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Sexo anal, luces y sombras

El sexo, por lo general, es motivo y caldo de cultivo perfecto para todo tipo de tabúes y prejuicios. Personales, morales, religiosos… Nada atrae y sacude tanto al ser humano, ni siquiera el dinero. Pero, de entre todas sus expresiones, hay una que claramente se lleva la palma en lo que a incomprensión se refiere: el sexo anal.

Con él pasa como con la ópera, o te fascina o te horroriza, pero no deja indiferente. No hay medias tintas. Es una práctica mucho más extendida de lo que muchos piensan, aunque aún tiene que lidiar con demasiadas ideas preconcebidas. Las más comunes son asociarlo al sexo entre homosexuales (como si eso fuera algo malo, por otro lado), temerlo por creer que es doloroso o rechazarlo por considerarlo algo “sucio” o inapropiado.

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Los expertos coinciden en que es una zona muy erógena y afirman que, si se hace bien, puede ser una práctica muy satisfactoria para ambas partes. Como de costumbre, aproveché una fiesta en casa de unos amigos este fin de semana para sacar el tema y recopilar impresiones. Salvo una pareja, el resto eran todos heterosexuales y la mayoría reconocieron haberlo probado al menos una vez.

Gran parte de las chicas admitían que aquello no era lo suyo, que les provocaba dolor y que no les “ponía” en absoluto. Reconocían, no obstante, que iban desde el primer momento convencidas de que les dolería y que no conseguían relajarse. “A mí me gusta incorporarlo al tema de vez en cuando. Pone muy caliente a mi chico y a mí me anima. Además, estando bien lubricado no me duele nada”, contestó una. “A mí me encanta, tardo menos de 10 segundos en correrme y, aunque a veces me duele un poco, me mola la mezcla entre placer y dolor”, explicó otra.

En el caso de ellos, reconozco que hubo alguna respuesta que me escandalizó. Como la de uno que me dijo que a él le encantaba cuando estaba soltero, pero que ahora que va a casarse, a su mujer, “por detrás ni tocarla”. Como si fuese una práctica impura e indecente no apta para futuras esposas y madres. Otro me dijo que a él le gustaba sólo si la chica en cuestión le juraba y perjuraba que él era el primero. El resto, por lo general, dio las mismas respuestas: “morbo”, “dominación”, “atracción por lo prohibido”… Solo uno me dijo que su novia le gustaba tanto que se volvía loco y que, cuando estaban en la cama, quería “poseerla por todos los sitios”.

Así que nada, allá cada cual con sus límites, sus gustos, sus pasiones y sus prejuicios. Pero aquellos que se animen a curiosear por terrenos inexplorados, recordad lo que dicen los sabios: higiene, protección y, sobre todo, lubricante. Mucho lubricante.

Cena por todo lo alto con vibrador incluido; morbo asegurado

El morbo residía, especialmente, en tener que disimular. Allí estaban ambos, rodeados de gente en un carísimo y moderno restaurante del centro de Madrid. Elegante y sexy ella, impecable él. Querían celebrar sus 10 años juntos. Animados por el vino y excitados por lo que solo ellos sabían, no se quitaban los ojos de encima, divertidos. Ella, que bajo el vestido llevaba una exquisita ropa interior negra, ocultaba entre las piernas un pequeño juguetito. Dentro, muy dentro.

huevo vibrador con control remoto

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Ni lo habría notado si no hubiera sido porque él, cuando consideraba oportuno, apretaba los botones del mando a distancia que guardaba en el bolsillo de la chaqueta. Dar placer a su voluntad… e interrumpirlo, arrebatarlo. “¿Más vino, señora?”, pregunta el camarero. Ella intenta mantener la compostura.

Me lo cuenta entusiasmada, con la risa nerviosa de una niña pequeña que acaba de cometer una travesura. “Lo mejor fue el polvo de después”, me dice. Y eso que llevan 10 años juntos. Claro, así cualquiera.

La erótica de los camareros

¿Quién no le ha entrado alguna vez a algún camarero/a? No sé si es porque están ahí delante, tan cerquita y tan visibles, o porque la gente va con dos copas de más y se envalentona en las distancias cortas, pero es un hecho: poniendo copas se liga como nadie. Lo he visto cientos de veces. Tíos y tías que en la calle no harían girar ni media cabeza pero que detrás de la barra se transforman, empoderados por la erótica nocturna y el morbo del otro lado de la frontera.

