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Ellos dicen ‘te quiero’ antes, según un estudio (y las dos hipótesis son muy distintas)

Conocer a alguien que te gusta es un proceso en el que se suben varios peldaños: la primera cita, el primer beso, la primera vez que tenéis sexo… No necesariamente en ese orden, pero son algunos de los hitos de cara a construir un vínculo.

Y el primer «te quiero», por supuesto.

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PEXELS

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Decir «te quiero» es más que verbalizar los sentimientos, son dos palabras con poder transformador, al igual que el famoso «yo os declaro marido y mujer», que convierte una relación de pareja en un matrimonio.

Cuando decimos a otra persona que la queremos, además de expresar lo que estamos sintiendo, estamos abrazando un nuevo nivel de intimidad y, de alguna manera, nos comprometemos más con la relación.

Quien lo recibe puede manifestar su reciprocidad, decir en qué punto está o, en caso de que no se corresponda, poner sobre la mesa que es unidireccional.

Pero, independientemente de la respuesta, decir «te quiero» tiene unos objetivos de los que no somos ni conscientes, y es algo que ha descubierto un reciente estudio realizado por psicólogos de Reino Unido en parejas heterosexuales.

Lo primero que han averiguado los expertos es que, por mucho que sea un momento personal que depende de un montón de factores, son los hombres quienes lo dicen primero.

Ellos, a quienes más les achacamos miedo al compromiso y dificultad a la hora de manifestar sus emociones, por una masculinidad heteronormativa, que dice que lo varonil es no mostrarse vulnerable (¿y qué es querer a alguien sino darle el poder de que nos haga daño?).

Sí, el estudio parece llevarnos la contraria a quienes podíamos pensar que vivimos en una sociedad donde puede parecer que somos nosotras quienes antes estamos listas para avanzar al siguiente nivel.

Las razones: diferenciarse o avanzar en la intimidad

Aunque, más allá de la sorpresa de saber que ellos llevan la iniciativa, según los datos que han recogido en su investigación, me han parecido interesantes las hipótesis que han elaborado al respecto.

Por un lado, apoyan la propuesta de que confesar el amor es una estrategia inconsciente para mostrar su potencial en un entorno con mucha competencia entre hombres.

A día de hoy, ya no es solo el trabajo, el gimnasio o los amigos de amigos, el riesgo de tener rivales se traslada al mundo digital, donde hombres de cualquier parte del mundo pueden deslizarse en los DMs.

Decir las dos palabras mostraría que están involucrados en que la relación siga avanzando, un hecho que se valoraría positivamente entre las mujeres (pese a tener más opciones en su entorno).

La manera de diferenciarse no son los detalles o el tiempo de calidad, es declararse.

Su otra hipótesis es que si el contexto es el contrario -y hay más mujeres que hombres-, confesar los sentimientos sería una estrategia inconsciente para favorecer la intimidad, ya que en su marco social hay más oportunidades de apareamiento.

Los expertos británicos están realizando más estudios para entender cómo las personas navegan en las relaciones, pero queda claro con esta primera observación que sería la reacción de quien recibe el «te quiero» la principal motivación, ya que estaría ligada a un comportamiento posterior.

Un ‘beneficio’ que puede ir desde corresponder las emociones, cerrar la relación o abrirle la puerta a la intimidad, cambios en el trato que no tendrían que ver con la razón de la profesión de los sentimientos.

¿Y si nosotras no lo decimos por miedo?

Sin quitarle mérito a los expertos, mi hipótesis acerca de sus resultados, es que los hombres lo dicen antes porque las mujeres se frenan a la hora de hacerlo.

Por desgracia, actualmente ser transparente e ir con las emociones a flor de piel se ha tachado como algo negativo.

Mostrar interés, hablar de sentimientos, exponer que se quiere avanzar y, por supuesto, decir «te quiero», cuestan por el miedo que nos persigue de ser calificadas como intensas o desesperadas.

Intensas por sentir algo normal, por querer que la relación avance, como es normal, o por querer hablar las cosas para no vivir en la incertidumbre y gozar de estabilidad emocional, como es normal.

El interés romántico debe ser sutil, velado, casi secreto. Una especie de partida de póker en la que nadie puede revelar su jugada hasta tener la mano asegurada.

La solución por la que optamos es dar un paso atrás y quedar a la espera de que sea él quien lo diga para no ‘asustarle’ y que cambie de idea respecto a seguir conociéndonos.

No tengo estudios ni pruebas al respecto, pero artículos sobre «El castigo de ser supermujeres», «¿Qué hacer si asustas a los hombres?» o «Las 8 cosas que intimidan a los hombres», hablan por sí solos.

Parece claro que tenemos pendiente el perderle miedo al amedrentar al otro por la simple razón de que que nos merecemos a una persona con una buena gestión emocional.

