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‘Un cuento perfecto’, lo nuevo de Netflix que rompe con las típicas escenas de sexo

Mis expectativas sobre la miniserie Un cuento perfecto no eran altas, eran las de cualquier otra romcom: algo que me entretuviera, pero sin mucho trasfondo que me dejara reflexionando al respecto.

Por eso ha sido tan refrescante que la apuesta de Netflix, basada en la novela de Elísabet Benavent, me sorprendiera en la representación de las escenas de sexo.

un cuento perfecto Margot y David

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Sin hacer spoiler –porque ya te adelanto que te la recomiendo-, en varias ocasiones donde la pasión se dispara, se mencionan o enseñan los preservativos.

Puede que pienses que no tiene nada de especial, que son habituales en tu vida y no sales de casa sin mirar que lleves uno en la cartera, pero, si lo piensas, es un elemento que suele brillar por su ausencia en la mayoría de ficciones.

Recuerdo a un escritor novel de novela erótica diciendo que no era su responsabilidad dar educación sexual a sus lectores incluyendo métodos de barrera en sus tramas.

Pero la serie es el ejemplo perfecto de que no necesitas salirte de la historia para visibilizar algo que es clave en lo que a cuidar la salud sexual se refiere.

Otro de los momentos que no esperaba es una escena en la que a protagonista le baja la regla en pleno momento de acción, cuando ciclo menstrual y sexo salvaje no son dos cosas que en las series y películas suelan coexistir.

Por un lado es como si las mujeres en la ficción nunca tuvieran la regla y solo se hablara de ella en caso de que falte, lo que sabemos que significa que está embarazada.

Y por otro, el sexo menstrual ni está ni se le espera. Vale que en la miniserie tampoco, otra pequeña barrera a superar (aunque sus motivos hay detrás), pero la respuesta del acompañante es oro.

«A mí no me importa», reitera él dejando claro que quiere seguir. Ni caras de susto ni rechazo, es la tranquilidad que necesitamos independientemente de que según nos encontremos nos apetezca más o menos.

Personalmente, ese fue el momento en el que me ganó la serie.

Porque si bien que te baje la regla antes o en pleno momento de acción es algo con lo que todas nos podemos sentir identificadas, quizás si vemos que en uno de los hits de Netflix el actor dice que le da igual, nos creamos por fin que nuestra pareja también lo dice de verdad.

A eso le sumo que Un cuento perfecto se aleja del coitocentrismo y hay escenas de otras prácticas, en concreto de sexo oral.

En las que además ella quien lo recibe, por lo que la labor de darle protagonismo al placer femenino está conseguida.

Contar con una protagonista que vive su sexualidad de manera plena, pudiendo expresar libremente un «Estoy mojada» como un «Me gusta hablar en la cama» es otra característica muy rompedora de la historia.

Viéndonos reflejadas en heroínas de ficción, que no tienen pudor ni son inexpertas como Babi de Tres metros sobre el cielo o, más recientemente, Noah de Culpa mía, conseguimos alejarnos del estigma que rodea la sexualidad femenina y se refuerza de manera positiva que eso nos parezca normal.

 

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Las series y películas son un factor que alimenta el imaginario colectivo, así que la importancia de mostrar mujeres que conocen su cuerpo, su disfrute y lo expresan en las escenas es la manera de apoyar el cambio social que libera y empodera sexualmente.

Cambio en los roles de género

No voy a pararme mucho en la historia de amor, que puede ser más o menos parecida a otras que hemos visto antes.

Pero sí me parece interesante destacar otras peculiaridades que me han parecido un avance en la pequeña pantalla.

Como por ejemplo que los roles de género estén intercambiados y veamos a un chico dedicándose a una profesión que siempre relacionamos con las mujeres: el cuidado de niños.

Mientras que su sueño es tener una floristería, el de ella es modernizar la imagen de la compañía multinacional de su familia. La clásica historia donde el exitoso hombre de negocios impresionaba a base de su éxito laboral y su fortuna -y esa desigualdad de poder era utilizada-, ha terminado.

Nosotras queremos ser la CEO.

