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Relaciones a prueba de pantallas: ¿las redes sociales y la ficción afectan al romance?

El otro día, al terminar de ver una película sobre un amorío en Sicilia durante un campamento de verano, me notaba especialmente melancólica.

Aquella historia ficticia me había despertado el antojo de romanticismo, algo que no sucede en el día a día de mi relación de pareja.

pareja feliz

PEXELS

(¿Cómo que aún no me sigues en Instagram? Pues venga…)

Ni en el mío ni en el de la mayoría, quiero decir.

La fase de enamoramiento que nos revoluciona las hormonas y nos lleva a desplegar las mejores tácticas de cortejo, va desapareciendo conforme el vínculo va formándose y la intimidad fortaleciéndose.

El estado normal de una relación de pareja sana es la calma, una calma que a veces -si las condiciones lo permiten- se ve interrumpida por planes fuera de la rutina o escapadas, pero son episodios que se siguen por nuevos episodios de tranquilidad.

Aprender esto es algo que tenemos pendiente interiorizar. Sobre todo cuando vivimos en un mundo en el que los estímulos nos rodean.

Como la película romántica, los vídeos de Tiktok de desconocidos, los reality shows en islas paradisíacas, las canciones que escuchamos sobre hoteles de cinco estrellas y botellas de champán o incluso las fotos de Instagram de amigos, nos pueden llevar a pensar que todos viven en una burbuja de amor y adrenalina y nuestra relación es la excepción.

A eso se le añade el consumismo feroz que parece ser la alternativa siempre que tienes dudas de si estáis demasiado acomodados.

Un taller de cerámica para dos, un concierto a la luz de las velas (eléctricas), entradas para la terraza más exclusiva de la ciudad, el museo de photocalls donde haceros fotos, los calzoncillos con la cara de la otra persona estampada, flores a domicilio…

Todo tipo de cosas que te llegan bien por newsletter, contenido promocionado en redes sociales o incluso un descuento para un parque temático que te ‘regalan’ con tu compra.

Vamos, que podrías pensar ante tanta opción que si tu relación se muere de aburrimiento, es porque tú lo has querido.

Amor también es aburrirse juntos

Y claro que hay parejas que se desenamoran y dejan de querer hacer cosas en compañía de la otra persona y terminan con la relación tarde o temprano.

Pero, por lo general, el aburrimiento es una parte más de estar en una pareja estable.

Como lo es, cuando convives, organizarte con las tareas, agendar cumpleaños y celebraciones familiares y una larga lista de logística que es menos emocionante.

Las noches en el sofá viendo algo en la tele, con el sueño pegado a la pestaña, son mucho más comunes que aquellas en las que exprimes la vida nocturna de la ciudad.

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Para mí el problema es cuando crees que esos primeros tedios son la prueba de que no funcionáis y se pone punto y final para empezar otra historia con otra persona (la prueba de que las expectativas irreales que vienen impuestas se han salido con la suya).

Porque la energía de la nueva relación que arranca, acelera y emociona la maquinaria emocional, se agotará y, como la película del romance siciliano, servirá solo para un rato de suspiros.

En cambio, una vez aceptado que puede haber aburrimiento, se puede desromantizar el romanticismo y alejarse del que solo parece digno de película.

Una nota divertida en la nevera, que te lleve el café a la cama o que vuelva a casa con tu snack favorito también son formas igual de válidas de decir «te quiero».

Mara Mariño

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¿Y si el nuevo romanticismo es gratis?

No hay nada más revolucionario que pensar que tú diseñas tu concepto de romanticismo.

Y que, si así lo quieres, es algo que queda muy lejos de ramos de flores y bombones de chocolate.

Porque, viviendo con tantas distracciones alrededor, que suelte el teléfono cuando habláis, es una declaración de intenciones.

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Una manera de decir, sin palabras de por medio, que su atención es toda tuya. Que te escucha.

Es romanticismo dejar de interrumpir y querer saber qué pasa por la mente de la otra persona (en vez de estar tan pendiente de asegurarte de que sabe qué sucede en la tuya propia).

Cree en el romanticismo de esos pequeños gestos que hace en público contigo.

De buscarte con la mirada, estrecharte la mano cuando os cruzáis en medio de un plan con más gente, de rodearte los hombros con el brazo porque te quiere más cerca.

Es romanticismo lo chiquito, lo habitual, hasta lo rutinario.