Alguien digno de escuchar esas dos palabras y no huir, lo que significa, por fin, atrevernos a decirlo cuando lo sintamos.

Nos hemos hecho dueñas de nuestra carrera, de nuestra vida, de nuestras finanzas, de nuestras decisiones… Es el momento de hacernos dueñas del «te quiero».

Mara Mariño

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A ti, que te hicieron pensar que era malo ser ‘intensa’

Si lees esto es porque te ha pasado como a mí, que te has planteado si te pasas de intensa.

No necesitas que nadie te lo diga a la cara, basta conque hagas un poco de reflexión sobre el fin de muchas historias que te han sucedido para que llegues a la conclusión de que puedes resultar abrumadora.

Especialmente a quien te gustaba mucho. Pero déjame decirte algo, no eres tú el problema.

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PEXELS

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En el mundo de la apatía, de desaparecer de la vida de otra persona dejando de contestar, en el que no puedes pedir explicaciones ni llamar a las cosas por su nombre -aunque lo sean-, enfrentarse a las emociones reales asusta.

Y es la gente como tú la que se sale de esa norma extendida de indiferencia hacia todo.

Por eso ser intensa no solo se ve como algo malo, sino para algunos, una razón más que de peso para dejar de relacionarse contigo.

«¿Qué pasó? Se os veía muy bien juntos». «Es que ella era demasiado intensa». Como si lo raro fuera tener emociones en vez de desvincularse siempre de ellas.

Y es porque expresar el cariño, el afecto, querer que las cosas avancen, comprometerse, da miedo a quien no está preparado para esas cosas.

Así que en vez de dar un paso al frente y comentar esa inseguridad que se tiene de no estar a la altura de las necesidades afectivas, es probable que coja la puerta de atrás viendo que tú tienes las cosas claras y las vives con vehemencia, con fuerza, con intensidad.

Pero déjame que te diga también que no deberías cambiar.

Que tienes todo el derecho a sentir y compartirlo, no a que se queden solo en tu cabeza con la esperanza de que, callada y siendo discreta, complaciente y viviendo con el corazón a medias, vais a funcionar.

No deberías flaquear ni dudar de ti porque te diga que eres demasiado intensa, que te llegan los sentimientos demasiado deprisa, porque así eres tú.

No eres demasiado por tener respuestas emocionales normales de reír, llorar o enfadarte si te dan razones. No hay nada erróneo en que le digas que contigo no se puede comportar como un capullo si es lo que está haciendo.

Y mucho menos controlarte para evitar que se ‘asuste’, que le entren los sudores fríos, el miedo al compromiso, las excusas malas, la falta de responsabilidad afectiva…

Porque no es que tú seas intensa, es que la otra persona se te queda corta.

Mara Mariño

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¿Por qué si tu ex tiene pareja nueva tienes que alegrarte?

Soy lo bastante adulta para saber que, si una persona a la que se ha querido tanto como a la última pareja, rehace su vida, se debería estar feliz por él o ella.

Pero también soy lo bastante adulta como para admitir que es algo que me puede sentar como una bofetada con la mano abierta.

UNSPLASH

En un mundo donde se espera que tengamos una gestión emocional impoluta cuando nadie nos la ha enseñado, quiero desmentir un tópico.

Que tenga esa reacción no significa que no haya pasado página o que no esté en el pasado tanto la relación como la ruptura.

Significa que es alguien con quien he compartido tanto que todo lo que le pase va a removerme de una manera o de otra. Da igual lo que sea. Es porque se trata de esa persona.

Así que, si este es tu caso, quiero decirte que te alejes de lo políticamente correcto, de la entereza que toca aparentar en esos casos y dejes salir lo que sea que te haga sentir.

Porque nada quita que, durante un periodo de tu vida, tú querías haber sido la persona que le haría feliz hasta el fin de sus días.

Una cosa no quita la otra, y, al borde de los 30, me doy cuenta de que los sentimientos son una cosa compleja.

Puedes estar ilusionada por conocer a alguien, a punto de tener un bebé o a tan solo unos meses del altar con tu pareja actual.

Puedes también desmoronarte en cualquiera de esos casos si te tropiezas con una historia en Instagram que hace que se te desestabilicen los sentimientos hacia tu ex.

Y como soy contraria a la negación, a tapar las emociones con otras, normalicemos que dentro del «deseo que todo te vaya bien» haya un explícito «pero prefiero no verlo porque has sido importante para mí».

Pidamos ayuda, digámosle a esa amiga que ha podido contar las lágrimas derramadas por cada ex, que aquello te ha dejado revuelta por dentro.

