Archivo de febrero, 2014

Sexo anal, luces y sombras

El sexo, por lo general, es motivo y caldo de cultivo perfecto para todo tipo de tabúes y prejuicios. Personales, morales, religiosos… Nada atrae y sacude tanto al ser humano, ni siquiera el dinero. Pero, de entre todas sus expresiones, hay una que claramente se lleva la palma en lo que a incomprensión se refiere: el sexo anal.

Con él pasa como con la ópera, o te fascina o te horroriza, pero no deja indiferente. No hay medias tintas. Es una práctica mucho más extendida de lo que muchos piensan, aunque aún tiene que lidiar con demasiadas ideas preconcebidas. Las más comunes son asociarlo al sexo entre homosexuales (como si eso fuera algo malo, por otro lado), temerlo por creer que es doloroso o rechazarlo por considerarlo algo “sucio” o inapropiado.

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Los expertos coinciden en que es una zona muy erógena y afirman que, si se hace bien, puede ser una práctica muy satisfactoria para ambas partes. Como de costumbre, aproveché una fiesta en casa de unos amigos este fin de semana para sacar el tema y recopilar impresiones. Salvo una pareja, el resto eran todos heterosexuales y la mayoría reconocieron haberlo probado al menos una vez.

Gran parte de las chicas admitían que aquello no era lo suyo, que les provocaba dolor y que no les “ponía” en absoluto. Reconocían, no obstante, que iban desde el primer momento convencidas de que les dolería y que no conseguían relajarse. “A mí me gusta incorporarlo al tema de vez en cuando. Pone muy caliente a mi chico y a mí me anima. Además, estando bien lubricado no me duele nada”, contestó una. “A mí me encanta, tardo menos de 10 segundos en correrme y, aunque a veces me duele un poco, me mola la mezcla entre placer y dolor”, explicó otra.

En el caso de ellos, reconozco que hubo alguna respuesta que me escandalizó. Como la de uno que me dijo que a él le encantaba cuando estaba soltero, pero que ahora que va a casarse, a su mujer, “por detrás ni tocarla”. Como si fuese una práctica impura e indecente no apta para futuras esposas y madres. Otro me dijo que a él le gustaba sólo si la chica en cuestión le juraba y perjuraba que él era el primero. El resto, por lo general, dio las mismas respuestas: “morbo”, “dominación”, “atracción por lo prohibido”… Solo uno me dijo que su novia le gustaba tanto que se volvía loco y que, cuando estaban en la cama, quería “poseerla por todos los sitios”.

Así que nada, allá cada cual con sus límites, sus gustos, sus pasiones y sus prejuicios. Pero aquellos que se animen a curiosear por terrenos inexplorados, recordad lo que dicen los sabios: higiene, protección y, sobre todo, lubricante. Mucho lubricante.

El sexo oral, ¿primera víctima de la rutina?

Dicen que la rutina es la principal y más temible amenaza que se cierne sobre el sexo en pareja. Ya sabéis, el cansancio, las jornadas laborales interminables, las obligaciones, los hijos (para aquellos que los tienen), la convivencia… Todo es un suma y sigue y son muchos los que sucumben y acaban en aquello del “sábado sabadete…”

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Algunos más que otros, todo sea dicho. Pero, si hay algo en lo que ha coincidido toda la gente con la que he hablado de este asunto es que, hagan el amor más o menos, el sexo oral es la primera víctima de la vorágine cotidiana. No es que haya hecho una encuesta a miles de personas, ni mucho menos, pero de verdad que ha habido unanimidad casi absoluta en todos aquellos que llevan más de dos años con sus parejas.

¿Pereza? ¿Acomodo? ¿Falta de voluntad? ¿De ganas? “Es por la falta de tiempo, le dedicamos menos a los preliminares y vamos directamente al grano”, me dice alguien. “Uf, me resulta muy cansado”, me dice otra persona. Cierto es que, al menos entre mis consultados, son ellas las que más claudican, mientras que ellos admiten haberse “resignado”. Puede que no sea representativo de la realidad, no lo sé, pero es lo que me he encontrado.

Y sabiendo esto, me viene a la cabeza aquello que hablamos de que en el sexo, como en muchas otras cosas en la vida, cuanto más se practica, más se quiere. Así que si uno detecta que la monotonía se ha instalado entre sus sábanas, que piense si hay una forma mejor de romper la rutina del misionero.

