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¿Qué edad es la mejor de nuestra vida sexual?

Acabo de cumplir 30 años y nunca, nunca, nunca, nunca había estado tan contenta como ahora con lo que me pasa en la intimidad. Nunca.

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PEXELS

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Al llegar a la tercera década, me he quitado muchos prejuicios de encima, me he aclarado sobre lo que me gustaba y lo que no y, sobre todo, he dejado de sacarle pegas a mi cuerpo.

Se podría decir que he subido de nivel y, desde mi punto de vista, me cuesta creer que haya algo mejor que esto. Que todavía la cosa pueda mejorar.

Aunque, parece ser que sí que lo hay. No es la treintena la etapa dorada de la sexualidad, esa le corresponde a los 40.

Lo curioso de esos estudios -que parecen señalar la cuarentena como el mejor momento para la intimidad-, es que poco o nada tiene que ver con el aprendizaje de nuevas técnicas (no, no nos convertimos en unas máquinas del placer) y más con la evolución personal.

Me explico, lo que hace que los 40 se lleven la palma es que parecen ser cuando por fin la confianza plena nos alcanza, la auténtica.

Y es la de saber qué es lo que quieres. Quizás hasta ese momento estabas muy ocupada dedicando que energía primero a estudiar, luego a desarrollarte profesionalmente, a los hijos, etc.

En teoría a los 40 estás algo más liberada y te planteas hacer las cosas de manera más independiente, incluso egoísta, si te pones.

Respecto al físico, sí, la presión social por encajar no desaparece, pero la seguridad de sentirte bien en tu propia piel sustituye todo lo demás. Y que todo te la resbala, eso también.

Esa confianza es la que empapa el sexo y te pone la autoestima por las nubes, haciendo que salga tu lado animal.

Así que mi propuesta es que no esperemos más para llegar a ese punto de reconciliación y autodescubrimiento (pero sobre todo de ganas de ponerlo en práctica) de la cuarentena.

Que empecemos ya, aquí y ahora.

Que nos plantemos en el espejo, nos toquemos, nos gustamos, que dejemos la luz encendida y que nos escuchemos.

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Que si queremos algo lo pidamos, que lo consigamos, que nuestro placer sea prioritario.

Y así, a lo mejor, nuestros 20 y 30 son igual de buenos que los 40.

Mara Mariño

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La confianza en la pareja está muy bien, pero prefiero la comunicación

Si cuando tuve mi primer novio me hubieras preguntado a qué le daba más importancia, te habría dicho la confianza.

Al empezar la veintena, te habría dado la misma respuesta. Ahora, que ya termino esa década, te diría que, por encima de todo, en una relación de pareja valoro la comunicación. Quiero pensar que he madurado.

PEXELS

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Porque que confiéis el uno en el otro está genial, pero poder comunicarte sin filtros, no tiene punto de comparación.

Algunas de mis mayores peleas han sido precisamente porque, por uno de los dos lados, faltaba la claridad a la hora de hablar.

Mis mayores triunfos -la clave del éxito de estar mucho tiempo (y bien) con la misma persona-, han sido gracias a abrirnos por completo sobre cómo nos sentíamos.

Ya que nos pasamos el día hablando, por WhatsApp, por Instagram, haciendo una videollamada, teniendo una cita que empieza un sábado y termina un domingo por la mañana, cualquier diría que comunicarse es lo que nos sale más sencillo y natural.

Pero no solo de hablar va la cosa.

Comunicarse en pareja bien es comprometerte contigo al ser consciente de que la otra persona no tiene un acceso directo a lo que ocurre en tus pensamientos.

Es esforzarte en decir lo que sientes en cada momento y hacérselo saber de una manera sincera y con tacto.

Para mí, la relación perfecta, es con esa persona a la que le puedes decir que necesitas que se vaya porque quieres llorar sola.

Es comentarle de una manera tranquila, que no te ha gustado un comentario y explicarle cómo te hace sentir.

Es poder tener un diálogo maduro porque te preocupa algo de su estilo de vida.

Comunicarse es poner un límite, en la cama y fuera de ella, poder expresar que no quieres hacer esa práctica o que deseas probar cosas nuevas, que no te apetece ver esa película o que no quieres que siga haciendo apuestas deportivas.

Es sincerarte de aquello que más te cuesta admitir, como una relación regulera con su familia, su poca implicación en las tareas compartidas o cuál es el siguiente paso que queréis dar porque quizás, ya no va en la misma dirección.