Que necesitas, una vez más, vomitar los sentimientos, recordar en alto todas las promesas que luego no se cumplieron, las ideas y el futuro que habías dibujado en tu cabeza y terminó volando por los aires.

Llora, llora si es lo que quieres. Escríbele si es lo que necesitas. O pasa de todo y sigue tu vida. En cualquier caso, permítete el momento de vivirlo por completo.

Las emociones no se equivocan ni has perdido la partida por sentir que las cosas no han sido como habrías querido. Al contrario.

Son las decisiones las que nos llevan al momento en el que estamos ahora. Y la certeza de haber elegido el camino correcto siempre será algo a lo que poder aferrarnos cuando veas que se ha ido de vacaciones románticas o se ha dado el «Sí, quiero».

Duquesa Doslabios.

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No solo de ‘fuegos artificiales’ está hecho el amor

Soy una crecidita niña Disney. Al haber nacido en los 90, Aladdín, Pocahontas, Hércules o La Bella y la Bestia fueron algunas de las películas que marcaron mi infancia, haciéndome soñar con lo de convertirme en princesa.

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Si a eso le sumamos la cultura popular de mi adolescencia -en la que los libros de Crepúsculo idealizaron el romanticismo hasta tal punto de que me pareciera idílica la relación entre un vampiro de cientos de años y una humana-, ¿cómo no iba a salir con la cabeza hecha un lío?

Soy fruto de todos las historias de amor que han pasado delante de mis ojos y de mis coetáneos. Eso ha conseguido que tuviera una relación tóxica y me resultara imposible verla, por todo lo que había aprendido de lo que se suponía que tenía que ser una pareja.

Desaprenderlo me costó tiempo, dinero y energía, pero meses después de acudir a una psicóloga estaba lista. El amor no era lo que me habían vendido de ‘chico conoce a chica’, el amor más sagrado e importante era el que me profesara hacia mí misma, incluso teniendo pareja.

En este proceso de aprendizaje desde cero, le tocó el turno también a los fuegos artificiales. Ya se empeñan en decírtelo las películas, series, canciones y hasta memes en redes sociales: o es una locura o no cuenta como amor.

Es como si solo las chispas dieran validez a una relación emocional. En realidad, he podido comprobar como el amor va mucho más allá.

Como le explicaba a una amiga, para mí es el concepto ‘chocolate caliente’ versus ‘fuego artificial’.

Los fuegos son sentimientos explosivos, muy vistosos y desmesurados. Te hacen sentir que harías cualquier cosa por esa persona y que el nivel de experiencias conjuntas casi roza la locura. Y, como los propios espectáculos de luces en el cielo, son muy espectaculares, pero breves.

En cambio, para beberse un chocolate caliente, hace falta tiempo. Para calentar la mezcla lo suficiente y después para que se enfríe y poder beberlo sin quemarse. Una vez das el primer sorbo, la sensación dulce te hace sentir abrigo por dentro, casi como si el líquido de la taza te diera un abrazo.

Y aunque no quiere decir que en estas relaciones no haya espacio para la química, para que salten chispas, no lleva el ritmo desmesurado, fogoso y rápido de un fuego artificial. Lo que no significa que no sean igual de válidas a la hora de darles una oportunidad.

En mi experiencia, las relaciones que podrían haber brillado en cualquier cielo, han sido bonitas y muy divertidas, pero poco más.

Por otro lado, mi relación más larga, en la que más feliz he sido, es como tomarse cada día esa taza de chocolate caliente. Simplemente, verle dormir a mi lado me hace sentir en paz con el mundo, ridículamente afortunada por haberme encontrado con una persona tan fantástica. Con la certeza de que estoy en el lugar y junto a la persona con quien quiero estar.

Ha sido ahí donde he encontrado algo real, profundo y fuerte que me impulsa a ser la mejor versión de mí misma cada día.

Y si esa felicidad plena no es amor, dudo bastante que la consiga un espectáculo pirotécnico.

Duquesa Doslabios.

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¿Hablan los hombres de sentimientos entre ellos?

Este fin de semana lo he pasado en una casa rural con amigos, un grupo en el que estamos entre los 23 y los 30 años.

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Aunque la mayor parte del tiempo lo hemos pasado todos juntos, también hemos tenido los clásicos momentos en los que hablábamos las chicas por un lado y los chicos por otro.

Mientras que nuestras conversaciones iban desde el trabajo, a los estudios, pasando por la menstruación, nuestras familias, nuestras parejas o las emociones encontradas que nos producían peinarnos juntas en el baño, como cuando teníamos 13 años, las de ellos giraban en torno a los coches o el gimnasio.

En más de una ocasión le he preguntado a mi pareja sobre qué hablaban los chicos cuando quedaban y solía repetirme aquellos dos temas o, si eso, añadiendo como tercera conversación la fiesta, si la ocasión para la que se habían juntado era salir juntos.

