerme una u otra ropa? Porque aunque nadie me obligue a ir corta, sé lo que se dirá de mí si me violan e iba con una falda.

Que «lo iba buscando por ir tan corta». Que «casi iba enseñando las bragas». Que «me vestía como una puta». Que «iba pidiendo guerra».

Que «así vestida, normal que me hubiera pasado algo». Que «si no hubiera querido que me hicieran nada, que me hubiera puesto un pantalón vaquero largo».

Porque la triste realidad es que socialmente, la violación, se sigue exculpando. Se justifica de tal manera que la responsabilidad del acto no recae sobre el agresor, sino sobre la víctima.

Pero os diré algo que parece que se ha olvidado y es que la víctima tiene la libertad de vestir y el derecho a ser respetada independientemente de cómo vaya vestida.

Si el Juez de Menores de Granada, Emilio Calatayud, afirma por televisión que las chicas jóvenes «se hacen fotos como putas», ¿qué se supone que debemos interpretar?

¿Que la mujer es culpable de lo que le pase? ¿Que soy yo la que tiene que cambiar mi manera de vestir en vez de cambiar la manera de educar a los hombres en que no deben violar?

Con este panorama no es de extrañar que haya víctimas que no denuncien por miedo a que, además del trauma de la agresión, se les eche la culpa por ir vestidas de una determinada manera.

Ejemplo reciente, el caso de la Manada. La mujer es culpable por hacer su vida después de ser violada, culpable por llevar una camiseta. Todo un conjunto de argumentos para quitarle peso a un crimen que cometieron cinco personas en contra de la voluntad de una.

La sociedad dice que si no quieres ser violada no te pongas nada corto, no lleves tacones, escotes, maquillaje… Y sin embargo hay mujeres a las que violan sin ir vestidas de esa manera.

Traducción: el problema no es la ropa. El problema es el violador.

De hecho, según ONU Mujeres el análisis de las estadísticas de las violaciones dejan claro que no existe ninguna relación entre el vestuario y estas. La organización estima que el 35% de las mujeres del mundo sufren algún tipo de violencia física o sexual en su vida y que es independientemente de como se vistan.

De hecho, la mayor parte de estas agresiones son de personas conocidas, parejas, exnovios, familiares, compañeros de trabajo o escuela, etc.

Pero por si acaso, solo por si acaso, por si sigues queriendo justificar una agresión por cómo iba una persona vestida, voy a dejar esto por aquí para que, si alguien tiene dudas, se aclare al respecto:

ONDA FEMINISTA

Ahora haz un poquito de introspección y piensa cuando hay una violación a quién culpas y a quién justificas. Porque si justificas al agresor, formas parte del problema. Eres solo un elemento más que apoya la cultura de la violación.

Duquesa Doslabios.

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Desmontando mitos machistas II: «Las mujeres son traicioneras, los hombres son nobles»

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Desmontando mitos machistas V: El asesinato de Mariana Leiva

Desmontando mitos machistas VI: «Las mujeres matan tanto como los hombres»

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Mito:
-Conjunto de creencias e imágenes idealizadas que se forman alrededor de un personaje o fenómeno y que le convierten en modelo o prototipo.
-Invención, fantasía

Resulta prácticamente imposible, una vez sale el tema de la cantidad de mujeres asesinadas por violencia machista en España, no escuchar a alguien que enseguida recuerda «los hombres asesinados por las mujeres«, esos que, según la persona no salen tanto en las noticias y por tanto, injustamente, pasan a un segundo plano al no ser algo de lo que se habla.

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Es, como el tema de las denuncias falsas o el hecho de comparar el feminismo con el nazismo (poner al mismo nivel la barbarie nazi que terminó con la vida de cientos de miles de personas con la lucha por la igualdad de derechos es una comparación que debería hacer que se le cayera la cara de vergüenza al interlocutor por semejante falta de respeto a las víctimas).

Sin embargo, nos encontramos ante otro de los muchos argumentos cuyo objetivo es el de quitarle importancia al problema que tenemos en el país con el machismo.

