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¿Hablan los hombres de sentimientos entre ellos?

Este fin de semana lo he pasado en una casa rural con amigos, un grupo en el que estamos entre los 23 y los 30 años.

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Aunque la mayor parte del tiempo lo hemos pasado todos juntos, también hemos tenido los clásicos momentos en los que hablábamos las chicas por un lado y los chicos por otro.

Mientras que nuestras conversaciones iban desde el trabajo, a los estudios, pasando por la menstruación, nuestras familias, nuestras parejas o las emociones encontradas que nos producían peinarnos juntas en el baño, como cuando teníamos 13 años, las de ellos giraban en torno a los coches o el gimnasio.

En más de una ocasión le he preguntado a mi pareja sobre qué hablaban los chicos cuando quedaban y solía repetirme aquellos dos temas o, si eso, añadiendo como tercera conversación la fiesta, si la ocasión para la que se habían juntado era salir juntos.

Entonces, ¿no hablan entre ellos de cómo se sienten? ¿No se desahogan cuando han discutido con la novia? ¿Cuando el perro está malo? ¿Cuando a su padre le da un coma diabético? ¿Cuando no aprueban unas oposiciones?

La mayoría de los que conozco que rondan esas edades o no lo hablan o, si acaso, lo hablan con su pareja o familiares, pero nada de sacar el tema entre ellos.

Aquello me hizo echar la vista atrás y recordar desde cuándo llevo compartiendo mi mundo interior con las amigas.

En el patio del colegio es habitual encontrarnos en grupitos hablando mientras que ellos, centrados en el deporte, ocupan el patio principal haciendo uso de los campos de fútbol y la cancha de baloncesto. No todos, por supuesto, pero sí una gran mayoría.

Ya desde pequeños existe una gran diferenciación que, nos demos o no cuenta, nos acompaña el resto de nuestra vida, por lo que el hecho de que lleguen a los 30 años y no sean capaces de hablar entre ellos, de escucharse, puede deberse, en parte, a que ya desde pequeños, no está bien visto que hablen de sus emociones.

Está aceptado que corran, que hagan deporte juntos, que sean un equipo, pero ¿qué clase de equipo hay si no conoces a los miembros que lo forman?

No me imagino mi vida sin poder compartir mis miedos, mis inseguridades, mis frustraciones o mis enfados con mis amigas, que son como una zona segura, una mezcla entre psicólogas y curanderas que reducen todos los problemas por arte de magia y te hacen sentir de nuevo, tranquila y lista para enfrentarte al mundo.

Son ellas las que consiguen hacernos ver lo que nos sucede desde otro punto de vista, ayudarnos reflexionar sobre cómo gestionamos una situación y por tanto, plantearnos cómo podemos mejorar.

Y si bien uno de los puntos en el que coincidíamos todas era que, en ocasiones, nos falta mayor empatía por parte de nuestras parejas, ¿no sería esta una manera de desarrollarla?

Ojalá ellos descubrieran que abrirse es de gran utilidad, además del placer que produce poder compartirte con otras personas a las que quieres.

Podemos pensar que somos muy progresistas, que ya no tenemos prejuicios, pero todavía está presente el miedo de ser «menos macho» delante de los colegas o de que te llamen «mariconazo» por hablar del corazón. Algo que sigue, por desgracia, alimentando los estereotipos de género, pese a que las únicas consecuencias que tiene compartir los sentimientos con las personas de confianza, son positivas.

Duquesa Doslabios.

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Por qué no creo en el «efecto goma elástica» masculino

Hace unos años, cuando era una tierna adolescente que no sabía nada de la vida ni del género masculino (ahora tampoco, pero disimulo estupendamente) leí un libro que prometía darme las respuestas que, por mi corta experiencia, desconocía: Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus.

