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Cómo quiero que me quieran

Mal, me han querido mal. Me han querido de la peor manera. De la más egoísta, controladora y violenta.

Me han querido de forma que dolía cada segundo de ese -erróneamente llamado- amor.

Me han querido como nunca quiero que vuelvan a quererme.

PEXELS

Lo he pensado, le he dado vueltas. Y claro que quiero cariño de vuelta.

Pero distinto, del que no haya ningún parecido con la realidad pasada.

Quiero que me quieran a lo grande, a lo fuerte y alocada. Cada vez que esté con ropa de fiesta y en chándal.

Quiero un amor tranquilo como una taza de caldo de mi madre, de ese al que puedo volver a refugiarme cuando la cosa se pone fea ahí fuera. Del que calienta por dentro, como si te abrigaran el corazón.

Quiero un amor libre, libre de escribir cuando quiera, de quedar cuando me apetezca, de salir a bailar a la discoteca, perrear hasta el suelo y decirle que he llegado bien a casa, que me lo he pasado genial, que he pensado en él y que tengo ganas de verle al día siguiente.

Un amor estable, sin idas y venidas ni subidas ni bajadas, que para eso está la montaña rusa del día a día, la ansiedad de la pandemia o la cita médica que llevo postergando.

Un amor fácil, sin dramas, historias, reproches, búsquedas de defectos constantes, prejuicios, traiciones o engaños. Uno transparente como el agua, donde tenga tanta importancia perfeccionar la sinceridad que la manera de follarnos.

Lo quiero a medida, con paseos largos porque la jornada de teletrabajo se hace pesada. Con un táper de pasta en la nevera que me has cocinado porque sabes que voy hasta el cuello.

Un amor de cuidadoen el que te doy un beso en la frente para comprobar si tienes fiebre y me acercas el ibuprofeno porque, del dolor de la regla, no puedo moverme.

Puesta a pedir, quiero un amor de estar durante media hora eligiendo la serie de Netflix para quedarnos dormidos a los cinco minutos. Un amor simple de cada día, del lunes por la mañana al domingo por la noche, lleno de momentos pequeños como prepararte un café porque sé que así te cuesta menos salir de la cama.

Quiero un amor sin frenos por el miedo al compromiso, que avance a su ritmo. Un amor en el que mando saludos para tus padres y tú te quedas durante la sobremesa con los míos.

Ese por el que nos seguiríamos a cualquier parte del mundo. Y donde no me sueltas la mano cuando despega el avión, porque sabes que me da miedo.

En el que hablamos de todo lo que nos hace sentir mal pero de lo que nos hace sentir genial. Donde nos consolamos y nos celebramos cada derrota o victoria como si fuera propia, en el que me llenas de orgullo, te acerco un pañuelo porque necesitabas desahogarte de un momento duro de tu vida o te acompaño al médico porque para ti es más fácil que vaya contigo.

Quiero el amor que me hace sentir que regreso a casa conforme recorto la distancia y me acerco a ti por la calle. En el que te plantas con una galleta en mi portal y me dices que lo sientes, que estabas equivocado.

En el que ganamos mucho más por disculparnos, que estando enfadados. Un amor que sigue porque, creemos que son discusiones, cuando en realidad hablamos.

Un amor que es conexión. Conversaciones por WhatsApp hasta las dos de la mañana. Abrazos infinitos porque ninguno de los dos se quiere marchar. Escupir la pasta de dientes por todas partes porque te pones a bailar. Oler tu ropa a escondidas. Hacerte eso una vez más. Espontaneidad y magia. Amistad.

Mara Mariño.

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¿Y si el nuevo romanticismo es gratis?

No hay nada más revolucionario que pensar que tú diseñas tu concepto de romanticismo.

Y que, si así lo quieres, es algo que queda muy lejos de ramos de flores y bombones de chocolate.

Porque, viviendo con tantas distracciones alrededor, que suelte el teléfono cuando habláis, es una declaración de intenciones.

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Una manera de decir, sin palabras de por medio, que su atención es toda tuya. Que te escucha.

Es romanticismo dejar de interrumpir y querer saber qué pasa por la mente de la otra persona (en vez de estar tan pendiente de asegurarte de que sabe qué sucede en la tuya propia).

Cree en el romanticismo de esos pequeños gestos que hace en público contigo.

De buscarte con la mirada, estrecharte la mano cuando os cruzáis en medio de un plan con más gente, de rodearte los hombros con el brazo porque te quiere más cerca.