En España las mujeres tenemos, más que las de perder, las de morir, y no lo digo yo, lo prueban las cifras de las víctimas.

Alguna vez ha salido, ya fuera en Twitter o en comentarios relativos a mis artículos, que son aproximadamente «treinta hombres asesinados cada año por mujeres». Y para aquellos que esgrimen el argumento como si fuera la verdad absoluta, más les valdría informarse correctamente antes de ir propagando información falsa.

Si acudimos al estudio de sentencias elaborado por el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) «en el año 2011 los estudios empiezan a realizarse de manera desagregada, según sean homicidios o asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas masculinas (violencia de género) y asesinatos de hombres a manos de sus parejas o exparejas femeninas o bien parejas del mismo sexo (violencia doméstica)».

El estudio revelaba que esa supuesta cantidad de hombres asesinados cada año a manos de mujeres no es más que un bulo que mezcla la cantidad de hombres asesinados por parejas hombres y por parejas mujeres.

Según el informe entre 2008 y 2015 fueron 58 los hombres que murieron a manos de sus parejas (mujeres). Y por supuesto que se trata de una cantidad dramática, siempre lo es cuando hablamos de fallecidos, no es esa la discusión.

Pero, ¿y la cifra de mujeres asesinadas por sus parejas hombres en el mismo periodo? 485.

Repito: 485 mujeres asesinadas en siete años. Una gran diferencia cuyo origen se encuentra en el machismo, que, al igual que el tabaco, mata (para gente escéptica, podéis consultar todas las cifras aquí).

Hablo del machismo a la hora de señalar un culpable ya que el abismo entre ambas cantidades se debe a que estructuralmente nosotras sufrimos mayor violencia. En otras palabras, somos asesinadas más a menudo y en mayor cantidad. 

Lo que supone que la promoción de los bulos como herramienta a la hora de desacreditar la realidad de las mujeres en España es una manera de seguir ocultando la verdad acerca de la situación que padecemos.

La vida de un hombre y la de una mujer tiene el mismo valor. Por tanto, como feminista, no pretendo una igualdad en la que las víctimas de hombres se equiparen a las de las mujeres, y también sean cientos de fallecimientos, faltaría más. No quiero más muertes.

Quiero que la cifra se iguale por ambas partes y que el resultado de las víctimas mortales por sus parejas sea cero. Con la diferencia de que, tratándose de mujeres asesinadas, hay mucho más trabajo por delante para llegar a esa cantidad.

Duquesa Doslabios.

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Mito:
-Conjunto de creencias e imágenes idealizadas que se forman alrededor de un personaje o fenómeno y que le convierten en modelo o prototipo.
-Invención, fantasía

Beatles, que flaco favor nos hicisteis con All you need is love, que al final nos lo hemos tomado en serio.

En el Romanticismo, el amor romántico se convirtió en una verdad inalterable. Presentaba dificultades constantemente, un precio alto, fruto de sacrificios, y una lucha infinita que se justificaba por lo que nos podía proporcionar en nuestras simples y llanas vidas, unas sensaciones imposibles de vivir con cualquier otra cualquier experiencia.

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Pero no es algo que se quedó en los cuentos de los hermanos Grimm, sino que el mito ha ido perpetuándose a lo largo de los años hasta llegar a nuestro tiempo.

Te lo suelto rápido antes de que pienses un argumento en contra de lo que te estoy diciendo: Titanic. Una película que trata de cómo la pareja está todo el rato enfrentándose al mar, a la sociedad e incluso a la muerte en el nombre del amor.

Un amor tan fuerte, poderoso y definitivo que aún años después del hundimiento, con un feliz matrimonio de por medio, Rose solo es feliz volviendo a encontrarse con Jack.

No solo de cine vive el mito, pensemos en los primeros discos de Taylor Swift, en la canción Love Story que no paraba de sonar en Los 40 principales diciéndonos en 2009: «Romeo llévame a algún lugar en el que podamos estar solos, te estaré esperando y todo lo que tenemos que hacer es huir«.