Y, sobre todo, que no vemos a una chica conquistada por un chico malo, más mayor y experimentado, que le da un trato paternalista, controlador y hasta despectivo en ocasiones.

Vemos a una chica conquistada por un tío divertido, algo más joven que ella, que le hace reír, que no es el ejemplo de tener la vida resuelta, pero da igual porque es con quien mejor se lo pasa.

La protagonista no necesita un hombre que le resuelva la vida, se la resuelve sola y, por el camino, tiene a su lado a una persona que le hace disfrutarla todavía más.

Y es que necesitamos que nos recuerden que no necesitamos ser salvadas, que la pretensión del amor debería ser solo encontrar con quien ser feliz y punto.

Mara Mariño

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La mayor ficción de las películas románticas navideñas es la historia de amor

Admito que soy la primera que, en cuanto llega la Navidad, disfruta de tener la oportunidad de hacer maratones navideñas de películas.

Desde las clásicas como The Holiday o Love Actually, hasta las más actuales como Un castillo por Navidad.

comedia romántica cliché

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Y, con contadas excepciones, la trama suele girar en torno a lo mismo: una mujer de la gran ciudad -la que sea- que está muy centrada en su trabajo y, por cualquier razón, tiene una crisis en esta época del año.

O bien rompe con su anterior pareja o descubre que tiene que ir a pasar las fiestas a un pequeño pueblo por trabajo o bien sufre un accidente.

Tras ese momento de choque, que podríamos decir, conoce a personas completamente contrarias a las que estaba acostumbrada en su anterior vida y, entre ellas, un hombre del que enamorarse.

Porque siempre son una mujer y un hombre.

Tras enamorarse, algo sucede entre ellos como para que se plantee volver a su casa pero, en el último momento, vía gesto romántico, revelación, etc, cambia de idea y se va a buscar lo que realmente le hace feliz: él.

Así que el cierre de todas las películas también es común.

Un reencuentro en forma de beso, la canción de amor de ese año y, por último, un flash forward que meses o años donde se ve lo felices que son en el entorno rural cuando por fin ha conseguido librarse de la pesada carga de su anterior vida.

En otras palabras, estamos ante la adaptación de los cuentos clásicos donde el caballero era el salvador que, en ese caso, rompía la maldición o la ayudaba a escapar de una torre ofreciéndole una vida nueva y feliz en su compañía.

El tema de cambiar el castillo por una bucólica casa rural -ahora creo que casi todas preferimos un lugar donde poder desconectar que una vivienda con 17 habitaciones, 2 salones de ceremonias y caballerizas- es de las pocas diferencias que hay.

Como decía al principio, me gusta la calidez de las películas navideñas, la decoración que aparece, la trama fácil de seguir que te permite seguir hablando con la película puesta de fondo y no perder el hilo así como las historias donde veo que la gente es feliz y tiene personas que le quieren alrededor.

Pero al mismo tiempo me chirría que se repita casi siempre un mismo patrón donde, la conclusión a la que nos hace llegar es que solo con un hombre al lado encontraremos la felicidad, nos sentiremos completas.

El ideal del amor romántico al que aspirar como única solución a nuestros problemas y llave a la felicidad.

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Por contra de lo que pintan las películas románticas, el esfuerzo de encontrar la felicidad fuera nos hace olvidar que es algo que hay que trabajar por cuenta propia.

Me encantaría empezar a ver películas navideñas de amor donde la protagonista empieza a ir a terapia, practica un nuevo hobby que descubre, hace una escapada con sus amigas o se reconcilia con esa persona de su familia con la que siempre había querido retomar el contacto.

Es decir, historias donde aprenda de nuevo a quererse, pero a sí misma.

Que seguro que esa trama también la puede protagonizar Lindsay Lohan.

Mara Mariño

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Netflix o cómo triunfa la violencia machista convertida en espectáculo

Un viernes cualquiera entraba en Netflix, lista para hacer una maratón de series o lo que me sugiriera la plataforma.

Como la mayoría de las veces, repasé lo más visto en España aquellos días. Y muchos de los resultados tenían en común lo siguiente: sexo, muerte y mujeres.

