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El amor líquido o por qué todas tus relaciones fracasan

Una y solo una. Esa es la cantidad que corresponde a las veces que he estado enamorada en mi vida. Y qué vez.

No me mal interpretes, con esto no quiero decir que la ponga por las nubes y crea que sea imposible llegar a igualarla, pero sí que quiero volver a sentir esa fuerza visceral, esa emoción, la ternura inmensa de verle dormido en el sofá y la certeza de que si necesitara un riñón, serías la primera de la fila.

Pareja dándose un beso

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Va a ser de todo menos fácil. Lo estoy comprobando desde ya. Quizás porque fantaseamos con el amor idílico como concepto, publicamos textos profundos sobre él en Instagram y creemos que, la siguiente persona, va a ser la que nos haga volar.

Para que luego se quede más reducido que la copa de cava cuando se le han ido las burbujas de gas.

No hay día que no compruebe que los millennials somos la generación de las relaciones líquidas.

Queremos todo lo bueno de estar en pareja: los planes divertidos, el sexo salvaje, los mimos, compartir esa porción de tarta, tomar unas cañas -a la segunda invita el otro-, mandar memes por Whatsapp, avisar de que estás con el humor algo por los suelos, dejarnos cuidar.

Pero llega el momento de hablar, de quedar una tercera o cuarta vez cuando aparentemente todo iba normal, y sin saber por qué, desaparece (el ghosting de manual).

Es triste que conociendo a alguien no podamos dejarle un libro, la camiseta o el cepillo en su casa (es probable que en poco tiempo no vuelvas a verlas).

Ni siquiera llevaréis lo bastante conociéndoos como para que se esfuerce en devolverlas, sencillamente le dará igual.

Llega la tecnología, esa que decimos que nos ha cambiado la vida (aún queda decidir hasta qué punto para bien y hasta cuál para mal) y cambiamos nuestra forma de relacionarnos, la manera de ligar

Nos hemos especializado en crear conexiones, muchísimas. Nuestra estrategia es mantenernos en contacto, sí, pero siempre desde una distancia prudencial.

Cada vez más sumidos en un círculo de relación estrella fugaz. Es intensa, emocionante y de película, pero es breve y pasa rápido. Parpadeas un par de veces y ya no está el match en la aplicación, toca volver a hacer swipe.

Si los expertos se refieren a las nuestras como las relaciones líquidas es porque nuestros vínculos, de la misma forma que el agua, son maleables y se escapan entre los dedos.

La satisfacción momentánea manda, el estímulo, el ahora, que después ya no interesa. En cuanto ha pasado no solo ha quedado atrás, es como si se hubiera olvidado.

Somos más individualistas que nunca, nos gusta viajar, tomar ese brunch el domingo con la amiga, el grupo de los de siempre yéndose de casa rural.

Vale que a nuestros padres les gustaba también el ocio, pero eran menos reticentes que nosotros a la hora de renunciar a él.

Te propongo un reto, vete a un círculo de veinteañeros casi treintañeros y pregunta quién tiene pensado, en los próximos cinco años, casarse o tener hijos.

Es habitual que encuentres respuestas evasivas, que aún somos muy jóvenes, nos queda mucho por vivir, viajar, experimentar.

Y esa falta total de significado y compromiso nos vuelve incapaces de crear relaciones reales. Con contadas excepciones, claro.

Duquesa Doslabios.

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Amor millennial: el hilo que ata y que sueltas

«Este es tu hilo», dice la voz en off de Morgan Freeman cuando, al empezar una relación con alguien, te hacen entrega de un carrete.

Este es tu hilo y puedes usarlo para lo que quieras. Querrás entrelazarlo suave, alrededor de su cintura cada vez que sea tierno contigo.

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Cuando te retire el pelo de la cara, te coja por la barbilla o te haga reír para distraerte sabiendo que estás preocupada por un examen, una entrega, una amiga.