Una tórrida melodía en la que el padre no deja a los amantes estar juntos, pero que da igual, porque, según la cantante «es un amor difícil pero es real».

«Romeo, sálvame. Me he sentido tan sola. Te he estado esperando pero nunca venías» era una de mis estrofas favoritas con 17 años, cuando ya me estaban diciendo que tenía que estar esperando a mi amor y me lo creía a pies juntillas.

Los mitos son tan sutiles a través de todo lo que nos rodea que forman roles en las relaciones de pareja y se asumen de manera diferente. Nosotras crecemos con la idea del príncipe azul por el que hay que aguardar mientras que ellos tienen que ser quienes den el primer paso y que reconozcan la belleza y el amor que les profesa una mujer. Somos los príncipes y princesas del patriarcado.

De hecho nos lo creemos de tal manera que si falla la relación se nos dice enseguida que «No era amor», que «No era tu media naranja» (un mito del que hablaré algún día), que «No se luchó lo suficiente»… Sencillamente tenemos el amor romántico en un pedestal tan grande que no nos importa echarnos la culpa antes que pensar que podemos estar aferrándonos a un concepto demasiado idealizado por nuestra parte.

Fotograma del vídeo ‘Love Story’ de Taylor Swift. YOUTUBE

En mi caso, La Bella y la Bestia era una de mis películas preferidas. Tanto que cuando llegó mi «bestia» yo ya sabía que pasara lo que pasase, al final, la película iba a acabar bien. Eso me habían prometido toda mi vida.

Mi príncipe embrujado no tenía biblioteca llena de libros ni una rosa encantada, pero de mal genio iba sobrado. Por eso cada vez que recibía gritos aguantaba estoicamente, como Bella, porque es lo que se hace por amor.

Esto es simplemente un ejemplo de cómo es precisamente en los momentos en los que estamos viviendo una relación cuando reproducimos esos mitos que tenemos interiormente aprendidos.

Por amor sabía que no podía tirar la toalla en aquella lucha diaria que era nuestra relación, hasta que descubrí que las películas están muy bien pero que la mía no iba encaminada hacia el «y vivieron felices para siempre» por mucho que yo pusiera de mi parte. Y poner de mi parte había sido tolerar los celos, el control e incluso a la violencia.

Hace dos días me escribió mi amiga. Su novio le había montado una escena en un centro comercial y le había agarrado del brazo impidiéndola que se fuera. Le había dejado marca.

Ella le dijo que no quería verle más y él le respondió que estaba reaccionando de una manera exagerada. Que nunca más iba a volver a pasar, que la quería.

Pero querer ya no basta, porque, como vemos en las estadísticas, el amor «no puede con todo» pero puede con nosotras que somos las que tenemos las de perder, ya que en lo que va de año son 25 las mujeres asesinadas por violencia machista, y, la mayor parte de ellas, por sus parejas.

Porque esa idea del amor romántico, mata.

Y ya basta de soportar atrocidades en el nombre del amor. El amor, el de verdad, tiene que empezar por nosotras mismas.

Duquesa Doslabios.

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-Invención, fantasía

Formamos parte de una sociedad en la que los celos aparecen a edades muy tempranas (y los que tenemos hermanos pequeños lo sabemos bien). Sin embargo se nos enseña rápidamente, o al menos en mi caso, a racionalizarlos, y, por tanto, terminan desapareciendo.

Los celos parten de la autoestima, no de las actuaciones de otra persona. No son causa de comportamientos, son una muestra de inseguridad. 

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Y yo, en su momento, los viví en carne propia. Tuve una de esas relaciones en las que mi pareja me pedía que le mandara fotos, vídeos e incluso audios si así lo deseaba, que acreditaran dónde estaba. Según él era algo que demostraba que yo era digna de su confianza pero en realidad se trataba de una herramienta de control.

