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La confianza en la pareja está muy bien, pero prefiero la comunicación

Si cuando tuve mi primer novio me hubieras preguntado a qué le daba más importancia, te habría dicho la confianza.

Al empezar la veintena, te habría dado la misma respuesta. Ahora, que ya termino esa década, te diría que, por encima de todo, en una relación de pareja valoro la comunicación. Quiero pensar que he madurado.

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Porque que confiéis el uno en el otro está genial, pero poder comunicarte sin filtros, no tiene punto de comparación.

Algunas de mis mayores peleas han sido precisamente porque, por uno de los dos lados, faltaba la claridad a la hora de hablar.

Mis mayores triunfos -la clave del éxito de estar mucho tiempo (y bien) con la misma persona-, han sido gracias a abrirnos por completo sobre cómo nos sentíamos.

Ya que nos pasamos el día hablando, por WhatsApp, por Instagram, haciendo una videollamada, teniendo una cita que empieza un sábado y termina un domingo por la mañana, cualquier diría que comunicarse es lo que nos sale más sencillo y natural.

Pero no solo de hablar va la cosa.

Comunicarse en pareja bien es comprometerte contigo al ser consciente de que la otra persona no tiene un acceso directo a lo que ocurre en tus pensamientos.

Es esforzarte en decir lo que sientes en cada momento y hacérselo saber de una manera sincera y con tacto.

Para mí, la relación perfecta, es con esa persona a la que le puedes decir que necesitas que se vaya porque quieres llorar sola.

Es comentarle de una manera tranquila, que no te ha gustado un comentario y explicarle cómo te hace sentir.

Es poder tener un diálogo maduro porque te preocupa algo de su estilo de vida.

Comunicarse es poner un límite, en la cama y fuera de ella, poder expresar que no quieres hacer esa práctica o que deseas probar cosas nuevas, que no te apetece ver esa película o que no quieres que siga haciendo apuestas deportivas.

Es sincerarte de aquello que más te cuesta admitir, como una relación regulera con su familia, su poca implicación en las tareas compartidas o cuál es el siguiente paso que queréis dar porque quizás, ya no va en la misma dirección.

La tarea de la otra persona es la de recibir esos mensajes sin tomarlos como algo personal, tratando de empatizar y, si entra en conflicto con lo que piensa o siente, buscar un punto intermedio en el que ambos os lleváis (o renunciáis) a algo.

Aunque si me pongo a pensarlo, abrirse de esa forma, está tan relacionado con la comunicación como con la confianza.

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Ya que solo estando al lado de alguien con quien tenemos la seguridad de que nos acepta tal y como somos, nos permitimos sincerarnos.

Y es también una prueba de confianza por su parte, que lo encaje bien, que se lo tome de una manera positiva y vea que hemos sido capaces de expresar algo que podía producirnos desde pequeño un malestar hasta una gran incomodidad.

Así que, la próxima vez que valores la confianza por encima de todas las cosas, haz la reflexión por un momento si es tanta que te permite desnudarte de palabra.

Mara Mariño

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No eres mala pareja por fijarte en otras personas

En el momento en el que entendí que mi pareja podía fijarse en otras personas sin que cambiara nada, me empecé a tomar nuestra relación de una forma mucho más relajada.

Supongo que los libros y películas que habían llegado a mi vida hasta la fecha, se oponían totalmente a esa idea.

No, si mi novio no tenía ojos solo para mí, es que no era amor verdadero.

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Algo parecido vimos en La Isla de las Tentaciones. Un ofendidísimo Alejandro le recriminaba a Tania que si se sentía atraída por algún otro hombre, es que no estaban hechos para estar juntos.

Como digo, hace unos años podía compartir ese punto de vista. Pero fue un factor el que me hizo cambiar de idea: la seguridad en mí misma.

Si alguien -quien sea- quiere estar conmigo, es porque realmente quiere estar conmigo. Más que nada porque, si se da el caso contrario, tiene toda la libertad del mundo de dejar la relación (lo mismo que yo).