Tú misma lo enrollarás alrededor de ti, acercándoos más todavía, cuando te salga ser detallista. Cuando hagas cosas por amor que no imaginarías, cuando le sorprendas con una receta o una llamada nocturna solo para comprobar, por el tono de su voz, que está bien.

Con ese hilo puedes hacerlo todo. Incluso reforzar vuestro cariño al descubrir que tenéis aficiones en común, que ya podéis ir juntos a clases de baile en pareja o al club de poesía, a ver una exposición o a comer una hamburguesa, a engancharos a una serie, a ver una película…

Poco a poco, esos nuevos hilos entre los dos harán más fuerte cualquier vínculo y ayudarán a tirar de vosotros hacia delante en el momento en el que uno -o ambos- pierda el equilibrio.

Sirve tanto un hilo para atar con suavidad unas muñecas, e inmovilizar piel al compás de suspiros y jadeos, como para soltarlas. Liberándolas para dejar espacio de por medio, para no dejar marcas, ni hacerles daño.

Porque es también el hilo el que pone distancia entre los extremos. Sirve para unirse y para separarse.

Habrá momentos que lo mejor será soltar hilo y los reconocerás porque no quieres seguir tan unida.

Un reproche aquí, otro allá, un comentario que «va sin maldad» pero hiere a rabiar, el daño constante, la carga mental, las noches de insomnio sola en la cama que ganan terreno a las demás, la falta de concentración, la ansiedad de no ver las cosas funcionar como quisieras…

Irás soltando carrete para respirar, para no sentirte tan mal contigo misma, para recuperarte, dormir esas ocho horas que ya pensabas perdidas desde que su forma de ser resultó incompatible con la tuya.

Y por mucho que hayas entrelazado, atado y reatado, con doble nudo e incluso uno de los cabos esté fijado a la pata del sofá, llegarán personas que te harán soltar el carrete sin parar.

Hasta el punto de que, cuando buscas dar unos centímetros más, te darás cuenta de que te has quedado sin hilo porque te lo han gastado.

«Y solo hay un hilo por persona», me recuerda Morgan Freeman. «Úsalo bien».

Duquesa Doslabios.

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Si estás conociendo a alguien, ¿te gustaría pedirle referencias a sus ex parejas?

Conocer a alguien por primera vez, esa fase en la que emoción y miedo van de la mano. Emoción por lo que pueda venir, por un sentimiento que puede empezar a cocinarse a fuego lento, por la felicidad de sentirse con ilusión de nuevo.

Y miedo, por supuesto, miedo de lo que puedes encontrar si sigues escarbando un poco más. Miedo de que no sea quien dice que es.

Porque sí, en las primeras citas somos todos maravillosos, el match perfecto, el amor de nuestra vida, la pareja ideal.

UNPLASH

¿Sería un punto a favor, puesta a fantasear, que pudiéramos pedir referencias a sus exparejas antes de seguir conociéndole?

De la misma forma que la empresa que nos entrevista para ese puesto -para el que nos consideramos la persona más idónea, dicho sea de paso- tiene la opción de ponerse en contacto con nuestros antiguos trabajos, ¿qué pasaría si fuera normal una llamada telefónica con sus ex y preguntarles cómo fue su experiencia juntos?

Pensando en mí, en lo que dirían ellos, me doy cuenta de que depende mucho a quién le preguntes.

En general, podrían coincidir en que soy detallista, cariñosa, con corazón de niña, muy entusiasta y que no sé estar quieta por mucho que lo intente.

No todo serían cosas buenas, claro. De la misma forma, bien podrían decir que tengo cierto punto de adicción al trabajo, que soy cabezota hasta niveles insospechados, que raras son las veces en las que doy mi brazo a torcer y tardo mucho en ver que me he equivocado.

De mí destacarían que soy explosiva, como el champán, que rompo a mi paso y me enfado rápido (aunque también se me pasa a la misma velocidad).

