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El amor que calma

He salido con red flags con patas, personas que llevaban la señal de «No pasar» en la frente.

amor calma

PEXELS

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El que tenía una relación tóxica con sus padres y me ocultaba una adicción a las apuestas deportivas.

El que me decía que sí, que íbamos a vernos, que qué fin de semana cuadrábamos, que tenía muchas ganas, para luego nunca mover ficha y decir que en ningún momento me dio esperanzas.

El que estaba abrumado por la ‘loca’ de su ex, que no le dejaba en paz (quizás no habría pasado si no hubiera roto con ella sin darle explicaciones, pero claro, en ese momento no lo vi así),

El que recelaba de mis amistades, que no entendía que hiciera planes fuera de su círculo o que mi disponibilidad no fuera toda para él.

(Te recomiendo que, si lo último te suena, leas este artículo)

He salido con ellos porque en aquel momento, les veía solo como víctimas de sus circunstancias, justificaba todas y cada una de sus actitudes como si no tuvieran otra manera de comportarse.

Les respaldaba.

Les he entendido, apoyado y he seguido tirando del carro, con la esperanza de que en algún momento, las cosas irían a mejor.

Y no entendía que la coyuntura podría cambiar, pero ellos no.

Ahora he cambiado yo -a falta de hacerlo otros- y mi idea del amor ha evolucionado conmigo.

Ya no me pierdo por emociones artificiosas, dramas eternos irresolubles, idas y venidas, los nervios de la espera, la expectación de no saber si me está ignorando o no lo ha leído…

No busco dopamina.

Busco un amor que me dé paz, en vez de uno que me complique la vida todavía más.

Busco la calma de saber que, quien está, está porque me valora al completo: por quien he sido, soy y quien quiero ser en un futuro.

Y quien quiere estar porque sus acciones, pensamientos y palabras son idénticos y se mueven en la misma dirección, hacia mí.

Busco la seguridad, la normalidad, la rutina, si me apuras.

Una relación donde las emociones vengan de empezar un hobby juntos, de escoger cada uno una fantasía sexual, exponerla al otro y saber que va a cumplirla en algún momento o de la excitación de preparar un viaje sabiendo que crearemos recuerdos por el camino.

Busco la estabilidad de que nos encontramos en el mismo punto. Y la felicidad de que sirva como base para construir un futuro, creciendo juntos en todas las esferas de nuestra vida.

La serenidad de poder mandar cada día un WhatsApp de «Buenos días» sin la preocupación de si le resultará agobiante que sea en quien piense nada más despertar por la mañana.

Porque ahora busco un amor que sea calma.

Mara Mariño

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Monógama por elección en el mundo de las no monogamias

Si algo me ha permitido escribir este blog es conocer desde prácticas que jamás me había planteado a formas de relacionarme más allá de la monogamia.

Es más, es una de las cosas en las que creo que más nos hemos abierto mentalmente, que lo que antes ni nos sonaba (poliamor, relación abierta…), resulta cada vez más familiar.

pareja monogamia

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Ahora, las series o películas cada vez representan más a menudo diferentes tipos de modelos relacionales (como por ejemplo, Emily in Paris).

También en cualquier grupo de amigas, hay al menos una que tiene o ha estado durante un tiempo en una relación abierta o poliamorosa. E incluso he llegado a plantearme ¿es esto para mí?

Sí, que la monogamia sigue siendo el vínculo que predomina en la sociedad -y se da por sentado-, es indiscutible. Pero para mí, resulta el más compatible con mi forma de ser y mi perspectiva de futuro.

Con esto no digo que el resto de modelos o acuerdos me parezcan peores, sino que no van conmigo (mientras que pueden ser la alternativa perfecta para otra persona o pareja).

Como nuestro tiempo y energía son limitados, nos organizamos la vida en función de la escala de importancia que le damos a las cosas.

Para mí, en el top está desarrollarme profesionalmente y cumplir mis metas.