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No recuerdo casi nada del libro pero sí que comentaba algo relativo al «efecto goma de pelo» en lo que a afectividad masculina se refería. Años más tarde, una amiga me comentó la historia de un ligue que volvió después de un tiempo sin dar señales y se me vino a la cabeza la teoría del libro.

Para explicarle la teoría correctamente le copié el texto que encontré en varias páginas web:  «Una banda elástica constituye una metáfora perfecta para comprender el ciclo de la intimidad masculina. Dicho ciclo constituye el acercamiento, el alejamiento y luego un nuevo acercamiento«.

La cosa es que después de contárselo, y de reflexionar al respecto, me pareció una tontería monumental. Solo podía pensar en que lo único que estaba haciendo el amigo John Gray, el autor del libro, era cubrirse las espaldas, las suyas y las de sus compañeros varones, para que las mujeres les demos libertad plena de desaparecer cuando les plazca y no pedirles ninguna explicación ni agobiarles al respecto por el efecto «goma elástica».

Luego me puse a pensar en mi experiencia cuando he estado con hombres que realmente tenían interés por mí (incluyendo a mi querido marido, el buen duque) y nunca he vivido ese fenómeno tan paranormal para mí y tan cotidiano según Gray.

Cuando empezaba a nacer el cariño, la relación se intensificaba por parte de ambos. Nadie hacía bomba de humo, y ni se me pasa por la cabeza que si se desaparece, luego no se dé algún tipo de razón lógica por haberlo hecho. La sinceridad no es solo la base, sino el raíl del camino.

Pero en cambio lo he vivido en numerosas ocasiones con ligues que, de repente y sin venir a cuento, te escriben. Sin embargo no lo llamo «efecto goma de pelo», lo llamo «Antes no me interesabas pero ahora que vuelvo a estar libre estoy tirando de agenda, me he encontrado con tu número y voy a volver a probar contigo por lo que pueda pasar».

Claro, como teoría no queda tan bonita ni tan poética como la del libro, pero, como mujer (de la tierra, no de Venus) os aseguro que es una explicación mucho más realista.

Duquesa Doslabios.

El tamaño del pene, ¿importa o no?

Autor invitado: Guillermo Reyes

Esta pregunta ha martillado la cabeza de los hombres desde siempre. La respuesta más popular es que si no tienes un pene grande no podrás satisfacer a una mujer. Pero, ¿qué tan cierto es eso? Vamos a saber la respuesta de la mano de una prostituta profesional.

Blithe Velour es (como ella misma se califica) una prostituta profesional además de sadomasoquista. En su profesión afirma haber tenido sexo con tantos hombres que ha visto todas las formas de pene habidas y por haber. Después de haber probado desde penes pequeños hasta enormes, curvos, flacos y cabezones ella llega a una conclusión: mientras que un pene logre mantener una erección, el tamaño y la forma no importan. Asegura que no hay un tamaño ideal y que la razón por la que los hombres están obsesionados por tener un pene grande tiene como trasfondo la pornografía en la que los actores porno lucen miembros bastante más grandes que el promedio. Pero se trata de eso, una industria que se vende por su imagen.

La microfalosomía o micro pene ya es un punto aparte, esta patología se refiere a los penes que miden menos de 7 centímetros erectos. Para estos casos se recomienda la asistencia profesional. Aunque existen hombres que aseguran que con ejercicios Jelqing como los de “Maestro del Pene han conseguido aumentar la extensión del miembro. En otros casos se ha precisado una intervención quirúrgica o faloplastia.

Siguiendo con la entrevista a Blithe Velour , otra cosa que dejó clara es que por más grande que sea un pene no garantiza que la mujer vaya a tener un orgasmo. Colocó en una balanza un pene grande en un lado y en el otro un amante audaz, que no depende ni confía únicamente en su miembro para producir placer en su pareja. La balanza se inclina del lado del amante audaz, pues según explica, durante el sexo, el hombre debe saber leer el cuerpo de una mujer e interpretar sus señales para saber qué le gusta y a dónde dar más placer.

