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Pornografía para mujeres: identificadas pero no vejadas

Estamos expuestos a la pornografía, ya sea porque la buscamos a propósito, porque aparezca por despiste o porque se nos crucen esos obscenos anuncios cuando estamos cargando el enlace de la película que le vamos a poner a nuestros hijos (¡o a nuestros padres!).

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Pero es una pornografía que, aunque veamos tanto hombres como mujeres, parece únicamente destinada a complacer a los espectadores masculinos: planos de las mujeres casi exclusivamente (los escasos que hay de hombres solo son para enfocarles el cimbrel), gemidos femeninos ensordecedores (ruidos masculinos casi inexistentes), monólogos femeninos («Oh si, dame, soy una perra» etc, etc), un final nada sorprendente en el que el susodicho desparrama todo el esperma sobre una mujer que parece estar más feliz pringándose la cara en lefa que en un día de rebajas en Ikea.

La comparativa podría extenderse, pero hoy no es el día de analizar la pornografía (que lo haré, podéis estar tranquilos). Hoy es el día de ahablar de cuando descubrí el porno femenino.

Para empezar no me gusta que exista una distinción cuando es algo que consumimos todos. Es como si, por usar más cremas las mujeres que los hombres, se convirtiera en un producto exclusivamente nuestro.

Casi me puedo imaginar a dos amigas en un supermercado:

-¿Has visto a ese chico? Está comprando la mascarilla exfoliante.

-Mmmmm…qué travieso. Seguro que le encanta sentir su piel suave después de la limpieza facial

-Qué suerte debe tener su novia. A mí me encantaría que mi pareja se me acercara con un bote de gel desincrustante y me dijera que vamos a limpiarnos el cutis toda la noche.

Suena raro, pero si cambiamos las tornas y sustituimos las dos amigas por dos amigos y las cremas por la pornografía… ¿a que empieza a cobrar sentido?

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Nomenclaturas aparte y volviendo al porno femenino (que pierdo el hilo), ayer estuve curioseando a Erika Lust, que por lo visto es la única en darse cuenta de que las mujeres no terminamos de sentirnos del todo satisfechas (en todos los sentidos) con la pornografía convencional.

Sus películas (podéis echarles un vistazo a Cabaret Desire y a XConfessions) son realmente películas eróticas. Tenemos una trama (para aquellos que gozáis de meteros en situación) y escenas explícitas de sexo.

El desarrollo de la acción es interesante, ya que podemos sentirnos identificadas (¿quién no ha fantaseado alguna vez con su monitor del gimnasio en plena clase colectiva?) pero no vejadas. Y esa es la clave.

No es una pornografía perfecta, alguien debería decirle a Erika que lo de meter música ratonera a todo volumen mientras los protagonistas están chingando es algo que se quedó en los 90 por algo, pero es un comienzo.

Es un punto de partida para que otros directores vean las posibilidades y se animen en hacer de la pornografía algo para uso y disfrute de todos.

Duquesa Doslabios.