La elección de estar juntos es libre y entenderlo me quitó muchos agobios innecesarios.

Una vez teniendo claro esto y confiando en la otra persona, que aparezcan terceros –respetando el acuerdo entre los dos-, es lo de menos.

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Mis novios me parecen guapos no, guapísimos. Y de la misma manera que también me fijo en ellos por su aspecto, puedo entender que les suceda lo mismo a otras chicas.

Sé que si salen a un bar con amigos, van a un festival o planean un viaje de trabajo, recibirán atención en algún momento.

Decidiendo que la relación va por delante, lo que pueda suceder en esos casos no pasa de un flirteo.

Y me parece hasta sano tener esa pequeña vía de escape. La inyección de autoestima de que gustas a otra gente te pone la confianza por las nubes.

Puede suceder también que la atracción sea muy grande, es ahí donde debe entrar el razonamiento personal de identificar lo que está sucediendo.

Cualquier conversación o tonteo con una persona nueva va a despertar una serie de emociones que, por la evolución normal de las relaciones, ya no tenemos en la actual pareja.

Se está en otra etapa y esa fase de nervios, emoción, incertidumbre y juego, ha quedado atrás.

Hay que saber distinguir entre que nos haga gracia alguien o si realmente hay algo que nos falte en nuestra relación de pareja (en cuyo caso, lo primero sería solucionarlo). Pero por lo general, esto son solo distracciones momentáneas.

Si te planteas dejar la relación por eso, es probable que, en cuanto vuelvas a ‘acomodarte’, una nueva persona llame tu atención y te plantees lo mismo.

Pero no es señal de alarma que se dé un deseo sexual por alguien más. No cambia la decisión de estar en una relación con alguien.

Al final, todos tenemos ojos en la cara. Que nos resulten llamativas otras personas y que sigamos un poco el juego, no tiene nada de malo.

Mara Mariño

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Si la relación se termina, ¿cómo repartimos los juguetes?

Hace un año tuve una ruptura importante nivel: repartir todas las cosas que había por la casa. Como la mayoría eran pares, la división era fácil: un cojín, un mantel, un táper o un juego de sábanas para cada uno.

Los juguetes sexuales ya eran otra historia.

 

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Ahí era más difícil hacer un reparto justo y equitativo. Así que mi estrategia fue llevarme los que eran míos de antes o había comprado yo (que eran la mayoría).

Era lo que me parecía más sensato, al final, no son artículos que se puedan reemplazar así como así. Mi cajón de juguetes es una inversión en mi placer que no estaba dispuesta a perder.

Como digo, mi caso era sencillo si tengo en cuenta que la mayoría eran míos.

La dificultad viene en aquellos que se han comprado para la pareja. Pero Sara Martínez, experta en comunicación en EroticFeel, ayuda a quienes se encuentren en este dilema.

Si el juguete está diseñado específicamente para los genitales de uno de los miembros de la pareja, no tiene ninguna duda: «En una pareja heterosexual, lo más lógico es que él se quede con el estimulador de próstata a control remoto y ella con el estimulador de clítoris para braguitas».

«¿Tienes que tirar a la basura tu succionador de clítoris aunque lo hayas utilizado con otra persona? Hombre, diría que no, que si un orgasmo nunca viene mal, en plena ruptura puede devolverte a la vida», afirma. 

«Pero en cambio, ¿qué hacer con el Double Joy que te regaló para utilizar no solo juntos, también al mismo tiempo? Los más prácticos lo desinfectarán y lo guardarán en un cajón y otros pensarán que utilizarlo con otra persona sea una traición al nivel de hacerlo con su lista preferida de Spotify de fondo», dice la experta.

Por otro lado, en palabras de Sara: «Si ha sido un regalo de uno de los miembros de la pareja al otro, nada más que añadir, los regalos son intransferibles«. 

Es aquí donde entra en juego el código de cada persona. ¿Deberíamos usarlo con alguien más?

«Lo que para unos es absolutamente normal para otros puede ser morboso o impensable. Son preguntas más relacionadas con la ética y la moralidad individual«, afirma Sara.

