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Estando en pareja, ¿dónde está el límite de quedar con terceras personas?

A estas alturas de la historia -y cuando digo historia, me refiero a la relación de pareja– coincidirás conmigo en que hay una serie de temas que, estés con la persona que estés, sacarlos es algo delicado.

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Y no me refiero solo a la política, más bien al dinero, a la familia y, al asunto que traigo hoy, los amigos.

En mi experiencia, estando en una relación, las amistades me parecen un aspecto fundamental. No solo porque necesitamos espacios seguros para estar sin pareja, sino por la importancia que tienen en la vida los amigos.

No en vano tenemos la frase de que los amores pasan, pero las amistades auténticas prevalecen.

Que entren en la dinámica de tu nueva relación es tan sencillo como presentarlos un día cualquiera tomando algo.

Luego hay quienes van más allá y salen de fiesta con el grupo de su pareja o establecen vínculos tan profundos que los considera, al tiempo, como amigos propios.

Pero, ¿qué pasa cuando se fragua una amistad estando ya en la relación?

Para mí, hay dos claves fundamentales a la hora de analizar este tipo de vínculos. En primer lugar la intencionalidad.

¿Tanto tú o tu pareja buscáis solo una amistad sincera en la tercera persona o hay algo más? Porque puede que se dé el caso de que el interés que él o ella tenga, sea de otro estilo.

Al final tiene que ser una situación que se debe evaluar de manera personal. Se está ofreciendo una amistad real, pero igual ves que, por su parte, empieza a invadir un espacio que no quieres compartir.

Por incómoda que pueda resultar esta situación a la pareja, hay que tratarlo de manera asertiva, porque quizás fruto de la ingenuidad (porque te jura y perjura que solo la ve como una buena amistad) es algo que puede hacer daño sin buscarlo.

Es también para mí un límite cuando surge una amistad de la que nunca me han hablado. Ya que hace que me pregunte hasta qué punto la relación es tal.

Por lo general, tarde o temprano terminamos conociendo a todos los amigos de nuestra pareja, por lo que si aparece una de la que nunca nos han hablado, y se niegan a presentarnos, es lógico que surjan dudas al respecto.

Al final, unir ambos mundos es tan sencillo como recordar que hay dos claves sagradas en la relación, la sinceridad y el respeto por tu pareja.

Cuando las amistades se mantienen cumplido esas dos premisas, nadie te podrá decir nada al respecto.

Duquesa Doslabios.

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Llevarte bien con tu ex pareja, ¿realidad o mito?

Hasta hace poco, yo era de esas que pensaba que lo de llevarte bien con una ex pareja pertenecía a la ciencia ficción, junto a la realidad paralela de Stranger Things o el mundo de Narnia detrás de un armario.

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Quizás es porque la mayor parte de mis relaciones han terminado con un corazón roto por lo menos y no siempre es fácil continuar viendo a la otra persona después de eso.

De hecho, ha habido rupturas tan terribles que lo más cerca que me gustaría estar de la otra persona es en las antípodas, pero claro, no solo el cierre tiene la culpa de ello, sino toda la relación previa.

Mi duda se acentuó todavía más cuando vi que mi mejor amiga no solo se lleva con todos sus ex novios sino que muchos de ellos se han convertido en sus amigos más cercanos.

Fue algo que también reflexioné con otro amigo al respecto. «Si una persona te ha aportado cosas buenas, si le has tenido tanto amor, ¿por qué vas a sacarla de tu vida? ¿No es mejor tenerla y que te siga aportando aunque sea de otra manera?».

No hablo de dejar las puertas abiertas (no es esa la intención), pero últimamente estoy aprendiendo a reconciliarme con mi pasado y a convertir las pocas experiencias negativas en cierres políticamente correctos, en buenos términos, que den pie a un trato amigable.

Puede que no te apetezca invitar a esa persona a tomar un café porque, como diría Dani Martín: «nada volverá a ser como antes». Pero ¿qué mas da?

La vida sigue, los años pasan, y algo tan ridículo como cruzar un buen deseo sincero de «Me alegra que todo te vaya bien», marca la diferencia entre un punto de madurez que nos permite discernir y aprender que las personas, como bien decía mi amigo, que tanto han significado, pueden seguir ahí.