Estos días atrás, con tanta fiesta de por medio, he vuelto a confirmarlo. En fin de año, en concreto. Como no soy de cotillón, acabé de bares con los amigos de toda la vida, a cientos de kilómetros de Madrid, y la verdad es que fue una noche de lo más reveladora. No sé si será cosa de la edad, pero me encontré al personal con la vida patas arriba y poco menos que aullando (por no llorar). Parejas recién rotas, otras a medio camino, calzonazos eternos al borde del hartazgo, solteros en busca de amor y/o sucedáneos y alguna que otra salida del armario… Una bomba de relojería, vaya. Y ese día, casi todas y casi todos querían poner fin a sus males con un camarero/a. Al menos por un rato…

camarero

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Uno, el calzonazos, me confesó que estaba harto de su novia la sargentona y que llevaba dos meses liándose con la camarera del garito de la esquina de su casa. Diría el nombre, porque el sitio mola, pero no quiero meter a nadie en problemas. Ya se lo dijo Hannibal Lecter a Clarice en El silencio de los Corderos: “Empezamos a codiciar lo que vemos cada día”. Y eso fue lo que le pasó a mi amigo. Un pusilánime en casa que juega a reinventarse entre las paredes de un bar cualquiera, arropado por la cercanía, el alcohol y la falta de suspicacia. Y ya sabéis lo que pasa con el cántaro cuando va mucho a la fuente… Por supuesto esa noche tocó la visita de rigor, aunque fuese solo para conformarse con el dolor de huevos y el juego de miradas.

Otra, la soltera en búsqueda eterna, quedó prendada del camarero que nos puso las primeras copas después de comernos las uvas. La pobre está falta de cariño y se confunde, porque el muchacho lo único que hizo fue ser agradable y mirarla a la cara al servir la bebida, lo cual forma parte de su trabajo, pero eso fue suficiente para que ella se montara la película. Y venga a pedir cervezas, y venga sonrisas empalagosas y tocarle el brazo, y venga a darle conversación al hombre con el bar abarrotado… Al final, cabreo cuando no accedimos a quedarnos toda la noche. Convencida como estaba de que era mutuo, se atrevió a dejarle su móvil apuntado en una servilleta, que él guardó sin entusiasmo por no parecer maleducado. Al menos eso me pareció. Y no debo de equivocarme mucho porque a día de hoy no la ha llamado.

Y ojo que no la critico, que yo hice lo mismo este verano (bastante parecido) con aquel maravilloso camarero de la playa de Las Salinas, en Ibiza. Como ya os conté en su día, fue el primer hombre que me devolvió las ganas después de mi última ruptura. Y aunque todo acabó en eso, en ganas, me hizo gracia acordarme de aquello ese día. O esa noche, mejor dicho. Y me acordé también de otra, hace años, en una cueva en El Sacromonte, en Granada, donde una amiga se encoñó del camarero gitano y se le fue la mano. Por poco no salimos de allí despelucadas, que resulta que el tipo, pese a ser veinteañero, tenía mujer e hijos y la mitad del clan estaba allí en la cueva metido.

Y con todo esto en la cabeza vuelvo a Madrid y lo primero que me encuentro es a otro amigo, uno de los grandes, suplicándome para que vayamos este fin de semana al Penta porque está enamorado de la camarera. En realidad, este post es para ver si me lee, se anima, y me libro del marrón.

Tríos: una fantasía tan morbosa como compleja

Es la fantasía sexual por antonomasia. Tres pares de manos, de labios, de brazos, de piernas… triplete de lenguas y centímetros y centímetros de piel. Puestos a explorar y dejar volar nuestra mente, los tríos son la opción favorita para muchos hombres y mujeres en lo que a sexo se refiere. Y aunque no es algo mayoritario, es más habitual de lo que muchos se creen. Solo que quienes lo practican o han practicado alguna vez no llevan un cartel colgado: el tabú sigue estando bien arraigado y nadie quiere ser etiquetado ni cargar con kilos de prejuicios.

El componente de morbo que gira en torno al trío es muy elevado y las posibilidades y combinaciones se mutiplican, aunque hay una regla de oro: ningún participante debe mostrar preferencia por alguno de los implicados. De ser así, la situación puede volverse muy incómoda y alguien se irá a casa sintiéndose muy frustrado. Será por eso que yo nunca lo he practicado, porque soy cualquier cosa menos ecuánime.

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El otro día, al sacarle el tema, una amiga me contaba precisamente que la suya fue una mala experiencia. Tendría unos 20 años y se había encaprichado del socorrista sustituto de la piscina que había en la urbanización de sus padres; un guaperas con pinta de surfero con el que solo había cruzado cuatro palabras más allá de hola y adiós. Una de sus amigas, harta de que nunca se atreviera a decirle nada, se plantó allí un día y, tras un poco de palique, convenció al tipo de que esa noche se tomara algo con ellas en uno de los bares de la zona.

Dicho y hecho. Horas y horas se pasaron los tres charla que te charla y bebiendo una copa detrás de otra. Tanto, que él no estaba para coger el coche de vuelta y ellas, que dormían ese fin de semana en la casa sin padres de la amiga dicharachera, no dudaron en ofrecerle alojamiento. Al final una cosa llevó a la otra y, cuando quisieron darse cuenta, las estaba besando a las dos. Momento de parálisis, miradas que se cruzan llenas de dudas, de preguntas y pidiendo permiso y, por último, un salto adelante y un pacto tácito sin necesidad de palabras: nada entre ellas dos.