La tarea de la otra persona es la de recibir esos mensajes sin tomarlos como algo personal, tratando de empatizar y, si entra en conflicto con lo que piensa o siente, buscar un punto intermedio en el que ambos os lleváis (o renunciáis) a algo.

Aunque si me pongo a pensarlo, abrirse de esa forma, está tan relacionado con la comunicación como con la confianza.

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Ya que solo estando al lado de alguien con quien tenemos la seguridad de que nos acepta tal y como somos, nos permitimos sincerarnos.

Y es también una prueba de confianza por su parte, que lo encaje bien, que se lo tome de una manera positiva y vea que hemos sido capaces de expresar algo que podía producirnos desde pequeño un malestar hasta una gran incomodidad.

Así que, la próxima vez que valores la confianza por encima de todas las cosas, haz la reflexión por un momento si es tanta que te permite desnudarte de palabra.

Mara Mariño

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¿Por qué es tan difícil recuperar la confianza en la pareja?

El día que te fías de una persona, no eres muy consciente de que has tomado la decisión de hacerlo, pero sí, ha sido algo que ha partido de ti. De ahí que te sientas también mal, a nivel personal, cuando te fallan a la confianza.

Porque, de una manera o de otra, te pareció una buena idea dar el paso y llegar a ese nuevo nivel de intimidad.

DEREK ROSE

Como seres sociales, necesitamos confiar. Confiar en que al día siguiente la nómina estará ingresada en el banco, en que van a contestarnos el mail de trabajo, en que el domingo tendrá lugar la comida familiar y confiar en que el año que viene siempre será mejor que el anterior.

Fiarnos de las personas de nuestro entorno nos hace sentir a salvo e integrados, que tenemos una red de apoyo que nos ayudará en cualquier momento de necesidad.

Es un compromiso que fortalece cualquier vínculo, ya que requiere de la unión para superar el escollo.

Cuando se habla de que la base de una relación de pareja es la confianza, no estamos pensando en casos concretos como que relate punto por punto qué ha hecho en cada hora del día.

Se refiere más bien a ese sistema de protección emocional que sabes que te rodea cuando ves a la otra persona.

A tu lado hay alguien con quien puedes despojarte de las corazas. En quien vas a encontrar refugio y ayuda inmediata. Una persona que conoces porque lo que hace, dice y piensa va en la misma línea.

Algo que, a la larga, hace que el lazo entre dos personas sea irrompible.

Pero, ¿qué pasa cuando esa sólida estructura basada en la familiaridad y la fe absoluta se resquebraja hasta el punto de terminar despedazada por el suelo?

Puede ser o no el fin de la relación, pero lo que sí desencadena es un dolor devastador.

Hay mil y una formas de traicionarla, desde mentir o manipular pasando por retractarse o romper promesas de manera sistemática. Dejar a la otra persona a un lado en un momento difícil, ocultar algo o no llegar a compartir del todo los sentimientos, son otros clásicos ejemplos.

Y, el mal rato, no se debe únicamente a la situación puntual que ha llevado a que se rompiera un acuerdo intangible, es más cómo te hace sentir y por qué llega a ser tan desolador, ya que implica mucho más.

No es solo por, como comentaba en un principio, haber descubierto que nuestro criterio para elegir a la persona digna de confianza no es tan agudo como pensábamos.

También porque encontramos una desigualdad en ese trato de dar y recibir que se supone que debería existir entre ambas personas.

Lloramos la pérdida de la seguridad, la desaparición de un mundo que creíamos conocer y en el que nos movíamos como peces en el agua.

La confianza rota es difícil de reconstruir, porque no es como sustituir la taza del café por una nueva cuando se ha roto por enésima vez. No es algo que ofrezcan en las tiendas.

Por lo pronto, significa ponerle remedio a lo que originó el problema en primer lugar. Pero también trabajar -desde ese momento y sin parar- en que no vuelva a pasar. Lo que puede suponer desde trabajar en ello por cuenta propia hasta ayuda profesional si no se sabe gestionar.

Porque lo más complejo no es cambiar y aprender de los errores (en nuestra mano está). El verdadero reto es que implica volver al punto de partida, a lograr que la otra persona vuelva a tomar la decisión de fiarse de nuevo, como ya hizo en su momento.

Duquesa Doslabios.

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Las cosas que he aprendido de sexo a lo largo de mis 20 años

Puedes ponerte a follar mientras haces el amor, con rabia, con fuerza, con desenfreno, con ganas, contra la pared… Pero nunca, mientras follas, podrás fingir que estás haciendo el amor.