Decidamos lo que decidamos, es imprescindible desinfectarlos correctamente para que -a diferencia de la expareja- sigan en nuestra vida.

«Siempre se deben higienizar los juguetes correctamente, tanto si los usamos a solas como si los compartimos con diferentes parejas. Con agua tibia, jabón neutro y un desinfectante específico para juguetes sexuales eliminaremos cualquier riesgo de contagio de ETS», recuerda la experta.

¿Y si la solución fuera evitarnos esta división comprando los juguetes por separado en vez de en pareja? Sara lo tiene claro: «Un juguete erótico no es la hipoteca de un piso, así que no hay que tomárselo tan en serio. Tener juguetes propios, solo para ti, es fantástico, pero la vida sexual en pareja también se vuelve más original y excitante cuando incorporamos nuevos elementos».

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Aunque también es verdad, que no todos los juguetes se pueden limpiar por igual.

«La silicona médica es el material más seguro e higiénico y se desinfecta muy fácilmente. Sin embargo, los juguetes elaborados en elastómero termoplástico, material común en la mayoría de los masturbadores masculinos, no se pueden higienizar completamente debido a su alta porosidad, por lo que es recomendable tirarlos a la basura si cambias de pareja«, recuerda Sara.

«Algo parecido pasa con el látex, la gelatina, o el vinilo. Resumiendo, si los juguetes son de silicona, metal o vidrio se podrán desinfectar completamente y no hará falta tirarlos por razones de higiene. En el caso de los materiales porosos, mejor al contenedor», termina la experta.

Mara Mariño

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No eres machista, pero…

Todas hemos tenido un novio que se ha ofendido profundamente cuando le has intentado hacer ver que tenía comportamientos machistas.

Que, poniéndoos en perspectiva, tú estabas por debajo y él siempre por encima.

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«No soy machista», te argumentaba. ¿Cómo iba a serlo si adoraba a su madre y a su hermana?

«No soy machista», pero te quita la bandeja de frutos secos del bar porque ya has tomado suficientes, no vaya a ser que subas de peso.

«No soy machista», pero se pone celoso cada vez que un chico te manda un mensaje directo por Instagram. En cambio, cuando lo hacen mujeres, no hay problema.

«No soy machista», pero vais a tener sexo ahora, porque le apetece. Da igual que no estés con ganas, eres su pareja.

«No soy machista», pero con barrer y bajar la basura de vez en cuando, ya considera que hace ‘su parte’ en casa.

«No soy machista», pero cuando los amigos mandan chistes por el grupo de WhatsApp de adoptar ucranianas para protegerlas de la guerra, o ríe la gracia o se calla.

«No soy machista», pero no le parece bien que quieras dejar de usar la píldora para usar el preservativo. Aunque la pastilla te quite la libido o tengas mayor riesgo de infarto, porque eso significa que él no va a sentir igual.

«No soy machista», pero le parece una tontería que quieras que tus hijos lleven delante tu apellido. Siempre se ha hecho de la otra manera.

«No soy machista», pero como no te depiles bien las piernas, las axilas, el entrecejo, las ingles o el bigote, te va a comentar que es el momento de darle una pasadita a esas zonas con la cuchilla. Por higiene, ¡claro!

«No soy machista», pero te llama exagerada, que montas un pollo por nada, que no es para tanto, que a ver si te calmas.

«No soy machista», pero le haces de secretaria, le recuerdas cuándo tiene que felicitar a sus amigos, qué queda pendiente por comprar, cuándo es su cita médica o le localizas las llaves de la moto, porque él nunca sabe dónde están.

«No soy machista, te he felicitado el 8M».

Mara Mariño

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No lo llames ‘crisis de pareja’, es que tú haces más cosas en casa

Mientras vivía con sus padres, antes de salir de casa a cualquier cosa, mi madre tenía que dejar las camas de sus hermanos hechas.

Mientras vivía con sus padres, antes de salir de casa a cualquier cosa, mi padre no tenía que hacer nada.