Si un hombre depende sólo de su pene fracasará como amante, pues con frecuencia la mujer necesita más que la penetración para llegar al orgasmo. Blithe recomienda usar todo lo que encienda la llama y aporte placer; las manos, la lengua y los juguetes sexuales encabezan la lista de los mejores complementos para garantizar un clímax femenino. Para finalizar, Blithe Velour reveló qué tan cierto es que las mujeres hablan entre ellas del tamaño del pene en sus encuentros sexuales. Aunque a los hombres nos gusta llenarnos la boca sobre qué tan grande la podemos tener, las mujeres evalúan la experiencia sexual en conjunto. Lo que más valoran es el rendimiento de un hombre, cuánto tiempo dura en la cama, y con muy poca frecuencia sobre el tamaño de su pene.

En su entrevista afirmó que las mujeres no se preocupan tanto por cuánto le mide el pene a un hombre, que no hay un tamaño ideal para provocar un orgasmo femenino y que lo que más aprecian es que un hombre sepa interpretar las señales de placer de su cuerpo. Así que hombres, tomad nota y no nos preocupemos tanto por el tamaño sino por saber usar todas las “herramientas” para hacer explotar de placer a una mujer.

Y como dice Pepita, que follen mucho y mejor.

Más posts de Guillermo Reyes en www.maestrodelpene69.com

Si las mujeres hablaran de sus vaginas como los hombres hablan de sus penes

Querid@s,

Los molones de BuzzFeed España han colgado un video muy singular. Si las mujeres hablaran de sus vaginas como los hombres hablan de sus penes, esto es lo que pasaría…

Hoy seré breve y no comentare nada. Dejaré que ustedes lo hagan.

Que follen mucho y mejor

 

En los zapatos de un hombre

Querid@s,

Muchas veces me apeo de mis tacones e intento ponerme en los zapatos de un hombre. Imagino cosas. Me pica la curiosidad e imagino como sería follar con una mujer. Solo de mirarla ya me pongo cachondo. ¿Qué se siente haciendo el amor a una mujer? Quisiera sentir la excitación al masturbarla o penetrarla con un pene ensoñado, desnudarla, tocarle el culo, las tetas, lamer sus pezones, romperle las vestiduras y arrancarle las bragas y el sujetador. La vida es sueño y Me convierto en un empotrador generosamente servido por la Madre Naturaleza que me ha bendecido con una verga gorda y hermosa.

Pienso en lo que me gustaría que esa mujer (me) hiciera en la cama, lo que me haría perder el control y encendería en un instante, provocando un estallido de ardor dentro de mi bragueta. Me gustaría amancebarme entre sabanas húmedas con una mujer que todo lo que hiciera lo hiciera por puro placer, por ella, por mí. No quisiera toparme con una de esas mujeres que no disfrutan del sexo, que son como estrellas de mar mientras follan, que ni comen ni dejan comer. Que no se dejan hacer, que le hacen ascos a todo, que nada les hace volar, y que no saben volar, ni en la cama ni en la vida.

Quisiera verme las caras con una hembra tan segura de sí misma que ni las carnes trémulas, ni la celulitis la desprendieran de un ápice de su grandeza. Querría hacerle el amor a una mujer que me retara. Con su mente, con su mirada, con su cuerpo. Una mujer que se dejara meter mano en un sito público, que no le hiciera ascos a exhibicionismos discretas; no hablo de follar en la plaza del pueblo un domingo de Pascuas. Una mujer que se ría en la cama, que llore también, pero que goce, sobre todo que goce como una perra y se lo pase de lo lindo.