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Esa fue una de las primeras cosas que aprendí a lo largo de mi veintena, que más allá de la química, los sentimientos no los podía simular. Aprendí rápido a diferenciarlo, por mucho que las películas y libros de mi adolescencia me insistían en que solo estaba bien hecho el sexo si era con alguien con quien me uniera un sentimiento.

Admito que con los años me he relajado, y es que al principio, la mera idea de tener sexo era sobrecogedora de todo el esfuerzo que implicaba por mi parte.

No sé bien por qué, insistía en comprarme lencería cada vez que conocía a alguien. Y eso sin contar las horas depilando cada zona de mi cuerpo al milímetro para que no hubiera un solo pelo fuera de sitio, que, por aquella entonces, tenía la impresión de que la más mínima aparición de vello corporal cortaría cualquier posible oportunidad de tener sexo.

Pero como os digo, me he relajado. Si bien lo de la lencería lo he dejado para ocasiones especiales, para dar una sorpresa de vez en cuando, la depilación se ha vuelto un tema secundario hasta llegar al punto de que apenas le presto importancia.

Si antes era algo para ellos, para seguir su fantasía de que ahí abajo las mujeres somos lampiñas (también es cierto que mis compañías venían muy influidas con el porno), después empecé a dejármelo como yo quería, ya fuera por gusto o comodidad, y, para mi sorpresa inicial, no cambió nada en absoluto.

Dejé de pensar en el sexo como en un escenario donde tenía que dar lo mejor de mí SIEMPRE: probar cincuenta posturas en un minuto, subir una pierna, moverme, tener siempre el pelo perfecto o la luz adecuada para que no se me marcara la piel de naranja. Entendí que mi vida sexual no tenía por qué parecerse a una película porno, que disfrutaba más sin tanto agobio y dejándome llevar.

Me di cuenta de que mi cuerpo era perfecto para el sexo independientemente de arrugas o cicatrices, de kilos de más o de menos, de que tenía que dejarme de complejos porque mi vagina no cambiaba para nada y que el clítoris, menos todavía.

Durante los veinte años me di cuenta de que el sexo estaba sobrevalorado. Que no el placer, sino el sexo, el acto en sí, el «toma y daca», el «mete y saca». Pero claro, al empezar mi vida sexual aquello era el culmen, el broche, el punto final, lo demás son solo paradas breves antes de la última estación. Pero pasan los años y descubres que no todo es el coito, que la mayoría de las veces una buena comida puede ser mucho más espacial (por aquello de que es como antes subimos muchas a las estrellas).

Aprendí a «ser egoísta» en la cama, a mirar por mi placer porque ellos no lo hacían. A tomar riendas en el asunto y dejar de fingir unos orgasmos que nunca sucedían. A pararme y decir «me gusta así», porque con el tiempo, le perdí la vergüenza a hablar y prefería sincerarme antes que seguir con unas interpretaciones que habrían sido de Óscar.

Por animarme a hablar, aprendí a ser sincera y también a ser empática. De mi primer encuentro con un gatillazo, solo recuerdo sentirme incómoda y poner distancia de por medio, los pocos que vinieron detrás me hicieron más comprensiva y que mostrara mi apoyo, lo que, definitivamente, tuvo mucho mejor resultado.

Me di cuenta de que mi número daba absolutamente lo mismo y aprendí a quitarle importancia al hecho de tener sexo en una primera cita, en la número 37 o a no tener sexo en absoluto en meses.

Y es que por último, aprendí que, si a veces no me apetecía, estaba bien y no pasaba nada. Hormonal, emocional o personalmente he pasado por momentos en los que la libido estaba en las nubes y otros en los que no me apetecía ni la de Vladimir (una paja y a dormir). Imagino que, al final, no es que haya aprendido más o menos sobre sexo, sino que, a lo largo de mis veinte años, he aprendido sobre mí.

Duquesa Doslabios.

¿Lo hace mal en la cama? Dilo

¿Sabes cuando tienes la mala suerte de que en el supermercado te ponen pescado malo, vas después a quejarte y te dicen, con sorpresa, que hasta ese momento nadie había protestado por la calidad? En la cama pasa lo mismo.

Las personas se dividen en dos grupos: las que señalamos cuando algo no nos gusta en la cama y las que se callan por miedo, vergüenza, timidez o falta de confianza y dejan que esa persona crea que está yendo por el buen camino.