Obviamente no en el mismo lugar ni en el mismo punto que en el pasado. Pero ¿para qué volar puentes por los aires si podemos tenderlos?

La vida se cuenta en positivo.

Duquesa Doslabios.

Los celos de la mujer de su amigo

Han sido amigos toda la vida. Vecinos de tabique y acera que han compartido juegos, meriendas y fiestas de cumpleaños repletas de gusanitos y refrescos de cola. Guardería, colegio e instituto; veranos de piscina y escapadas callejeras. Misma pandilla, mismos bares, mismas fronteras. Juntos estaban en su primera borrachera y juntos también afrontaron muchos problemas. Se intercambiaron los hombros llenos de mocos cuando necesitaron llorar desengaños amorosos, y en cada momento importante siempre estuvo uno en el umbral del otro. Ni demasiado lejos ni demasiado cerca; lo justo para llegar a tiempo y tender una mano amiga. No había que esforzarse; salía solo.

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Fue ella quien recogió sus pedazos cuando su hermano murió en accidente de coche; ella quien lo ánimo a juntar los trozos y marcharse fuera, recorrer mundo y conjurar a la muerte con sorbos de vida. Pero vida de la buena, de la que avanza a borbotones, no de la que deja pasar los días. Lo vio reír y llorar junto a una preciosa francesa, partir algún corazón, montar un negocio e instalarse de vuelta. Hasta que un día él conoce a una nueva chica, se enamora, y se empiezan a torcer las cosas.

“Tus amigas me miran mal, no ponen ningún interés en conocerme. Sobre todo esa, la rubia”. Mal comienzo; empieza la ponzoña. “¿Y por qué tienes que acompañarla tú al taller, no la puede llevar su novio?”. La mierda continúa. Si salen todos juntos, en grupo, y ella se quiere ir a casa y él intenta quedarse un rato, bronca. Si la rubia está enferma y él acude a visitarla, bronca. Si hablan demasiado rato o si se ríen demasiado juntos, bronca. Si ella se niega a ir a su fiesta de cumpleaños y él insiste, bronca.

No paraban de crecer los muros y multiplicarse las grietas. “Me hubiera gustado que nacieras el día que te conocí”, le dijo una vez. Es decir, borrar su vida, su pasado, todo aquello aquello que existiera antes de ella y le resultara molesto, amenazante. Que habían quedado para comer, se ponía mala, había que cancelar. Que los invitaba a una fiesta, iba solo para intoxicar: “No me hace caso, se ríe de mí con sus amigas, la he pillado criticándome, no me gusta cómo te toca, al pasar junto a mí ha intentado darme un codazo…” Y así, poco a poco, fue sembrando el veneno de la duda, de la sospecha, hasta que logró acabar con toda la complicidad entre ambos y con cualquier cosa que pudieran compartir.

Al principio, su amiga se revolvió, claro. Pasó de la prudencia a defenderse y de ahí directamente al ataque, cometiendo el error de decirle a aquel que hasta entonces había sido su amigo todo lo que pensaba. Gran equivocación, la de decirle al que tiene los oídos tapados todo aquello que no quiere oír. No se puede obligar a ver a quien prefiere vivir ciego. Y aunque le costó aceptarlo, al final asumió que había perdido un amigo.

Ahora lo ve una vez cada mucho, cuando se lo encuentra de casualidad por el barrio y se saludan como viejos conocidos, cordiales pero fríos. Tiene su misma cara, pero ella solo ve a un extraño. La otra noche, supone que porque estaba borracho, recibió un mensaje en su móvil. Lo había borrado de su agenda, pero era imposible no reconocer el número, después de tantos años. “Ya no sé ni quién soy, he perdido a todos mis interlocutores válidos”. Eliminó el mensaje y apagó el teléfono: “Deben de haberse equivocado”.

Vocación y porno

Al verlo por primera vez nadie lo diría. Especialmente si lo pillas volviendo del curro, tan enchaquetado y tan pulcro camino a su casa de clase media en la periferia madrileña. Empleado de banca de día, actor porno en su tiempo libre. “Anda ya, niña, ¿cómo va a ser eso el muchacho?”, me dijo mi madre un día que nos lo encontramos de casualidad mientras paseaba a su perro, un pincher enano, y le conté el cotilleo.