Y pintaba todo muy bien, ciertamente, hasta que las caricias de él sobre su amiga empezaron a alargarse mientras las suyas se acortaban y los besos que le tocaban eran cada vez más escasos. Antes de que le diera tiempo a decidir nada su amiga se percató de todo y, evitando pasar a mayores, optó por la retirada con la excusa de ir al baño. El surrealista trío pasó así a ser un mano a mano, pero doblemente decepcionado sin posibilidad de remontada. Desde entonces no han vuelto a hablar del tema y ninguna de las dos ha querido repetir la experiencia, independientemente de los posibles participantes.

Muchos me dicen que tienen muy claro que quieren hacerlo al menos una vez en la vida, aunque la mayoría coincide en que nunca metería a su pareja de por medio. Los expertos recomiendan cuidado en esto último: el sexo entre tres es algo que impacta y puede ser difícil de gestionar para una pareja, ya sea por celos, porque a uno le guste la experiencia y al otro no, porque uno se arrepienta a mitad de camino… Demasiado arriesgado y complicado, en cualquier caso, si no se tienen las cosas muy muy claras.

¿Qué opináis vosotros? ¿Alguien apuesta por el tres?

Aventuras con compañeros de trabajo, ¿una buena idea?

Ya lo dice el refrán, donde tengas la olla… Pero nadie escarmienta en cabeza ajena y la gente sigue recurriendo al lugar de trabajo como una de las principales canteras a la hora de encontrar pareja, una aventura o un simple revolcón. Y no es de extrañar. Jornadas laborales eternas, fiestas, comidas de empresa, viajes de negocios… Solemos pasar casi más tiempo en el trabajo que en casa, y aunque las tensiones formen parte del día a día, el roce hace el cariño y muchas veces, al final, pasa lo que pasa.

Las mujeres suelen estar más predispuestas que los hombres a intimar con alguien de su ámbito laboral, según los últimos estudios a los que he echado un vistazo. La revista Playboy, por ejemplo, entrevistó por correo electrónico hace unos meses a 10.000 trabajadores de ambos sexos. El resultado fue que el 80% reconoció haber flirteado con algunos de sus compañeros/as. La mitad de los varones admitió haber tenido alguna relación en este sentido, pero en el caso de ellas, el porcentaje se elevó a las dos terceras partes.

Por otro lado, Victoria Milan, una de las webs de citas que han proliferado en los últimos tiempos para tener una aventura entre gente casada o con pareja, preguntó el pasado septiembre a 3.256 mujeres usuarias de la web con quién tuvieron su primer affaire y quien les motivó a ello. Pues bien, un significativo 36% de ellas respondió que su primera experiencia infiel fue con una persona que había conocido en el trabajo. Si además uno se siente solo o está mal con la pareja, la predisposición a este tipo de escarceos aumenta, y es fácil pasar de una simple atracción al flirteo y de ahí, a un encuentro sexual, a una aventura o incluso a una relación.

Sexo en el trabajoUn viejo amigo (soltero) que acaba de embarcarse en una de estas aventuras me cuenta que está encantado de la vida. No está enamorado, dice, pero admite que el rollo de la clandestinidad, el tener que disimular ante el resto de compañeros, el riesgo a ser descubiertos, etc, les resulta a ambos de lo más morboso y excitante. Ninguno de los dos tiene despacho, así que tienen que conformarse con miradas maliciosas y besos furtivos en la cocina. Yo creo que al final los van a acabar descubriendo, porque esas cosas se notan y andan los dos con una sonrisa de oreja a oreja que no les cabe en la cara, según me cuenta.

A mí me parece estupendo, cada uno es libre de liarse con quien quiera, faltaría más, pero ojito porque a veces la historia, por muy excitante que pueda parecer en un principio, puede volverse en nuestra contra y provocar situaciones incómodas y difíciles de manejar. Ya es complicado fuera del trabajo cuando uno se involucra sentimentalmente y el otro no, pero si encima ocurre con alguien a quien tienes que ver cada día y con quien tienes que currar codo con codo, pues apaga y vámonos. Eso sin contar con que, a veces, el que se siente agraviado puede empezar a hacerle la vida imposible al otro, dando lugar a escenarios tan desagradables como estresantes.

Otra amiga cometió el error de enrollarse con su jefe, a quien ella creía divorciado, y del que al final acabó colgadísima. Aún sí, cuando se enteró de que todo era un rollo macabeo y de que el tipo seguía con su mujer, optó por cortar por lo sano. Al principio el susodicho intentó convencerla con buenas palabras, pero cuando comprendió que no daría marcha atrás, pasó a ponerle pegas a todo lo que hacía, a echarle broncas en público y a ponerle zancadillas cada vez que podía. Ella no soportó la presión y acabó negociando su despido. Cosas que pasan.