Que me agobio, que tengo inseguridades, que me preocupo por todo y me rayo bastante la cabeza, son otros ejemplos que entrarían en la lista de cosas menos buenas.

Pero sí quiero pensar que la mayoría de ellos recomendarían ‘contratarme’ como posible futura pareja.

En cuanto a lo que preguntaría, lo tengo claro: si es sincero, si es atento, si deja espacio…

No faltaría en esa llamada con su ex la duda con bandera roja que ya soy incapaz de pasar por alto, si es controlador o celoso.

Qué relación tuvo -si se dio- con la familia política, si tiene buenos modales, si es empático o si es un punto de apoyo (como firme creyente de las relaciones que funcionan como un equipo, esto me parece fundamental.

Pero también averiguar cómo enfrentaba los malos momentos: las discusiones, cuando se atascaba la rutina o cuando los ánimos estaban más bajos.

A fin de cuentas, lo bonito ya vamos a verlo en las citas. Y saber las opiniones de quienes han compartido vivencias y sentimientos, nos ahorraría mucho tiempo.

Duquesa Doslabios.

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El amor de tu vida, ni uno ni para siempre

Ayer, mi primo de 19 años nos decía que por qué no iba a ser su primera novia la persona con la que estaría siempre. No sería el único en encontrar el amor a esa edad.

Que algo no sea frecuente, no significa que no pueda pasar. Pero claro que su pareja de la universidad podría convertirse en su futura esposa o la madre de sus hijos. Es algo que el tiempo dirá.

DEREK ROSE

Hasta hace poco, yo no tenía dudas de que, como si del número del DNI se tratara, solo nos correspondía una única persona.

O más bien que todo lo que no fuera con quien acabaras tus días, no podía llevarse el título de ‘el amor de tu vida’.

Querer es algo tan grande y se nos da tan bien, que verlo de una forma tan limitada y exclusiva es como si solo pudiera dar por válidas las amigas que me aguanten cuando ya sea viejecita.

Precisamente es sentir amor por esas personas lo que las convierte en los hombres o las mujeres que han dejado huella sentimental.

Tanto vale quienes han estado 15 años juntos y se han divorciado este último tomando caminos separados, el que tiene un hijo en común con su expareja, quien tuvo un flechazo que quedó en la adolescencia o quien solo fue un amor de verano. Son también merecedores del calificativo.

No es ni el tiempo ni el grado de relación que alcanzamos. Es la intensidad de los sentimientos aquello que las distingue.

Habrá quien tenga uno, quien lleve dos o quien multiplique esa cantidad por cuatro. Lo importante es que forman parte del corazón.

Son personas que han puesto nombre y apellidos a los latidos de un periodo de nuestra vida. Ni hacen menos válidas a las anteriores ni significan que, a partir de ellas, nadie vaya a igualarlas.

Simplemente serán diferentes e irán ocupando su sitio en la memoria, como las perlas -de esas que nunca hay dos iguales-, que van colocándose sucesivamente engarzadas en un collar.

Nuestros grandes amores están ahí, los llevamos puestos y escritos en la piel como parte de nuestra historia. Y es lo que aprendemos de quererlos, de dejarlos ir y de ilusionarnos por alguien nuevo lo que hace que también pulamos las emociones y practiquemos no ya tanto el querer, sino el hacerlo bien y de una forma sana y libre, hasta el fin de nuestros días.

Duquesa Doslabios.

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Papá Noel, quiero juguetes eróticos que pueda usar en pareja (sí, aunque esté soltera)

Siempre me ha llamado la atención que, más allá del escondrijo de condones, era raro dar con un hombre que tuviera una colección de juguetes sexuales.

Quitando alguna rara excepción porque fuera especialmente amante del BDSM (y contara con una reserva que haría palidecer a Christian Grey), por lo general nosotras solemos ser quienes nos hacemos con algún artículo.

