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Desmontando mitos machistas: «Las mujeres son traicioneras, los hombres son nobles»

Mito:
-Conjunto de creencias e imágenes idealizadas que se forman alrededor de un personaje o fenómeno y que le convierten en modelo o prototipo.
-Invención, fantasía

Este domingo quería traeros otro mito machista que deberíamos cuestionarnos (si no has leído el primero, lo tienes aquí). En el colegio empecé a escuchar eso de que las mujeres nos poníamos «verdes unas a otras», algo que entre ellos, según mis compañeros, nunca pasaba.

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«¿Qué hacen tres mujeres en una isla? Dos se juntan y critican a la tercera» dice Diana López Varela al comienzo del capítulo La amistad es cosa de chicas de su libro No es país para coños.

Y sí, dándole parte de razón al chiste, por supuesto que criticamos, criticamos a una amiga, a un amigo, a nuestros padres en ocasiones, a nuestros jefes, a nuestro camarero que tarda la vida entrar la cuenta… Pero de la misma manera en la que critican los hombres.

De hecho, fue uno de los mitos que antes empecé a cuestionarme ya que tenía ejemplos de más de uno que iba soltando cosas a la espalda de sus supuestos amigos. Entonces ¿por qué esta idea?

«Divide y vencerás» dice la famosa teoría de El Arte de la Guerra. Es más sencillo tenernos enfrentadas unas a otras con esa supuesta inquina que dejar que nos llevemos bien (y podamos organizarnos).

De hecho, si echamos un vistazo a las películas Disney que nos educaron de pequeñas, ¿cuántas princesas tenían amigas mujeres? Pocahontas, Tiana y poco más.

¿Y sabéis lo bien que le habría venido a Cenicienta una amiga que le dejara el par extra de bailarinas que llevaba en el carruaje para seguir bailando? ¿y qué tal una que le dijera a Aurora que la rueca esa daba un mal rollo que te cagas y que mejor ir a la barra libre de palacio a por otro mimosa? ¿O incluso una que le hubiera dicho a Ariel que se dejara de brujerías y asomara la cabeza para hablar con Eric, aunque fuera lanzándose cartas dentro de botellas de cristal?

He llegado incluso a escuchar de mis amigos millennial (no os hablo de gente nacida en los 60, sino de bebés de los 90), que entre nosotras no podíamos ser amigas porque siempre estamos luchando por ver quién es la más guapa o por ser la que más liga con chicos.

Por esa regla de tres, las supermodelos de pasarela, modelos de fotografía, azafatas de imagen o, en general, cualquier mujer que cumpla los cánones estéticos, estaría más sola que la una. Y es algo que no me creo (las fiestas de Blake Lively o Taylor Swift estarían desiertas).

Nosotras podemos tener amistad y amistad de verdad. Las envidias, los malos rollos o el simple cotilleo, no son algo exclusivo de un género, es algo que puede caracterizar a miembros de ambos.

El feminismo quiere hacer hincapié en la sororidad (del latín soror, hermana), una practica que, por mucho que mi teclado se empeñe en corregirla cada vez que la escribo porque no la reconoce, empieza a ponerse en práctica. Consiste en aumentar la fraternidad entre mujeres para conseguir la igualdad.

Sororidad es cuando me agredieron sexualmente en el transporte público y las mujeres del autobús se pusieron a gritarle a mi agresor hasta conseguir que se bajara. Sororidad es cuando el 4 de mayo volvimos a echarnos a las calles por una sentencia que nos pareció injusta.

Y si Beyoncé y Lady Gaga hicieron Telephone juntas, ni os cuento la de cosas que podemos conseguir las mujeres unidas.

Duquesa Doslabios.

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Desmontando mitos machistas: «Quien come bien en casa no se va de restaurante»

«Nos gusta ver a una mujer disfrutar e imaginarnos que podríamos ser nosotras»

Desde un tiempo a esta parte he empezado a ver como algo absurdo las etiquetas de «heterosexual», «homosexual», «bisexual»

YOUTUBE: HYSTERICAL LITERATURE

Nos acostumbramos a categorizar las cosas para que la mente esté más cómoda: esto es hombre, esto es mujer, el bote de azúcar, el de sal, las pastillas para el lunes, martes, miércoles…

Sin embargo nuestro cuerpo y mente a veces no conocen esas distinciones. Tendemos a ver la sexualidad como un partido de tenis: si la pelota cae a un lado de la red, punto para tu género. Si cae en el opuesto, punto para el género contrario.