Amantes, pero sin penetración

Los dos tienen pareja, trabajan juntos y están liados desde hace un año. Hasta ahí, nada especial, solo una más de tantas historias de cuernos. Cuando lo descubrí me sorprendió no por la infidelidad en sí, sino porque no pegan absolutamente nada. Se podría decir casi literalmente que son de dos planetas diferentes. Aunque vete tú a saber, quizás precisamente por eso se atraigan.

Mujer bajo la cama

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Como decía, pillarles in fraganti fue una sorpresa, pero sin más. El caso es que ambos, al saberse descubiertos, se sintieron en la obligación de darme explicaciones y, cada uno por separado, me contó su milonga. No les creí una palabra, claro. Resulta que pretendían hacerme creer que, en todo ese tiempo, no se habían acostado. Bueno, acostados en una cama sí que reconocían haber estado, pero poco más. Es decir, que se besaban, se magreaban, se iban de cena y de copas juntos hasta las tantas… pero de follar, nada de nada.

Aunque intenté hacerles comprender que me importaban un pimiento los detalles de su vida sexual, ellos, cada uno con su historia, seguían erre que erre. Fingí creerles para que me dejaran en paz. Hasta que hace unos días, por casualidades de la vida, conozco a una persona que resulta ser íntima de ella y, sin saber mi nexo con ellos, acaba por revelarme todos los detalles. ¡Y resulta que es verdad!

Parece ser que ella se niega a llegar hasta el final, no alcanzo a entender muy bien por qué. Algo me dijo su amiga sobre que estuvo dispuesta a dejar a su novio si su amante dejaba a la suya, pero que él se negó en redondo. Y digo yo, sea cuales sean sus razones, ¿qué sentido tiene?. ¿Cómo narices se puede prolongar una situación así durante nada menos que un año? Mí no comprender. ¿Alguien lo hace?

El poder del porno

Afortunadamente, los tiempos han cambiado, pero aún me encuentro por ahí algún que otro/a troglodita que cree que el porno es cosa de guarros, insatisfechos o pajilleros solitarios que no se comen una rosca. Nada más lejos de la realidad. Y no es que lo diga yo, es lo que se desprende de una investigación publicada hace unos meses en The Journal of Sexual Medicine. De las 4.600 personas consultadas, el 88% de varones y el 45% de mujeres declararon haber visto material pornográfico en los últimos 12 meses.

CARTEL PORNO

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Un estudio más reciente, realizado hace solo unos días por la consultora francesa IFOP, elevaba esos porcentajes al 90% y al 60%, respectivamente, y concluía que, al contrario de lo que algunos creen, aquellos que acostumbran a ver pornografía suelen tener mayor cantidad de relaciones sexuales.

Películas, revistas, Internet… No importa cuál sea el soporte, el caso es que mirar material de alto voltaje despierta los apetitos e incentiva la pasión. ¿Pero qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿Follan más los que ven porno porque les despierta el deseo, o precisamente porque son más activos en ese terreno buscan disfrutar de contenidos eróticos?

De los 1023 participantes en la encuesta de IFOP, el 68% aseguró que su pareja estaba al tanto de su consumo de porno. De ellos, al menos el 36% dijo llevar más de un año de relación, y todos afirmaron que tienen más sexo gracias a este material. Haciendo un rápido repaso mental a mi lista de amigos, coincide que las parejas que admiten abiertamente que ven y disfrutan del porno, ya sea juntos o por separado, son las que tienen una vida sexual más activa. Al menos si nos fiamos de lo que nos cuentan.

Sea como fuere, si alguien tiene al mozo o a la moza con dolor de cabeza recurrente y está pasando un poquito de hambre, ya sabe… Nada como sustituir el telefilme de después de comer el fin de semana por algún bonito documental de estos acurrucados en el sofá.