Es romanticismo lo chiquito, lo habitual, hasta lo rutinario.

Llegar a la nevera en una casa ajena y encontrar tu snack favorito o que te otorgue el regalo de que termines tú el postre, porque eres más de dulce.

Empieza a encontrar romántico que te diga de dar un paseo, -aunque sea alrededor de la manzana-, porque has tenido un día duro en el trabajo y sabe que te vendrá bien el aire en la cara.

El nuevo romanticismo va menos al regalo material y más a estar ahí, a estar de verdad.

A echar una mano si hace falta, a que se ofrezca a bajar la basura porque está la bolsa de envases a punto de desbordar, a cambiar ese pañal o a ser la primera persona en estar ahí cuando llega tu enésima mudanza.

¿No nos iría mejor si hiciéramos de los cuidados la mayor muestra de sentimientos hacia alguien?

¿Si dedicar nuestro cariño, dar afecto físico o anticiparse a lo que pueda necesitar -porque se tiene en cuenta-, fuera algo que valoramos por encima de una cena en un restaurante del que poder presumir en Instagram?

Cuidar es también la palabra, hacerle saber por qué quieres que esté en tu vida, recordarle qué te gusta, qué te encanta, sin qué cosa de su forma de ser quieres (aunque puedes) vivir.

Repetirle que físicamente podría estar en una pasarela, en un concurso de belleza y que ganaría por ser increíble en apariencia y en interior.

Porque para ti es el sol.

Así que con la cercanía de la jornada que se dedica al amor, ¿por qué no hacer de ella la ocasión en la que regalarse un proyecto en compañía?

El que sea, un viaje por carretera a Chinchón, un puzzle, escribir una carta o enseñarse mutuamente algo que apasione.

Y, con un poco de suerte, recordar que San Valentín no es una ocasión para comprar, sino para sentir.

Mara Mariño.

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‘Green flags’ que tienes que buscar en tu pareja este 2022 (y siempre)

¿Te imaginas que has empezado 2022 con una persona emocionalmente accesible que encima no huye del compromiso y quiere tener una relación contigo?

Si no te ha pasado, este artículo te interesa igual para lo que venga -que más vale prevenir que curar-.

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A estas alturas de mi vida te sé decir de corrido cuáles son las señales de alarma o red flags que me echan para atrás de alguien.

Pero, ¿sabemos identificar las alertas positivas, las que demuestran que estamos ante un buen material de pareja?

En mis años de (des)engaños amorosos, he llegado a la conclusión de que lo que me conquista de una persona es lo siguiente:

  1. Que valide mis emociones. Aunque no las entienda. Aunque se quede pillado porque me ha entrado la llorera por la regla. Que me diga que no pasa nada porque esté triste y que está ahí para apoyarme, secarme el moco gigante que me cae de la nariz o simplemente estar ahí conmigo.
  2. Que se interese por mí de una manera lineal, no que un día me dé conversación y desaparezca los tres siguientes. Que quiera saber sobre mi trabajo, mis gustos, mis sueños o la razón de por qué tengo una cicatriz en el lado derecho de la barbilla.
  3. Que hable bien de su ex. Ojo, no que siga enamorado, pero que sea capaz de ver lo bueno en él (o ella). Que sea capaz de resaltar lo que le aportó como persona y lo que ha aprendido de la ruptura. Si habla mal de todas sus exparejas, corre lejos.
  4. Que tenga tarifa plana de respeto. Que me respete a mí, por supuesto, pero también al resto de personas, ya sean conocidas o desconocidas. Que respete los animales y al medio ambiente.
  5. Que pueda ser yo misma a su lado, sin filtros ni maquillajes. Que me ría tanto que escupa el agua y le haga gracia en vez de montar un escándalo. Que acepte que no comparto postre o que me cambio siempre de ropa tres veces antes de salir de casa.
  6. Que sea capaz de hacer autocrítica. Que reflexione sobre sus comportamientos menos buenos y sea capaz de ponerles remedio. Que no se quede en el «Yo es que soy así» sino en el «Lo tendré en cuenta e intentaré hacerlo de forma diferente la próxima vez».
  7.  Que se abra con sinceridad. Que podamos hablar de cualquier cosa, de nuestros miedos, nuestras inseguridades, las experiencias sexuales pasadas, las relaciones superadas o los traumas que aún gestionamos como adultos de nuestra infancia.
  8. Que tenga una vida fuera de la relación de pareja. Que salga con sus amigos, tenga pasiones en las que yo no tenga cabida y otras que pueda compartir (si quiere) conmigo. Pero que haga sus planes, disfrute de sus momentos sin mí y tenga un espacio propio.
  9. Que trate a sus padres con cariño. Que les hable de buena manera, que les cuide, que se preocupe por ellos.
  10. Que tenga confianza en mí. Total y absoluta. Como la que va a recibir por mi parte. Que si le digo que me voy de fiesta con unos amigos me desee que lo pase estupendamente. Porque sabe que si le digo que quiero estar con él, lo pienso (y siento) de verdad.

