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El acoso sexual a las de siempre (por parte de los de siempre)

«No os quejéis, que luego subís fotos que casi se os ve el coño», escribía uno de los alumnos del centro de Almendralejo en redes sociales sobre la difusión de imágenes de sus compañeras.

Con una ‘sutil’ diferencia, que no es lo mismo elegir voluntariamente qué foto subes a tus redes y que se descarguen esa foto tuya sin permiso, que la retoquen con un programa para que parezca que no tienes ropa y que la difundan.

uniforme colegio

PEXELS

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Ha pasado hace unos días, pero la historia no es nueva, es la misma de siempre: apropiarse del cuerpo femenino sin importar el deseo de la implicada.

Ahora lo hacen con inteligencias artificiales, pero hace nada era levantando la falda para comprobar qué bragas llevábamos.

La que era la práctica habitual en mi colegio, hasta el punto de que trasladamos a los profesores el problema, quedó impune cuando la recomendación que recibimos fuera que apostáramos por shorts o mallas cortas que quedaran cubiertas por la falda del uniforme.

Llama la atención que la respuesta de muchos sea la de poner la mira en quien señala el problema porque es víctima de él.

Cuando la pregunta no es qué hacíamos nosotras para que nos levantaran la falda (solo llevarla, como mandaban las normas del colegio).

Ahora la acusación se ha adaptado a los nuevos tiempos convirtiéndose en «No haber subido fotos a redes».

Un aviso que suena familiar, que me devuelve a aquel «Si no queréis que se os vea nada y hagan bromas, poneos pantalones debajo de la falda».

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Siempre nosotras, desde niñas, las responsables de parar algo que no hemos elegido. Pero lo que parece que cuesta preguntarse es, en vez de qué podemos hacer nosotras para ‘remediarlo’, por qué siempre son ellos.

Por qué los chavales de ahora -y los de hace 10 o 20 años-, encuentran una fuente de diversión en la intimidad de sus compañeras de clase, desnudándolas física o digitalmente.

Y sobre todo haciendo de ello una mofa o un juicio, que hace que el colegio se convierta en un lugar peligroso por partida doble.

Por un lado por ser el sitio donde se comparte espacio a diario con quienes han realizado la agresión, que se regodean en sus malos actos con el acoso, y donde los adultos miran hacia otro lado.

A excepción de las madres de las afectadas. Sí, digo bien, madres, que son ellas quienes se han organizado y copan los titulares de estos días.

Aquí lo que toca cuestionarse de una vez por todas es por qué nosotras ni bajamos pantalones por los pasillos del colegio ni usamos herramientas digitales para quitarles la ropa a nuestros compañeros de clase.

Qué está pasando para que cambien las generaciones, sintamos que como sociedad estamos avanzando hacia un mundo más abierto de miras, cuando el problema es que el sistema apenas ha evolucionado con nosotros.

Porque las actitudes machistas no desaparecen, se adaptan a los nuevos tiempos.

Y seguimos estando expuestas porque existe esa mentalidad compartida de que la intimidad de las mujeres está al alcance de cualquiera, que la culpa la tiene ella por buscárselo o por cómo iba vestida o por lo que subía a su perfil.

Todo con tal de llamarlo como lo que verdaderamente es: violencia hacia las mujeres.

Porque el primer escalón es que difunda una foto tuya y quien la edita o lo comparte, no lo vea como algo serio; pero el siguiente es que te dé un beso sin que tú quieras recibirlo y el otro que, después de una violación, afirme que solo lo llamas así porque no has quedado satisfecha.

Mara Mariño

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Sumisión química o por qué nosotras no nos atrevemos a dejar el vaso solo

Hace unos días quedé con un hombre. Un plan de tarde a las 18h en una cafetería cualquiera de Madrid.

La conversación fue agradable, el rato tranquilo y mi vejiga, insistente. Cada dos por tres las señales de alarma de que necesitaba vaciarse estaban ahí, avisando.