Llegar a la nevera en una casa ajena y encontrar tu snack favorito o que te otorgue el regalo de que termines tú el postre, porque eres más de dulce.

Empieza a encontrar romántico que te diga de dar un paseo, -aunque sea alrededor de la manzana-, porque has tenido un día duro en el trabajo y sabe que te vendrá bien el aire en la cara.

El nuevo romanticismo va menos al regalo material y más a estar ahí, a estar de verdad.

A echar una mano si hace falta, a que se ofrezca a bajar la basura porque está la bolsa de envases a punto de desbordar, a cambiar ese pañal o a ser la primera persona en estar ahí cuando llega tu enésima mudanza.

¿No nos iría mejor si hiciéramos de los cuidados la mayor muestra de sentimientos hacia alguien?

¿Si dedicar nuestro cariño, dar afecto físico o anticiparse a lo que pueda necesitar -porque se tiene en cuenta-, fuera algo que valoramos por encima de una cena en un restaurante del que poder presumir en Instagram?

Cuidar es también la palabra, hacerle saber por qué quieres que esté en tu vida, recordarle qué te gusta, qué te encanta, sin qué cosa de su forma de ser quieres (aunque puedes) vivir.

Repetirle que físicamente podría estar en una pasarela, en un concurso de belleza y que ganaría por ser increíble en apariencia y en interior.

Porque para ti es el sol.

Así que con la cercanía de la jornada que se dedica al amor, ¿por qué no hacer de ella la ocasión en la que regalarse un proyecto en compañía?

El que sea, un viaje por carretera a Chinchón, un puzzle, escribir una carta o enseñarse mutuamente algo que apasione.

Y, con un poco de suerte, recordar que San Valentín no es una ocasión para comprar, sino para sentir.

Mara Mariño.

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2021 no será un año para románticos

Definitivamente lo de volver a ligar, después de tantos años ‘fuera del mercado’, no es como montar en bicicleta.

Claro que puede que esté un poco oxidada y los nervios me la jueguen en algún momento -sobre todo cuando me viene la incontinencia verbal y me encuentro lanzando preguntas sin ton ni son-, pero me planteo hasta qué punto soy yo y cuánta dificultad tiene conocer a alguien en estos tiempos.

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Porque al final, volviendo a la bicicleta, tanto el medio de transporte como el código de circulación son iguales por mucho tiempo que pase.

Yo me siento como si alguien hubiera decidido (¡por su cuenta!) cambiar las normas, los códigos, lo que es válido y lo que no, el orden o incluso las palabras que antes te permitían desbloquear las capas de una persona.

Y así voy, no sé si del derecho o del revés, buscando el sentido en el fondo de un plato de pasta preguntándome en qué momento cantidad superó a calidad y el romance pasó a ser solo una categoría de Netflix.

En la generación de smartphone no puedes dar un paso en falso. Y si lo das, eres consciente de que el número de sustitutas nunca será un problema, algo que funciona en las dos direcciones.

Sí, también he aprendido que en esta era del fast dating no necesitas participar en un evento de citas rápidas para tener nuevos matches constantemente.

Pero incluso si no tienes una aplicación de ligar, me preocupa que sea el estímulo de gustar -la adicción por el like instantáneo-, el que le haya ganado la carrera al estímulo de despedirse y girarse para ver a la otra persona marcharse, sabiendo que una pequeñita parte de ti querría acompañar sus pasos.

Quizás me toca subirme al carro de la comunicación 2.0, la que se basa en mandar memes y fotos y hablar hasta las tantas de la madrugada a través de una pantalla.

Pero -y llámame clásica-, me gustaba más cuando eso lo hacía en el parque de debajo de casa, por mucho que fuera invierno y terminara con las manos como témpanos de hielo (ya se me ocurriría alguna forma de hacerlas entrar en calor).

Lo que más me duele es que, por primera vez en la historia, mostrar interés es sinónimo de debilidad. Da igual que diga Delafé «cuando hace ‘bum bum’ es que no hay queja» si la única desconexión que nos permitimos es precisamente la sentimental.

¿En qué lugar nos deja a los soñadores todo esto? Porque lo de ir con pies de plomo, cuando el corazón me pide andar ligero, no lo controlo demasiado.