Aquella pareja borró, literalmente, todos los amigos varones con los que contaba. Yo no estaba autorizada a quedar con ellos ya que «teniéndole a él, no necesitaba a nadie más». Y claro, si yo me empeñaba en quedar con alguno de ellos, me llegaba al minuto el reproche de que tendría la culpa si él se ponía celoso y me tocaba asumir las consecuencias (desplantes, enfado, insultos, mal rollo en nuestra relación…). Por lo que procuraba evitarlo para que hubiera paz en mi pareja.

Pero los celos no entran en el pack del amor, de hecho, todo lo contrario. Cuando tienes la suerte de encontrar a alguien que viene con el amor debajo del brazo, no hay lugar para celos por el simple motivo de que sabes que esa persona solo te quiere a ti y que si no te quisiera no estaría contigo, y ninguna compañera del trabajo, monitora de full body o amiga de la infancia lo va a cambiar.

Sin embargo es difícil llegar a esa conclusión cuando los mensajes que nos mandan desde fuera son contradictorios. Hugo en Tres metros sobre el cielo actúa movido por los celos, así como Edward Cullen o Christian Grey. Todos se comportan como si su pareja fuera de su propiedad. De hecho no hace falta ir al cine, si por lo que sea ves Mujeres y Hombres y Viceversa o Gran Hermano encontrarás todo tipo de polémica generada porque un concursante tiene celos de que la tronista haya hablado con un pretendiente.

Otros datos alarmantes son que un tercio de los españoles según el estudio del CIS consideran inevitable o aceptable ciertos comportamientos como controlar los horarios de su pareja, impedir que vea a su familia o amistades, no dejarle que estudie o trabaje o decirle lo que puede o no puede hacer.

De hecho, las nuevas generaciones asocian la violencia machista a lesiones y no consideran los celos y el control algo negativo.

Y antes de nada, aclarar que yo no digo que no haya mujeres celosas, ni mucho menos. Por supuesto que las hay. Sin embargo la diferencia está en las estadísticas. ¿Cuántas mujeres son asesinadas por sus parejas o antiguas parejas? ¿Y cuántos hombres? Ahora empezamos a entendernos…

Los hieren, los celos consumen, los celos son un riesgo, pero sobre todo, LOS CELOS MATAN. Lo pongo en mayúsculas para que quede bien claro. Los celos forman parte de la cultura machista que nos considera a las mujeres objetos, posesiones, algo que pertenece al hombre. Recordemos que desde que se empezó a llevar un registro de las víctimas, 945 mujeres han sido asesinadas por violencia machista.

Lo que me parece todavía peor es que encima muchos de estos asesinatos se relatan como auténticas novelas en las que tiene lugar un crimen pasional del estilo «el ex marido, llevado por los celos, asesinó a su ex mujer y a su amante», como tratando de dar un significado o una justificación al hecho de que los celos son una cosa «normal» que pueden hacer que te entren ganas de matar a tu pareja.

No es normal. Y es el momento de darse cuenta de ello y de decir «Hasta aquí». En el momento en el que tu pareja habla de celos o los utiliza para que tú modifiques tu comportamiento, hay que ser consciente de que el problema no es nuestro, sino que lo tiene la persona consigo misma. Si es capaz de resolverlo y mantener una relación sana (considerar que tienes control sobre una mujer es algo que hay que desaprender), adelante. Pero si tu pareja no es capaz de deshacerse de ello, quizás es el momento de que te deshagas tú del compromiso que mantienes.

Duquesa Doslabios.

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Este domingo quería traeros otro mito machista que deberíamos cuestionarnos (si no has leído el primero, lo tienes aquí). En el colegio empecé a escuchar eso de que las mujeres nos poníamos «verdes unas a otras», algo que entre ellos, según mis compañeros, nunca pasaba.

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«¿Qué hacen tres mujeres en una isla? Dos se juntan y critican a la tercera» dice Diana López Varela al comienzo del capítulo La amistad es cosa de chicas de su libro No es país para coños.

Y sí, dándole parte de razón al chiste, por supuesto que criticamos, criticamos a una amiga, a un amigo, a nuestros padres en ocasiones, a nuestros jefes, a nuestro camarero que tarda la vida entrar la cuenta… Pero de la misma manera en la que critican los hombres.