Pero aguanté por una simple y llana razón: no me iba a levantar hasta terminar el vaso con mi bebida.

bar cita pareja

PEXELS

Y lo cierto es que cuando llegué a casa después de que no pasara nada, me sentí hasta un poco tonta por tomarme todo tan a la tremenda.

Por ver el peligro en todas partes.

Me encantaría decir que peco de exagerada, que no hay nada de qué preocuparse, pero no es así.

Y para llegar a esa conclusión no necesito dar con esa amiga -que todas tenemos- que o bien sabe a ciencia cierta que le ha pasado o bien sospecha de aquella noche que recuerda borrosa (cuando no bebió prácticamente nada).

Basta con irme a los datos de sumisión química que publicó hace unos meses el Ministerio de Justicia sobre el estudio del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses (INTCF).

En casi un 24% de las agresiones sexuales a mujeres, la víctima dio positivo en sustancias como drogas o alcohol.

Si, como yo, eres de ir con la copa tapada con la mano en la discoteca o de apurar hasta la última gota antes de perder de vista tu consumición, no es solo con desconocidos con quien deberías tener cuidado.

Y es que precisamente en muchos casos es la relación previa, la amistad o el compañerismo que pueden hacer que bajemos la guardia.

Pero, ¿es este el enfoque que se le debe dar al problema? ¿Estar en constante alerta para no ser las siguientes? ¿No fiarnos de nadie?

Hemos reivindicado en cada 8 de marzo que «solas y borrachas queremos llegar a casa», defendiendo que podamos salir de fiesta, sin miedo a que nos pase algo por si nos tomamos una copa con las amigas.

Y se han hecho oídos sordos, porque cuando buscas este tipo de agresiones, lo primero que te enseñan es una lista de prevenciones entre las que se incluyen «No abuses de las bebidas alcohólicas», «No consumas drogas», «No pierdas de vista lo que bebes o comes», «En un bar, pub o discoteca nunca dejes sin supervisión tu copa» y «Procura mantenerte junto a tus amigos cuando sales por la noche».

Porque una vez más es la víctima la que tiene la culpa de haberse despistado y que la agredan.

Una lógica que sigue la línea de “si no quieres que te violen, no salgas con minifalda, ponte pantalones”, “evita calles oscuras y solitarias”o “vuelve de día”,

Lo de enseñarles a ellos a no ponernos nada en la bebida y aprovecharse de nosotras en un estado de inconsciencia, brilla por su ausencia.

Así que nada, sigue aguantando el pis, amiga.

Mara Mariño

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El problema son los hombres que agreden (y los que les cubren las espaldas)

Es mucha casualidad que todas (o casi) admitimos que hemos experimentado algún tipo de acoso sexual. Pero, curiosamente, no encontrarás un solo hombre que se considere acosador o que admita que se relaciona con ninguno.

La camaradería está por encima de atentar contra la dignidad de una persona, por lo visto.

PEXELS

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Y no hay mayor prueba que lo que ha sucedido con el Xocas, el streamer que ha calificado de «estrategia de ligue» que uno de sus amigos fuera de fiesta sobrio, para poder aprovecharse de mujeres borrachas.

Porque el problema no es solo que el Xocas hable ahora de esto. El problema es el Xocas quedándose callado cada vez que ha visto a su amigo hacerlo.

Nos ponen en peligro los tíos que abusan, por supuesto, pero también los que hacen la vista gorda aún sabiendo que, el comportamiento de su colega, no está bien.

Que ellos paren antes de utilizar un estado alterado de consciencia de una mujer, en su propio beneficio, es aprendizaje, fruto de una educación basada en la igualdad y el respeto.

Pero también resulta de ayuda no recibir el apoyo silencioso de los amigos -o a viva voz felicitándoles en internet delante de millones de seguidores-.

Son siempre los mismos. Puede que no silben por la calle, que no se aprovechen del tumulto de la discoteca para deslizar su mano entre tus piernas o que no manden una foto de sus genitales.