Pero, ¿y si en realidad la sexualidad no fuera un lado u otro? ¿Y si la sexualidad fuera la pelota de tenis, es decir, algo que por mucho que caiga más veces en un lado, puede caer en el otro?

En mi experiencia personal, la cama es la cama y los límites de la piel cuando pasa a esta se vuelven difusos, como si realmente no existiera quién la ocupara, sino el placer que nos provoca el contacto.

A veces, de hecho, no hace falta ni que se dé. Un estudio realizado por una página de películas eróticas reveló que la categoría de vídeos preferida por el 80% de las mujeres que visitan el portal era la de sexo lésbico, algo que sexólogas afirman que sucede porque las mujeres empatizamos al ver a otra mujer excitada.

«Nos gusta ver a una mujer disfrutar e imaginarnos que podríamos ser nosotras, ya que hay una mayor carga erótica«, afirma María Hernando, sexóloga de Platanomelón.com.

Ya sea por empatía o porque socialmente está más aceptado en una sociedad machista que dos mujeres puedan sentirse atraídas, la excitación mental y la excitación física no siempre van por el mismo camino.

A fin de cuentas, la pelota no deja de ser pelota independientemente del lado de la red en el que caiga. El tenis, y la sexualidad, siguen siendo solo un juego.

Duquesa Doslabios.

¿De verdad nos ponen los malotes?

Una vez, solo una vez en la vida me puso de verdad un malote. Y el malote del que os hablo llevaba escrita en la frente la señal de precaución.

YOUTUBE. Fotograma de Grease

Los «malotes» que me gustaban anteriormente eran los que se perdían la hora de religión o el guaperas de turno del barrio, que daba vueltas con su motillo por la plaza.

Hasta ahí el historial de malotes, hasta que llegó el malote de verdad. Pero malote de los buenos, eh? De esos que creéis que nos gustan a los mujeres. De esos de “paso cinco días de ti, te hago sentir como una mierda, te digo que no lleves faldas tan cortas porque es de puta y que qué haces yendo con tu amigo de fiesta porque eres una guarra y en realidad te quieres liar con ellos a mis espaldas”.

Eso era un malote.

Y cuando el malote me levantó la mano (y muchas otras cosas que ahora no vienen a cuento) me di cuenta de que había terminado con los malotes.

Que eso de que te trate como a una basura, de que no te conteste, de que te ordene, de que no tenga en cuenta tu opinión, de que te falte al respeto, de que se ponga celoso por tonterías, no era algo que fuera a querer nunca en mi vida.

Quizás de pequeña te guste el repetidor del colegio, ese que, con un año más que tú, sale respondón al profesor. Y en esa época, que necesitas rebelarte contra todo, te parece más llamativo que el tímido de la clase.

Pero luego ese rebelde crece y se hace dentista. Y tú, que ya eres adulta, te dejas de tonterías, porque lo que quieres en realidad es una buena persona a tu lado, una que te quiera, que te corresponda, que te trate de igual, que te valore…

Y así pasa… Que pierdes el corazón, y ya de paso las bragas, por el buenazo de turno, el de pestañas de personaje de Disney cuando pone ojos de corderillo degollado. El que te perdona doscientas veces y te perdonará a lo largo de su vida unas doscientas más. El que no te haría daño, a no ser que de verdad le pidas el cachete cuando está la luz apagada y la cama encendida. El que te pone el hombro, el rollo de papel higiénico a mano y su camiseta de Levi’s para que se la llores entera cuando tengas un momento de bajón.

Te quedas con el que te coge de la mano cuando veis por quinta vez Frozen, el que te saca a bailar pegados en una boda porque sabe que te encanta aunque se mueva menos que un mueble, el que te responde los mensajes ñoños de amor, el que no se anda con tonterías, el que te dice y, aún mejor, te demuestra, el que siempre está ahí.

Porque si algo queremos las mujeres, además del amor, parafraseando a Isabel Allende, es la seguridad.