2021 tampoco será un año para románticos. Pero seguiremos ahí, esperando el momento en el que podamos decir sin miedo a un ghosting ese «Me gustas», el mismo que viene acompañado con un «Pero me gustas de verdad».

Esperando el momento de enamorarnos de nuevo.

Duquesa Doslabios.

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Forzar la atención, uno de los mayores errores que cometemos al conocer a alguien

Por mucho que pueda parecernos atractiva una persona, la química nunca está garantizada. No, ni siquiera aunque veamos que, sobre el papel, nos resulta perfecta.

Tiene todo lo que buscamos, desde un amor reverencial por las tablas de quesos a pasión por los perros. Se ha visto todas las películas de Star Wars y su resumen de Spotify del año parece un clon del nuestro.

PULL&BEAR

Sin embargo, la cosa no llega a cuajar. Y es cuando, en muchos casos y sin darnos cuenta, terminamos forzando que, algo que no fluye de manera natural, suceda.

Cuando hay una conexión, es como si el universo hiciera ‘clic’. Como si de repente las pilas de la conversación, las ganas de conocer más, de quedar constantemente, se hubieran cargado al máximo hasta el punto de que se convierten en inagotables.

Cuando eso no pasa, podemos llegar a agobiarnos. La tentación de ‘abrirle los ojos’ a la otra persona de nuestra altísima compatibilidad, es demasiado grande.

Pero claro, ¿cómo vamos a dejar que se nos escape? O, más bien -y aquí nos pierde la autoestima-, ¿que nos escapemos de su radar?

En ese punto, podemos cruzar la fina línea entre dejar que las cosas surjan y presionar. Forzar una conversación sin fuelle a base de infinitos «¿Qué tal la mañana (o la tarde o la noche)?».

Reconducir el diálogo a los temas que, previamente estudiados en el proceso de investigación del feed de su cuenta personal, sabemos que pueden hacer que la otra persona muerda el anzuelo y nos siga la corriente.

De la misma manera, una exagerada interacción en sus redes sociales (no tienes que reaccionar a todas sus historias, incluso a aquella en la que aparecen sus apuntes apilados) o estar lanzando indirectas en tu propio perfil con canciones o frases hechas -una serie de estrategias para llamar la atención-, tampoco funcionan si no hay interés por el otro lado.

Y entonces llega la contrapartida, las señales que nos negamos a ver de que estamos estirando demasiado el chicle.

Contestaciones a base de monosílabos o de manera vaga que terminan convirtiéndose en ‘Visto’ y los dos tics azules son otras banderas rojas. Si no paramos, la conversación se acaba transformando en un monólogo cada vez más incómodo.

Una serie de acciones que nos van llevando a la antesala del ghosting.

La conclusión es que, por mucha pena que nos dé que quien nos gusta no sea capaz de experimentar la misma sensación que podemos tener de que aquello funcionaría, es mejor no aferrarse demasiado a nuestra idea y soltar.

Entender que no es ahí, no obsesionarnos y seguir adelante. La persona apropiada no necesitará que tengamos que ponernos una y otra vez delante de sus narices.

Duquesa Doslabios.

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El arte de ligar en la ‘nueva normalidad’

Da igual que haya una pandemia mundial, que nos quiten lo ‘tocao’ o que nos aíslen en casa durante meses. Siempre querremos buscar el amor.

BERSHKA FACEBOOK

Pero volver al terreno de juego analógico, saliendo del mar de matches y ‘me gusta’ de las aplicaciones de ligar (o incluso del propio Instagram), es otra historia.

Pasará tiempo hasta que volvamos a sentirnos cómodos con el sencillo gesto de cogernos de las manos. La duda de si habrá o no un beso al final de la cita, no será solo motivo de ilusión, también de preocupación por si esa persona es positivo en el virus y no lo sabe o no muestra síntomas.

En definitiva, que si ya de por sí era algo complejo esto de conocerse, la ‘nueva normalidad’ no va a poner las cosas más fáciles.

Para empezar, encontrar un sitio donde verse va a ser tan complicado como sacar un billete en la web de la Renfe. ¿Estará abierto? ¿Cumple todas las medidas de seguridad? ¿Hay que pedir cita previa? Pero, ¿realmente han desinfectado la mesa de la terraza antes de que nos sentáramos?

Los lugares con mucha gente están automáticamente descartados. Nada de conciertos (que, a estas alturas, están todos cancelados) o garitos en Malasaña donde no cabe ni el oxígeno para respirar en condiciones.