Pero son los que no dicen nada cuando su colega pasa fotos de la chica con la que se está liando por el grupo de Whatsapp, los que no responden a quien hace los chistes de traer a las ucranianas a España.

Los que ríen las gracias, aunque no estén de acuerdo, porque es más importante el respaldo de los demás que lo que está correcto, los que hacen oídos sordos cuando una mujer recibe comentarios por la calle porque no la conocen, no es problema suyo.

Los que te escriben que eres un poco exagerada cuando compartes tuits del acoso que recibes en redes por parte de otros hombres, los que piensan que esto del feminismo no va con ellos.

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Y mientras el Xocas blanquea el delito de la violación (recordemos que es también una agresión sexual atentar contra la libertad de la víctima sin que haya violencia o intimidación y sin que exista el consentimiento previo de esta), ensalzándolo, los demás toman apuntes.

Para la siguiente, buscar la más borracha. Y si es el amigo el que lo hace, es un crack, no pasa nada.

Lo que consigue esta mentalidad, una vez más, es cargarnos a las mujeres con la culpa de que, si nos hacen algo, es por no habernos protegido lo suficiente.

Por haber bebido de más, por habernos vestido de menos, por haber dejado que nos acompañara a casa, por no decirle que parara por miedo a su reacción.

Pero cuando ese razonamiento no se acompaña del resto de violaciones, cuando abusan de ti de día, sobria y llevando un chándal, el foco debería dejar de estar puesto en que la víctima se cuide.

Porque da igual lo que hagamos nosotras. Lo único que nos evita protagonizar la siguiente agresión sexual es que él no decida hacerlo.

Y que los demás no miren hacia otro lado, si pasa delante de sus narices, y pueden evitarlo.

Mara Mariño

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Así es cómo mi colegio permitía el abuso sexual hacia las alumnas

Creo que no hay una sola vez de las que un desconocido me ha metido mano en público en la que no me haya planteado si podría haber hecho algo para evitarlo.

Pero nunca si él podría haber hecho algo para evitarlo. Como decidir no tocarme en contra de mi voluntad, por ejemplo

Aunque fueron ellos los que tomaron la decisión de ir a por mi culo o pasarme la mano entre las piernas sin preguntarme, sin que yo quisiera, en mi cabeza le seguía dando vueltas a mi responsabilidad.

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¿Puedes culparme de verlo así? Piensa que fui a un colegio de monjas donde el uniforme era obligatorio. Y el de las niñas, por supuesto, era una falda de tablas.

Desde primaria hasta el último curso de secundaria corrías el riesgo de que alguno de tus compañeros tuviera la ocurrencia de levantarte la falda.

Y daba igual que fueras a quejarte a los profesores. El «son cosas de niños» le quitaba peso a su abuso.

Nosotras, en cambio, sentíamos la vergüenza por parte doble. Primero porque nos habían dejado, literalmente, en bragas.

Segundo porque era delante de toda la clase.

Y con una sensación de injusticia e impotencia de ver que nadie te ayuda, que nadie se lo toma en serio y que te toca aceptar algo desagradable. Eso se convierte en el día a día.

Dejaba el mismo sabor amargo que termina por convertirse en familiar cuando un grupo de desconocidos te grita obscenidades o pasa por delante de ti un hombre trajeado recién salido de trabajar, e invadiendo tu espacio personal, te dice que te lo quiere comer.

Pero tú te callas, porque por mucha vergüenza que pases, eso es más seguro que responder y que pueda reaccionar con violencia.

Para los profesores era una «trastada» sin ninguna maldad. Para nosotras el suplicio de que nuestra intimidad se viera expuesta.

Y ya ni te cuento de la pesadilla en que se convirtió cuando entramos en los años en los que nos venía la regla. Que pudieran ver las alas de la compresa era el culmen de la humillación.