Y os puedo asegurar que lo mucho que quieres a un «buenazo» nunca lo conseguirá un «malote».

Duquesa Doslabios.

Pornografía para mujeres: identificadas pero no vejadas

Estamos expuestos a la pornografía, ya sea porque la buscamos a propósito, porque aparezca por despiste o porque se nos crucen esos obscenos anuncios cuando estamos cargando el enlace de la película que le vamos a poner a nuestros hijos (¡o a nuestros padres!).

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Pero es una pornografía que, aunque veamos tanto hombres como mujeres, parece únicamente destinada a complacer a los espectadores masculinos: planos de las mujeres casi exclusivamente (los escasos que hay de hombres solo son para enfocarles el cimbrel), gemidos femeninos ensordecedores (ruidos masculinos casi inexistentes), monólogos femeninos («Oh si, dame, soy una perra» etc, etc), un final nada sorprendente en el que el susodicho desparrama todo el esperma sobre una mujer que parece estar más feliz pringándose la cara en lefa que en un día de rebajas en Ikea.

La comparativa podría extenderse, pero hoy no es el día de analizar la pornografía (que lo haré, podéis estar tranquilos). Hoy es el día de ahablar de cuando descubrí el porno femenino.

Para empezar no me gusta que exista una distinción cuando es algo que consumimos todos. Es como si, por usar más cremas las mujeres que los hombres, se convirtiera en un producto exclusivamente nuestro.

Casi me puedo imaginar a dos amigas en un supermercado:

-¿Has visto a ese chico? Está comprando la mascarilla exfoliante.

-Mmmmm…qué travieso. Seguro que le encanta sentir su piel suave después de la limpieza facial

-Qué suerte debe tener su novia. A mí me encantaría que mi pareja se me acercara con un bote de gel desincrustante y me dijera que vamos a limpiarnos el cutis toda la noche.

Suena raro, pero si cambiamos las tornas y sustituimos las dos amigas por dos amigos y las cremas por la pornografía… ¿a que empieza a cobrar sentido?

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Nomenclaturas aparte y volviendo al porno femenino (que pierdo el hilo), ayer estuve curioseando a Erika Lust, que por lo visto es la única en darse cuenta de que las mujeres no terminamos de sentirnos del todo satisfechas (en todos los sentidos) con la pornografía convencional.

Sus películas (podéis echarles un vistazo a Cabaret Desire y a XConfessions) son realmente películas eróticas. Tenemos una trama (para aquellos que gozáis de meteros en situación) y escenas explícitas de sexo.

El desarrollo de la acción es interesante, ya que podemos sentirnos identificadas (¿quién no ha fantaseado alguna vez con su monitor del gimnasio en plena clase colectiva?) pero no vejadas. Y esa es la clave.

No es una pornografía perfecta, alguien debería decirle a Erika que lo de meter música ratonera a todo volumen mientras los protagonistas están chingando es algo que se quedó en los 90 por algo, pero es un comienzo.

Es un punto de partida para que otros directores vean las posibilidades y se animen en hacer de la pornografía algo para uso y disfrute de todos.

Duquesa Doslabios.

Si las mujeres hablaran de sus vaginas como los hombres hablan de sus penes

Querid@s,

Los molones de BuzzFeed España han colgado un video muy singular. Si las mujeres hablaran de sus vaginas como los hombres hablan de sus penes, esto es lo que pasaría…

Hoy seré breve y no comentare nada. Dejaré que ustedes lo hagan.

Que follen mucho y mejor

 

En los zapatos de un hombre

Querid@s,

Muchas veces me apeo de mis tacones e intento ponerme en los zapatos de un hombre. Imagino cosas. Me pica la curiosidad e imagino como sería follar con una mujer. Solo de mirarla ya me pongo cachondo. ¿Qué se siente haciendo el amor a una mujer? Quisiera sentir la excitación al masturbarla o penetrarla con un pene ensoñado, desnudarla, tocarle el culo, las tetas, lamer sus pezones, romperle las vestiduras y arrancarle las bragas y el sujetador. La vida es sueño y Me convierto en un empotrador generosamente servido por la Madre Naturaleza que me ha bendecido con una verga gorda y hermosa.