Esa ambición que me acompaña necesita que le dedique la mayor parte de mi energía a mi trabajo, ya sea en este blog, redes sociales o proyectos paralelos que tengo en marcha.

Y, para eso, que el resto de ámbitos de mi vida me proporcionen estabilidad y felicidad, es clave.

Hay personas para las que dedicar energía a charlar con otras personas y crear otros vínculos afectivos o sexuales, además del vínculo principal, es un aliciente, para mí es una distracción.

Priorizo la tranquilidad de tener solo un vínculo y dedicarme a crear un proyecto vital con una única persona, lo cual es más fácil de cara hacer gestión emocional (para lo que también hay que dedicar tiempo y energía).

Claro que las relaciones monógamas requieren mantenimiento y cuidados, pero para mí, afrontar una es más sencillo y práctico, aunque haya a quien le aburra la idea de estar con solo una persona.

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Siendo mi vida profesional donde elijo volcar mi energía y creatividad, la principal prioridad, quiero contar en el ámbito sentimental con una pareja que lo entienda y me apoye.

Alguien, de paso, que lo vea de la misma manera.

Porque ese soporte, llámalo compañero de vida o copiloto sentimental, es lo que me permite centrarme al máximo en lo que hago y se convierte en un soplo de aire que me da la capacidad de volar más alto y más lejos.

Y puede que esperaras una respuesta apasionada o peliculera, pero justo por haberme desprendido de los mitos del amor romántico, puedo mirar las relaciones desde una perspectiva más lógica, con razones contundentes de por qué decido mantenerme en este modelo relacional y no en otro.

A mí no me ha llegado el amor de repente y ha cambiado todo. A mí me ha llegado el amor y yo he decidido que, la mejor forma de ajustarlo a mi vida, es construyendo mano a mano con una persona.

No es un amor de «solo tengo ojos para ti» o «mi vida está vacía si tú no estás», es un amor de «te elijo cada día, de todas las personas que hay por el mundo, quiero compartir mi presente y futuro contigo».

Mara Mariño

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Las probabilidades de casarte no dependen de tu (ajetreada) vida sexual según la ciencia, pero…

Por las redes siguen circulando vídeos de hombres afirmando que nunca tendrían algo serio con una mujer que haya tenido parejas sexuales por encima de lo que ellos consideran aceptable.

Fue algo que me pareció tan absurdo que os hablé en este artículo compartiendo mi punto de vista.

pareja encontrar el amor

PEXELS

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Pero ahora la ciencia me respalda porque un nuevo estudio demuestra que, por muchas experiencias íntimas que hayas tenido, no te van a afectar a la hora de dar con una persona con la que tener una relación estable y duradera o incluso casarte (si es lo que quieres).

Que hagas lo que hagas en la cama -cuándo, dónde, con quién o con cuántos-, no tiene ningún tipo de impacto en lo que pueda pasar más adelante.

Para el estudio siguieron a casi 10.000 personas durante 18 años para ver cómo evolucionaban sus vidas sentimentales.

La conclusión fue que el número de parejas sexuales solo afectaba en las probabilidades de casarse a lo largo del tiempo: se podían retrasar un año respecto a los que tenían menos parejas.

Las cifras de matrimonios eran las mismas en los diferentes segmentos de parejas sexuales.

Así que a la hora de la verdad, o a la hora de comprometerse a largo plazo, tu bodycount no cambia las probabilidades de que des con el amor de tu vida.

Este descubrimiento, aunque pueda parecer lógico, va en contra de la extendida idea de que, si tienes una vida sexual activa, con distintas parejas sexuales, eres incapaz de tener algo serio.

Especialmente las mujeres, que somos las que sufrimos mayor estigma con esto por aquello de perseguir el ideal de la ‘buena mujer’, santa y pura hasta el matrimonio.