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A ella le iban preparando para lo que iba a ser su vida futura: hacer las tareas a su marido. A él, nada.

Pasó de que su madre o su hermana le resolvieran todo, a que se encargara su pareja de hacerlo.

Y pensarás, «Bueno, pero eso era en los 80. Ahora las cosas no son así. Hombres y mujeres vivimos en igualdad

¿Seguro?

Voy hablarte de mi experiencia conviviendo en pareja: durante casi dos años, que la casa estuviera limpia era, en su mayoría, responsabilidad mía.

Y que no se me ocurriera decirle nada, que bastante había hecho él bajando la basura esa semana.

Para empezar, las tareas mayores -que si pasar la aspiradora, fregar y limpiar baño y cocina a fondo- de una vez a la semana, solo se hacían si yo insistía.

Si llegaba el lunes y yo no había dicho nada, la casa seguía sucia otra semana.

Las tareas menores, a las que también hay que dedicarles tiempo (limpiar el cubo de la basura para que no huela, pasarle a los cristales de la casa, repasar los estantes de la nevera para limpiar los restos…) eran cosas que él no parecía ver.

Solo entraban en mi radar visual y claro, como él no las apreciaba, ni las hacía ni las reconocía cuando estaban resueltas.

Llegó un punto en el que sentía -sin querer ser madre- que tenía un hijo adolescente que dejaba la ropa sucia por todas partes y protestaba cuando le pedía que se involucrara en la división del trabajo doméstico.

E, irónicamente, convivir con alguien tan dejado, y poco comprometido con nuestro espacio, consiguió que perdiera puntos de atractivo.

A más pasota y desordenado, menos me apetecía follarle. Así te lo digo.

En cambio, era en las ocasiones que le veía con los guantes de fregar rosas y un desinfectante en mano, que me motivaba por cómo los dos remábamos en la misma dirección.

Claro que el encanto se perdía cuando me preguntaba, una vez más, si quedaba leche en la nevera y los dos teníamos la cocina a la misma distancia.

O quería saber dónde había dejado esto o esto otro. Que le recordara los cumpleaños de los amigos en común o me encargara de organizar los planes conjuntos, porque él estaba muy cansado.

O que siempre tuviera que ser yo la que estaba pendiente de la fecha para hacer el ingreso del alquiler en el banco.

Yo no estaba cansada, claro que no. Trabajar 8 horas al día, volver a casa, ver que seguía teniendo que hacerme yo cargo de cosas que para él nunca se ensuciaban, hacer compra casi a diario, cocinar para los dos y ponerle la lavadora de la ropa de spinning, es algo que me permitía desconectar.

Con el tiempo, me sentía más y más frustrada de todo lo que me tocaba hacer. Y sí, cada vez tenía menos paciencia.

Cuando pierdes la cuenta de las veces que pides que no deje las zapatillas por medio -porque vuelves a tropezarte con ellas-, no te sale un tono  dulce y cariñoso. Te sale enfadarte. Y discutís.

Era cuando pensaba si estábamos hechos para estar juntos. Si eso iba a funcionar o si me había equivocado y esto demostraba nuestra incompatibilidad.

Pero lo que tenía no era una crisis de pareja, sino un mal reparto de las tareas domésticas que se traducían en que yo asumía todo: lo hecho y por hacer.

Curiosamente, esto no me pasaba solo a mí. Mis amigas estaban en el mismo punto.

Todas las que convivíamos en pareja, menores de 30, que habíamos recibido una educación más igualitaria, éramos empleadas domésticas, asistentes, enfermeras y secretarias de nuestros novios.

Y todas estábamos hasta las narices.

Hablarlo entre nosotras nos permitía desahogarnos, quitarle hierro y hasta reírnos, pero seguíamos teniendo el mismo problema.

Además, sabíamos que seguir recordando las cosas por hacer terminaría desembocando en una discusión de pareja, por lo que preferíamos ‘tener la fiesta en paz’, asumir lo que quedara pendiente -más carga sobre nuestros hombros- y seguir adelante.