Netflix series

EL BLOG DE LILIH BLUE

De un tiempo a esta parte, cada vez le voy cogiendo más manía a Netflix y a su costumbre de convertir tragedias de violencia machista en puro entretenimiento.

En aquel momento eran las producciones de El Caso Alcàsser y ¿Dónde está Marta? las dos que coronaban la lista.

La conclusión es escalofriante: el morbo de un asesinato, con violación de por medio, vende.

Y vende hasta el punto que a nadie le sorprende que se haga de ello un show. Al igual que tuvo también su reconocimiento el de Chicas perdidas.

Ya no basta con hacer series o películas que se metan en la cabeza de los propios asesinos. Nos sabe a poco escuchar en una cinta cómo Ted Bundy elegía a sus víctimas.

Te puede interesar leer: ¿Ha sido viral el ‘efecto Manada’ sobre los casos de violaciones grupales?

Lo que tira es meterse hasta el fondo, conocer hasta el más mínimo detalle. Ver toda la historia como cuando miras True Detective o El guardián invisible.

Y ahí precisamente es donde está el problema. En pensar que lo que vemos en la pantalla no es real, en distanciarnos emocionalmente, en quitarle peso gracias a que comparte espacio en una plataforma donde la mayoría de títulos son ficción.

En mirarlo como se ve una película nueva de los Vengadores.

Pero también en pensar que, del próximo asesinato de violencia machista, no solo se cubrirán los periódicos por un día y las feministas encenderemos Twitter pidiendo cambios.

Ya habrá una serie para distraernos, hacer del horror algo interesante y bien narrado de lo que no podemos desengancharnos.

«Un excelente trabajo ensayístico», «un rompecabezas adictivo» o «un buen ritmo, una fotografía cuidada» son algunas de las críticas que, a día de hoy, se pueden leer de las series que he citado anteriormente.

Con una falta de tacto equivalente a que no hubiera vidas sesgadas ni familias destrozadas detrás de ello. Pero las hay.

No solo nos matan. De nuestra muerte hacen espectáculo.

Y Netflix se asegura de que lo disfrutemos.

Mara Mariño

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‘Bridgerton’: el desfile de hombres emocionalmente inaccesibles

Ya no sé cuántos días lleva Bridgerton en lo más visto de Netflix España. Y yo, como buena fan de la serie, he vuelto a caer en su trama romántica.

Solo le saco una pega, una vez más el protagonista masculino, es un hombre emocionalmente inaccesible.

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Algo tienen en común el duque, cuya trama se desarrolla en la primera temporada y el vizconde, protagonista en la segunda, son hombres tan centrados en sus objetivos y en sus deberes, que poco o nada de tiempo pueden dedicarle a los sentimientos.

Y, también en común en ambas temporadas, es la protagonista femenina -Daphne y Kate, en estos casos-, quien ‘salva’ al hombre del que se enamora con la fuerza de sus sentimientos. Quien le cambia con y por amor.

Si ese mensaje se me atragantó en la primera temporada, en la última que han estrenado, me ha empezado a preocupar.

¿Cómo vamos a tener relaciones sanas y buscar posibles parejas comunicativas y cariñosas si lo que más nos gusta de la serie de Netflix es precisamente ver todo lo contrario?

Puede que pienses que no es para tanto. Que tan solo es una ficción. Que tratándose de una serie que nos traslada al siglo XIX, no podemos tomar nota de sus lecciones.

Sin embargo Bridgerton sí que se ha encargado de actualizarse. La diversidad étnica de su casting es el mejor ejemplo de ello.

Entonces, ¿por qué las relaciones principales parecen seguir siempre la misma fórmula?

De hecho, hay tantas frases que podemos aplicarnos («El amor no son ojos que se miran, son almas que bailan»), y trasladar al día de hoy, que lo mismo nos sucede con las historias que vemos en la pantalla.

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Es imposible ver al duque o al vizconde y no pensar en ese crush que ha pasado por nuestra vida que cumplía las mismas características de los héroes.

Un hombre algo más mayor, con una carrera brillante, tan absorbido por su trabajo que no tiene tiempo de empezar una relación de pareja.

