No lo llames ‘crisis de pareja’, es que tú haces más cosas en casa

Mientras vivía con sus padres, antes de salir de casa a cualquier cosa, mi madre tenía que dejar las camas de sus hermanos hechas.

Mientras vivía con sus padres, antes de salir de casa a cualquier cosa, mi padre no tenía que hacer nada.

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A ella le iban preparando para lo que iba a ser su vida futura: hacer las tareas a su marido. A él, nada.

Pasó de que su madre o su hermana le resolvieran todo, a que se encargara su pareja de hacerlo.

Y pensarás, «Bueno, pero eso era en los 80. Ahora las cosas no son así. Hombres y mujeres vivimos en igualdad

¿Seguro?

Voy hablarte de mi experiencia conviviendo en pareja: durante casi dos años, que la casa estuviera limpia era, en su mayoría, responsabilidad mía.

Y que no se me ocurriera decirle nada, que bastante había hecho él bajando la basura esa semana.

Para empezar, las tareas mayores -que si pasar la aspiradora, fregar y limpiar baño y cocina a fondo- de una vez a la semana, solo se hacían si yo insistía.

Si llegaba el lunes y yo no había dicho nada, la casa seguía sucia otra semana.

Las tareas menores, a las que también hay que dedicarles tiempo (limpiar el cubo de la basura para que no huela, pasarle a los cristales de la casa, repasar los estantes de la nevera para limpiar los restos…) eran cosas que él no parecía ver.

Solo entraban en mi radar visual y claro, como él no las apreciaba, ni las hacía ni las reconocía cuando estaban resueltas.

Llegó un punto en el que sentía -sin querer ser madre- que tenía un hijo adolescente que dejaba la ropa sucia por todas partes y protestaba cuando le pedía que se involucrara en la división del trabajo doméstico.

E, irónicamente, convivir con alguien tan dejado, y poco comprometido con nuestro espacio, consiguió que perdiera puntos de atractivo.

A más pasota y desordenado, menos me apetecía follarle. Así te lo digo.

En cambio, era en las ocasiones que le veía con los guantes de fregar rosas y un desinfectante en mano, que me motivaba por cómo los dos remábamos en la misma dirección.

Claro que el encanto se perdía cuando me preguntaba, una vez más, si quedaba leche en la nevera y los dos teníamos la cocina a la misma distancia.

O quería saber dónde había dejado esto o esto otro. Que le recordara los cumpleaños de los amigos en común o me encargara de organizar los planes conjuntos, porque él estaba muy cansado.

O que siempre tuviera que ser yo la que estaba pendiente de la fecha para hacer el ingreso del alquiler en el banco.

Yo no estaba cansada, claro que no. Trabajar 8 horas al día, volver a casa, ver que seguía teniendo que hacerme yo cargo de cosas que para él nunca se ensuciaban, hacer compra casi a diario, cocinar para los dos y ponerle la lavadora de la ropa de spinning, es algo que me permitía desconectar.

Con el tiempo, me sentía más y más frustrada de todo lo que me tocaba hacer. Y sí, cada vez tenía menos paciencia.

Cuando pierdes la cuenta de las veces que pides que no deje las zapatillas por medio -porque vuelves a tropezarte con ellas-, no te sale un tono  dulce y cariñoso. Te sale enfadarte. Y discutís.

Era cuando pensaba si estábamos hechos para estar juntos. Si eso iba a funcionar o si me había equivocado y esto demostraba nuestra incompatibilidad.

Pero lo que tenía no era una crisis de pareja, sino un mal reparto de las tareas domésticas que se traducían en que yo asumía todo: lo hecho y por hacer.

Curiosamente, esto no me pasaba solo a mí. Mis amigas estaban en el mismo punto.

Todas las que convivíamos en pareja, menores de 30, que habíamos recibido una educación más igualitaria, éramos empleadas domésticas, asistentes, enfermeras y secretarias de nuestros novios.

Y todas estábamos hasta las narices.

Hablarlo entre nosotras nos permitía desahogarnos, quitarle hierro y hasta reírnos, pero seguíamos teniendo el mismo problema.