Sobre todo con las figuras de estos instagramers machistas, que insisten en dividir a las mujeres en categorías y poner en el cajón de ‘desechar’ a las que consideran que no son material para tener una relación larga por su historial sexual.

El estudio afirma que ya seas virgen o hayas estado con el equipo de fútbol al completo, las probabilidades de terminar casada son las mismas con la única diferencia de que puede ser algo más tarde.

Y, yo, que estoy en esa etapa en la que cada vez más amigas dan el paso, mientras considero que no ha llegado aún mi momento, creo que hay muchas razones detrás de no querer dar el ‘Sí, quiero’.

Desde querer conseguir estabilidad económica hasta probar con diferentes parejas, a ver si la compatibilidad mejora -porque, no nos engañemos, la cosa no está para tirar cohetes-.

Mucho se habla de que la fluidez con la que nos relacionamos, la urgencia y la inmediatez de que saltamos de una pareja a otra, hace que se nos quiten las ganas de comprometernos, como se podía pensar.

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Como que teniendo sexo de manera tan sencilla, para los millennials, no tenía sentido casarse.

Tener varias parejas, ya sean sexuales o emocionales, te ayuda a conocer lo que sí y lo que no y a conocerte a ti también de paso.

Te permite disfrutar de algo tan sano como es el placer sin tener que depender de una relación romántica, sino entender que un compromiso de ese estilo es como el postre de una buena comida.

Puedes ponerle la guinda al pastel, pero también puedes pasar sin él perfectamente porque hay más alternativas (o esperarte a tomarlo a la hora de la merienda).

Así que estamos ante la prueba avalada por la ciencia de que comprometerse no es una cuestión de accesibilidad al sexo. Que aún teniéndolo, queremos dar ese paso.

Eso sí, a nuestro tiempo.

Mara Mariño

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¿Y si la persona tóxica de la relación soy yo?

Con una relación de violencia y dos terapeutas -uno especializado en pareja- a mis espaldas, el tema de los comportamientos tóxicos me lo conozco al milímetro.

Es más, soy toda una experta en analizar si la persona que tengo delante es potencialmente tóxica o no.

Pero, ¿qué pasa conmigo? Porque mucho hablo de los demás, pero ¿soy la más indicada para hacerlo?

pareja relación tóxica

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Este proceso de conocer cómo vivo mis vínculos emocionales ha sido liberador y doloroso a partes iguales por encontrar en mí misma comportamientos que no encajan en lo que son relaciones sanas.

Hablando con Isabel Zanón (psicóloga feminista que me concedió una entrevista muy interesante hace unas semanas) me queda cada vez más claro que el término más popular de internet, se ha diluido al ser usado tan coloquialmente.

Ahora lo más frecuente es llamar ‘tóxico’: si una amiga dice algo que no nos gusta escuchar, se lo soltamos, al igual que si nos contestan de manera más brusca a algo por marcarnos un límite.

Todo es toxicidad y nunca es la nuestra.

«Es importante desterrar el concepto de relaciones tóxicas, o al menos, definirlas muy bien. Creo que es importante delimitar las relaciones tóxicas a esas relaciones que no te sientan bien», explica Isabel.

«No porque la otra persona sea tóxica, sino porque esa dinámica de pareja en cuestión a ti no te hace feliz; por ejemplo, porque no compartís los mismos valores y sin embargo o tú o la otra persona, o ninguna conseguís dejar la relación. Es lo que solemos llamar dependencia emocional», afirma.

Cuando me contaba que le parecía que era una persona tóxica, entiendo a que se refiere Isabel con «el problema es que es una palabra que a menudo lo que consigue es invibilizar las relaciones donde en lugar de primar el buentrato, hay violencia».

«Puede normalizarse porque acabamos usando lo de que ‘tóxico’ o ‘tóxica’ ante comportamientos como los celos o el control», explica.