Una mujer que no apagara las luces, que me regalara sexo inesperado, sin pedirme permiso, que me rogara que se lo comiera, que me suplicara, entre jadeos, que me la quiere chupar. Y que todo esto lo haga por su propio regodeo, no por el mío. Darme cuenta de que no me la está chupando para complacerme. No way José. Me la está chupando porque ella quiere, porque tiene ganas. Convendrán conmigo caballeros que la mejor manera de que a uno se le coman es que el felador o la felatriz embarcad@ en tan dichosa proeza se regocije comiéndosela, no por complacerle a usted, sino por su propio placer egoista. En definitiva, una mujer que se encuentre en el culmen de la conquista de su propia personalidad.

Eso sería como estar en el paraíso. Menuda mujer. Por una mujer así, yo me cambiaba de acera. Pero ya.

Que follen mucho y mejor.

¿Qué queremos las mujeres de los hombres?

Querid@s,

No saben lo que me he podido reír al volver a escuchar este vídeo. Echenle un vistazo, no tiene desperdicio.

¿Qué queremos las mujeres? De los hombres, claro está. La verdad es que se trata de una pregunta muy sencilla. No sé lo que querrén todas y cada una de ustedes- cada una somos de una manera-, pero yo desde luego, sí sé lo que quiero. Lo quiero todo. Personalmente creo en los amores verdaderos, en el amor para toda (casi toda) la vida. Que no es lo mismo que la media naranja, ese cuento chino que yo no me trago ni harta de vino. Pero el amor del bueno es igualmente harto difícil de encontrar. No caeré en el tópicos de que soy demasiado exigente, porque no lo soy. A veces me he conformado con poco. A veces, no siempre. Me he conformado con polvos agridulces, con cafres y farsantes, con tipos malos que básicamente son solo eso, malos. Allá voy con mi lista de ingredientes de mi socio de vida. Aunque en ocasiones pienso que no sé lo quiero con exactitud, pero sí lo que no quiero.

No quiero muermos, estirados, soberbios, egoístas, egocéntricos, cobardes, melancólicos, ruines, vagos, borrachos y sin vida. Que además de mariposas en el estómago, pasión, calor, ternura, ardor, cariño, respeto y un largo etcétera, me despierte una profunda admiración. Yo quiero un hombre que me ponga con los tacones mirando pal techo (creo que ya les he comentado esta pecualiridad  en alguna ocasión), que me dé candela, que me tenga loquita, que me dé lo mío y lo de prima, y que de vez en cuando que me ponga mirando pa Cuenca.

Con la mente sana, muy sana.Que le fascine el mar, el sol y la música tanto como a mí. Que no busque joyas, palacios ni coches. Que se ría mucho, y que me haga reír a mí.

“El sentido del humor es lo único que nos separa de las cucarachas, las rémoras y algunos escritores argentinos”.

Que sepa que en la vida hay pocas cosas que realmente tienen importancia.

Con la mente en cualquier otra parte y los pies en la tierra.

Que tenga una buena conversación.

Que sepa cocinar, más que nada, porque mis habilidades entre los fogones dejan mucho que desear. Si además de cocinar, le gusta hacer la compra, limpiar la casa, poner lavadoras, planchar y sacar la basura además de ser el manitas de la casa, mejor que mejor. Puestos a pedir.

Humano, humilde y solidario. Que luzca o vista un toque canalla, pero sin serlo. Sano, pero que tengo algún vicio (pecata minuta). Que le guste bailar. Que no encienda la luz, que no diga nada, que no se mueva si no lo siente.

Que tenga un tatuaje. No lo puedo evitar. Me ponen muy berracas los hombres con tatuajes, pero sin pasarse. Pronuncio un No rotundo a los cuerpos invadidos por una masa de tinta multicolor.

Generoso y apasionado en todo lo que haga. Con mucha mucha vida y ganas de vivirla.

Aventurero, viajero, soñador. No quiero un hombre que me regale la luna, sino que comparta el mundo conmigo.  Quiero un hombre con el que coger una mochila y descubrir todos los rincones de la tierra.