Tupper sex en vena para combatir la sobredosis de San Valentín

Ante la inevitable avalancha de horteradas y chorradas varias con motivo de San Valentin, varias amigas solteras han decidido atrincherarse y combatir el aluvión organizando una cena con tupper sex incluido. Ya sabéis, risas y cachondeo asegurado al tiempo que inviertes en algún juguetito con el que quererte mucho mucho a ti misma, que a falta de pan, buenas son tortas. El caso es que, aunque estoy invitada, no voy a poder ir por motivos varios, y me jode especialmente porque nunca, nunca, he ido a ninguno. Y hombre, como que ya va siendo hora. Más que nada, por pura curiosidad.

tupper sex

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Y como vuelvo a quedarme con las ganas, le he preguntado a mi amiga Belén, anfitriona del evento y toda un experta, por su experiencia. El tupper sex, nombre con el que se denomina a lo que viene siendo una reunión de mujeres para hablar de sexo con venta de juguetes eróticos incluida, se ha ido modernizando, y actualmente ya hay algunos para hombres. En el caso de Belén, me cuenta lo siguiente: “Organicé un tupper en casa con amigas porque nunca había ido a uno y me llamaba la atención. Algunas habían estado en otros y éste les pareció muy distinto, mucho mejor. Pilar Ordóñez, la que lo lleva a cabo, es actriz cómica y tiene mucho sentido del humor. Hace como un show, un monólogo teatral, es muy divertido. Me gustó la naturalidad con lo que se habla de todo, nos echamos muchas risas. Explica los productos relacionados con diferentes temáticas: apetito sexual, higiene y salud, juegos… “.

Belén, como digo, no era una novata, pero siempre encuentra algo con lo que sorprenderse. “Flipé porque yo que he ido a comprar a sitios como «Los Placeres de Lola» y me considero abierta en estos temas, pero de repente empecé a abrir mucho los ojos al ver cosas que no conocía. Aluciné con el Mil lenguas, un simulador del sexo oral que ni me imaginaba que pudiera existir. Me lo compré, claro. También compré los tampax del amor, se introducen en la vagina si tienes la regla y puedes mantener relaciones sexuales como si no la tuvieras, nadie se entera, es como una esponja que con la presión del pene se queda al fondo de la vagina. Muy curioso. No reímos mucho cuando nos dio a probar un estimulador del clítoris y el apetito sexual, te pones un poco de la sustancia en el clítoris (de una en una fuimos entrando al baño) y al salir te partías de la risa mirándonos unas a otras a ver qué pasaba. Notas un calor, como que te arde. También me compré el libro de Pilar. Explica todos los objetos y juguetes que vende en su tupper e incluye testimonios reales de experiencias que cuentan mujeres y hombres.

MESA TUPPER SEX

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No conozco a Pilar, pero no he podido evitar preguntarle al respecto, y esto es lo que me responde: «Tras entrevistar a mujeres de distintos perfiles llegué a la conclusión de que había que explicar el sexo de una forma mucho más didáctica y con mucho humor. Me inventé un sketch cómico que disfracé con un tupper sex y me dediqué a transformar el salón de cualquier casa en una sala alternativa de teatro con una maleta llena de olores, sabores, afrodisíacos… «. En definitiva, una maleta llena de promesas.

PD.: Os adjunto una foto del cajón de Belén y otra de parte del contenido de una de las maletas de Pilar.

Hipnosis erótica, ¿terapia alternativa y orgasmos sin contacto?

Desinhibición, experiencia erótica mental y orgasmos sin contacto físico alguno. Eso es lo que se promete desde lo que se viene a llamar “hipnosis erótica”. Yo no había oído hablar de ello, la verdad, pero mi amiga Mariana, argentina de Buenos Aires que estos días anda de okupa en mi casa, me cuenta que allí se ve cada vez más, ofertándose a veces como una especie de servicio sexual y, otras, como terapia alternativa para tratar ciertos tipos de disfunciones.

En el primero de los casos, se trata de hipnotizar a los clientes/pacientes para acceder a su inconsciente y, a través de un relato erótico guionizado y absolutamente personalizado, proporcionarles placer y llevarlos a vivir determinadas fantasías. El hipnotizado, siguiendo las instrucciones y sugerencias de su guía, sentirá físicamente lo que este o esta le «ordene» sentir. Es una experiencia mental de disfrute sexual a través de la palabra. El cuerpo, entretanto, descansa relajado y en ningún caso hay contacto físico.

hipnosis

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Al estar liberados de las represiones e inhibiciones propias del estado de vigilia, en esas sesiones hipnóticas uno puede ser todo aquello que desee, desde una dominatrix vengadora a un alto ejecutivo que en la intimidad disfruta con unos cuantos azotes, todo vale. En varios países de América Latina y en Estados Unidos, algunas terapeutas incluso venden sus sesiones hipnóticas a modo de podcast.