LELO

Esto fue algo que también me confirmó mi visita al Salón Erótico de Barcelona. Hablando con uno de los vendedores, llegamos a la conclusión de que era habitual que, dentro de las parejas, fueran ellas quienes más se atrevían a experimentar, tirando un poco de la otra persona.

Y aunque tener o no algún objeto más especial en la habitación es una decisión personal, soy de las que defiende a capa y espada no solo el autoconocimiento (qué te gusta, cómo, cuándo, dónde y con qué intensidad), sino también que somos responsables de trabajar por cuenta propia en nuestra variedad sexual con o sin pareja.

Aunque, si no se sabe bien por dónde empezar, un buen punto de partida me parecen los juguetes mixtos, que sirvan para utilizar en compañía (siempre limpiándolos muy bien, como conté aquí).

«El uso de juguetes eróticos en pareja puede ser realmente positivo para dar ese toque de novedad a las relaciones sexuales y aprender a conocer y disfrutar más nuestro cuerpo, pero también el de la otra persona. Incluso, puede ayudar a mejorar la comunicación en lo que a intimidad se refiere», afirma Adriana Di Ippolito, responsable de comunicación de LELO en España.

Aunque hay otro estímulo que también me convence, como es el de que surjan situaciones de tensión sexual.

Un sinfín de firmas pueden ofrecernos artículos para darle un giro de 180 grados a una cita y, en el caso de LELO, es el TIANI 3 -un masajeador con dos extremos que estimula tanto al hombre como a la mujer- el que promete ser la mejor alternativa tanto para la intimidad como (¿por qué no?) usar en plena cena en un restaurante.

Pero cuidado, la zona de confort es un terreno resbaladizo si la otra persona se muestra reticente. Sí, por mucho que pueda parecer la mejor idea para que salga de ahí.

Me lo decía mi exterapeuta de pareja y me lo reconfirma Adriana: la clave está en el punto medio. «Si nuestra pareja no quiere experimentar, no debemos forzar nada. La comunicación es fundamental en todas las relaciones, por lo que debemos sentarnos a hablar con tranquilidad, ver hasta qué punto está dispuesta a llegar la otra persona o descubrir qué juguetes le llaman más la atención».

«Quizás la otra persona no tenga problema en que tú uses un juguete, pero él o ella prefiera no hacerlo. O, por el contrario, puede que tu pareja se sienta más cómoda y más parte del ‘juego’ si también tiene un juguete erótico», recuerda la responsable de comunicación de LELO.

Puede que haya mencionado como mejor ejemplo un masajeador, pero hay vida mucho más allá de él.

El famoso succionador de clítoris es toda una sorpresa en otras zonas del cuerpo como el cuello o los pezones. Un anillo vibrador o un dildo para la penetración anal (recuerda que debe tener tope) son otros casos de juguetes que se pueden compartir.

Y, si la idea es hacerse con algo más básico, un buen gel de masajes siempre será un gran punto de partida, de la misma manera que las míticas esposas o una cuerda larga para atar (igual 2021 es un buen año para probar el Shibari), literatura erótica -imprescindible leer pasajes en alto-, una varilla con plumas (látigo, pala de azote o fusta para quienes se atrevan a ir un paso más allá), un arnés de pecho unisex…

Duquesa Doslabios.

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El doble drama de romper una relación antes de Navidad

Sabía que iba a llegar este momento tarde o temprano. Así como sé que van a llegar muchos otros igual de amargos.

Sí, hoy he puesto el árbol de Navidad.

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Y no ha sido el nuestro, ese que compramos hace justo un año para que hiciera juego con nuestra casa de aquel momento y todas las que vinieran por delante. Los hogares que, independientemente del barrio de Madrid, crearíamos juntos.

Pero no. Como si de un Grinch te trataras, me has robado la Navidad.

Lo peor de todo es que sabías que las fiestas de 2020 ya iban a ser lo bastante duras para mí.