Así, la casa estaba limpia y nuestra pareja contenta. Nosotras quemadas, eso sí. Hasta el moño de la convivencia en pareja y soñando con un reparto al 50-50.

Volver a estar sola, ocupándome solo de lo mío, me ha devuelto la felicidad de que ya no tengo esa fuente de conflictos. No me hago cargo de nadie.

Pero la solución no está en que las mujeres solo podamos ser felices en pareja si estamos en sitios aparte, atendiendo solo a lo nuestro.

Sino en aprender a convivir juntos y que cada uno se haga cargo de lo que se ve y no se ve a primera vista, de la mitad (real) del trabajo.

Mara Mariño

De ligar mal en peor

Ligar es como mentir en el currículum. Te puede salir bien la jugada, por pura suerte, o te puede salir fatal (y caerte con todo el equipo).

Y yo quiero hablar de esas ocasiones o formas de entrar que, en mi experiencia, son la crónica de un fracaso anunciado.

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Porque de todas las maneras que hay de llamar la atención de una persona, no hay nada peor que

  1. Despistar haciendo algo tan raro que resulta incómodo. No, soplar el pelo para que me gire a hablarte no es gracioso. Tampoco cuando dices que era para ver mi melena al viento. No te pongas poético. Aunque es solo aire, siento que invades mi espacio personal, estás interrumpiendo mi baile/conversación con mi amiga y me hace sentir insegura (así como que me planteo cuánta saliva habrá en tu soplido y si será la suficiente como para contagiarme coronavirus).
  2. Menospreciarme. Si ponerte a hablar conmigo es tu objetivo, dejarme a la altura del betún para ello le ha funcionado a un total de 0 hombres. Esto no es el colegio. Puede que con 15 años colara, pero a las mujeres adultas no nos interesa ganar tu aprobación. Ni te la hemos pedido ni la necesitamos, podemos vivir sin ella. Así que no me entres metiéndote con mi ropa ni asegurando que no sé decirte el artista de la canción que suena. Me da igual, me lo estoy pasando de maravilla bailándola.
  3. Tocarme o pegarte a mí. Forzar el contacto físico ya era desagradable antes del Covid-19. Ahora ni te cuento. No, por mucho que me metas el codo todo el rato en la discoteca para llamar mi atención, no lo vas a conseguir ni voy a pensar «Oh, cuántas ganas de conocer a este hombre que clava su brazo en mis costillas, seguro que es igual de intenso en la cama».
  4. Decir que soy «muy madura para mi edad». La edad es un número y todo lo que quieras. Pero ver que personas mucho (pero mucho) más mayores intentan algo con alguien mucho (pero mucho) más joven, es raro. Sobre todo porque nunca ves que se acerquen a las de su edad. La frasecita es la guinda del pastel. No es que yo sea muy madura, es que tú eres un poco asaltacunas.

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  5. Invadir mi privacidad rozando la ilegalidad. A esa gente que utiliza mis datos privados para ponerse en contacto conmigo, me encantaría decirle que, además de poco profesional, no, en el amor no vale todo. El límite está en que le hagas sentir inseguridad a la otra persona. Quien te está arreglando el móvil, entregando un paquete o incluso quien los tiene en tu ficha de empleada/o debería dejar tu información personal fuera de la ecuación y entender que va a jugar más en su contra. No vamos a pensar que es un gran gesto romántico, lo probable es que la primera impresión sea la de «qué tío más pirado, me siento acosada».

Duquesa Doslabios.
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La crisis de cuando en el círculo de amigos de tu pareja está su ex

Terminar una historia de amor significa dos cosas: aumentas la lista de exparejas con un nuevo nombre y encima pierdes a alguien que, durante el tiempo que ha durado la relación, ha sido todo para ti.

En ese periodo ha sido crush, amante (bandida o bandido), el +1 en eventos familiares como bodas y bautizos, quien te pasaba el papel higiénico de la alacena cuando te habías quedado en el baño con el rollo acabado y tu amigo.