Así que la solución del centro escolar, ante la creciente oleada de «subefaldas», fue la de aconsejarnos a las alumnas llevar pantalones cortos por encima de las bragas.

Si no queríamos quedarnos en ropa interior, teníamos que cambiar nosotras nuestra manera de vestirnos todos los días.

No se quedaba ahí. Quienes no llevaban este tipo de shorts y su ropa interior quedaba a la vista, eran consideradas unas «guarras».

Porque aún con la alternativa de los pantalones, preferían no llevarlos. Señal de que les gustaba que se lo hicieran y realmente querían quedarse en bragas.

Mi colegio nunca se planteó coger a los chicos de cada curso y enseñarles que lo que estaban haciendo estaba mal. Que debían respetarnos.

Lo que lograron fue que ellos pasaran todos sus años escolares aprendiendo que podían invadir la intimidad de sus compañeras mujeres sin que pasara nada.

Y nosotras la misma cantidad de años aprendiendo que era nuestra responsabilidad protegernos. Porque de no hacerlo el castigo sería ser humilladas con el estigma de disfrutar de aquel abuso.

Cuando cada día de los primeros años de tu vida aplicas el mensaje de que solo tú eres responsable de un abuso, ¿cómo no llegar a la edad adulta sintiéndonos nosotras culpables de que nos fuercen, nos silben, nos besen, nos violen o nos maten?

Y ¿cómo esperar que ellos respeten nuestro cuerpo, sin que nosotras les dejemos, cuando llevan accediendo a él desde siempre?

Duquesa Doslabios.
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Amigo, así es cómo te afecta la ley del ‘Solo sí es sí’

¿Piensas que es muy complicado ser hombre hoy en día? ¿Que vas a tener que ir con un contrato en el bolsillo y firmar ante notario si quieres tener sexo con una chica?

Este artículo es para ti.

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Vengo a explicarte de una forma sencilla cómo te afecta la Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual o, como la conocemos coloquialmente, la del «Solo sí es sí».

Por lo pronto, abuso y violación han pasado de ser considerados delitos diferentes a que ambos vayan a juzgarse como agresión.

Es decir, ya no es necesaria que haya violencia o intimidación para que puedas ir a la cárcel si haces algo en contra del consentimiento de otra persona.

Y cuidado, porque esto se aplica también a lo que suceda en la calle.

Si por un casual eres lectora, recordarás con todo lujo de detalles aquella vez que te tocaron por sorpresa en el vagón de metro, en unas fiestas de pueblo o cuando te asaltó ese desconocido en el parque siendo tú pequeña.

Ahora todo acoso callejero es considerado delito leve y se puede penar con multas o hasta un año de cárcel. ¿El secreto para evitarlo si eres un hombre? Tan sencillo como no tocar a una mujer que no te ha dado permiso.

De tanto reivindicar que las calles también son nuestras, la nueva ley también recoge el acoso callejero.

Comportamientos no deseados verbales que violen la dignidad de una persona -y sobre todo si se crea un ambiente intimatorio, hostil, degradante, humillante u ofensivo (cada vez que te sueltan el comentario troglodita de turno, en resumen), también será castigado.

Ante la duda guárdate para ti la opinión sobre cómo nos queda ese escote o las piernas que tenemos. No te la hemos pedido.

Respecto a tener que llevar siempre boli y papel encima para que quede claro que la relación entre ambos fue consentida, decirte que no, que no hace falta que vayas cargado.

Solo que aprendas que ni quedarse en silencio ni adoptar una postura pasiva significan que estén aceptando tener sexo contigo. Que esta vez no vale lo de «ella no opuso resistencia».

Y con los agravantes de si además se hace en grupo, es la pareja, un familiar o se usan sustancias para anular la voluntad de la víctima.

Así que antes de que salgas con el «Es que ya no vamos a poder hacer nada», déjame aclararte que no te tienes que preocupar.

Que vas a poder hacer de todo, pero con consentimiento, claro. Que igual es de lo que te estabas olvidando hasta ahora.