Duquesa Doslabios.
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Emocionalmente accesible es el nuevo ‘y que tenga sentido del humor’

Conocí a un chico. Todo iba bien. Nos reíamos, hablábamos, pasábamos tiempo juntos, teníamos atracción física… Lo normal cuando alguien te atrae y tú de vuelta, vaya.

Pero empezó a estar ocupadísimo, podía ser el trabajo, que se encontraba en un mal momentoLos mensajes quedaban en leído.

Eso no significaba que no quisiera verme, lo contrario. Quería seguir conociéndome, yo le parecía muy interesante.

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Las señales de alarma eran tan evidentes como mis ganas de ignorarlas en un principio. Cuando empezó con el «no te pilles por mí, ¿eh?» ya tenía que haberme olido que aquello iba a estar jodido.

Antes la masculinidad se demostraba en el control de las tierras, de la familia y de la mujer. Ahora la masculinidad, sin esos elementos, se demuestra con el control de los sentimientos.

Con el corazón en la independencia constante y sin tener ningún tipo de enlace romántico que la ponga en peligro. Con la puerta bloqueada a la accesibilidad emocional.

Y para eso, hay una serie de estrategias con las que estaba pendiente, a la espera de esa atención que tanto disfrutaba cuando estábamos los dos.

  • Siempre tenía lío, del trabajo, la familia, la pandemia… Su agenda estaba hasta arriba y no encontraba tiempo para nada, según él. Sorprendentemente, podía con todo menos con verme a mí.
  • Además es que le pillaba en un mal momento. Esa lesión de hace tiempo que le daba guerra, la historia de amor de su adolescencia que le hacía incapaz de enamorarse de nuevo…
  • No hacía ninguna promesa. Es más, recalcaba que íbamos con calma, que no había que pisar el acelerador sino vivir el presente.
  • Nos veríamos en el hipotético futuro, ya me diría a lo largo de la semana, cuando acabaran las fiestas o coincidiéramos en la misma ciudad. Pero que no me agobiara, lo iríamos viendo. Ya nos escribiríamos cuando se acercara la fecha.
  • Por supuesto, no entré en su vida más allá de los momentos en compañía.
  • Y, como no nos habíamos prometido nada, claro que había más gente con la que se escribía. Otras personas en su vida que yo tenía que fingir que no existían porque, a fin de cuentas, no es como si tuviéramos algo.

Aquello era tan obvio que yo decidí que no me merecía la pena estar detrás de una persona así. Me puse por delante sabiendo que no me valen tullidos sentimentales.

Lo contrario a las medias tintas es lo que debería compensarme.

Te puede interesar leer este tema: De los hombres que cuidan a las mujeres

Merezco (y mereces) a tu lado alguien que se abra, que exprese lo que siente con sinceridad incluso si es para decir que mejor ponerle punto y final.

Pero que no juegue con evasiones para que yo siga la idea de algo que no va a pasar. Todo para tenerme en el banquillo siempre a punto, lista para saltar al campo.

Y, si quiere continuar, que no le ponga vallas a lo nuestro. Que demuestre el interés, que me pregunte, me escuche, me diga que tiene ganas de verme y me haga un hueco para pasar tiempo conmigo.

Que me involucre, que le apetezca compartir una película, un postre o la historia de un mal día, que se centre en mí porque me valora.

Que sea capaz de comprometerse, de dar un paso al frente, de echarle valor y decir «apuesto por nosotros» y borrarse el Tinder.

Que tenga las cosas claras. Y lo claro sea yo.

Porque el sentido del humor está muy bien. Pero que viva sin límites las emociones, aún mejor.

Bastantes restricciones nos ponen hoy en día como para ponérselas a lo que sentimos.

Duquesa Doslabios.
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Tú vales todo (aunque haya quien no lo sepa ver)

Hoy te escribo a ti. Directamente a ti, quién seas, en dónde estés.