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Si se puede seguir manteniendo una amistad después de ese punto, es algo que solo el tiempo y cómo hayan acabado las cosas puede decidir. De ahí que la alternativa de quitarle el plano sentimental y sexual y quedarse con lo demás, sea una buena opción.

Pongamos que quieres perder a esa persona de tu vida, pero de repente llega una nueva. Alguien por quien vuelves a ilusionarte, a sentir, a ahogarte en nerviosismo cuando llega el momento de veros cara a cara. ¿Cómo cuadrar eso con tus amistades fruto de relaciones pasadas?

Teniendo las cosas claras, no debería ser complicado para nadie. Llegar a la conclusión de que se puede mantener una relación de amistad es también muestra de madurez emocional.

Al menos esta es la teoría, lo que da el sobresaliente en gestión emocional. Pero, ¿es así en realidad?

Cuando lo vives desde el otro lado, que su ex forme parte del círculo de amigos, de primeras, es algo que pica.

No vamos a decirlo en alto, pero sí es la confesión que le hacemos a nuestra amiga de confianza.

Como personas adultas, es nuestra responsabilidad racionalizar, pensar con calma cuánto tiempo ha pasado desde que rompieron hasta ahora.

Cuanto mayor sea la cifra mejor por el simple hecho de que necesitamos nuestro ritmo para superar las cosas. Es la manera de que los sentimientos positivos y negativos se hayan quedado atrás dando paso a una amistad simple y llana.

Haber terminado de una manera sana es una buena base a la hora de construir luego una amistad con la expareja.  Una falta de incompatibilidad, por ejemplo, no significa que no se pueda seguir siendo amigos después, una vez estén las cosas resueltas.

Es algo que también puedes percibir viendo cómo actúa cuando coincidís todos juntos. Si se comporta con normalidad, de manera relajada, despreocúpate, es probable que no haya nada más.

Pero ante la duda, la comunicación clara es mejor que cualquier suposición. Lo realmente importante es el nivel de compromiso con la relación actual, la que tenéis ahora mismo.

Como conclusión, solo recordar que los amigos de tu pareja no tienen por qué ser tus mejores amigos. Por mucha amistad que haya con su ex, puedes decidir hasta qué punto va a formar parte de tu círculo.

Duquesa Doslabios.

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¿Cuánto debe pasar para que una relación sea estable? Según la OMS…

¿Qué es lo que convierte en estable una relación? ¿Es el tiempo? ¿El grado de compromiso? ¿Las experiencias compartidas? ¿Haber adoptado un perro? Fue una pregunta que tuve que contestar en una visita a la ginecóloga.

«¿Tienes pareja estable?», me preguntó mientras no despegaba la vista de la pantalla. Aquí empecé a dudar. ¿Qué era estable?

«Llevo unos meses viéndome con alguien», le dije por si eso le servía.

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«Entonces no, según la OMS solo cuenta como estable si llevas al menos un año«, me respondió.

[La OMS y la ginecóloga tenían la razón de que no era estable cuando al mes se terminó.]

No deja de ser curioso que sea un año lo que se considera no solo las autoridades médicas, también una de las Kardashian.

El otro día, la noticia de que Kendall Jenner tenía por costumbre no sacar a sus parejas en el programa de televisión Keeping Up with the Kardashians a no ser que fuera algo serio también me hizo volver a reflexionar sobre esto.

Sobre todo porque, según la supermodelo, era también un año el tiempo que debía pasar conociendo a la otra persona antes de que participara en el reality show familiar.

Aunque todos podemos tener relaciones de meses que han podido parecernos más intensas en vivencias que quizás un amor de años, 365 días parece una fecha significativa en cuando a que ya se han superado todos los periodos del año.

Tanto los más fáciles de sobrellevar (la estación de estar acurrucados en casa porque fuera hace malo) como los complicados como puede ser la llegada del verano.

La teoría está muy bien, sí. Pero no es eso lo que llevamos a la práctica. En una conversación con mis compañeros de trabajo llegamos a la conclusión de que es algo que sucede en los primeros meses.

