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¿Y si el nuevo romanticismo es gratis?

No hay nada más revolucionario que pensar que tú diseñas tu concepto de romanticismo.

Y que, si así lo quieres, es algo que queda muy lejos de ramos de flores y bombones de chocolate.

Porque, viviendo con tantas distracciones alrededor, que suelte el teléfono cuando habláis, es una declaración de intenciones.

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Una manera de decir, sin palabras de por medio, que su atención es toda tuya. Que te escucha.

Es romanticismo dejar de interrumpir y querer saber qué pasa por la mente de la otra persona (en vez de estar tan pendiente de asegurarte de que sabe qué sucede en la tuya propia).

Cree en el romanticismo de esos pequeños gestos que hace en público contigo.

De buscarte con la mirada, estrecharte la mano cuando os cruzáis en medio de un plan con más gente, de rodearte los hombros con el brazo porque te quiere más cerca.

Es romanticismo lo chiquito, lo habitual, hasta lo rutinario.

Llegar a la nevera en una casa ajena y encontrar tu snack favorito o que te otorgue el regalo de que termines tú el postre, porque eres más de dulce.

Empieza a encontrar romántico que te diga de dar un paseo, -aunque sea alrededor de la manzana-, porque has tenido un día duro en el trabajo y sabe que te vendrá bien el aire en la cara.

El nuevo romanticismo va menos al regalo material y más a estar ahí, a estar de verdad.

A echar una mano si hace falta, a que se ofrezca a bajar la basura porque está la bolsa de envases a punto de desbordar, a cambiar ese pañal o a ser la primera persona en estar ahí cuando llega tu enésima mudanza.

¿No nos iría mejor si hiciéramos de los cuidados la mayor muestra de sentimientos hacia alguien?

¿Si dedicar nuestro cariño, dar afecto físico o anticiparse a lo que pueda necesitar -porque se tiene en cuenta-, fuera algo que valoramos por encima de una cena en un restaurante del que poder presumir en Instagram?

Cuidar es también la palabra, hacerle saber por qué quieres que esté en tu vida, recordarle qué te gusta, qué te encanta, sin qué cosa de su forma de ser quieres (aunque puedes) vivir.

Repetirle que físicamente podría estar en una pasarela, en un concurso de belleza y que ganaría por ser increíble en apariencia y en interior.

Porque para ti es el sol.

Así que con la cercanía de la jornada que se dedica al amor, ¿por qué no hacer de ella la ocasión en la que regalarse un proyecto en compañía?

El que sea, un viaje por carretera a Chinchón, un puzzle, escribir una carta o enseñarse mutuamente algo que apasione.

Y, con un poco de suerte, recordar que San Valentín no es una ocasión para comprar, sino para sentir.

Mara Mariño.

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