Tengo un caso reciente de una amiga que dejó de quedar con un chico porque su idea de futuro era que ella dejara de trabajar para que se quedara con los niños.

¿Tóxico? No. ¿Machista? Seguro. La diferencia de compatibilidad hizo que ella saliera de la relación y cada uno siguiera con su vida.

Pero volviendo a cómo saber si soy yo esa persona, si nunca he tocado a mi pareja -porque no es el único maltrato que existe- Isabel da las claves para averiguarlo:

«Podemos preguntarnos lo siguiente: Cuando hay un conflicto de intereses o algo que negociar con mi pareja ¿llegamos a un acuerdo que nos convenga a ambos? ¿Nos sentimos seguros y libres dialogando? ¿Acabo presionando para conseguir lo que quiero? ¿Cedo de vez en cuando? ¿Insisto cuando ya me ha dicho que algo no le parece bien? Lo mismo a nivel económico y gastos: ¿nos convienen los acuerdos económicos a ambos?», comenta.

«Cuando nos peleamos ¿me cuesta mantener el respeto en las palabras que utilizo? ¿Puedo mostrar mi legítimo enfado sin gritar o caer en faltas de respeto como los insultos o los desprecios? ¿Cómo noto a mi pareja: la noto segura y tranquila cuando está conmigo? ¿Se expresa con libertad? O más bien ¿creo que puede tener miedo de que la juzgue o de cualquier otra reacción?»

«¿Alguna vez me ha dicho mi pareja que no está cómoda conmigo? Si es así, ¿en qué tipo de situaciones? ¿La escucho cuando cuenta algo importante? ¿le doy importancia a la conversación cuando me habla de sus sentimientos, aunque me incomode? ¿Sé qué cosas le preocupan y qué cosas le parecen importantes? ¿Le digo cómo tiene que sentirse o acepto cómo se siente sin juzgar? ¿Le doy mi versión de los hechos tirando abajo la suya o asumo que los dos podemos tener dos puntos de vista diferentes?»

«Cuando me equivoco ¿sé reconocerlo o le resto importancia aunque le haya dolido? ¿Puedo hacer esa autocrítica aunque me duela en el orgullo o echo balones fuera (hacia mi pareja o hacia el contexto)? ¿Cómo me siento cuando no sé dónde está o lo que está haciendo? Y más allá de cómo me siento ¿qué hago? ¿Qué me gustaría que hiciera mi pareja si estuviera en mi misma situación?»

«En cuanto a sus amistades y familia ¿me incomoda la relación que mantienen? Y más allá de cómo me siento, ¿qué hago al respecto? ¿Hago algo que directa o indirectamente condicione ese contacto social? ¿Comprendo que una pareja no tiene que cubrir todas las necesidades de apoyo de mi pareja y aun así estoy disponible como apoyo? ¿La tengo en cuenta para tomar decisiones que nos afectan como pareja? ¿Ambos tomamos decisiones y tenemos voz y voto? Si convivimos, ¿cómo están repartidas las tareas y el tiempo de descanso? ¿Hay reciprocidad en los gestos de cuidado y ternura que tenemos el uno con el otro o más bien suele haber alguien que cuida y alguien que se deja querer?».

Si respondiéndolas descubrimos que hay cosas en las que podemos mejorar, es probable que tengamos ciertos hábitos tóxicos. Pero lo esperanzador es que está en nuestra mano cambiarlos.

Mara Mariño

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Síndrome de Wendy: cuando en vez de su novia te sientes su madre

Tengo una amiga que, estando en una relación, estaba pendiente de limpiar y recoger todo lo que iba manchando su pareja, de que nunca faltara en la nevera lo que a él le gustaba.

Hasta empezó a dedicar sus horas libres a arrancar un proyecto laboral de su novio para que este pudiera ‘cumplir sus sueños’.