Personalmente, este uso de la hipnosis me recuerda a aquella peli futurista con Arnold Schwarzeneger, Desafío Total, en la que la gente acudía a una compañía especializada en implantar falsos recuerdos para vivir todo tipo de experiencias. O a aquella otra con Sandra Bullock, Demolition Man, en la que la gente follaba sin tocarse. Ocurre que las relaciones sexuales con intercambio de fluidos eran ilegales y para experimentar el sexo, la gente se metía en una cabina simuladora en la que los participantes se colocaban un casco que actuaba como estimulador en los centros del placer del cerebro. Pues eso, que me parece estupendo que exista y que la gente lo practique, pero yo me quedo con la piel y el intercambio de fluidos.

La otra vertiente es, como decía, la terapéutica. Consiste en llevar al paciente a un estado de relajación en el que, libre de represiones y estimulado eróticamente, pueda centrarse en aspectos particulares que le provoquen angustia o bloqueos, revelando situaciones reprimidas y desmontando sus consiguientes síntomas. Así, a través de evocaciones sexuales se intenta facilitar la exteriorización de conflictos inconscientes, con lo que se puede atacar mejor problemas como la anorgasmia o la disfunción eréctil. No obstante, son muchos los expertos que expresan sus dudas acerca de su efectividad. A saber.

Orgasmos con llanto incluido

Era, sin duda, uno de los mejores polvos de su vida. Se habían arrastrado por la cama en múltiples posturas, en un festival de carne y saliva de los que hacen que te olvides de todo y hagas las paces con el mundo. Ella estaba encima y, con un suave empujón, giraron sobre sí mismos. Entonces le dio la vuelta, la penetró y, mientras no dejaba de tocarla con la mano, la embistió hasta que empezó a correrse. Ella debió de sentirlo y, sobreexcitada, alcanzó también el orgasmo. Un orgasmo larguísimo. La sintió acelerada, con la respiración entrecortada y, de repente, en ese momento… ¡pum! ella se puso a llorar como una magdalena.

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Los dos son pareja, son mis amigos, y ambos me contaban que, al principio, fliparon con la situación. Él se asustó, pensando que le había hecho daño, y ella no daba crédito a lo que le estaba pasando. “Estaba feliz, tocando el cielo con las manos, pero de repente se me hizo un nudo en la garganta y no podía dejar de llorar”, me decía desconcertada.

Estaba confusa, ambos lo estaban, porque no le pasaba nada malo. Nada la entristecía ni la perturbaba. “¿A qué venía entonces tanta lágrima?”, se preguntaban. La respuesta, según los expertos, es clara: no es más que la descarga de la tensión acumulada. No es ni la primera ni la última a la que le pasa, y desde luego, no es patrimonio exclusivo de las mujeres. El llanto es la expresión de una emoción, y esta no tiene por qué ser necesariamente de dolor o de pena. También se llora de miedo, de rabia o de impotencia, se llora de alegría o de felicidad extrema. Se llora cuando se deja atrás la tensión.

“En el caso de mujeres y hombres que lloran después del orgasmo quiere decir que ha sido tan intensa la excitación que éste no es suficiente para descargar toda la tensión sexual acumulada y es necesario el llanto. En este caso sería de satisfacción”, explica la sexóloga Pilar Cristóbal.

Bendito llanto. ¿A alguien más le ha pasado?

Los celos de la mujer de su amigo

Han sido amigos toda la vida. Vecinos de tabique y acera que han compartido juegos, meriendas y fiestas de cumpleaños repletas de gusanitos y refrescos de cola. Guardería, colegio e instituto; veranos de piscina y escapadas callejeras. Misma pandilla, mismos bares, mismas fronteras. Juntos estaban en su primera borrachera y juntos también afrontaron muchos problemas. Se intercambiaron los hombros llenos de mocos cuando necesitaron llorar desengaños amorosos, y en cada momento importante siempre estuvo uno en el umbral del otro. Ni demasiado lejos ni demasiado cerca; lo justo para llegar a tiempo y tender una mano amiga. No había que esforzarse; salía solo.

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Fue ella quien recogió sus pedazos cuando su hermano murió en accidente de coche; ella quien lo ánimo a juntar los trozos y marcharse fuera, recorrer mundo y conjurar a la muerte con sorbos de vida. Pero vida de la buena, de la que avanza a borbotones, no de la que deja pasar los días. Lo vio reír y llorar junto a una preciosa francesa, partir algún corazón, montar un negocio e instalarse de vuelta. Hasta que un día él conoce a una nueva chica, se enamora, y se empiezan a torcer las cosas.