Te escribo porque hay algo que debes leer en la pantalla para que cale el mensaje en tu cabeza.

Lo vales todo.

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Y aunque necesitas recordártelo a diario, quiero que sea tu pensamiento de hoy.

Hoy, que quizás vas a trompicones con un corazón dolorido y las ilusiones hechas añicos.

«Ahí estás otra vez, si es que pareces tonta», parece gritarte el cerebro.

«Mira que te dije que esto podía pasar si dejabas a ese descerebrado de corazón al mando, que terminarían por hacerte daño».

Porque llega una altura de la vida, en la que la opresión en el pecho con forma de persona es ya un mal conocido.

Han sido pocas las veces este año que no la has sentido.

Así que aquí estás de nuevo, rota y entera al mismo tiempo.

Con el camino por delante, listo para recorrerlo en solitario tras tomar la más difícil de las decisiones.

Ponerte a ti por delante.

Algo que haces como mecanismo de autodefensa, pero también como reivindicación de tu persona.

Porque tú eres la primera que debe cuidarse y salir de algo que hace daño.

Pero también porque sabes lo que vales.

Y si digo que lo vales todo es porque contigo todo es precisamente lo que van a tener.

Todo, con sus cuatro letras, sus dos sílabas y esas oes tan abiertas como la que lleva amor (y dolor, irónicamente). No sabes darte a medias.

En concordancia de fase, te juraste hacerte responsable de lo que te implicara y no quedarte con menos, no ir donde no se te busca, no seguir a quien no quiere compañía.

Tus necesidades afectivas básicas siempre superarán a cualquier persona emocionalmente inaccesible.

Porque es el momento de dejar ir a quien no tiene problema en que te vayas.

Porque hay quien no está listo para tu amor (ni para ningún otro).

Porque tú no estás para perder el tiempo.

Porque no crees en las señales confusas.

Porque puede que seas la persona apropiada para alguien, pero no es esa.

Pero sobre todo porque debes tratarte como alguien que te quiere de verdad.

Mereces todo. Mereces ir sin frenos, sin marchas puestas, pisando el acelerador, disfrutando cada momento y siendo quien eres.

Dejando que las cosas sucedan de manera espontánea, natural, riéndote a carcajadas sin el miedo de si el chiste será malinterpretado, escribiendo un mensaje romántico de 500 palabras si te pones, muriéndote de ganas de ver a la otra persona que tampoco puede esperar a comerte.

Alguien que vuele contigo a la velocidad de la luz.

Alimentando a besos, soñando con los ojos abiertos con que eso va a ser algo más que otra historia que contar a las amigas cuando llegue al final.

Y si no puede ser así, que no sea. Porque no sabes (ni quieres) hacerlo de otra manera.

Duquesa Doslabios.

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Cómo practicar el ‘breezing’ si te cuesta dejar que las relaciones fluyan

En pareja me agobio por cada tontería que no me extraña que yo misma sea mi mayor enemiga.

«¿Estaremos yendo muy rápido? ¿Va esto demasiado despacio? ¿Tendríamos que habernos dicho ya que nos queremos?»

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Por supuesto es mi culpa.

Una lista de historias de amor fallidas y las lecciones de amor que he aprendido a lo largo de mi vida -sacadas de series, libros y películas-, me convierten en una bomba de relojería emocional andante.

Conmigo (aparentemente) todo va bien. Hasta que llega uno de esos pensamientos intrusivos y se me activa el cronómetro del fin de la relación.

Una cuenta atrás en la que voy ahogándome en mis propias preocupaciones hasta que explotan y se convierten en un problema que no existía.

Por eso, este año, me propuse hacerlo todo diferente.

Me propuse romper con la clase de chicos en los que solía fijarme y darme la oportunidad de conocer personas distintas.

Me propuse olvidarme de todos los aprendizajes de revista Bravo y centrarme en lo importante.

En esas estoy, en entender que una pareja no es lo que he visto en las películas.

En meterme en la cabeza que él no tiene que tener un gran gesto romántico cada vez que cometa una cagada.

Que es mejor sentarse a hablar y disculparse desde el corazón.

Eso también ha significado cambiar mi relación con el WhatsApp, dejar de fingir que estaba ocupada sin tiempo de contestar un mensaje.

Hablar en condiciones no es solo tener la iniciativa y decirle si le apetece quedar (lo que según las comedias románticas de los 90, está prohibido).