De hecho, fue uno de los mitos que antes empecé a cuestionarme ya que tenía ejemplos de más de uno que iba soltando cosas a la espalda de sus supuestos amigos. Entonces ¿por qué esta idea?

«Divide y vencerás» dice la famosa teoría de El Arte de la Guerra. Es más sencillo tenernos enfrentadas unas a otras con esa supuesta inquina que dejar que nos llevemos bien (y podamos organizarnos).

De hecho, si echamos un vistazo a las películas Disney que nos educaron de pequeñas, ¿cuántas princesas tenían amigas mujeres? Pocahontas, Tiana y poco más.

¿Y sabéis lo bien que le habría venido a Cenicienta una amiga que le dejara el par extra de bailarinas que llevaba en el carruaje para seguir bailando? ¿y qué tal una que le dijera a Aurora que la rueca esa daba un mal rollo que te cagas y que mejor ir a la barra libre de palacio a por otro mimosa? ¿O incluso una que le hubiera dicho a Ariel que se dejara de brujerías y asomara la cabeza para hablar con Eric, aunque fuera lanzándose cartas dentro de botellas de cristal?

He llegado incluso a escuchar de mis amigos millennial (no os hablo de gente nacida en los 60, sino de bebés de los 90), que entre nosotras no podíamos ser amigas porque siempre estamos luchando por ver quién es la más guapa o por ser la que más liga con chicos.

Por esa regla de tres, las supermodelos de pasarela, modelos de fotografía, azafatas de imagen o, en general, cualquier mujer que cumpla los cánones estéticos, estaría más sola que la una. Y es algo que no me creo (las fiestas de Blake Lively o Taylor Swift estarían desiertas).

Nosotras podemos tener amistad y amistad de verdad. Las envidias, los malos rollos o el simple cotilleo, no son algo exclusivo de un género, es algo que puede caracterizar a miembros de ambos.

El feminismo quiere hacer hincapié en la sororidad (del latín soror, hermana), una practica que, por mucho que mi teclado se empeñe en corregirla cada vez que la escribo porque no la reconoce, empieza a ponerse en práctica. Consiste en aumentar la fraternidad entre mujeres para conseguir la igualdad.

Sororidad es cuando me agredieron sexualmente en el transporte público y las mujeres del autobús se pusieron a gritarle a mi agresor hasta conseguir que se bajara. Sororidad es cuando el 4 de mayo volvimos a echarnos a las calles por una sentencia que nos pareció injusta.

Y si Beyoncé y Lady Gaga hicieron Telephone juntas, ni os cuento la de cosas que podemos conseguir las mujeres unidas.

Duquesa Doslabios.

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Mito:
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-Invención, fantasía

Hace poco, uno de mis lectores me recordó una frase con la que estaba más que familiarizada. «Quien come bien en casa no se va de restaurante» me escribió comentándome que, seguramente, me estaban siendo infiel.

Es curioso como a lo largo de mi vida he oído esa frase en varias ocasiones y estoy segura de que o bien esa o diferentes variantes, la han escuchado otras mujeres.

¿No te suena? Igual no la has oído todavía, pero hay una que seguramente sí.

Recuerdo que una de mis mejores amigas, estando con su novio, este la presionaba para tener sexo por primera vez. «Yo te quiero, ¿y qué es hacer el amor si no la prueba de que tú también me quieres?». Chantaje emocional con la típica herramienta para controlar a las mujeres que se lleva usando desde el final de la Segunda Guerra Mundial: el amor romántico.

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Como mi amiga seguía sin querer, él empleó una táctica más sibilina: «Pues como no lo hagamos igual termina aquí la relación, porque yo tengo unas necesidades». Utilizaba la palabra «necesidad» como si el sexo fuera para él algo como el oxígeno o el agua en el cuerpo, algo imprescindible biológicamente hablando.