Esa amiga cayó en el Síndrome de Wendy. Y la amiga soy yo.

pareja discusión

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Veía la película de Peter Pan con la misma cercanía con la que veía mi día a día. Como hermana mayor, estar pendiente del pequeño de la casa siempre ha sido lo más natural del mundo.

Querer protegerle y ayudarle en todo lo que estuviera en mi mano era mi forma de mostrarle mi cariño.

Podía sentirme identificada con Wendy, que vigilaba que sus hermanos pequeños estuvieran siempre a salvo y cómodos y lo hacía extensible a Peter Pan.

Años más tarde, aquello salía a la luz en mi relación de pareja. Yo estaba convirtiéndome en su madre sin darme cuenta.

Nadie me había dicho que tenía que asumirlo, como tal. No me habían sentado en una sala a aleccionarme sobre cómo debía hacer para que no le faltara de nada.

Pero al verle tan ‘dejado’, directamente asumí el rol de cuidadora sin tener una conversación al respecto ni plantearme si era lo que quería hacer.

También me limitaba a repetir lo que llevaba viendo hacer toda la vida: a mi madre en modo multitasking encargándose de todo lo que implicara la gestión de la casa y el cuidado de sus tres hijos, mi hermano, mi padre y yo.

No sé cómo llegué al punto de estallar por hartarme de la situación, cuál fue la gota que colmó el vaso, pero aquello terminó reventando.

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Porque llegó un momento en el que vi que era yo quien estaba asumiendo más carga de trabajo y encima estaba poniendo su autorrealización laboral por encima de la mía.

El Síndrome de Wendy campaba a sus anchas en nuestra relación. Yo sentía que para ser valorada en la relación debía comportarme de esa manera.

Mi espontaneidad a la hora de que no me estresara el desorden o aceptar que tenía que ayudarle, porque parecía que solo no podía sacar su proyecto adelante, dejaba de lado mis propias necesidades.

Para mí, amor era sacrificio de mi tiempo, de mis sueños. Para él, comodidad y ser el protagonista de la historia.

Así pues, aunque esa relación no terminó funcionando, me ha servido para darme cuenta de que ese síndrome no puede venirse conmigo.

Porque una relación es entre dos personas independientes que deciden empezar un camino juntas en igualdad de condiciones.

Y claro que habrá veces en que uno tenga que tirar más, pero el compromiso y la implicación a la hora de hacer las tareas, debe ser 50-50.

Necesitamos ser individuos capaces de poner una lavadora, pero también de perseguir nuestros sueños sin que alguien nos lleve de la mano para hacerlo.

Valorar a la pareja no debe ser recibir el apoyo en forma de todas esas cosas tediosas que no se quieren hacer (pero que son necesarias).

Contar con una figura maternal que te cuida y te permite que disfrutes haciéndose cargo de esas responsabilidades.

Peter Pan necesita crecer y ser autónomo para que Wendy pueda ser feliz volviendo a dedicarse a sí misma.

Mara Mariño

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La disritmia sexual: cuando vuestras ganas no coinciden

Si hay ocasiones en las que es imposible ponerse de acuerdo para escoger el sitio donde ir a cenar, ¿cómo vamos a coincidir con nuestra pareja siempre que tengamos ganas de sexo?

No, eso de que se sincronicen las libidos, y además tengamos un momento libre y -me invento-, la casa disponible sin padres, hijos o compañeros de piso, no es lo habitual.

pareja cama deseo

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Aunque ya hace unos meses os contaba cómo hacer si lo que pasaba era que tenía menos ganas que tú o al revés, no es lo mismo si ambos queréis pero os pilla el deseo en ocasiones distintas.

El deseo depende de un montón de factores: entre ellos está el estrés, el cansancio, los problemas laborales, familiares o de pareja.

Así que cuando aparece, y los calendarios eróticos no se encuentran, es lo que se conoce como disritmia sexual.

Por experiencia propia, puedo decir que la convivencia es la primera que genera desajustes (sí, por raro que parezca).