Pienso en lo que me gustaría que esa mujer (me) hiciera en la cama, lo que me haría perder el control y encendería en un instante, provocando un estallido de ardor dentro de mi bragueta. Me gustaría amancebarme entre sabanas húmedas con una mujer que todo lo que hiciera lo hiciera por puro placer, por ella, por mí. No quisiera toparme con una de esas mujeres que no disfrutan del sexo, que son como estrellas de mar mientras follan, que ni comen ni dejan comer. Que no se dejan hacer, que le hacen ascos a todo, que nada les hace volar, y que no saben volar, ni en la cama ni en la vida.

Quisiera verme las caras con una hembra tan segura de sí misma que ni las carnes trémulas, ni la celulitis la desprendieran de un ápice de su grandeza. Querría hacerle el amor a una mujer que me retara. Con su mente, con su mirada, con su cuerpo. Una mujer que se dejara meter mano en un sito público, que no le hiciera ascos a exhibicionismos discretas; no hablo de follar en la plaza del pueblo un domingo de Pascuas. Una mujer que se ría en la cama, que llore también, pero que goce, sobre todo que goce como una perra y se lo pase de lo lindo.

Una mujer que no apagara las luces, que me regalara sexo inesperado, sin pedirme permiso, que me rogara que se lo comiera, que me suplicara, entre jadeos, que me la quiere chupar. Y que todo esto lo haga por su propio regodeo, no por el mío. Darme cuenta de que no me la está chupando para complacerme. No way José. Me la está chupando porque ella quiere, porque tiene ganas. Convendrán conmigo caballeros que la mejor manera de que a uno se le coman es que el felador o la felatriz embarcad@ en tan dichosa proeza se regocije comiéndosela, no por complacerle a usted, sino por su propio placer egoista. En definitiva, una mujer que se encuentre en el culmen de la conquista de su propia personalidad.

Eso sería como estar en el paraíso. Menuda mujer. Por una mujer así, yo me cambiaba de acera. Pero ya.

Que follen mucho y mejor.

¿Qué queremos las mujeres de los hombres?

Querid@s,

No saben lo que me he podido reír al volver a escuchar este vídeo. Echenle un vistazo, no tiene desperdicio.

¿Qué queremos las mujeres? De los hombres, claro está. La verdad es que se trata de una pregunta muy sencilla. No sé lo que querrén todas y cada una de ustedes- cada una somos de una manera-, pero yo desde luego, sí sé lo que quiero. Lo quiero todo. Personalmente creo en los amores verdaderos, en el amor para toda (casi toda) la vida. Que no es lo mismo que la media naranja, ese cuento chino que yo no me trago ni harta de vino. Pero el amor del bueno es igualmente harto difícil de encontrar. No caeré en el tópicos de que soy demasiado exigente, porque no lo soy. A veces me he conformado con poco. A veces, no siempre. Me he conformado con polvos agridulces, con cafres y farsantes, con tipos malos que básicamente son solo eso, malos. Allá voy con mi lista de ingredientes de mi socio de vida. Aunque en ocasiones pienso que no sé lo quiero con exactitud, pero sí lo que no quiero.

No quiero muermos, estirados, soberbios, egoístas, egocéntricos, cobardes, melancólicos, ruines, vagos, borrachos y sin vida. Que además de mariposas en el estómago, pasión, calor, ternura, ardor, cariño, respeto y un largo etcétera, me despierte una profunda admiración. Yo quiero un hombre que me ponga con los tacones mirando pal techo (creo que ya les he comentado esta pecualiridad  en alguna ocasión), que me dé candela, que me tenga loquita, que me dé lo mío y lo de prima, y que de vez en cuando que me ponga mirando pa Cuenca.

Con la mente sana, muy sana.Que le fascine el mar, el sol y la música tanto como a mí. Que no busque joyas, palacios ni coches. Que se ría mucho, y que me haga reír a mí.

“El sentido del humor es lo único que nos separa de las cucarachas, las rémoras y algunos escritores argentinos”.

Que sepa que en la vida hay pocas cosas que realmente tienen importancia.

Con la mente en cualquier otra parte y los pies en la tierra.

Que tenga una buena conversación.