Como me he prohibido hablarte, me toca desahogarme por aquí. El mismo sitio por el que apenas te pasabas en nuestros años de relación.

Primero coloqué un adorno. Luego otro. Al tercero ya me estaba rompiendo.

Ni siquiera pasó por mi cabeza llevarme la caja de nuestra decoración navideña cuando recogía de forma apresurada mis pertenencias.

No tenía sentido pensar en una Navidad sin ti. En caer en que aquello era -esta vez sí- el final.

Pero tengo que asumir que el 6 de enero de 2021 no nos haremos nuestra clásica foto que siempre te insistía en repetir. Yo sentada en tu regazo y mirándonos el uno al otro.

En mi mesa navideña habrá dos huecos inmensos. Uno el de ella y el otro el tuyo. Que, aunque no hubiéramos podido reunirnos, los sentiré como si realmente faltaran los juegos de plato y cubiertos.

En todo eso estaba pensando cuando llegó un abrazo de mi madre al vuelo, esos que son tan reparadores como un oasis en mitad del desierto.

Y aunque me insistió en que dejara de hacerlo, que ya pondría ella el resto de adornos, hice de lágrimas gasolina para no frenar.

Porque si algo me ha enseñado 2020 es que la vida hay que celebrarla, cada pequeño momento.

Incluso si tú ya no formas parte de ella.

Duquesa Doslabios.

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Las redes sociales no me dejan olvidar(te)

Fue el día antes de que nos despidiéramos que te lo dije. «Ahora ya sabes lo que toca. Todos mis artículos van a hablar de lo que te voy a echar de menos».

Y es que es tan difícil olvidar.

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Admito que era un tanto ingenuo por mi parte pensar que, solo poniendo tiempo y distancia de por medio, dividiendo a la mitad lo que habíamos construido en estos años, conseguiría que el proceso de pasar página fuera más eficaz.

No había contado con Facebook ni Instagram. Pensaba que me había adelantado a ellos eliminándote como amistad y dejando de seguirte.

Pero no entraban en mis planes la cantidad de fotos que tendría que volver a ver -tanto en tu perfil como en el mío- de los momentos que compartimos. Los buenos, claro, los que disfrutas mostrando al círculo de contactos.

Los viajes a Italia, a Asturias, al fin del mundo si hubiera hecho falta…

Y no solo eso, sino la cantidad de seguidores de tu entorno. Tus familiares más cercanos, todas tus primas lejanas e incontables, tus amigos, tus compañeros de trabajo, hasta tus clientes.

El proceso de silenciar a todos y cada uno de ellos me hizo volver al momento de conocerles, cuando descubría nuevos aspectos de tu vida que se abrían como ventanas a una faceta desconocida de tu personalidad.

No ser lo bastante minuciosa me llevó a que uno de ellos se escapara de mi filtro (imposible llevar la cuenta de todos) y terminara apareciendo en mi pantalla el sábado noche que estabais pasando juntos.

Bastó una historia de 15 segundos para que volviera a desmoronarme. A llorar. A enfadarme. A que el nudo que llevo bajo el pecho oprimiera todavía más mi respiración. A repetirla una y otra vez para fijarme en tus gestos, tu ropa, para seguir la dirección de tus miradas.

Y lo peor, a llegar a pensar -después de reproducirla por vigésima vez- «Joder, qué guapo estás».

Ya he llegado a la conclusión de que las redes van a ser mis propias enemigas en este sentido. Y será porque yo misma les he dado las herramientas para ello al hacerles partícipes de tantos episodios que hemos compartido.

Sé lo que viene ahora. Los recuerdos en mi cabeza van a ser tan vívidos como cuando me salten las alarmas de Facebook avisando de que ya hace 3 años desde que te convertiste en el protagonista de mi Trabajo de Fin de Máster.

La alternativa la conozco. No va por borrarte a ti, sino por salirme del círculo social. Por partir de cero también en internet con nuevos perfiles.