Si se comparte el mismo espacio, ¿cómo no va a darse una coincidencia en algún momento de todas las horas del día?

Somos animales de costumbre y pasamos de la jornada de 8 horas en la oficina al gimnasio, después el plan con amigas y luego la serie de turno al terminar de cenar.

La otra persona tiene también la misma rutina. Y salir de ella, aunque sea para pasar un buen rato, nos da una pereza tremenda y nos descoloca.

Cuando esto sucede, la comunicación -como en todo- es la clave. Expresar que en ese momento no apetece o que no se está de humor por cualquier cosa.

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Así que, si somos quien no quiere continuar, nuestra responsabilidad hacia la otra persona es decirle qué nos sucede y por qué no queremos seguir.

Por otro lado, si recibimos esa respuesta, lo suyo es que entendamos que se trata de un momento puntual, mostremos apoyo y comprensión (en ningún caso forzando a continuar el encuentro) y lo dejemos para otra.

No es el fin del mundo ni tiene mayor importancia.

Si que haya deseos a destiempo tiende a repetirse, mi consejo es que lo planifiquemos.

Más que nada porque a veces, tener sexo con tu pareja, es como quedar con esa amiga que llevamos siglos sin ver.

Podemos tener muchas ganas de ponernos al día que, si no hacemos un esfuerzo en hacernos hueco y acudir a la cita, seguiremos con el «tenemos que vernos» sin que nunca llegue a pasar.

Y, además de utilizar el calendario como aliado, tampoco está de más que nos planteemos qué buscamos en un encuentro sexual cuando tenemos ganas de disfrutar.

Pensamos que la penetración es lo único que cuenta como sexo, pero podemos hacer otras cosas.

Si solo tenemos 5 minutos, puede ir desde a acariciarse a besarse, pasando por tocarse brevemente o hacer cualquier cosa que no necesariamente termine en penetración. 

De esa manera ganamos en variedad y diversión y le abrimos la puerta a otras prácticas que quizás tenemos más olvidadas o en segundo plano.

Mara Mariño

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¿No funcionáis o es que habláis distintos ‘lenguajes del amor’?

Estoy tan acostumbrada a ser cariñosa con la gente que me rodea, que no me había planteado que era mi lenguaje del amor, es decir, la manera en la que expreso el cariño que siento o que me importa una persona.

Y esto entra en conflicto cuando conoces a alguien que lo manifiesta de diferente forma.

Pareja lenguajes del amor

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Sí, es a estas alturas de mi vida cuando he descubierto los ‘lenguajes del amor’ y que además, ¡hay varios!

No teníamos suficiente con el reto que es comunicarnos en el mundo de las redes sociales donde todo son stickers, y etiquetar en reels a quien nos gusta, que encima igual ni siquiera le hace gracia porque su manera de manifestar el interés es completamente distinta.

Pero, de un tiempo a esta parte, todas las relaciones que conozco que están pasado por una etapa menos buena, tienen la raíz en esto, en su manera de ‘hablar’ el amor y cómo necesitan que lo hable su pareja.

Todo esto viene del libro de un escritor y filósofo llamado Gary Chapman, que agrupó las manifestaciones que solemos tener los humanos cuando se trata de dar rienda suelta a los sentimientos a través de los gestos.

Como decía más arriba, el mío es afecto físico, todo lo que implica besar, coger de la mano, tocar, abrazar…

Pero hay cuatro más: tiempo de calidad, regalos, actos de servicio y palabras.

 

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Ni uno es mejor que otro, ni tienes que quedarte en exclusiva con uno de ellos, es más, seguramente sientas que te identificas con varios y que van por porcentajes.

A lo mejor necesitas que tu pareja te diga «te quiero» más que recibir regalos de su parte. O igual eres más de que te prepare la cena, si vas a llegar tarde a casa, y te preocupa menos que te dé la mano por la calle.

Es algo personal y único.