Un argumento que utiliza desde el principio para dejarte claro que no puede comprometerse con nadie.

Tiene un puesto de mucha responsabilidad, una jornada agotadora y, cuando se queda solo, necesita disfrutar de sus amigos o su familia, como bien te explica.

Solo le da la agenda para tener relaciones esporádicas –para follar sin apegarse siempre está disponible, curiosamente-.

Y nosotras, sintiéndonos la lady Bridgerton o lady Sharma de turno, no nos cansamos de esperar, de confiar en que los sentimientos harán todo el trabajo y él se verá, tarde o temprano, preparado para estar a nuestro lado.

Lo cierto es que, a diferencia de Bridgerton, lo que ocurre en la vida real es que, el emocionalmente inaccesible, solo puede dejar de serlo o bien trabajándolo por su cuenta o con ayuda profesional, si ni con esas es capaz de abrirse.

En ningún caso es ‘el poder del amor’ lo que, por arte de magia, va a conseguir que cambie en ese aspecto.

Pero como esa parte no sale en Bridgerton, solo la de las protagonistas enamoradas hasta las trancas de hombres que no las corresponden (y el final feliz correspondiente, por su puesto), preferimos quedarnos con eso.

El resultado no puede ser otro más que la historia de la era del ghosting. Quedarnos en el banquillo hasta que vuelve a acordarse de que estamos ahí.

Y cuando llama, una vez más, contestar corriendo complacientes y haciendo un derroche de afecto.

Puede que Netflix no tenga toda la culpa de que las relaciones que vivimos sean un desastre. Pero definitivamente no ayuda a que salgamos de ellas e intentemos estar con personas que sienten de manera libre.

Mara Mariño

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¿Y si Netflix quiere que nos cuestionemos la monogamia con ‘Emily en París’?

No sé si te pasa, pero cuando reflexiono sobre la monogamia, no siento que sea algo que haya elegido realmente. Más bien, me he limitado a aceptarla en mi vida sin darme cuenta, con toda la normalidad del mundo.

@EMILYINPARIS

Tampoco existían muchas alternativas a ella.

Cuando, de más adulta, he podido reflexionar largo y tendido sobre ella, he caído en que -por mucho que no me pareciera sostenible una unión cerrada de por vida con una sola persona-, está tan integrada en la sociedad, que es muy difícil vivir de otra manera.

Todos los libros que he leído en mi adolescencia, las películas que he visto o incluso las canciones que he escuchado me hacían llegar a la misma conclusión: el amor verdadero son dos y para siempre.

Cualquier otra cosa que se saliera de ahí, no se podía llamar amor.

Está tan enrevesado este concepto con la exclusividad sexual que, poner sobre la mesa otros modelos de relación, es inaceptable para la mayoría de nosotros (y ya ni os hablo de la opinión que suscitaría en nuestro entorno más cercano).

Quizás por eso lo más subversivo de Emily en París, una de las novedades de Netflix, me parezca cómo plantean el ‘amor a la francesa’: relaciones abiertas.

Por supuesto que la serie es un cliché andante (no faltan las boinas, planos de la Torre Eiffel y cruasanes en todos los capítulos) y los franceses no escapan de él: la seducción es su estilo de vida y son incapaces de ser fieles.

El choque de la protagonista (de origen estadounidense) respecto a sus compañeros de trabajo y amigos en cuanto a las relaciones, es algo que aparece en el primer capítulo y le acompaña hasta el último de ellos.

En la ficción, lo habitual entre los parisinos es tener un matrimonio en el que los amantes están más que aceptados ¡e incluso tienen relación de amistad con ambos miembros de la pareja!

Amor y sexo a varias bandas que se puede resumir en una de las frases de la jefa de Emily: «No quiero el 100% de nadie ni que nadie tenga el 100% de mí«.

Y no puedo evitar pensar que, quizás si estos fueran los referentes de la cultura popular con los que crecemos, tendríamos una idea diferente de lo que son las parejas.

Duquesa Doslabios.

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‘365 días’, ni tan erótica ni sucesora de ‘Cincuenta sombras de Grey’

Cada vez estoy más convencida de que el cine es una de las herramientas más potentes del patriarcado para romantizar la violencia de género.