Además, sabíamos que seguir recordando las cosas por hacer terminaría desembocando en una discusión de pareja, por lo que preferíamos ‘tener la fiesta en paz’, asumir lo que quedara pendiente -más carga sobre nuestros hombros- y seguir adelante.

Así, la casa estaba limpia y nuestra pareja contenta. Nosotras quemadas, eso sí. Hasta el moño de la convivencia en pareja y soñando con un reparto al 50-50.

Volver a estar sola, ocupándome solo de lo mío, me ha devuelto la felicidad de que ya no tengo esa fuente de conflictos. No me hago cargo de nadie.

Pero la solución no está en que las mujeres solo podamos ser felices en pareja si estamos en sitios aparte, atendiendo solo a lo nuestro.

Sino en aprender a convivir juntos y que cada uno se haga cargo de lo que se ve y no se ve a primera vista, de la mitad (real) del trabajo.

Mara Mariño

6 comentarios

  1. Dice ser Jose

    Pues mi chica se descojona de que ella esté en el sofá mientras yo lo hago todo mientras escucha o lee mensajes como el de tu artículo u otros similares. Hago el 90% de las tareas en casa. Ayuda… :***(

    02 marzo 2022 | 11:40

  2. Dice ser Juanito

    Lo que plantea tiene sentido pero hay elementos que no conviene olvidad. En la convivencia se suelen compartir cargas domésticas y económicas. El ideal es que ambas partes soporten similares cargas. Si, cuando esto no es posible, la parte que soporta mayor carga económica aceptara igual carga doméstica que su contraparte, podría sentirse perjudicada. Y vea que cuando cito a las partes no menciono su género.

    02 marzo 2022 | 11:49

  3. Dice ser una balanza justa es benficiosa

    Todos tenemos deseos de ser para uno solo, para uno mismo, pero eso tampoco es buena idea. Lo que en un principio da supuesta tranquilidad y equilibrio, pasa factura. Lo ideal es encontrar el equilibrio entre uno mismo y otra persona o personas. La vida hermética y homogénea no es nada divertida. Y es en la lucha donde nos encontramos verdaderamente. Descubrimos cómo somos y lo que somos. Compartir es ganar.

    02 marzo 2022 | 15:31

  4. Dice ser CABRON

    Mira, el articulo lo que describe es que elegiste mal, y eso hoy día, es solo culpa tuya, ya que estas empoderadisima para elegir novio.No lo elijas guarro y dejado. Hay muchos tios, ánimo.

    02 marzo 2022 | 21:00

  5. Dice ser Nando Herrera

    Ahora te voy a hablar de la mia.

    Dejé mi estudio de grabación propio para trabajar como pudiese desde casa cuando mi mujer se quedó embarazada porque era un embarazo de riesgo.

    Para no molestarle con mi trabajo y/o ronquidos si consigo dormir algo, decidí dormir en el sofá del salón.

    Cuando nació la niña YO enseñé a mi mujer a cambiarle los pañales porque ya tenía cierta práctica con mis sobrinos.

    Desde los 4 meses de la niña, la madre volvió a trabajar y desde entonces (tiene ahora 8 años) yo soy el que hace todo en la casa.

    Pero no me quejo. ¿Sabes por qué? Porque lo que algunas llamáis esclavitud si es una mujer la que lo hace, yo lo llamo «hacer mi parte», y mientras algunas llamáis «techo de cristal» a no ascender o prosperar en la vida laboral, yo lo llamo «SACRIFICARME por el bien de mi familia».

    Pero claro, tú no eres yo, y yo no me puedo quejar, soy hombre.

    Aunque tampoco quiero quejarme, lo hago PORQUE QUIERO.

    02 marzo 2022 | 23:48

  6. Dice ser mich

    La mayoría de amigues feministas que tengo lo son de boquilla. Luego ni ayudan en casa y son unos guarros.
    Hay que elegir bien a tu pareja y si ves que es un dejado o dejada, pues no sigas con esa persona. Hay hombres y mujeres igual de desastre en las tareas del hogar.
    Yo me considero un hombre muy ordenado y limpio en casa y también me ha pasado de tener relaciones con chicas que apenas limpiaban. A ese tipo de personas, hombres y mujeres, hay que calarlos pronto y si no cambian, pues cambiarlos por otros.

    03 marzo 2022 | 07:11

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