Quiero un hombre, ante todo, que me quiera. No por encima de todo, (el debe quererse más, al contario el amor no funciona), pero sí como yo me merezco. Un hombre que quiera cuidarme, a mí y a nuestra prole. Me da igual el color de su piel, su bandera, la religión que profese y los Dioses que adore o no adore. Bondadoso y leal.

La fidelidad es otra cosa. Podríamos definirla entre los dos, cuando nadie nos vea, porque a nadie le importa.

Vivir intensamente, juntos y revueltos.

Que le gusten los niños y los mayores. Para ser buen padre y para ser un buen hijo. Todos nos hacemos mayores, desgraciadamente, es ley de vida. No quiero a mi lado un hombre que no quiera responsabilizarse de sus padres y de nuestros hijos. Hechos, no palabras. Todos sabemos que las palabras se las lleva el viento, que mucho prometer, pero después de metido nada de lo prometido. Y aunque no tenga mucho que ver, que por la boca muere el pez. No quiero un hombre que me regale flores y los oídos con falsas promesas . Que me lo demuestre.

Sensible y sobre todo bueno. Bueno por encima de todo. Un hombre con el que, si llegamos juntos y tenemos la fortaleza, dedicar nuestra vida a la de los demás. Un hombre extraordinario que me coja de la mano y me acompañe para toda la vida.

Trabajador, en algo tengo que hacerle caso a mi madre. 

Que quiera cenar cada día a una hora distinta y no caer nunca en la rutina.

Que sepa lo que es el AMOR. Para mí el amor, entre otras cosas, es lo que queda después de la vejez, de la enfermedad y de la muerte. Quiero a un hombre que me ame hasta el final, sobre todo cuando no luzca este cuerpo serrano, la celulitis haya invadido mis piernas y las arrugas ya no pueda disimularlas con cremas milagrosas. Un hombre que no se vaya de putas o me cambie por la primera jovencita que se le cruce por el camino.

Y después…Seguir bailando y creyendo. No sé si estoy pidiendo mucho. Me da que este hombre no existen.

¿O conocen a alguno? Les ruego que me lo presenten.

¿Qué buscan ustedes?

Que follen mucho y mejor.

¿Malinterpretamos las señales de cortejo del sexo opuesto?

“Si eres amable te acusan de calientapollas, pero si cortas la conversación te llaman borde y amargada”, se quejaba el otro día una conocida. Hablábamos de hombres, mujeres y de las distintas formas de relacionarse entre sí. A mí, personalmente, me pareció una exageración. Es cierto que en el mundo hay mucho capullo suelto, pero no comparto la afirmación, al menos no de forma general. Lo que sí creo es que, a menudo, unos y otros confunden las señales que perciben o reciben de sus interlocutores del sexo opuesto.

flirteo

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Gestos, poses, actitudes, sonrisa, contacto visual, tono de voz… El lenguaje corporal que adoptan las personas cuando interactúan con alguien por quien sienten atracción o interés sexual es muy revelador; pero ocurre que, a menudo, se ven señales de cortejo donde no las hay o, por el contrario, no las pillas aunque tengas a un equipo entero de controladores aéreos dándote en las narices con luces rojas, bengalas luminosas y haciendo sonar una docena de bocinas.

Siempre he pensado que el darte o no por enterado tenía que ver con el carácter, con lo espabilado/a que fueras, el bagaje vital… pero ahora leo que, según un reciente estudio del Departamento de Psicología de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología (Noruega) y que recoge la revista Evolutionary Psychology, se tiende a una cosa o a otra dependiendo de si eres hombre o mujer.

La investigación, para la que se contó con 308 participantes heterosexuales (el 59% de ellos mujeres) con edades comprendidas entre los 18 y los 30 años, concluyó que tanto hombres como mujeres malinterpretan las “señales” del sexo contrario, aunque, a la hora de confundir estas “pistas”, son ellos los que se llevan la palma. Ojo, que no lo digo yo, que lo dicen los tipos estos de Noruega, aunque lo cierto es que los resultados de su estudio coinciden 100% con los de otro realizado en 2003 en Estados Unidos.