No dejes de leer todavía, que voy a justificar mi respuesta.

@iammichelemorroneofficial

Desde hace unas semanas, la película 365 días no deja de salir en la lista de las más populares en Netflix. Una popularidad que viene, en parte, por quienes dicen que es la nueva versión de Cincuenta sombras de Grey.

Para que te ahorres el verla, te voy a resumir la trama en una línea: un mafioso millonario secuestra a una mujer con la que una vez soñó y le da un año para enamorarse de el.

Ya para empezar, solo pensar en que un desconocido que ha soñado conmigo me mantenga retenida a la fuerza durante un año (o el tiempo que sea en realidad) me parece escalofriante.

Pero ahí empieza la capa de purpurina: el actor que interpreta al protagonista no tiene nada que ver con los que suelen salir detenidos en las noticias. Es guapo, joven, está en forma y se compromete a no tocarla hasta que ella se enamore de él. ¿Todo un caballero? Todo un lavado de cerebro.

Mientras una sucesión de escenas que parecen salidas de Pretty Woman -por aquello de que él le compra todo tipo de cosas-, ponen el lazo al objetivo de sacarle el romanticismo a un delito, muchas de las espectadoras de la película afirman fantasear con secuestros.

Que una mujer vea este tipo de películas y sueñe con protagonizar algo así es como si una persona homosexual comienza a fantasear con agresiones homófobas porque hay una película que las expone como parte de una historia romántica.

Si eso parece una barbaridad, ¿por qué esto no?

Y eso solo en cuanto al hilo conductor. En la película no faltan estereotipos de industria pornográfica como violaciones, violencia física durante el sexo y por supuesto la premisa de que lo que más desea la víctima es practicarle una felación a su secuestrador.

No que le hagan un buen cunnilingus de esos en los que terminas sudada, con el pelo enmarañado y despatarrada, no. Viendo que así es cómo se representa el deseo femenino, da la sensación de que las personas autoras la ficción saben poco o nada de lo que realmente nos excita a las mujeres.

O quizás es que, una vez más, estamos ante el nuevo ejemplo de adoctrinamiento por parte de la cultura popular y sus productos de éxito. Violencia física, sexo sin consentimiento y una relación sexual en la que el pene es el centro.

¿Y lo peor? Que esta ficción tenga cabida en una plataforma del alcance de Netflix.

Una historia tan vieja, casposa, machista y cansina que de verdad hace que me pregunte por qué no parece haber interés en sacar tramas nuevas en las que se inviertan los papeles.

En explorar otros tipos de relaciones que no estén basadas en un hombre dominante y una mujer sumisa, que nos conviertan en sujetos activos y no en las habituales víctimas. Unas ficciones que nos empoderen, no que nos sigan doblegando.

Porque aunque solo sea una película, el cine nos moldea, nos enseña y nos sirve de referente. Así que yo pregunto, ¿son estas las relaciones que queremos? ¿No es una forma de perpetuar relaciones desiguales entre hombres y mujeres?

Duquesa Doslabios.

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Hablando de penes, ¿te suena el concepto ‘boyfriend dick’?

Me he enganchado a un programa de Netflix, es el típico reality en el que sus concursantes parecen recién salidos del gimnasio y del cirujano plástico a la vez.

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¿El objetivo? Que siendo solteros y expertos en el arte del ligoteo, resistan sus impulsos y creen relaciones profundas más allá del físico.

Los diálogos, como era de esperar, son para acuñar. Uno de los que más me llamó la atención fue cuando uno de los participantes hablaba que su secreto para conquistar era su pene.

Parece ser que no tenía un aparato corriente. El suyo era un pene de novio o boyfriend dick. «No es ni muy grande ni muy pequeña. Es perfecta y bonita», explicó el concursante alegando que por esa razón se enamoraban de él.

Y aunque su definición se ha vuelto muy popular (ha llegado incluso a sacar una línea de ropa con el término), hace unos años lo recogió también el Urban Dictionary como «el tipo de pene que puedes montar cada noche porque encaja perfectamente».