Quiso ser actor porno desde siempre. A los 10 años ya se lo había dicho a todos sus amigos, que siempre lo consideraron el guarrete del grupo. Más que nada porque se pasaba el día dibujando pollas y haciendo bromas con el sexo como protagonista. Alguna le costó más de una bofetada, como aquella vez en una fiesta adolescente en la que se hizo un agujero en el bolsillo de los vaqueros por el que, tras hurgar un rato en su bragueta, metió su pene semierecto. “Alicia, ¿puedes cogerme el mechero del bolsillo, por favor?”, decía mientras sujetaba sendas copas con las manos. Cuando la pobre chica se afanaba en encontrar el encendedor en el bolsillo de sus apretados pantalones, se llevaba la sorpresa de su vida. Y lo mismo Alicia que muchas otras incautas.

porno

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Su pandilla, como decía, le reía las gracias, pero nunca se lo tomó en serio, hasta que un día, ya con 22 años, se fue a un festival erótico en Barcelona y a la vuelta les soltó la bomba: “He cumplido mi sueño”. Resulta que había conocido a Max Cortés, un conocido actor y director porno que, conmovido ante tanta insistencia, le dio una escenita en dicho festival. Sexo oral en vivo y en grupo, delante de cientos de personas, para su estreno. Estaba radiante de felicidad.

Desde entonces no ha dejado de alternar actuaciones de ese tipo con grabaciones y rodajes varios, aunque no para de quejarse porque “Internet lo ha cambiado todo”. Hoy tiene 33 años y lleva más de 10 casado con la única chica con la que ha estado aparte de sus compañeras de reparto. Le gustaba desde el colegio y ella lo sabía, pero nunca le hizo caso. Hasta que una noche, en plan película, entró en el bar en el que él estaba con sus amigos, los apartó a todos y se puso a besarlo como si al día siguiente fuera a reventar el mundo.

No han vuelto a separarse, aunque su relación es un misterio para todos los que los conocen. ¿Cómo puede ella transigir y aguantar la afición de su marido?, se preguntan. Una vez, borracho, se le escapó que para sobrellevarlo habían pactado ser una pareja abierta (ya hablaremos de esta opción más adelante…), pero lo cierto es que, a día de hoy, nadie les conoce ninguna historia extraconyugal. Todo está bien, pues, en principio, aunque yo, en plan cateta, no puedo evitar imaginármelo en plena orgía cada vez que lo veo, mientras ella espera en casa a que termine la jornada. ¿Cómo ha ido el día cariño? ¿Has eyaculado bien?.

Amistad, amor… y traición

Eran tres parejas jóvenes, de treinta y pocos, y parecían muy amigos. Puede que estuvieran de celebración o, simplemente, que hubieran salido a cenar solo por el placer de disfrutar de su compañía mutua. Resultaba obvio que no era la primera vez.

Entre el ruido de ambiente propio de un restaurante en Malasaña (Madrid) un sábado por la noche era difícil alcanzar a entender nada de lo que hablaban, pero saltaba a la vista que lo estaban pasando en grande. Bromas, anécdotas, carcajadas… Desprendían complicidad y buen rollo, con risas que sobresalían del resto y contagiaban a todos los presentes. Parecían felices.

copas y amigosReconozco, que, desde mi mesa, alguna vez los miré con envidia. Podría decir que era de “la buena”, pero ¿realmente eso existe? Yo estaba allí porque mi amigo Nacho es uno de los camareros y, cada vez que puede, se tira el rollo y nos hace suculentos descuentos a los amigos más pobres. Era él quien atendía a la mesa del amor y la diversión.

El caso es que terminamos la cena, pagamos y nos fuimos al garito de al lado a tomar una copa mientras esperábamos a que Nacho terminase su turno. Al salir dediqué una última mirada al grupo de amigos, que allí seguía, a lo suyo. Pude ver a una de las chicas con lágrimas en los ojos de la risa, mientras otra chocaba la palma de la mano con el chico que tenía enfrente, en plan equipo.

Una hora y media después, cuando apareció Nacho, sacó algo del bolsillo del abrigo que nos dejó a cuadros. Un posavasos. “Lo he encontrado al recoger la mesa de esos seis”, dijo. En el reverso podía leerse: “Llámame luego, cuando Laura esté dormida. A la hora de siempre. Me muero de ganas de ti”.