Es también conocerme, saber cuáles son mis necesidades y expresarlas, teniendo la responsabilidad afectiva de escuchar a la otra persona y ponerme en su lugar.

Pero, sobre todo, vivir el momento presente alejada de las fantasías de si habrá altar, cuatro hijos, un perro y paseos por el parque los domingos con los suegros.

Porque no sé lo que va a pasar mañana no tiene sentido que me agobie por lo que vendrá (o no). Lo mismo mirando hacia atrás.

Mi compromiso es también no dejarme llevar por lo que pudo haber pasado antes, que cada persona -y relación- es una historia nueva jamás contada.

Y aunque ahora, por lo visto, esto recibe el nombre de breezing, de ser una misma y limitarse a disfrutar, es lo que de siempre habíamos conocido como dejar que las cosas fluyan.

De forma natural, sana, sin forzar nada.

Duquesa Doslabios.

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El amor es como dice Tokio de ‘La Casa de Papel’ (y no como en una película de Disney)

Único, para siempre y capaz de cambiarlo todo. Es lo que aprendí del amor verdadero, ese que llegaría a mi vida de repente y la revolucionaría.

Me lo habían prometido La Bella y la Bestia, La Bella Durmiente, Aladdín y hasta La Sirenita.

@lacasadepapel

Aquellas conexiones eternas que se creaban a través de una mirada era todo a lo que aspiraba. Pero no lo que iba a venir.

Viví varias historias pequeñas, muy intensas. Y una grande, la que más, la que apuntaba maneras de convertirse en la eterna.

La de años juntos y seguir enamorados incluso con la tapa del váter sin bajar o las discusiones más tontas.

Esa que le ves roncando con la baba colgando de la boca y te sigue pareciendo la persona más maravillosa.

De girar la vista un día cualquiera y que te haga ilusión pensar que tendrás la ocasión de hacerte viejita a su lado.

Cuando se acabó, busqué refugio en las comedias románticas, en Ed Sheeran, en más romanticismo si cabía. Y la conclusión a la que llegaban era la misma.

No, no era amor. Al menos no del bueno, no del verdadero.

Pero que acabara no significaba para mí que lo que había sentido en aquel momento resultara menos sincero.

De hecho, llegó una nueva persona, un libro lleno de páginas en blanco para escribir capítulos de cero.

Otra vez las mariposas conquistaron mi estómago al tiempo que empezaba a colgarme de sonrisas con hoyuelos y miradas del color del mar.

Aunque no pensaba que fuera una sustitución ni la confirmación de que -esta vez sí- estaba ante el amor del bueno.

Todas aquellas veces que alguien me había desbocado el corazón hasta el punto de emocionarme la idea de un futuro juntos, me parecían igual de válidas.

Fue en La Casa de Papel que encontré la explicación que mi cabeza (pero más mi corazón necesitaba).

[Cuidado, un spoiler se avecina.]

Tokio, rendida de cansancio y a punto de ser acribillada a balazos, mira a un atormentado Río y le dice, feliz, que su nueva vida comienza ese día.

Fue como si los guionistas hubieran dado con el interruptor de la luz que tenía mis pensamientos a oscuras.

No se trataba de elegir cuál es el amor auténtico a base de invalidar los anteriores y quedarnos solo con el último de ellos.

Se trata de empezar a vivir, cada historia, como si se estrenara el amor por vez primera. Porque, en verdad, ¿no es así cómo lo hacemos?

Contamos de nuevo el primer beso, la primera vez que nos fundimos en piel, carne y jadeos, la primera vez que vuelve a salir de nuestros labios un «te quiero».

Comenzamos una nueva vida que no entra en conflicto con las anteriores, porque, como Tokio sabe, sentimos que vivimos tantas veces como nos enamoramos de alguien.

Duquesa Doslabios.

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Esta escala del sabotaje romántico te ayuda a entender por qué te cargas tus relaciones

No es hasta la enésima vez que algo falla en tu nueva relación que te planteas que, igual esta vez, no ha sido culpa de la otra persona.

Es más, tienes incluso amigas -esas amantes del psicoanálisis- que están convencidas de que si no encuentras el amor es porque tú te encargas de ponerle piedras en el camino.

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Puedes hacerlo de tres maneras: cambiando de relación cada poco tiempo porque no te parece ninguna lo bastante buena, estar en una relación larga pero sin abrirte emocionalmente o decidir que buscar el amor no es lo tuyo y no establecer vínculos.