Pero, ¿es así como vemos nosotras la pareja? Que yo sepa, no es habitual hacer un test previo preguntando por el tamaño de los genitales no vaya a ser que sean demasiado o demasiado poco.

Es más, solemos estar más preocupadas de que encajemos con la persona que de hacerlo con su pene cuando nos planteamos una relación.

Claro que el sexo es importante, pero a la hora de la verdad, es más crucial cómo se desenvuelve, la química que hay (que puede vencer cualquier problema de tamaño) y las ganas hacia la otra persona.

Tenemos una variedad tan grande de juguetes y tantas posibilidades a la hora de tener sexo que reducir todo el amor y las relaciones de pareja a una cuestión de centímetros, se queda cojo.

Al final, no nos enamoramos de un pene, aunque igual sería más fácil.

Esa prolongación de los órganos sexuales, que es la persona que le acompaña, suele ser la verdadera razón por la que nos animamos a tener pareja.

Duquesa Doslabios.

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Nada nuevo en ‘The Witcher’, otra serie de ficción cuyo gancho son las tetas

Antes de terminar el año quise engancharme a una última serie, la que marcaría el final de 2019. La elegida no fue otra que ‘The Witcher’. Sin saber qué iba a encontrar, me sumí en ese mundo mágico de criaturas de cuento, tramas de poder y mucha magia. Pero si algo se repetía capítulo a capítulo eran las tetas.

@witchernetflix

Su (ambicioso) objetivo era darnos a los huérfanos de ‘Juego de Tronos’ una serie que llenara el vacío. Analizando el aspecto sexual de la ficción, ¿podemos afirmar que ha sido misión cumplida?

Fue en 2011 cuando salió el primer capítulo de ‘Juego de Tronos’. Desde entonces, Hollywood ha vivido el escándalo de Harvey Weinstein, un sinfín de actrices denunciando abusos sexuales o protestando por mostrar su cuerpo (la propia Emilia Clarke llegó a cansarse de que recordáramos más a Daenerys sin ropa) que dio comienzo a los movimientos #TimesUp y #MeToo. Una marea feminista que llegó a todos los países del mundo.

En 8 años, la ficción que quiere ser su relevo -o al menos así nos la venden en redes sociales, conversaciones de amigos y hasta en la prensa-, no ha aprendido una sola de las lecciones de las que pecó la serie de HBO pese a que luego intentó reconducir los desnudos en pantalla.

Las mujeres lo hemos dicho en Twitter, en la calle a grito pelado delante del Congreso de los Diputados, en la comida familiar con el pariente machista de turno. Estamos hartas de ser consideradas un trozo de carne.

De eso, ‘The Witcher’ sabe un rato. En vez de marcar un antes y un después, la serie ha preferido convertir los 8 años de protestas, de malestar, de reivindicación, de avance, en un gigantesco paso atrás.

Tenemos muchas protagonistas femeninas, fuertes y valientes con personalidades de las que sentirnos orgullosamente identificadas, pero siempre con tetas fuera. Muchas tetas.

Si en los episodios hubiera la misma cantidad de hombres desnudos, no diría una sola palabra, pero una vez más, parece que solo la visión de la carne femenina es la que consigue funcionar como gancho para mantener a un espectador (masculino, por supuesto) interesado.

¿Por que si la trama no es lo bastante absorbente no tendría más sentido perfeccionarla hasta que fuera algo de lo que resultara imposible despegar los ojos, por su interés argumental, en vez de llenar los huecos con pechos?

Igual es que es demasiado esfuerzo trabajar en un guión con lo fácil que resulta meter tetas en la pantalla, como quien reenvía felicitaciones navideñas en los grupos de WhatsApp.

Y eso sin olvidar que una de las protagonistas debe pasar por la dolorosa cirugía estética mágica para lograr su sueño: ser guapa. La sirenita moderna no cambia la voz por unas piernas, sino su útero y ovarios por un físico espectacular.

Hasta en ese cliché han caído.

Debe ser que los productores no quieren que las mujeres nos olvidemos de que, además de ser un objeto decorativo de las escenas menos interesantes -desnudos que no aportan nada a la trama-, tenemos que seguir dispuestas a renunciar a lo que sea por la belleza.