Esa ya empieza a sonarte, ¿verdad? Ya estaba la amenaza flotando en el aire. Si mi amiga no se acostaba con él, que como su novia y enamorada, era su ‘deber’, él recurriría a otra persona.

Cuando empecé en la universidad, también escuché a algún compañero decir que era normal poner los cuernos si la novia «no te tocaba ni con un palo». Y la verdad es que ambos razonamientos tienen un ligero tufillo a machismo falocéntrico, a que ellos deben conseguir sus deseos (porque no es una necesidad, es un deseo) sin importar cómo se sientan sus parejas. ¿Lo notáis? Agudizad el olfato y quitaos la venda de la nariz.

Anteriormente, no sé si mis abuelas, pero seguramente sus coetáneas, vivían con el miedo de que si en casa sus maridos no estaban satisfechos, irían al club más cercano donde tendrían compañías que no les molestarían con las historias del mercado o con lo cansadas que estaban después de arar la huerta y cuidar a los niños.

Ya lo decía El manual de la buena esposa, libro que se utilizaba para ‘educar’ a las mujeres a partir de los años cuarenta: «Luce hermosa. Sé dulce. Hazlo sentir en el paraíso».

Por tanto pensarían que, entre eso y aguantar un rato, imagino que preferirían pasar el trago, por si al marido se le ocurría buscar sexo fuera de casa. Y aun así, en el caso de que lo hiciera, que tampoco se le ocurriera a su mujer decir nada, ya que él estaba «en su derecho».

El problema es, como explica Leticia Dolera en Morder la manzana, que «históricamente se ha establecido y aceptado que en la pareja heterosexual (considerada como la forma de organización social y amorosa correcta), por naturaleza y fuerza mayor, el hombre necesita saciar sus necesidades sexuales fuera de ese pacto».

Pero que se haya aceptado, que lo viéramos como una cosa normal, no significa que ahora tengamos que estar de acuerdo o que debamos seguir perpetuando esas ideas tan anticuadas. Por mi parte, hasta aquí.

Los cotidianos refranes o frases hechas machistas para tenernos a las mujeres sometidas como, por ejemplo, «Más puta que las gallinas», «La suerte de la fea, la guapa la desea» o «Calladita estás más guapa» están concebidos para fomentar la rivalidad entre las mujeres y el control sobre nosotras. Son un arma de doble filo ya que construyen el tejido del imaginario colectivo y forman, por tanto, nuestra identidad, de ahí que debamos empezar a replanteárnoslos.

Porque ‘lamento’ comunicar que las mujeres no somos una barra libre. Estar en una relación tampoco significa que tengamos que estar abierta las 24 horas del día. La frase, utilizada como amenaza, juega con la culpabilidad, el reproche y de fondo, el miedo al abandono y a la soledad.

Si un hombre quiere ‘comer en casa’ y tú no estás con ‘hambre’, él puede ‘comer’ solo y no pasa absolutamente nada, que para algo tiene una mano y mucha imaginación. Y si por no querer ‘comer solo’ se va ‘de restaurante’, se está retratando completamente.

De un hombre así, puedo garantizar que es mejor estar lejos, ya que nosotras no somos solamente un agujero y no merecemos a una persona que solamente nos valore como tal.

Una relación sexual es un intercambio, un lenguaje, uno de los pilares que puede tener diferente importancia ya que cada pareja es un mundo.

La sexualidad es algo personal, no es como un mueble de Ikea que viene con instrucciones para que todos tengamos el mismo diseño en casa. Cada persona la vive y desarrolla de diferente manera.

Si por lo que sea no quieres tener sexo, háblalo, piensa a qué se debe, si crees que necesitas ayuda, búscala, y si estás bien así, no te preocupes. Hay gente que le gusta el helado de pistacho y gente a la que no le gusta en absoluto.

Recuerda que sea como sea, la comunicación es básica. Hazlo si quieres, si no quieres no lo hagas, y si tu pareja no lo entiende, y quiere ‘buscar la comida’ fuera de casa, cito textualmente al dúo Aitana War: «Pa fuera lo malo».

Duquesa Doslabios

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