La intimidad, tan codiciada antes de la crisis sanitaria, será imprescindible, así que citas que tengan lugar en el autocine o visitas -en pequeños grupos- al museo serán la alternativa.

Aunque tampoco podremos tirar la casa por la ventana con los planes. Los ERTE, la subida del carrito de la compra (sí, supermercados, nos hemos dado cuenta)  y la crisis económica que no se cansan de anunciar, van a hacer que nos cueste pagar la cuenta, incluso si solo es nuestra mitad.

Pero hay una solución (varias), podemos volver a poner de moda los paseos, admirar un atardecer en cualquier sitio alto de la ciudad -a la debida distancia de otros transeúntes-, quedar a ver romper las olas o a dar pan a los patos del parque, esos grandes olvidados (con las manos bien limpias, por favor).

Al final, la tecnología nos lo pone lo bastante sencillo como para convertir dos horas sentados sobre cualquier césped en un concierto privado vía Youtube. Así que la imaginación será la que marcará la diferencia en esta nueva era del amor.

Duquesa Doslabios.

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Antes éramos más románticos

Te quiero pero…

Echo de menos que te quedes mirándome como si fuera lo más entretenido del salón, por encima de la televisión. Echo de menos ir hablando en el coche, aunque sea sobre la música de la radio. Teníamos un juego de adivinar las canciones de Cadena 100, ¿por qué lo hemos dejado?

GTRES

¿Por qué hemos dejado de hacernos fotos juntos? Como si ya tuviéramos tantas que cualquiera podría decir que parece que hemos gastado todas las que nos quedaban en la vida por sacarnos. Yo quiero seguir saliendo contigo, quiero abrir la galería del teléfono y que seamos nosotros quienes más aparezcamos, entre platos de comida y paisajes de Madrid.

Quiero que nos abracemos más a menudo, que no pasemos solo por la cama con el cuerpo desnudo, que desvistamos el alma. Que hablemos de la vida, de la muerte, de la lámpara del techo que elegimos en Ikea, de todas esas cosas que nos gustaban de pequeños y que llevamos años sin probar.

Quiero que volvamos a ir a bailar, aunque seamos los peores de la sala, aunque solo sepamos un paso. Pero bailemos. Bailemos, joder. Bailemos hasta que me pises y yo me tropiece con mis propios pies. Bailemos hasta que riamos y aprovechemos, ya que estamos, para reír bailando.

No solo bailar, pensar en planes más allá de hacer deporte, comer, o pasar la tarde en el sofá. Tenemos un mundo fuera de casa que no estamos investigando lo suficiente.

Echo de menos tocarnos, en público, en privado. Hubo un tiempo en el que no faltaban nuestras manos entrelazadas en cualquier lugar, donde lo difícil era mantenernos separados. ¿Cuándo decidimos dejar de hacerlo? ¿Por qué lo hicimos?

Y ya que estás dime por qué no nos cogemos por la espalda, como cuando empezábamos a conocernos y estrenábamos el “te quiero”. Esa época en la que tu parecías el imán y yo la nevera, siempre atraídos, siempre en contacto.

Dímelo, por favor, y dime también por qué no consigo que me cuentes cada mínima cosa que te ha pasado a lo largo del día, cuando me interesa cada segundo de lo que te ha pasado sin mí. Ca. Da. U. No.

Ya no salimos de fiesta, ya no bebemos una jarra de sangría, ya no hay conversaciones ni coqueteos por Whatapp ni tampoco en el desayuno si te quedas entre las sábanas mirando el móvil en vez de acompañándome. Ya no sé si el silencio es la nueva norma, o que lo normal en realidad era que cada uno viajara mirando por su ventana, inmerso en sus propios pensamientos.

Me pregunto si esto es lo que viene después del amor, o si es en lo que se ha (nos hemos) convertido, en besarnos solo para despedirnos y no por el inmenso placer que produce comernos la boca sin prisa. En compañeros de piso que se enfadan cada dos por tres por los cuadros que colgamos o no o porque te parece que yo estoy demasiado pendiente y a mí, que tú estás demasiado despistado.

No sé si es que a partir de ahora será así. Pero sí recuerdo todo eso que hacíamos antes. Y me parecía la mejor relación del mundo.

Echo de menos el amor.

Duquesa Doslabios.

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