Pero claro, el conflicto llega cuando tú tienes una manera de expresar tus sentimientos, que además suele ser la misma que te gusta recibir por su parte, y la otra persona un distinta.

Le reprocharás que no te da nunca besos en público y que por eso sientes que no le importas y él (o ella o elle) te dirá que cómo no le vas a importar si esta semana te ha ido a buscar en coche todos los días después del trabajo, para que no tuvieras que esperar al tren.

¿Ves el problema?

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Claro que, cuando antes los identifiques y sepas cuál es el tuyo y el de la otra persona, mejor vais a poder entenderos y abriros en cuanto a las expectativas que tenéis de cómo os gusta que se hagan las cosas.

Así que, como yo ya he pasado por esto de estar con alguien cuyo lenguaje del amor es contrario al mío, te diré que sí, que puede funcionar si hay ganas e implicación por las dos partes.

La solución está en encontrarse a medio camino. Un punto en el que tú le haces el café por la mañana, porque su lenguaje del amor son los actos de servicio, y él te da un abrazo infinito cuando estás necesitada de cariño.

A lo mejor para mí no es gran cosa madrugar ni para la otra persona esa pequeña muestra de afecto físico, pero cambiamos de idioma porque reconocemos la importancia de que lo reciba.

El amor es adaptarse para llegar a ese equilibrio.

Mara Mariño

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¿Es el momento de terminar la relación? Aprende a identificar las señales de tu cuerpo

Cuando pensaba que 2020 iba a ser el año de más rupturas de parejas, llega 2022 y se carga todas las estadísticas.

Tengo sensaciones encontradas, en mi círculo de amigos las bodas van unas detrás de otras, pero entre los famosos y conocidos, no pinta bien la cosa.

terminar relación pareja ruptura

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Sin llegar a meterme en los motivos particulares de cada caso, creo que es muy normal, estando en una relación, que alguna vez pase por tu cabeza el «¿Es esta persona para mí?«.

De la misma manera que te planteas si hiciste bien en optar por tu carrera universitaria o si no deberías haber cambiado de trabajo cuando apareció aquel mail con una oferta de entrevista.

Por experiencia, la respuesta a esa pregunta no es algo de ese momento (a no ser que lo tengas muy claro).

Pero, ante la duda, y poniéndome un poco mística, hay que escuchar al cuerpo.

Cuando ni yo misma sabía que esa persona me estaba afectando negativamente, mi organismo me estaba lanzando señales de alarma de lo que estaba sucediendo.

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En mi caso llevaba unos días rara, acostándome con el pulso acelerado, agobiada. No sabía la razón, pero me costaba dormir y me despertaba sobresaltada. Como si me persiguiera un tren.

La idea de vernos ya no era emocionante, me daba pereza saber que seguramente volvería a haber una discusión o que tendría que disculparme por enésima vez.

Pensar en quedar con él me hacía sentir estresada, mal.

El revoloteo constante en la boca de mi estómago no era amor ni mariposas, a eso se le llama ansiedad.

Y si se le suma que lloraba frecuentemente, no todo el rato, pero bastante más a menudo de lo normal.

En resumen, ya no estaba tan contenta como antes. Los síntomas parecían claros.

El virus era mi relación con una persona que me estaba infectando de malestar.

La prueba definitiva de que aquello no iba bien fue cuando puse fin a la historia. La tristeza estaba ahí, pero ante todo me sentía tranquila por primera vez en mucho tiempo, aliviada.

Era como si me hubieran quitado un peso enorme que me atenazaba el pecho y podía volver a respirar.

Mi consejo, si es tu caso, es que además de seguir el consejo de tu amiga, la que siempre te da los mejores consejos, también le prestes atención a tus sensaciones.

Piensa que expresan todo de lo que no eres consciente. Ellas nunca se equivocan.

Mara Mariño

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¿Existe alguna manera ‘buena’ de discutir en pareja?