Entonces, ¿no hablan entre ellos de cómo se sienten? ¿No se desahogan cuando han discutido con la novia? ¿Cuando el perro está malo? ¿Cuando a su padre le da un coma diabético? ¿Cuando no aprueban unas oposiciones?

La mayoría de los que conozco que rondan esas edades o no lo hablan o, si acaso, lo hablan con su pareja o familiares, pero nada de sacar el tema entre ellos.

Aquello me hizo echar la vista atrás y recordar desde cuándo llevo compartiendo mi mundo interior con las amigas.

En el patio del colegio es habitual encontrarnos en grupitos hablando mientras que ellos, centrados en el deporte, ocupan el patio principal haciendo uso de los campos de fútbol y la cancha de baloncesto. No todos, por supuesto, pero sí una gran mayoría.

Ya desde pequeños existe una gran diferenciación que, nos demos o no cuenta, nos acompaña el resto de nuestra vida, por lo que el hecho de que lleguen a los 30 años y no sean capaces de hablar entre ellos, de escucharse, puede deberse, en parte, a que ya desde pequeños, no está bien visto que hablen de sus emociones.

Está aceptado que corran, que hagan deporte juntos, que sean un equipo, pero ¿qué clase de equipo hay si no conoces a los miembros que lo forman?

No me imagino mi vida sin poder compartir mis miedos, mis inseguridades, mis frustraciones o mis enfados con mis amigas, que son como una zona segura, una mezcla entre psicólogas y curanderas que reducen todos los problemas por arte de magia y te hacen sentir de nuevo, tranquila y lista para enfrentarte al mundo.

Son ellas las que consiguen hacernos ver lo que nos sucede desde otro punto de vista, ayudarnos reflexionar sobre cómo gestionamos una situación y por tanto, plantearnos cómo podemos mejorar.

Y si bien uno de los puntos en el que coincidíamos todas era que, en ocasiones, nos falta mayor empatía por parte de nuestras parejas, ¿no sería esta una manera de desarrollarla?

Ojalá ellos descubrieran que abrirse es de gran utilidad, además del placer que produce poder compartirte con otras personas a las que quieres.

Podemos pensar que somos muy progresistas, que ya no tenemos prejuicios, pero todavía está presente el miedo de ser «menos macho» delante de los colegas o de que te llamen «mariconazo» por hablar del corazón. Algo que sigue, por desgracia, alimentando los estereotipos de género, pese a que las únicas consecuencias que tiene compartir los sentimientos con las personas de confianza, son positivas.

Duquesa Doslabios.

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Segundas partes nunca fueron hasta que son

(Si prefieres escucharlo leído por mí, dale al play)

«Segundas partes nunca fueron buenas» me digo mientras se hace de día en la habitación del hotel. Ese tan ridículamente caro por el que hemos pasado tantas veces por delante soñando con que, algún día, nos alcanzaría para una noche memorable entre sus sábanas. Y vaya si lo ha sido.

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«Segundas partes nunca fueron buenas» pienso mientras recorro con la mirada tu silueta, que altera la forma de la cama. Que me pide volver a perderme en ella y olvidarme de que existe una salida de ese laberinto que encuentro cuando empiezo a besarte la espalda y pierdo la noción del tiempo y del espacio.

Pero es que «Segundas partes nunca fueron buenas» me repito cuando desayuno el chocolate de tus ojos acompañado de un yogur artesanal y una rebanada de pan con tomate. Ahora entiendo lo elevado del precio. Aquella primera comida se merecía al menos un cometa, que el hotel ya cuenta con las cinco estrellas.

«Segundas partes nunca fueron buenas» pero qué culpa íbamos a tener de que después de meses sin vernos hubiera nervios a flor de piel, piel que no sabe cómo portarse por los nervios, que volvieran a escaparse sonrisas incontenibles a la mitad de un ceño fruncido, de que se te fuera el santo al cielo y la mano a mi pantalón, como tantas veces antes, por una de las calles de Malasaña. Esas que vieron la primera cita de verdad.

No fueron buenas, no. Pero el tiempo separados volvió a desvanecerse. Se me había olvidado lo difícil que era resistirse a tus miradas infinitas y al olor de tu cuello, no el de tu colonia, no, sino el auténtico.

Y así fue como dejé de echar de menos tu espontaneidad y tus expresiones tan de un pueblo de algún lugar de La Mancha de cuyo nombre siempre voy a poder, y querer, acordarme.

«Parecía nada y sin embargo aquí estamos» dice la canción que llevamos desde entonces escuchando. Porque dicen que segundas partes nunca fueron buenas, pero igual es que aún no conocían la nuestra.

Duquesa Doslabios.