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Al parecer, ellos tienden a confundir la amistad y las sonrisas con el interés sexual, y ellas, por su parte, suelen pensar que las distintas muestras de cortejo que ellos les lanzan son simplemente amabilidad. “El hecho de que ambos estudios coincidan plenamente debilita alegaciones alternativas sobre que los roles sociales de hombres y mujeres en diferentes culturas determinan su psicología en estas situaciones”, aclara Mons Bendixen, coautor de la investigación.

Precisamente, uno de los temas en los que los psicólogos evolucionistas están especialmente interesados es la psicología sexual de género entre las culturas y los grupos sociales. “La aptitud reproductiva de un hombre, es decir, la cantidad de descendencia que produzca, depende de la cantidad de mujeres a las que él es capaz de dejar embarazadas. Pero esa actitud no funciona para las mujeres”, explica Bendixen, para quien la posibilidad de un embarazo con el consiguiente parto y crianza ha hecho que la psicología femenina, a través de miles de generaciones, haya evolucionado a poner el listón más alto; lo que significa que ellas necesitan señales mucho más claras que los hombres antes de considerar mantener relaciones sexuales.

¿Qué opináis? ¿Alguna vez habéis confundido los sentimientos de otra persona? ¿Habéis dejado pasar algún tren por no ver lo que teníais delante de las narices? El que esté libre de pecado que tire la primera piedra

El inolvidable olor del (buen) sexo

Hay olores que, por mucho tiempo que pase, no soy capaz de olvidar. Uno es el de las natillas de mi abuela, que en paz descanse, y el resto, el de los hombres de mi vida. Los importantes, quiero decir, los que han dejado huella. Aquellos con los que hay historia y solera. El primero, más moreno, de piel oscura, con un aroma más intenso y penetrante. El segundo, más dulzón; el tercero, muy suave. Todos ellos con sus matices, con sus cambios, dependiendo del cuándo, cómo y dónde.

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Pero de todos esos entonces y circunstancias me quedo con el del mismo instante repetido: ese que sobrevuela la habitación y te envuelve, te impregna, justo después de un encuentro perfecto, ansioso y recién satisfecho con el hombre (o mujer) que en ese momento te revuelve las entrañas. Ese olor es insuperable. Tanto que, las primeras veces, me quedaba un buen rato en la ducha, sin abrir el grifo, olisqueándome toda la piel que podía antes de que el agua se lo llevara por el desagüe.

He encontrado decenas de artículos sobre las feromonas y la importancia del olor corporal para la seducción entre hombres y mujeres, pero no puedo evitar que me parezcan estúpidos. La estúpida lo seré yo, sin ninguna duda, que seguro que son muy científicos y que tienen mucha razón, pero no hay dios del marketing que logre convencerme de que me van a entrar ganas de irme a la cama con un tipo solo porque se haya echado por encima un frasco de hormonas envasadas con olor a verraco.

Sí que coincido en que el olfato es uno de los sentidos más importantes (¿cuál no lo es?) y constituye un factor fundamental en el deseo sexual y su intensidad. Nada como hundir la cara en el cuello del ser ansiado, en sus rincones, y respirarlo profundamente hasta que te duelan los pulmones. Como si quisiéramos guardárnoslo dentro. Pero de ahí a pensar que es el olor que desprende el otro el factor fundamental que me ha llevado a perder la cabeza por él… Más bien no, me resisto a creer eso por mucho estudio que valga.

Aunque puede que esté equivocada. Al fin y al cabo soy solo una mortal mamífera.