Con una vida sentimental tan rápida -donde las relaciones esporádicas se suceden a la velocidad de la luz-, es entre 3 y 6 meses lo que ya podemos empezar a considerar como algo más serio.

¿Y tú piensas como la OMS o te quedas con el trimestre?

Duquesa Doslabios.

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Los perfiles que deberías buscar en Tinder si quieres algo más que ‘eso’

Mi última caída en Tinder fue tan breve como intensa. Sí, por un corto periodo de tiempo, me volví a descargar la aplicación.

Intenté confiar en todas las amigas que me habían asegurado que circulaba buen material y quise probar suerte.

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«Hija, Tinder no, que hay mucha gente rara», dijo mi madre cuando se lo comenté. «Vaya que si la hay, voy a estar yo», le contesté en su momento.

Lo primero que comprobé es que, por mucho que llevara años sin usarla, no significaba que hubieran cambiado tanto las cosas. Es más, los chicos estaban igual.

Con más arrugas, claro (es lo que tiene poner el filtro entre 25 y 35 años), alguna que otra entrada e incluso hijos de anteriores relaciones, pero en esencia no habían cambiado nada.

Lo primero que hice fue ponerme una biografía molona. «Mis padres quieren nietos», escribí.

Ya con eso me aseguraba de que el 50% de hombres me vieran como un útero andante y no me siguieran el juego si su idea era una noche de pasión desenfrenada. Demasiado esfuerzo.

Del otro 50% solo hice match con un 10% de los cuales con 6 no llegué a tener química y la conversación se estancó en un ‘jajaja’ después del clásico «Qué tal y a qué te dedicas».

Dos de ellos confesarán que en verdad no buscan nada, que fluían y creían en las energías (la red flag de que aquello no va a pasar de una noche).

Uno parecía interesado pero me daría plantón y el que faltaba (¡bingo!) se convirtió en cita y terminaríamos pasándolo genial.

Y eso que mis filtros a la hora de hacer swipe right son bastante concisos. Antes que nada, una buena foto. Nada de plano movido, borroso u oscuro. Que se vea bien la cara.

Si además hay alguna haciendo ejercicio –fundamental que comparta el amor por el deporte– y me entra por el ojo, paso a la biografía.

Esos perfiles que solo tienen una cuenta de Instagram o una sucesión de emoticonos, no sé a dónde van, pero no me parece que poner «🌴🐶🍺🌎» pueda decirme sobre ti algo que no compartas con la mayoría de personas del planeta.

El interés en tomarse la aplicación como un pasatiempo o como una vía de conocer a alguien se traduce, para mí, en cosas algo elaboradas.

Amigo, no pongas solo tu altura o la frase de estado de Tuenti que llevabas a los 15 años. «Aporta o aparta», escribe bajo la imagen donde sale haciendo la peineta. Porque quiere ligar pero seguir siendo el más duro del barrio.

Si hay información curiosa es probable que de swipe a la derecha, más que nada porque puedo usarla para mantener la conversación (y ya si hace referencias a Los Simpsons, algún tipo de sarcasmo o habla de comida, me ha ganado).

Una vez hecho el match, me quedo a esperar a ver si se traduce en chat. Espero porque aunque por lo general prefiero llevar la iniciativa, en este caso sé que quienes me hablan se han visto mi perfil entero -al menos lo comprobé con la mayoría-, incluyendo la parte de darle nietos a mis padres.

Y, si no, en el momento que digo que mi idea es algo más que una noche esporádica vuelvo a hacer criba de usuarios.

Hablar es conectar. No hace falta que se chateen noventa veces al día, pero si algo tienen este tipo de interacciones rápidas es que enseguida percibes todo.

Te das cuenta de con quién no va a pasar del «¿y entonces qué has hecho hoy?» a diferencia de ese chico con el que te cuesta soltar el teléfono de lo mucho que estás disfrutando con la conversación.

Es ahí cuando el chat se queda corto y, más que pasar a WhatsApp o Instagram por un tiempo, ya me apetece quedar.

Lo de por qué me lo he vuelto a quitar ya es otra historia 😉

Duquesa Doslabios.

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