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Emocionalmente accesible es el nuevo ‘y que tenga sentido del humor’

Conocí a un chico. Todo iba bien. Nos reíamos, hablábamos, pasábamos tiempo juntos, teníamos atracción física… Lo normal cuando alguien te atrae y tú de vuelta, vaya.

Pero empezó a estar ocupadísimo, podía ser el trabajo, que se encontraba en un mal momentoLos mensajes quedaban en leído.

Eso no significaba que no quisiera verme, lo contrario. Quería seguir conociéndome, yo le parecía muy interesante.

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Las señales de alarma eran tan evidentes como mis ganas de ignorarlas en un principio. Cuando empezó con el «no te pilles por mí, ¿eh?» ya tenía que haberme olido que aquello iba a estar jodido.

Antes la masculinidad se demostraba en el control de las tierras, de la familia y de la mujer. Ahora la masculinidad, sin esos elementos, se demuestra con el control de los sentimientos.

Con el corazón en la independencia constante y sin tener ningún tipo de enlace romántico que la ponga en peligro. Con la puerta bloqueada a la accesibilidad emocional.

Y para eso, hay una serie de estrategias con las que estaba pendiente, a la espera de esa atención que tanto disfrutaba cuando estábamos los dos.

  • Siempre tenía lío, del trabajo, la familia, la pandemia… Su agenda estaba hasta arriba y no encontraba tiempo para nada, según él. Sorprendentemente, podía con todo menos con verme a mí.
  • Además es que le pillaba en un mal momento. Esa lesión de hace tiempo que le daba guerra, la historia de amor de su adolescencia que le hacía incapaz de enamorarse de nuevo…
  • No hacía ninguna promesa. Es más, recalcaba que íbamos con calma, que no había que pisar el acelerador sino vivir el presente.
  • Nos veríamos en el hipotético futuro, ya me diría a lo largo de la semana, cuando acabaran las fiestas o coincidiéramos en la misma ciudad. Pero que no me agobiara, lo iríamos viendo. Ya nos escribiríamos cuando se acercara la fecha.
  • Por supuesto, no entré en su vida más allá de los momentos en compañía.
  • Y, como no nos habíamos prometido nada, claro que había más gente con la que se escribía. Otras personas en su vida que yo tenía que fingir que no existían porque, a fin de cuentas, no es como si tuviéramos algo.

Aquello era tan obvio que yo decidí que no me merecía la pena estar detrás de una persona así. Me puse por delante sabiendo que no me valen tullidos sentimentales.

Lo contrario a las medias tintas es lo que debería compensarme.

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Merezco (y mereces) a tu lado alguien que se abra, que exprese lo que siente con sinceridad incluso si es para decir que mejor ponerle punto y final.

Pero que no juegue con evasiones para que yo siga la idea de algo que no va a pasar. Todo para tenerme en el banquillo siempre a punto, lista para saltar al campo.

Y, si quiere continuar, que no le ponga vallas a lo nuestro. Que demuestre el interés, que me pregunte, me escuche, me diga que tiene ganas de verme y me haga un hueco para pasar tiempo conmigo.

Que me involucre, que le apetezca compartir una película, un postre o la historia de un mal día, que se centre en mí porque me valora.

Que sea capaz de comprometerse, de dar un paso al frente, de echarle valor y decir «apuesto por nosotros» y borrarse el Tinder.

Que tenga las cosas claras. Y lo claro sea yo.

Porque el sentido del humor está muy bien. Pero que viva sin límites las emociones, aún mejor.

Bastantes restricciones nos ponen hoy en día como para ponérselas a lo que sentimos.

Duquesa Doslabios.
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