GTRES

Esto crea una especie de situación de pescadilla que se muerde la cola (por aquello de volver al símil de la pescadería del principio). Tú no dices nada, por lo que esa persona no sabe que igual está haciendo algo mal, lo que hace que continúe haciéndolo (o no haciéndolo) y luego le toque a otra que, seguramente, tampoco diga nada.

Esta situación puede prolongarse infinitas veces hasta que llegue (si tiene la suerte de llegar) a una persona que se lo diga, lo que hará que reciba la noticia con sorpresa e incluso hasta con enfado de que nunca nadie se hubiera manifestado al respecto anteriormente.

Amante no se nace, amante se hace. Nadie viene al mundo sabiendo como complacer en la cama, es una mezcla entre curiosidad personal, ensayo y error…

Pero lo que más ayuda, o al menos en mi caso, es, y aunque no sea un trago agradable de primeras, decirlo. Parar los pies cuando después de pedirle que te estimule el clítoris ves que su lengua va por el gemelo. Sé de casos de amigos que han preferido callarse pasar sin sexo oral porque sus compañeras de cama les deslizaban los dientes inconscientemente cada vez que les hacían una felación.

Y digo yo, ¿no es mejor dedicar cinco minutos explicando cómo nos gusta, cómo se hacen las cosas bien, que callarnos y dejar, no solo que esa persona siga en su error sino sin recibir todo el placer que podríamos?

Personalmente, he sido de las maestras pacientes, de las que cortan el momento y, con toda la delicadeza del mundo (ya que no olvidemos que no es algo que la otra persona desconozca a propósito), he dicho cómo, cuándo y dónde me gustaba, si tenía que presionar, dejar de presionar, meter o sacar.

Piensa que si te encuentras en una situación así, él o ella no es culpable de no saber, pero tú sí que eres culpable de no enseñar y de perpetuar su desconocimiento si no le sacas del error.

El saber no ocupa lugar, pero puede ser la diferencia entre alcanzar o no un orgasmo.

Duquesa Doslabios.

Cirugía plástica para superar los divorcios

Lo leo y no lo creo. Resulta que alrededor del 10% de las personas que pasan por el cirujano plástico lo hacen para superar un proceso de divorcio. Así al menos lo afirma en una entrevista con Efe el doctor Javier de Benito, director Médico de un grupo de clínicas donde interviene anualmente a más de mil pacientes.

«Vemos que hasta un 9% de hombres y un 11% de mujeres vienen a practicarse algún tipo de cirugía o tratamiento estético después de separarse», comenta el doctor. Las razones: intentar recuperar la confianza y darse otra oportunidad. «Es un nuevo fenómeno que antes no se veía tanto y que ahora estamos observando que crece cada año de forma importante». Pretenden «aumentar una autoestima que ha sido claramente vapuleada por procesos casi siempre traumáticos, en donde uno de los dos abandona al otro».

divorcio

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Es su «perfil tipo». La mayor parte de ellos ronda la cuarentena en una sociedad en la que las rupturas matrimoniales aumentan y cada vez se producen más pronto. Ana es un buen ejemplo. Su marido la abandonó de un mes para otro tras 21 años de matrimonio y ella se sintió «morir». «Mi vida se hundió», dice. «A los 6 ó 7 meses empecé a mitigar mi dolor y llegó un día en que decidí volver a retomar mi vida. Es entonces cuando te miras en el espejo y ves que el paso de la edad no perdona y cosas a las que antes no dabas importancia se vuelven imprescindibles de corregir», explica.

Ania es bastante más joven, pero cuando lo dejó con su novio no dudó en operarse el pecho.»Siempre me habían acomplejado», me dice. Yo me callo y no le digo nada, pero sus tetas no tenían nada de malo y, casualmente, su «sustituta» tiene dos melones de escándalo.

En cuanto a los hombres, el doctor De Benito afirma que buscan sobre todo implantes de cabello en casos de alopecia, extraerse abultadas bolsas de los ojos y corregir una más que frecuente papada. Otra intervención que también se está demandando de forma «exponencialmente elevada» es la colocación de prótesis en los glúteos masculinos. De estos últimos no conozco ninguno, pero casi todos los amigos de mis padres que se han separado han recurrido al bisturí para las citadas «bolsitas» de las ojeras.

Pues eso. Por lo visto, ir al psicólogo ayuda, pero ponerse guapo también. Va a ser que yo, de momento, me conformo con el yoga.