Y antes de despedirme, una noticia que, si eres amante del teclado, te puede interesar. Hasta el 26 de septiembre puedes inscribirte en los XV Premios 20Blogs y, además de llevarte el premio de 5.000 euros, formar parte de la familia bloguera. Si te quieres apuntar, tienes toda la información aquí.

Duquesa Doslabios.

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De cuando tuve sexo por (y con) miedo

Cuando hace unos años conocí a ese tío, el plan no podía parecer más normal. Unas cervezas por La Latina, conocernos, charlar…

Nos gustamos, sí. Al poco estábamos besándonos y dejó caer que su casa estaba cerca, si me apetecía cambiar el ambiente. De buena gana accedí y unos minutos después entrábamos por la puerta.

La misma que luego cerró con doble pestillo y me llevó a preguntarme -un pensamiento relámpago que me cruzó la cabeza-, por qué tanto cerrojo.

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Tuvimos sexo, sí. Y aunque en el bar tenía todas las ganas del mundo, cuando empezamos a enredarnos, se esfumaron.

Era violento, desagradable y doloroso. No estaba disfrutando, él me estaba haciendo daño dándome golpes, estrangulándome y encontrando todo tipo de prendas para inmovilizarme.

Y mientras pasaba de una a otra zona de mi cuerpo a mano abierta sin que pudiera resistirme, yo pensaba en los dos cerrojos, en que estaba muerta de miedo y que solo quería ver abrirse esa puerta de nuevo.

En ningún momento le dije lo que estaba sintiendo, no abrí la boca. Nadie sabía ni dónde ni con quién estaba, había entrado por mi propio pie a su casa y había accedido a tener sexo.

Ya era lo bastante feminista como para saber qué iba a escuchar al respecto si alguna vez contaba la historia.

Solo quería una cosa, que acabara rápido y poder irme a mi casa. Algo que pasó una hora más tarde. Él volvió a escribirme, se lo había pasado genial, quería verme de nuevo, que volviéramos a quedar. A día de hoy, aún me sigue en Instagram.

No sé cuántas veces me he preguntado por qué no hablé, por qué no le expliqué que no me sentía a gusto con él y prefería marcharme.

Ahora le doy la enésima vuelta con una amiga después de salir de ver Una joven prometedora y me dice lo que sé pero me duele escuchar: que a todas nos ha pasado algo parecido.

Porque entonces la conclusión es clara. Preferimos pasar una experiencia que seguramente nos marque, de una manera o de otra, por miedo. Miedo a asumir las consecuencias de un «No quiero seguir haciendo esto». Miedo al peligro.

Ya se ha encargado la sociedad de hacernos entender que, lo mejor que te puede pasar si te fuerzan, si te violan, es que no digas nada ni haya vídeos al respecto que se puedan viralizar.

Porque el silencio, el anonimato, es preferible a eso.

Vivir una vida tranquila con marcas de violencia que solo tú eres capaz de seguir viendo años después es mejor que un escrutinio nacional, que saber que tu violador -o violadores-, están libres y que tú, algo habrías hecho, llevado puesto o bebido para merecerlo.

O que tú querías tener sexo (aunque luego cambiaras de idea).

Duquesa Doslabios.

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No tienes perdón si te quitas el condón

Sí, sabemos que el preservativo no es lo más cómodo del mundo. Que os aprieta, que os quita sensibilidad, que no lo notáis igual y que preferís tener sexo sin él.

Pero también sabemos que no tenemos garantía de dónde la habéis metido previamente (por mucho que nos juréis que solo lo habéis hecho una vez con vuestra novia de toda la vida) y que preferimos no arriesgarnos a tener una ETS por un rato incómodo que podáis pasar.

Además, cada vez hay más opciones de diferentes tamaños, texturas y grosores para que sea casi como estar piel con piel.

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Lo que no se justifica en ningún caso es que, en pleno polvazo, hagas la de quitártelo sin decir nada.