Orgasmos fingidos por ellas… y ellos

Como casi todo el mundo, también yo vi este fin de semana el flashmob en el que 20 mujeres realizan su particular homenaje a la película Cuando Harry encontró a Sally. Para ello han recreado, en el mismo restaurante de Nueva York en el que fue rodada, la mítica escena en la que una jovencísima Meg Ryan fingía ante un atónito Billy Crystal un monumental orgasmo. En la cinta, el personaje de Sally pretendía explicarle a su amigo Harry que muchas chicas simulaban llegar al clímax y que la mayoría de los hombres ni se enteraban. Bien, han pasado 24 años desde que se estrenó aquella célebre comedia, pero la realidad no parece haber cambiado mucho.

Los últimos estudios realizados sobre esta práctica revelan que entre el 60 y el 68% de las mujeres han fingido un orgasmo alguna vez. Dichos estudios están publicados, por ejemplo, en Journal of Sex Research o LiveScience, pero os juro que no miento cuando digo que coincide con los sondeos que he realizado entre mis amigas y conocidas. Pero aunque ellas lo tienen más fácil, los hombres tampoco se libran: entre el 19 y el 33%, dependiendo de los distintos estudios o encuestas, fingen un orgasmo. Las diferencias siguen siendo muy elevadas entre un sexo y otro, pero todo apunta a que se van acortando con el tiempo. Tengo que admitir, no obstante, que he encontrado un solo hombre entre mis amigos y conocidos que forme parte de ese porcentaje. Eso, o alguno miente, claro.

¿Las razones? Las mismas de siempre. Presión por satisfacer a la otra persona, querer poner fin al acto sexual pero sin herir los sentimientos del otro, la obsesión por hacer un buen papel, etc. “Me ha pasado dos veces”, me cuenta una amiga. “En las dos ocasiones me di cuenta rápidamente de que aquello no funcionaba. Quería acabar ya con el lío, pero sin hundirles la moral, y no me iba a poner de charla terapeútica…”, añade. Otra me reconoce que no ha llegado a simular el éxtasis, pero que sí le ha echado mucho teatro al asunto para subirle el ego a su chico y para animar el ambiente: “No recuerdo ningún fingimiento, pero sí alguna exageración”.

En el caso del chico, el único que me lo ha reconocido, al menos, es distinto. A veces, con los nervios, eyaculaba demasiado pronto, y cuando esto le ocurría, se callaba, hacía como si nada y seguía dale que te pego. Cuando ya veía que la cosa empezaba a flaquear, escenificaba un orgasmo que él consideraba que lo dejaba a salvo del fantasma de la eyaculación precoz. Doble fingimiento. Menudo horror.

orgasmo femeninoHay otros casos, de los que no he encontardo ejemplos cercanos, pero que la psicóloga y sexóloga Pilar Cristóbal explica muy bien en un artículo de El País: “En el hombre el orgasmo está regido por el sistema nervioso parasimpático -el que relaja-, mientras que la eyaculación pertenece al simpático –el que estimula-, y para que ambos coincidan deben ponerse de acuerdo, que es lo que normalmente sucede. Pero si hay estrés, presión o excesivo afán de control este equilibrio se rompe y puede ocurrir que el hombre eyacule sin experimentar un orgasmo, lo que resulta bastante doloroso, o viceversa”.

En cualquier caso, aunque parezca que para ellas es más fácil fingir, cualquier hombre (o mujer) que se tome las molestias necesarias puede percibir, casi siempre, si el orgasmo que están presenciando es real o no. “Todo se pone mucho más duro, durísimo, justo antes. Siempre sé que le va a venir por eso. Y luego, durante, noto como contracciones, como espasmos”, me dice el novio de una amiga. Él lo explica de forma muy coloquial, pero lo que sucede es exactamente eso. Contracciones en los músculos de la vagina.

De todas formas, yo creo que no hay que volverse locos con esto. El sexo, como todo en la vida, hay que aprenderlo y disfrutarlo, pero no hay que sacar las cosas de quicio por que se haya fingido un orgasmo de forma ocasional. Otra cosa es que se convierta en un hábito, porque entonces solo generará angustia y frustración. Nada bueno.