Pero como de momento no es algo que me plantee hacer (quizás recule, ya sabes lo mucho que me impactó el documental The Social Dilemma), fantaseo con la idea de que las aplicaciones ofrecieran el botón de «corta con tu pareja» y se encargaran de quitar las interacciones, las fotos y los comentarios, esos que ahora paso de puntillas para que no me escuezan.

Hasta entonces, mi perfil será un mausoleo de lo que fue nuestra historia de amor. Un lugar en el que perderse (si se quiere) en los instantes más maravillosos.

Duquesa Doslabios.

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Deberías dejarte los calcetines puestos durante el sexo (y la razón científica es sorprendente)

Nunca imaginé que sería yo la primera en defender los calcetines durante el sexo. Más bien, casi podría esperar todo lo contrario.

Sobre todo si tengo en cuenta que son de las primeras cosas que me quito y, si veo que la otra persona lleva puesta, me aseguro de dejarlos tirados por el suelo. Lejos, para que no quepan dudas de cuál es mi postura al respecto.

PIXABAY

Sin embargo me toca retractarme, resulta que llevar los calcetines en ese momento es más beneficioso que perjudicial (por mucho que me corte un poco el rollo).

Las opiniones científicas parecen respaldar su uso. Un estudio de la Universidad de Groningen llegó a esa conclusión y toca que cada pareja se replantee si de verdad merece la pena quitárselos (sobre todo en esta época del año).

Y es que en invierno, llevar calcetines es, más que una opción, la única alternativa a no terminar cogiendo frío.

Tener los pies calientes es lo que consigue que nuestra temperatura corporal se mantenga, aunque bien es cierto que, en los momentos de pasión, el calor no suele ser un problema.

Quizás podría justificar llevarlos pensando en el contraste con el suelo. La sensación de frío también puede ser un freno a la hora de estar cambiando de posición, una razón por la que podría mirarlos con buenos ojos.

Sin embargo, según la investigación de la universidad holandesa, hay mucho más (e igual deberíamos ponerlo en práctica desde ya).

Por lo general, calentar los pies ayuda a que los vasos sanguíneos se dilaten, algo que nos lleva a querer dormir, ya que el cerebro lo interpreta como la señal de que es el momento de dejar de hacer scroll por Instagram y apagar el teléfono.

Sorprendentemente, de la misma forma que aumenta la velocidad de que nos entre el sueño (y nos quedemos dormidos), tendría el mismo efecto a la hora de alcanzar el orgasmo.

Llevando calcetines, un 80% de las parejas que formaron parte del estudio,  llegaron al clímax. Las que no los usaron, lo consiguieron en un 50%.

Así que solo por esa diferencia, ¿no merece ya la pena intentarlo? Eso sí, ojo con los calcetines que escoges.

Si te dejas puestos los que llevas usando todo el día (o esos que tienen un agujero), da igual lo dilatados que tengas tus vasos sanguíneos, la otra persona sí que no va a correrse nunca con esa imagen.

Duquesa Doslabios.

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¿Estás conociendo a alguien, pero nunca quedáis? Puede que tengas una relación de Schrödinger

¿Sabes cuando empiezas a tontear de una manera más evidente con alguien, que hasta da la sensación de que se ha convertido en algo más en el momento en el que lo hacéis casi a diario, y lo de veros parece solo cuestión de tiempo?

Si te resulta familiar, es lo que una amiga muy sabia bautizó como Romance de Schrödinger. Se trata de una historia de amor que está pasando y, a la vez, no ha llegado a suceder.

BERSHKA

Pero, ¿por qué no llega a pasar? Hasta ahora, las excusas previas a la era coronavirus, eran siempre las mismas: mucho lío en el trabajo, compromisos familiares, un viaje con los amigos…

Una ristra de deberes ineludibles que postergaban hasta el infinito la quedada. Lo que no significaba que la relación virtual se congelase, todo lo contrario.