Si alguna vez lo has llevado a cabo, deberías saber que acabas de cometer un delito que se llama stealthing, ya que penetrar sin preservativo ni consentimiento es una forma de abuso sexual. Y en España, desde 2020, está penado con la cárcel.

Amiga, si eres tú la que ha sido víctima (además de mandarte mucho apoyo) quiero recordarte que puedes ir a denunciar. Nadie tiene derecho a decidir sobre tu cuerpo, tu voluntad debe ser respetada en todo momento.

Están atacando tu libertad sexual y haciendo un contacto con el que tú no estás de acuerdo.

Que por mucho que tengas ganas de sexo, nada justifica que te veas en una situación de peligro (que además de afectar a tu salud, puedes jugártela con un embarazo no deseado).

Y si eres tú el que se plantea ponerlo en práctica -o alguna vez lo has hecho porque eres así de egoísta y kamikaze (tú también te puedes contagiar de una venérea, no te olvides)-, decirte que muchas de nosotras lo pasamos (realmente) mal con la regla y no vamos lanzando tampones manchados a la gente.

Nos aguantamos y respetamos que puede que el señor que espera el Metro no tiene por qué querer llegar a la oficina con un churretón de sangre menstrual.

Es tan fácil como respetar la decisión de la otra persona y que si dice con condón, es con condón en todo momento. Sin negociación.

Duquesa Doslabios.

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¿Una diferencia entre ‘Los Bridgerton’ y ‘Juego de Tronos’? Cómo se graban las escenas de sexo

Hay todo un mundo de distancia entre los desnudos o escenas íntimas que podíamos ver en Juego de Tronos y las de ahora en series como Los Bridgerton, Sex Education o Euphoria.

Antes bastaba con incluir en el guión que tocaba quitarse la ropa, un coito, la interpretación de una felación… Las nuevas producciones cuentan con una figura nueva en el set: la coordinadora de intimidad.

Netflix

Un puesto que idea la coreografía para la filmación de los momentos sexuales después de un encuentro previo al rodaje entre los actores, comunicando sus preferencias.

Una reunión para saber qué les haría sentir cómodos para crear una escena capaz de respetar todos los límites.

Como si fueran una lucha o parte de un momento musical -con todos los bailarines moviéndose de un lado al otro- las escenas de besos y caricias, se ensayan y se graban siguiendo los pasos.

Y lo raro es que, hasta ahora, esto no existiera, no fuera necesario. Que todo lo relativo a escenas íntimas quedara en manos de un director que hacía y deshacía sin tener en cuenta los deseos de los actores.

Solo si nos da por repasar algunas de las escenas de películas de éxito podemos entender la dimensión del problema. Cuando no siempre los contactos físicos o la desnudez han sido fruto del consentimiento.

Como el caso de una Maria Schneider de 19 años que no sabía que iba a ser forzada por Marlon Brando debido a la ocurrencia de Bernardo Bertolucci en El último tango en París.

Por su idea de untar sus genitales con mantequilla delante de la cámara sin que ella estuviera informada y quitándole hierro con el «Es solo una película».

Ese es el problema, que cuando ella pasó el resto de su vida sin poder volver a desnudarse delante de una cámara -con varios intentos de suicidio por el camino y adicción a las drogas-, no es solo una película ni una serie.

Es la historia de siempre, de forzar en contra de la voluntad. Y, en este caso, en el nombre de un bien mayor, que ya puede ser la próxima película ganadora de varios Oscar o la serie estrella de la plataforma de streaming de turno.

Porque solo sabiendo a qué atenerse, qué va a pasar y respetando dónde están los límites, se puede trabajar con dignidad.

Eso también forma parte de los derechos humanos, el derecho a «condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo», condiciones que no pasen por sentir miedo, humillación, sometimiento o abuso.

Así que si la solución es convertirlo en una danza de caricias y besos detallada en el guión, que se haga desde ahora y en todas las producciones, ya sean películas o series.