Incluso si el precio es la maternidad, nada es tan importante como una mujer bonita.

En resumen, he terminado la serie sintiendo que estaba de nuevo en 1950.

Y, por supuesto, como toda ficción televisiva que se precie, el único sexo que aparece en pantalla es la penetración. Ya no hablamos de otro tipo de prácticas ni de estimulaciones. O gira todo alrededor del pene, o no hay serie.

Quienes están detrás de la adaptación a la pequeña pantalla de ‘The Witcher’ pueden sentirse orgullosos. Lo han conseguido.

Para mí no solo han alcanzado a ‘Juego de Tronos’, sino que repitiendo su patrón machista y cosificador –ese que parece darnos a entender que las mujeres somos un complemento para adornar las escenas-, lo han superado, ya que no han aprendido nada de las críticas que recibió su predecesora en cuanto a los desnudos.

Solo decirle a Netflix que si sabe contar, no cuente conmigo entre la audiencia de la segunda temporada de su flamante apuesta. No pienso seguir viendo, a estas alturas, una serie en la que de nuevo el principal atractivo es que salgan mujeres sin ropa.

Duquesa Doslabios.

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¿Es Netflix el culpable de tu (escasa) vida sexual?

Los estudios lo confirman y mis amigas son la mejor prueba de ello, los jóvenes tenemos menos sexo (si no sabes de qué hablo, puedes leerte antes ¿Ha llegado el apocalipsis sexual?).

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Pero, ¿cómo no vamos a tener menos sexo? Para vivir, al menos en España, y de alquiler en un piso minúsculo, necesitas dos salarios. Tu horario no siempre es el mismo que el de tu pareja.

A eso le sumas que las jornadas rondan entre las 9 y las 12 horas y que el fin de semana es cuando toca limpiar y cocinar (que no está la cosa para comer todos los días fuera).

Con ese ritmo de vida al que hay que sumarle que debemos mantener una imagen digital que acompañe nuestra Personal Branding y que, lógicamente, hay que sacarle tiempo los amigos y a los padres e incluso al ejercicio para no oxidarnos por adelantado de las horas que pasamos frente a la pantalla, lo raro sería disponer de tiempo como para que sea una actividad que realicemos con mucha frecuencia.

Sin embargo, no es lo único que nos diferencia de la generación de nuestros padres, la vara de medir que han tomado como referencia este tipo de estudios haciendo la comparativa con la actividad sexual de nuestros progenitores cuando tenían nuestra edad.

«¡Es que no tenían Netflix!«, soltó un día de sopetón una de mis amigas. Por descabellado que pudiera parecer en un momento su razonamiento, que reducía este problema a la plataforma de streaming, dándole vueltas empecé a pensar que no le faltaba razón.

No es ya solo Netflix, me da igual si es HBO, Prime Video o Sky, la cosa es que hace 30 años, nuestros padres llegaban a casa y no tenían un catálogo disponible las 24 horas con cualquier material sino, además, con material de calidad.

Porque me juego lo que quieras a que en este momento no estás viendo solo una serie, tienes el enganche por lo menos con tres o cuatro. y en cuanto una se termina ya le preguntas todos los que te rodean que te recomienden alguna para ver que esté bien.

Y es que vivimos en la edad de oro de las series, las tramas y presupuestos que les dedican superan incluso a Blockbusters y eso sin pensar que tienes una nueva entrega cada semana.

De hecho, el otro día, mi padre me comentaba que no entendía a qué venía el furor de las series, que a él no le gustaba eso de tener que esperar, que prefería la simplicidad de las películas, que en dos horas te introducían, contaban y resolvían la historia para que tú luego pudieras seguir a otra cosa.

Realmente, a mi entender, se resume a que, como nativos de la era digital, nos toca lidiar con todos los diferentes estímulos que nuestros padres desconocían más allá de la tele o los libros. Una serie de distracciones que ocupan los primeros puestos relegando la intimidad a las posiciones inferiores de la lista.