Que sepa cocinar, más que nada, porque mis habilidades entre los fogones dejan mucho que desear. Si además de cocinar, le gusta hacer la compra, limpiar la casa, poner lavadoras, planchar y sacar la basura además de ser el manitas de la casa, mejor que mejor. Puestos a pedir.

Humano, humilde y solidario. Que luzca o vista un toque canalla, pero sin serlo. Sano, pero que tengo algún vicio (pecata minuta). Que le guste bailar. Que no encienda la luz, que no diga nada, que no se mueva si no lo siente.

Que tenga un tatuaje. No lo puedo evitar. Me ponen muy berracas los hombres con tatuajes, pero sin pasarse. Pronuncio un No rotundo a los cuerpos invadidos por una masa de tinta multicolor.

Generoso y apasionado en todo lo que haga. Con mucha mucha vida y ganas de vivirla.

Aventurero, viajero, soñador. No quiero un hombre que me regale la luna, sino que comparta el mundo conmigo.  Quiero un hombre con el que coger una mochila y descubrir todos los rincones de la tierra.

Quiero un hombre, ante todo, que me quiera. No por encima de todo, (el debe quererse más, al contario el amor no funciona), pero sí como yo me merezco. Un hombre que quiera cuidarme, a mí y a nuestra prole. Me da igual el color de su piel, su bandera, la religión que profese y los Dioses que adore o no adore. Bondadoso y leal.

La fidelidad es otra cosa. Podríamos definirla entre los dos, cuando nadie nos vea, porque a nadie le importa.

Vivir intensamente, juntos y revueltos.

Que le gusten los niños y los mayores. Para ser buen padre y para ser un buen hijo. Todos nos hacemos mayores, desgraciadamente, es ley de vida. No quiero a mi lado un hombre que no quiera responsabilizarse de sus padres y de nuestros hijos. Hechos, no palabras. Todos sabemos que las palabras se las lleva el viento, que mucho prometer, pero después de metido nada de lo prometido. Y aunque no tenga mucho que ver, que por la boca muere el pez. No quiero un hombre que me regale flores y los oídos con falsas promesas . Que me lo demuestre.

Sensible y sobre todo bueno. Bueno por encima de todo. Un hombre con el que, si llegamos juntos y tenemos la fortaleza, dedicar nuestra vida a la de los demás. Un hombre extraordinario que me coja de la mano y me acompañe para toda la vida.

Trabajador, en algo tengo que hacerle caso a mi madre. 

Que quiera cenar cada día a una hora distinta y no caer nunca en la rutina.

Que sepa lo que es el AMOR. Para mí el amor, entre otras cosas, es lo que queda después de la vejez, de la enfermedad y de la muerte. Quiero a un hombre que me ame hasta el final, sobre todo cuando no luzca este cuerpo serrano, la celulitis haya invadido mis piernas y las arrugas ya no pueda disimularlas con cremas milagrosas. Un hombre que no se vaya de putas o me cambie por la primera jovencita que se le cruce por el camino.

Y después…Seguir bailando y creyendo. No sé si estoy pidiendo mucho. Me da que este hombre no existen.

¿O conocen a alguno? Les ruego que me lo presenten.

¿Qué buscan ustedes?

Que follen mucho y mejor.

¿Malinterpretamos las señales de cortejo del sexo opuesto?

“Si eres amable te acusan de calientapollas, pero si cortas la conversación te llaman borde y amargada”, se quejaba el otro día una conocida. Hablábamos de hombres, mujeres y de las distintas formas de relacionarse entre sí. A mí, personalmente, me pareció una exageración. Es cierto que en el mundo hay mucho capullo suelto, pero no comparto la afirmación, al menos no de forma general. Lo que sí creo es que, a menudo, unos y otros confunden las señales que perciben o reciben de sus interlocutores del sexo opuesto.

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Gestos, poses, actitudes, sonrisa, contacto visual, tono de voz… El lenguaje corporal que adoptan las personas cuando interactúan con alguien por quien sienten atracción o interés sexual es muy revelador; pero ocurre que, a menudo, se ven señales de cortejo donde no las hay o, por el contrario, no las pillas aunque tengas a un equipo entero de controladores aéreos dándote en las narices con luces rojas, bengalas luminosas y haciendo sonar una docena de bocinas.