Sin que se repita la historia de una Emilia Clarke llorando en el baño antes de rodar la escena de Daenerys desnudándose, la de una Emma Stone padeciendo un ataque de asma en plena escena de sexo por la tensión a la que estaba sometida o la de Evangeline Lilly en Lost sin poder dormir después de ser grabada semidesnuda.

Sin más nombres de mujeres que terminan con los nervios destrozados en el nombre del séptimo arte ni de ningún otro.

Duquesa Doslabios.

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Acoso sexual, el verdadero ‘secreto’ de Victoria’s Secret

Mientras que las mujeres de Hollywood o del mundo del deporte alzaban la voz para denunciar todo tipo de agresiones, un sector parecía resistirse a los embistes de la violencia de género: la fantasía lencera de Victoria’s Secret.

Si ya de por sí, solo por nacer mujer, tienes un 30% de posibilidades de sufrir violencia (a lo que se le puede sumar que 4 de cada 5 mujeres en España han sido acosadas), parecía imposible que en el desfile más visto del mundo en el que la ropa interior era denominador común, se escapara.

Casi como si las modelos más famosas de la industria de la moda hubieran encontrado un universo alternativo en el que era segura la (casi) desnudez.

O al menos hasta que un reportaje de The New York Times ha sacado a la luz que no todo eran push ups, tangas y alas de ángel.

Las modelos han hablado en ‘Ángeles en el infierno: La cultura de la misoginia dentro de Victoria’s Secret‘ porque llevan mucho calladas.

Andy Muise o Alyssa Millerson algunas de las que han denunciado una figura fundamental en toda la trama del gigante de la lencería: Ed Razek, quien era director ejecutivo hasta 2019 y encargado de los célebres castings para el desfile.

Las quejas que llegaron al departamento de Recursos Humanos de la firma iban desde tocamientos hasta comentarios lascivos, una serie de comportamientos que la empresa justificaba como algo ‘normal’ en ese trabajo sin darle ninguna importancia.

En el caso de Andy, el resistirse a los intentos del director de tener un encuentro sexual con ella tuvo una consecuencia inmediata: no volver a ser llamada para recorrer la pasarela.

Aunque es quizás Bella Hadid en nombre más destacado del artículo, quien también ha tenido mucho que decir sobre Razek y sus comentarios sexuales en fittings previos al desfile o en el mismo día del espectáculo.

Tocamientos a la fuerza, sesiones de fotos con las modelos desnudas que nunca habían sido aprobadas por la agencia, viajes con hombres mayores con los que debían flirtear y hasta una red de captación de mujeres para la prostitución son algunas de las ‘perlas’ detrás de la fantasía de color de rosa.

Afortunadamente, por motivos alejados de las acusaciones, Victoria’s Secret está cayendo por sí sola junto a su rancio estereotipo de belleza.

No serán las únicas historias de supermodelos que escucharemos (¡tiempo al tiempo!). No descarto que llegue el día en que Cindy Crawford, Naomi Campbell o Claudia Schiffer digan lo que han visto o vivido.

Duquesa Doslabios.

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Que te toquen el culo en la discoteca y todo lo que no es ‘normal’ por ser mujer

Todas coincidimos en que es mejor ir con zapato plano en vez de sacar los tacones. «Yo quiero ir cómoda», dice una. Aunque no lo pongamos por escrito sabemos que, en el caso de tener que correr, es preferible ir con un calzado bajo.

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Quedamos poco antes de que abran la discoteca y vienen los dos de turno. «¿Por qué estáis tan solas?», dicen a ese grupo de cuatro amigas.

Sabemos qué hacer en esos casos. El corte más ‘limpio y rápido’, la baza del novio. Una vez saben que «estamos todas cogidas», se van. La excusa de siempre que, cuando surge, te garantiza la ‘libertad’, algo que sabemos todas, por lo que utilizarla es ya normal.