Es curioso que usábamos hasta el infinito la expresión Netflix & chill, algo que podría traducirse como Netflix y relax, para referirnos a una sesión de series en casa y lo que pudiera surgir en la cama en el transcurso de la ficción, y ha terminado convirtiéndose en su significado literal al tenernos demasiados enganchados a la trama (¡Juego de Tronos: devuélvenos nuestra vida sexual!).

Por mi parte, tengo claro que, la próxima vez que se me estropee la conexión a internet, no voy a tener tanta prisa en que la arreglen.

Duquesa Doslabios.

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¿Por qué nos enamoramos de los maltratadores?

En mi vida seriéfila, las últimas ficciones a las que me he enganchado han sido You y Dirty John. Dos series muy diferentes entre sí, pero con un denominador común: relaciones tóxicas que terminan con la vida de la protagonista femenina en juego en manos de su agresor.

FACEBOOK DIRTY JOHN

No solo llegan en el momento justo, estamos más sensibilizados con este asunto como nunca anteriormente, sino que su éxito también se puede achacar a que sacan a la luz los entresijos de este tipo de relaciones.

Para todas las personas que no han tenido una pareja del estilo (ojalá seáis todas), son varias las preguntas que surgen cuando ves tramas al respecto. Las dos principales: «¿cómo ha podido pasar?» o «¿por qué no se dio cuenta antes?».

Puede parecer difícil de entender cuando, en la serie, ves claramente que esa persona no es trigo limpio, pero en la vida real, y como les sucede a las protagonistas, esa información está escondida. Y esa es la clave de su engaño, que no les conoces así.

(Nadie se enamora de un hombre que en la primera cita te coge el móvil para consultar tus movimientos bancarios, te suelta un «puta», te dice que tus amigos son unos cabrones o te sigue por la calle porque no se fía de que le hayas dado la dirección correcta de tu casa.)

Los abusos, las manipulaciones o las mentiras son cosas que no vienen en el momento en el que os estáis conociendo. Es más, cuando un Joe o un John como los de la serie, llegan a tu vida son personas carismáticas, amables, cercanas, divertidas hasta la irreverencia, detallistas, muy románticas y con una química digna de encender una ciudad.

Con esa carta de presentación camuflan el resto de cosas. ¿Os suena la frase «El amor es ciego«? Así funciona en estos casos.

Obviamente no lo ves, al igual que no sabrías decir si un huevo está caducado sin abrirlo, si por fuera parece en perfecto estado. Lo siguiente de lo que te das cuenta es de que la relación avanza a un ritmo acelerado, como ninguna de las que has tenido anteriormente.

Aunque, ¿cómo no iba a hacerlo? Como te repite por activa y por pasiva, nunca ha sentido por nadie lo que siente por ti. A las pocas citas dice que te quiere, sugiere dar más pasos y llega incluso a declararse. Cuando por fin muestran su cara, estás dentro y enredada.

En ese momento el principal problema suele ser que estás tan cegada que te niegas a creerlo o que socialmente, se han normalizado tanto ciertos comportamientos, que le buscas explicaciones lógicas (quiere saber dónde estoy porque se preocupa de que esté a salvo, etc). No ves que sea poco saludable ni que tu libertad esté empezando a disminuir.

Pero la señal de alarma es inequívoca, como rehabilitada de una relación tóxica te aseguro que, en el momento que justificas los hechos, estás totalmente manipulada.

Además del engaño que hábilmente se ha orquestado sobre ti, entran en juego el resto de cosas que has ido absorbiendo a lo largo de tu vida: los mitos románticos de que tienes que luchar por amor, esa dichosa presión social de estar en una relación perfecta…

Una serie de cosas que lo único que logran es que te sientas culpable de que todo no sea tan maravilloso como Disney te había prometido estos años.

Esos son los motivos por los que caemos, las razones que explotan para crear la trampa, para engañar, para tener una nueva presa. E independientemente de la posición que ocupemos, si estamos dentro, si vemos que lo está padeciendo una amiga, una hija o una hermana, recordar que la única culpa de una relación de este tipo, en la que hay manipulaciones, la tiene la persona que engaña, que miente, que enturbia y que daña, no quien se ha visto envuelta en ella.

Duquesa Doslabios.

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