“Tus amigas me miran mal, no ponen ningún interés en conocerme. Sobre todo esa, la rubia”. Mal comienzo; empieza la ponzoña. “¿Y por qué tienes que acompañarla tú al taller, no la puede llevar su novio?”. La mierda continúa. Si salen todos juntos, en grupo, y ella se quiere ir a casa y él intenta quedarse un rato, bronca. Si la rubia está enferma y él acude a visitarla, bronca. Si hablan demasiado rato o si se ríen demasiado juntos, bronca. Si ella se niega a ir a su fiesta de cumpleaños y él insiste, bronca.

No paraban de crecer los muros y multiplicarse las grietas. “Me hubiera gustado que nacieras el día que te conocí”, le dijo una vez. Es decir, borrar su vida, su pasado, todo aquello aquello que existiera antes de ella y le resultara molesto, amenazante. Que habían quedado para comer, se ponía mala, había que cancelar. Que los invitaba a una fiesta, iba solo para intoxicar: “No me hace caso, se ríe de mí con sus amigas, la he pillado criticándome, no me gusta cómo te toca, al pasar junto a mí ha intentado darme un codazo…” Y así, poco a poco, fue sembrando el veneno de la duda, de la sospecha, hasta que logró acabar con toda la complicidad entre ambos y con cualquier cosa que pudieran compartir.

Al principio, su amiga se revolvió, claro. Pasó de la prudencia a defenderse y de ahí directamente al ataque, cometiendo el error de decirle a aquel que hasta entonces había sido su amigo todo lo que pensaba. Gran equivocación, la de decirle al que tiene los oídos tapados todo aquello que no quiere oír. No se puede obligar a ver a quien prefiere vivir ciego. Y aunque le costó aceptarlo, al final asumió que había perdido un amigo.

Ahora lo ve una vez cada mucho, cuando se lo encuentra de casualidad por el barrio y se saludan como viejos conocidos, cordiales pero fríos. Tiene su misma cara, pero ella solo ve a un extraño. La otra noche, supone que porque estaba borracho, recibió un mensaje en su móvil. Lo había borrado de su agenda, pero era imposible no reconocer el número, después de tantos años. “Ya no sé ni quién soy, he perdido a todos mis interlocutores válidos”. Eliminó el mensaje y apagó el teléfono: “Deben de haberse equivocado”.

Cuidado con los adictos a los principios

Para él, todas y cada una de las veces son la verdadera y definitiva. No lo hace a propósito, ni por joder, sencillamente es su naturaleza. Igual que el escorpión en la fábula, que no puede evitar picar a la rana aún a sabiendas de que ambos morirán ahogados. Hay gente diabética, hipertensa, alcohólicos, cocainómanos… y luego están los de su clase. Adictos a los principios, que yo les digo. Y adictas. Calcomanías emocionales de Don Draper (véase Mad Men), aunque no siempre son tan atractivos/as. Depredadores a su pesar.

Don y Megan Draper

Fotograma de ‘Mad Men’

En el caso de este amigo en particular, no importa lo fantástica, guapa o divertida que sea la chica en cuestión. En realidad no se trata de ella, sino del enamoramiento y del proceso de seducción. Eso es lo que le engancha, lo que le hace sentir vivo. Un yonqui de la dopamina que envuelve nuestro cerebro cuando nos enamoramos. Mientras esta permanece ahí, en su hipotálamo, no hay problema. Pero cuando empieza a diluirse con el curso de la vida, ya es otro cantar.

Y así sigue, enlazando una novia detrás de otra cada dos o tres años, lo que tarda en volver a iniciar el proceso. A todas les da las llaves de su casa, a todas les presenta a su familia, con todas se ve teniendo hijos. Hasta que, simplemente, se le pasa. Como una pelota de playa que se va desinflando hasta quedar inútil, apartada en el trastero o en el cubo de la basura. Solo que la pelota ni cuestiona nada ni necesita respuestas, a diferencia de la larga lista de mujeres que andan por ahí intentando comprender qué ha pasado, preguntándose si fue culpa suya y repasando mil veces todos los detalles intentando hallar una explicación.

“Es ley de vida”, me dice. “En realidad le pasa a todo el mundo, solo que el resto se conforma”. Pero no, no le pasa a todo el mundo. Y no todo el mundo se conforma. ¿O sí?