Curiosamente, las conversaciones, las indirectas, esas reacciones con el emoticono de fuego a cualquier historia, no llegaban a decaer en ningún momento.

Casi podría esperarse que, con el nuevo estado de alarma, sería el fin de las evasivas por aquello de que la vida social ha disminuido.

Pero lo cierto es que ha dado pie a una nueva justificación para aplazar, una vez más, el encuentro, el «cuando pase todo esto».

«A ver si cuando pase todo esto nos tomamos algo», «En cuanto esto pase, quedamos», «Cuando la cosa esté más tranquila tenemos que vernos»

Y, un vez más, el romance -como el famoso gato de la paradoja- está vivo y muerto al mismo tiempo.

Aplicado a la situación sentimental, se podría decir que solo existe en un plano virtual (e imaginario), el mismo en el que las quedadas, las citas románticas, o incluso las conversaciones subidas de tono (¿cómo es posible que ya se hable de sexo cuando ni siquiera os habéis visto en persona?) dan alas a la relación de Schödinger.

Esta clase de conexiones tienen, casi siempre, dos finales muy claros. El primero es el único desenlace positivo: que la relación de Schrödinger dure un corto periodo de tiempo terminando en la cita cara a cara -y ya siga el curso natural de pasar a mayores o descubrir que sois incompatibles-.

El segundo final es más doloroso, ya que implica ponerle fin a las conversaciones y, por tanto, a esa relación que parecía avanzar en un nivel que solo uno de los dos parecía ver.

Con mucha suerte, puede que recibas alguna explicación, pero la mayor parte de las veces, el ghosting suele ser el punto final.

Toparse con una barrera infranqueable de silencio con el acompañamiento de todas las dudas del mundo sobre qué habrás hecho mal para que dejéis de hablar.

Y lo peor, el dolor de que para ti es como si hubiera terminado algo cuando en realidad no había una relación al uso.

Sí, los meses que vienen van a ser complicados. Y descubrir a tiempo la delgada línea que divide conocer a alguien y caer en la relación de Schrödinger será más difícil que nunca.

Duquesa Doslabios.

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Sinceridad, respeto y la tercera clave para que funcione una relación de pareja

Esta es la tercera vez que me encuentro una de sus uñas desperdigadas por el sofá.

No es una casualidad, es justo cuando llega a casa -tras una jornada de trabajo estresante- que deja salir el agobio que oculta detrás de una fachada flemática, viendo la tele.

SPRINGFIELD

Quizás hace un año, cuando empezó la convivencia, habría sido algo cuyo desenlace inevitable era mi enfado.

Ahora intento tomármelo con humor y recordarme a mí misma que no puedo esperar que todo funcione de la manera que me gustaría.

Ya no soy yo sola, ahora somos dos y me toca adaptarme.

De la misma forma en la que él tolera mis manías, mis coleteros por toda la casa (menos en un sitio, que es el cajón del baño) y ese rastro que voy dejando de tazas con posos de infusión a veces hasta el día siguiente.

Me ha costado mucho aprender que las relaciones no son perfectas porque las propias personas que las conforman están llenas de defectos.

También que cada día tengo dos opciones: dejar que me molesten tonterías o quedarme con lo bueno. Ahora intento centrarme más en la segunda.

Amor es poner todo de tu parte para encontrar ese punto medio con el que los dos estéis a gusto. Amor es negociar, es ceder un día tú y al siguiente no. Es llegar a acuerdos. Es poner normas como la de quien cocina no friega o cierra con dos vueltas el que salga el último de casa.

Amor es coger esos planes que mentalmente te habías imaginado y lanzarlos lejos para crear unos nuevos que se adapten a la segunda persona. Amor es ganar flexibilidad.

Porque si no eres capaz de adaptarte, de entender, de ceder, de incluso llegar a cambiar, mejor no empezar nada.

Duquesa Doslabios.

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