Conocerte más en ese sentido es algo que puedes averiguar gracias a la doctora Raquel Peel. Esta psicóloga ha desarrollado la ‘Escala del Sabotaje de Relaciones’ para medir de forma concreta cómo torpedeamos nuestros lazos románticos.

Son 12 comportamientos sobre las formas más típicas de protegerse ante el miedo: estar a la defensiva, problemas de confianza, falta de herramientas a la hora de trabajar en la relación.

La puntuación en la escala puede ayudar a identificar cuáles son los problemas que hay (se mide cada cuestión del 1 al 7: 1 completamente en desacuerdo y 7 completamente de acuerdo).

De esta manera, aquellas que saquen la puntuación más alta son las que revelan cuáles son nuestros asuntos pendientes en la relación y en qué debemos trabajar.

Y es que, por desgracia, tener miedo cuando comienza una historia de amor es algo bastante habitual.

Como explicó la psicóloga al presentar su escala «si estamos enamorados, somos vulnerables. Puede que las cosas no salgan bien y terminemos sufriendo».

Asumir que pueden rompernos el corazón es la cara B del amor.

Lo bueno de esta escala es que es un buen punto de partida para identificar por dónde empezar a sentarse a hablar con la otra persona.

¿Te apuntas a hacerla con tu pareja?

1. Me culpan injustamente de los problemas en mi relación.
2. Muy a menudo me siento incomprendido/a por mi pareja.
3. Siento que mi pareja me critica constantemente.
4. Mi pareja me hace sentir inferior.
5. Me molesta la cantidad de tiempo que mi pareja pasa con sus amistades.
6. Creo que para que mi pareja esté a salvo, tengo que saber dónde está.
7. Siento celos de mi pareja.
8. A veces compruebo los perfiles de redes sociales de mi pareja.
9. Cuando me doy cuenta de que mi pareja está molesta, no intento ponerme en su situación para entender su punto de vista.
10. No suelo encontrar soluciones y trabajar en los problemas de la relación.
11. Si estoy equivocada/o sobre algo no se lo admito a mi pareja.
12. No me gusta que mi pareja me diga las cosas que tengo que hacer para mejorar la relación de pareja.

Duquesa Doslabios.

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Septiembre: el mes que cobra las facturas de los amores de verano

Y otra noche y otra más. Un nuevo número en el teléfono, una nueva cuenta de Instagram para la colección.

Planes de día, tomar algo en esa ciudad donde vas a pasar 24 horas y disfrutar de la noche en compañía.

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Comer(le) con voracidad, tirar la ropa al suelo, el bikini huérfano de su mitad -que quién sabe en qué rincón de debajo de la cama ha podido acabar-…

Sacar ese condón que fue de lo primero que metiste en la maleta y empezar.

Hacerlo en tu Madrid vacío, en tu Barcelona donde solo hay turistas, en tu Marbella de cada verano, en Maldivas, en tierra y en mar.

Correr y no por el running que dijiste que volverías a hacer en septiembre. Septiembre.

Más fatídico que la reunión con el jefe. Un día para que llegue y lo de siempre.

El fin de esas jornadas que parecían infinitas entre sal y sol seguidas de la enésima boda de tu grupo de amigos.

El cumpleaños familiar con el ya clásico “¿entonces hay alguien especial?”. No, no lo hay.

Porque el verano ha volado entre momentos de euforia y agua salada donde exprimir cada segundo hasta agotarlo por completo parecía el único requisito.

El amor quedaba en un segundo plano siempre y cuando no fuera necesario para darle conversación en esa terraza.

Jurando y perjurando que claro que creías en el destino, pero sin comentar que destino terminaba cuando te levantabas de la cama para irte a dormir a tu casa.

Y es momento de recoger frutos, los de unos meses de pequeños placeres, de felicidades sencillas, de swipe left y swipe right.

Porque la velocidad incluso veraniega, la falta de compromiso más allá de la bebida favorita donde refugiarse cada noche, llevan a la misma salida.

La de llegar a septiembre, emocionalmente, mano sobre mano.

Arrastrados por el consumismo que nos lleva a coleccionar tobilleras o imanes de los destinos a los que vamos pero tratándose de souvenirs con nombres y apellidos.

Igual es porque nos gusta tanto el anuncio de Estrella Damm de cada verano que se nos ha olvidado lo importante.

Que las personas son algo más que una botella de cerveza de la que deshacerse una vez se ha terminado.

Duquesa Doslabios.

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