Siempre he pensado que el darte o no por enterado tenía que ver con el carácter, con lo espabilado/a que fueras, el bagaje vital… pero ahora leo que, según un reciente estudio del Departamento de Psicología de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología (Noruega) y que recoge la revista Evolutionary Psychology, se tiende a una cosa o a otra dependiendo de si eres hombre o mujer.

La investigación, para la que se contó con 308 participantes heterosexuales (el 59% de ellos mujeres) con edades comprendidas entre los 18 y los 30 años, concluyó que tanto hombres como mujeres malinterpretan las “señales” del sexo contrario, aunque, a la hora de confundir estas “pistas”, son ellos los que se llevan la palma. Ojo, que no lo digo yo, que lo dicen los tipos estos de Noruega, aunque lo cierto es que los resultados de su estudio coinciden 100% con los de otro realizado en 2003 en Estados Unidos.

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Al parecer, ellos tienden a confundir la amistad y las sonrisas con el interés sexual, y ellas, por su parte, suelen pensar que las distintas muestras de cortejo que ellos les lanzan son simplemente amabilidad. “El hecho de que ambos estudios coincidan plenamente debilita alegaciones alternativas sobre que los roles sociales de hombres y mujeres en diferentes culturas determinan su psicología en estas situaciones”, aclara Mons Bendixen, coautor de la investigación.

Precisamente, uno de los temas en los que los psicólogos evolucionistas están especialmente interesados es la psicología sexual de género entre las culturas y los grupos sociales. “La aptitud reproductiva de un hombre, es decir, la cantidad de descendencia que produzca, depende de la cantidad de mujeres a las que él es capaz de dejar embarazadas. Pero esa actitud no funciona para las mujeres”, explica Bendixen, para quien la posibilidad de un embarazo con el consiguiente parto y crianza ha hecho que la psicología femenina, a través de miles de generaciones, haya evolucionado a poner el listón más alto; lo que significa que ellas necesitan señales mucho más claras que los hombres antes de considerar mantener relaciones sexuales.

¿Qué opináis? ¿Alguna vez habéis confundido los sentimientos de otra persona? ¿Habéis dejado pasar algún tren por no ver lo que teníais delante de las narices? El que esté libre de pecado que tire la primera piedra

Sexo, mujeres y literatura erótica

Hace unos días alguien me preguntó que por qué creía yo que en España costaba tanto hablar abiertamente de sexo, sobre todo si se trataba de mujeres. No me hizo falta pensar mucho para responderle que, desde mi experiencia, no podía compartir en absoluto dicha afirmación. Al contrario, son ellas a quienes he encontrado casi siempre dispuestas a abordar temas sexuales y contar sus secretos más íntimos, ya tuvieran 20, 30, 40 o 60 años.

Obviamente el lenguaje no era el mismo de unas a otras y varía mucho en función de la edad, pero el mundo se ha movido y las mujeres se han sacudido de encima muchos años de oscuridad y prejuicios. La mayoría no sienten vergüenza a la hora de compartir sus fantasías y experiencias con compañeras y amigas. Así lo demuestra un estudio sobre hábitos de salud sexual realizado recientemente en España. El informe, para el que se entrevistó a 3.000 personas, concluía que el 66% de las mujeres hablaba de su sexualidad de forma clara y sincera. Los hombres, por el contrario, a diferencia de lo que se piensa, hablan poco de sus relaciones sexuales. Según el estudio, solo el 15% admitió hablar abiertamente de sexo con sus compañeros y amigos. Aunque aquí sería importante no confundir hablar de mujeres con hablar de la vida sexual de uno, con detalles sobre deseos, miedos y quejas incluidos. De esto último, parece ser, es de lo que a ellos les cuesta hablar.