Discuto fatal. Y es algo que pueden confirmarte mis parejas, mis amigas, mi familia y varios porteros de discoteca.

Aunque en mi defensa diré que no me pareció justo que no nos dejaran entrar por estar celebrando una despedida de soltera.

Pero, ¿cómo voy a saber gestionar una bronca de forma madura y tranquila si he crecido viendo Pasión de Gavilanes y Aquí no hay quien viva?

pareja discusión

PEXELS

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No son precisamente las mejores referentes de asertividad y buenos tratos

Si a eso le añades que en general soy española y soy de un país en el que gusta eso de alzar la voz, y hacer aún más aspavientos a la hora de expresarnos, das con el combo ganador.

Me considero la Serena Williams de las discusiones, me crezco en el terreno de la polémica, disparo mis argumentos a degüello, como la tenista sus mejores tiros.

‘Intensa’ es la palabra que mejor define su forma de jugar y la mía de discutir.

Pero no es ni la mejor ni la más práctica.

Así que lo he pensado largo y tendido y he llegado a la conclusión de que tengo que parar, o al menos cambiar y dar con un sistema que no requiera tanta energía ni me deje los ánimos por el suelo.

Y esto es algo que puedo aplicar a discutir en pareja, con familia, con amigas (y con porteros de discoteca).

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No puede ser esto de que cada vez que empieza un desencuentro, termine tan mal hasta el punto de necesitar un segundo o tercer round solo para comentar lo que ha pasado en la propia discusión que se ha salido de madre.

Al final me alejo tanto del motivo principal, que discutir conmigo es como una saga cinematográfica. No se resuelve hasta la quinta entrega.

Y sé que discutir es normal, la teoría me es familiar, he ido a terapia de pareja.

«Es la manera de enfrentar dos puntos de vista diferentes y llegar a un lugar en el que se sientan cómodas las partes implicadas porque renuncian a algo, pero ganan algo a cambio». Casi me parece oír a mi último psicólogo, una de las personas más sabias que conozco.

Pero la respuesta emocional, la primera que me sale, la de vomitar cómo me siento en ese momento sin hacer el ejercicio de buscar la razón tras esos sentimientos, nunca funciona.

Me pierde la prisa de dejar salir el temperamento.

En cambio, probar con un enfoque más ‘mecánico’ es algo que me funciona. El ‘dime qué te ha dolido y yo te digo qué me ha dolido a mí’.

Es cuando me dispongo a escuchar a la otra persona sin interrumpirla.

Luego será mi momento de expresarme y me recuerdo que también dispondré de ese tiempo de que mi versión sea escuchada.

Para darle carpetazo y dejar atrás el conflicto (ya bastante mochila emocional llevamos encima como para añadirle discusiones del día a día) me recuerdo que cada persona es diferente.

Puede que yo necesite cerrarlo todo rápido y mirar hacia delante, seguir sin rencor, sin volver sobre el tema.

Pero él (o ella) puede necesitar desahogarse más sobre lo que ha pasado, hablarlo en otro momento o, directamente, escuchar un ‘lo siento’.

El trabajo de asumir qué se ha hecho mal -aunque quizás no se ha hecho a propósito, pero se ha hecho daño a la otra persona igualmente y también necesita una disculpa-, implica dejar el ego a un lado.

Que no, que no cuesta tanto, que bien que lo hacemos cuando nos da el síndrome de impostora en el trabajo y pensamos que no valemos lo suficiente como para estar en ese puesto.

Y, para terminar, pedir disculpas.

Aunque mi momento ‘favorito’ después de resolver el conflicto, es el after care.

Cuando de verdad me propongo ser más empática y afilo mis sentidos para tomar nota de la discusión, sacar mis conclusiones y aprender de lo que fue mal en la anterior para que no se repita.

Sé que llegará tarde o temprano la siguiente, pero podré hacerlo mejor.

Mara Mariño

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