Entramos a bailar. Pedimos copas y recordamos cómo nuestros padres dejaban el vaso en la barra con una servilleta por encima, para que no les echaran drogas. Nos reímos de aquel acto pero no soltamos el nuestro, no vaya a ser. De modo que se convierte en habitual ese baile a una mano mientras con la otra mantenemos la bebida va bien sujeta. Hasta ahí todo normal.

«Voy al baño», dice una. Da igual la distancia al servicio, es una norma no escrita acompañarnos. Son muchas las historias de amigas que, ante las ganas de hacer pis se han alejado y han aparecido en un piso desnudas al día siguiente.

Las colas en los baños de mujeres son siempre infinitas, todas llevamos compañía, como es normal.

Una vez reunidas de nuevo, seguras por la fuerza del grupo, el baile es más pleno. Hasta que, en la décima bajada al suelo -cambiando solo el peso de las caderas de una a otra rodilla-, hay quien nota una mano indiscreta.

Pena que, al girarse, haya un grupo de ocho o nueve chicos. Imposible dar con el autor del roce. Aunque claro, con tanta gente, y bailando hasta el suelo, es normal que se den ese tipo de choques. Que no empiece la paranoia.

Vuelve a notarla y al minuto se arrepiente de haberse puesto minifalda, no como sus amigas -más expertas en materia-, que prefieren los pantalones largos para evitar, como es normal, los manoseos que suelen acompañar aquí, en Valencia, en Cáceres, en Murcia o en Málaga, los acordes de Daddy Yankee. Pero ella no cayó en eso, solo quería estrenar su nueva compra.

Así que se resigna y entiende que el toqueteo será el nuevo normal de la noche.

Las horas se agotan y los pies, incluso sin tacones, también. Es el momento de despedirse. Dos comparten taxi, otra irá en autobús nocturno y la última, que no ha bebido, prefiere coger un coche de alquiler.

Tras los besos y abrazos, la promesa de todas las noches. «Avisad al llegar». Es el voto normal en estos casos en los que la oscuridad todavía hace mella en el cielo.

El coche está más lejos de lo que se pensaba. Tiene que andar sola un trecho e incluso pasar por delante de un grupo de hombres que también acaban de salir de otra discoteca.

«Hola bebé, ¿te acompaño?». Risas del grupo, él se ha puesto casi enfrente suyo. Ella le esquiva y aprieta el paso, mirando con desesperación el mapa del móvil para localizar el vehículo.

Por mucha rabia que le dé confesarlo, ese tipo de encuentros son lo normal cuando vuelve a casa. El miedo apretándole la boca del estómago durante los últimos metros antes de abrir la puerta -que muchas veces alcanza corriendo- se ha convertido casi en el denominador común, lo raro es que no le digan algo. El broche de siempre a sus veladas con amigas.

Finalmente llega a casa, es la última en hacerlo. Escribe que ya está en la cama y aprovecha para revisar por última vez Instagram. El chico al que le dijo su perfil le ha escrito un mensaje. Uno detrás de otro, viendo que ella no le contestaba.

Que si quiere terminar la noche por todo lo alto. Que por qué no le contesta. Que hay que ver estas feminazis que se asustan por todo. Que quién se cree que es. Que es una zorra calientapollas por haber bailado así. Que tampoco está tan buena. Que ojalá se muera.

Y ella apaga el móvil y se va a dormir después de pasarle el pantallazo a sus amigas, que, poco o nada extrañadas, le dicen que así son muchos tíos. No les sorprende a estas alturas porque tienen en sus bandejas de entrada textos parecidos. Es hasta normal.

Solo que nada de lo descrito como normal en este texto lo es. Por mucho que socialmente hayamos aprendido a normalizar las agresiones sexuales, las intimidaciones, es el momento de desaprenderlo.

Que lo normal empiece a ser no tener miedo porque no haya ningún motivo para ello.

Duquesa Doslabios.

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