PORTADA DEL LIBRO DIARIO DE UNA NINFÓMANA

PORTADA DEL LIBRO DIARIO DE UNA NINFÓMANA

Prueba de esta salida del armario de la sexualidad femenina es el boom de la literatura erótica escrita por y para mujeres que estamos viendo en los últimos años. Aunque existir, lo que se dice existir, el erotismo escrito siempre ha existido, al menos desde la antigua Grecia. Además de varios textos anteriores, hacia el siglo II a. C. se atribuye a Luciano la escritura del libro pornográfico más antiguo, Los diálogos de las cortesana. La Antigua Roma también es rica en este género literario, cultivado entre el siglo II a. C y principios del siglo I, y en la antigua China circularon diversos manuales didácticos sobre la práctica sexual. Luego llegó el Kamasutra, en el siglo IV, y Las mil y una noches, en el IX, por poner otros ejemplos. La Edad Media, en cambio, fue una época difícil para el erotismo y la sexualidad en general, pero luego vinieron el Renacimiento y la liberación que supusieron los siglos XVI y XVII, Decameron incluido. De la mano de la Ilustración y la revolución francesa llegó el Marqués de Sade, pero en el XIX el puritanismo inglés hizo surgir una nueva corriente, el Romanticismo, que idealizaba el dolor y el sufrimiento psíquico como ingredientes inherentes al amor pasional. Madame Bovary y Cumbres Borrascosas lo representan a la perfección.

El siglo XX, por su parte, arrojó auténticas joyas de la literatura erótica, desde el polémico El amante de Lady Chatterley hasta Las edades de Lulú, pasando por Emmanuelle, Historia de O o Lolita, por citar algunos. En 2003 la francesa Valérie Tasso revolucionó el panorama editorial con su libro Diario de una ninfómana, donde relataba sus vivencias de carácter sexual en el mundo de la alta dirección de empresas, su relación con un maltratador y su experiencia como acompañante de alto standing. La obra vino cuestionar de forma radical los arquetipos sexuales y los criterios morales impuestos. Pero el auténtico boom de la literatura erótica para mujeres llegó con la trilogía Cincuenta sombras de Grey, de E. L. James, cuyo primer libro se publicó en 2011 y se convirtió en un auténtico fenómeno de superventas. Desde entonces, este tipo de libros no se han parado de publicar: La canción de Nora, de la directora de cine porno Erika Lust, La Sumisa, de Tara Sue, Diario de una sumisa, de Sophie Morgan, La máscara de Venus, de Venus O’Hara… Y así hasta formar una lista interminable. Parece, además, que el fenómeno ha venido para quedarse. ¿Qué pensarían Corín Tellado y Victoria Holt?

A más nivel económico, ¿más satisfacción sexual?

Sí, lo sé, estoy un poco técnica últimamente con tanta investigación y tanto estudio, pero es que han salido uno detrás de otro de repente y no puedo dejar de comentarlos. Algunos por chorras, otros porque me parecen esclarecedores.

El último, por ejemplo, es un análisis realizado por un equipo de la Agencia de Salud Pública de Barcelona que ha publicado Annals of Epidemiology. ¿En qué consiste? Pues han cogido los resultados de la Encuesta Nacional de Salud Sexual de España y han analizado la influencia sobre ellos de diversos factores socioeconómicos. La conclusión ha sido que estos afectan enormemente a la satisfacción sexual, sobre todo, por lo visto, a las mujeres. Ojo que no lo digo yo, lo dicen estos chicos tan listos.

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La investigación concluye que las personas, especialmente las féminas, cuanto más alto es su nivel socioeconómico, mejores relaciones sexuales dicen tener y más satisfechas se muestran. Y viceversa. Gracias a la encuesta, para la que se realizaron 9.850 entrevistas, se han detectado desigualdades socioeconómicas y de género en prácticamente todas las dimensiones estudiadas.

Habrá quien haga una interpretación sesgada y machista de estos resultados, alegando que esto es la prueba de que las mujeres son unas materialistas que solo buscan seguridad y dinero, y habrá quien vaya un poco más lejos y piense que solo pone de manifiesto las distintas sexualidades de unos y otros. Quizás a ellas les cueste más abstraerse de su entorno, de los problemas del día a día, quizás les cueste concentrarse en la faena si no pueden dejar de pensar en cómo pagar las facturas y llegar a fin de mes. Una situación socioeconómica jodida puede causar mucha angustia. Solo hay que echar un vistazo a cómo está el patio.

El estudio, por otro lado, afirma que los españoles están más satisfechos con las relaciones sexuales mantenidas con parejas estables… pero eso, mejor lo hablamos en otro post. No más estudios para la semana que viene, lo prometo.

Buen fin de semana a todos.