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Este tipo de trío sigue siendo tabú

Nunca falla, en el momento en el que dices que eres una mujer bisexual, ves cómo en el pensamiento de tu acompañante se va formando una idea clara.

Eres su oportunidad de hacer, por fin, un trío con dos mujeres.

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O, al menos, así es como me hizo sentir aquel exnovio que no dejó de presionar hasta conseguirlo. Aprendí la lección, iba a ser más discreta con mis preferencias sexuales de aquel momento en adelante.

Sin embargo, con el paso del tiempo y sacándole el tema a otras parejas, la respuesta ha sido siempre de mostrar un interés mayor ante la idea de sumar otra mujer a la cama, que de hacerlo con un hombre.

Les frenaba la perspectiva de estar con otros hombres, porque, según su razonamiento, no se sentían atraídos de la manera que yo me podía sentir atraída por mujeres.

Pero, por otro lado, que yo me sienta atraída por mujeres no significa que quiera tener sexo con ellas en un contexto de trío con mi pareja, sino que puede que quiera tener esa intimidad solo con ellas.

Sin llegar a ningún acuerdo claro, el tema de los tríos, desde aquella experiencia, se ha quedado en el limbo.

Y justo cuando pensé que aquella idéntica reacción por parte de mis novios era casualidad, encontré un foro en Reddit en el que se preguntaban por qué era tabú que una mujer quisiera hacer un trío con dos hombres.

Las experiencias que contaban las foreras eran mucho más reveladoras que las mías.

«Cuando le comenté a mi amigo que tenía la fantasía de hacer un trío con dos hombres, me contestó que tenía que tener cuidado con ese tipo de afirmaciones porque los hombres no quieren salir con una chica así», escribía una.

«Le dije a mi novio que tenía esa fantasía y me llamó puta», posteó otra.

«Mi amigo admitió que tuvo sexo con dos mujeres, pero que no tendría nada serio con una mujer que hubiera participado en un trío con dos hombres o que le gustara eso».

Aquellos comentarios me hicieron ver la clara negativa de las parejas siguientes ante mi sugerencia desde una nueva posición.

Y es que, como reflexionaban algunos hombres en el mismo hilo, recibir esa propuesta, provoca sentimientos encontrados (y nada buenos).

Por un lado aparece el miedo ante la competencia. La duda de si realmente la pareja quiere estar con otro chico y es su manera de conseguirlo.

Por otro, la inseguridad de no sentirse suficiente en el plano sexual, la sensación de fracaso de que no se está satisfaciendo a la otra persona y necesita de la experiencia para disfrutar de verdad.

Todo esto teniendo en cuenta que, de darse el trío a la inversa, con una mujer, no se experimentarían esas emociones de miedos o inseguridades.

Por un lado, está la concepción del sexo como algo simple y llanamente genital, que gira en torno a una vagina y un pene y que todo el placer en la relación debe ser a través de ellos.

De ahí también que la penetración siga siendo la práctica más común aunque no sea la más efectiva para nosotras de cara a llegar al orgasmo.

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Pero luego hay que añadir a la ecuación otros dos factores: primero la tendencia a pensar que las mujeres, bisexuales o no, aceptemos más alegremente tener sexo con otra mujer si hay un chico de por medio

Y segundo, el insulto, la vejación o el prejuicio que se recibe como mujer al admitir que quieres realizar esa práctica. Es decir, se criminaliza el deseo, pero solo el de un lado.

A día de hoy, y pornografía mediante, la bisexualidad de las mujeres está completamente fetichizada, lo que ayuda a ese doble rasero.

En cambio, que un hombre pueda estar en una práctica sexual con otro hombre, resulta criticado por la homofobia que todavía constriñe a gran parte de nuestros compañeros.

Son ellos los partidarios de seguir a pies juntillas esa mentalidad de Barney Stinson, que, como comentaba en uno de los episodios de Como conocí a vuestra madre, es parte del Bro Code nunca mirar a los ojos al otro hombre con el que estás participando en un trío.

Como si por establecer contacto visual fuera a cambiar de repente tu sexualidad (o como si ese hipotético cambio de orientación fuera algo malo).

Que este trío se conozca como trío demoníaco, tampoco ayuda de cara a verlo como una práctica sexual positiva.

Aunque aparentemente esta connotación viene de que hay dos «cuernos», el lenguaje nos influye en la manera de pensar sobre las cosas.

¿Es casualidad que el trío en el que son dos hombres quienes se organizan para darle placer a una mujer se relacione con algo satánico? A estas alturas, yo ya no lo creo.

Mara Mariño

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‘Para casarse’ y ‘para un buen rato’, la doble moral respecto a la sexualidad femenina

Me preguntaba hace unos días una seguidora de si podía hablar del doble rasero sobre la sexualidad femenina.

Ese que tienen los hombres y nos deja ante una disyuntiva: se critica a las mujeres sexualmente activas, pero al mismo tiempo se las desea.

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Una mentalidad que bien podrías pensar que se había quedado en la Edad Media, cuando ser virgen te garantizaba que tu padre pudiera entregarte a tu futuro marido.

Solo mantenerte inmaculada permitía que la patria potestad pasara a otro hombre. Y, si el esposo quería tener sexo antes, siempre podía recurrir a las prostitutas.

Han pasado muchos siglos. Pero esta diferenciación ha llegado hasta nuestros días.

Chavales que acaban de empezar la universidad se vuelven virales afirmando que las mujeres seguimos formando parte de dos categorías «las de casarse» y las de «pasar un buen rato».

Una doble moral que no se ve a la inversa, ya que nadie considera que haya etiquetas para los hombres y que en los grupos diferenciados están los de tener sexo y los que pueden ser buenos maridos.

La diferencia es que no se considera que por tener sexo se desvirtúe su persona.

Incluso aquí tiene todo el sentido del mundo la explicación que da Amelia Tiganus en La revuelta de las putas (2021): «Las mujeres nos hemos convertido en privadas vs. públicas, las que sirven a un hombre vs. las que sirven a todos los hombres, la buena vs. la mala, la que goza de reconocimiento social vs. la que sufre el estigma».

Puede que las que tienen una sexualidad más variada no se prostituyan, pero ante los ojos de quienes discriminan, no hay diferencia alguna.

Entre el odio y el deseo

Hablando desde la experiencia, nunca me han llovido tantas peticiones de quedar como cuando mi fama de ‘la guarra de la clase‘ me acompañaba. Tanto desprecio tampoco cuando luego, a lo mejor, no quería continuar más allá de un beso.

Aquello que sucedía en el microcosmos de un colegio religioso de Madrid, era un reflejo de la sociedad (y sigue siéndolo a día de hoy).

En ella se critica y juzga a las mujeres que son sexualmente activas, una concepción histórica y cultural que nos cosifica clasificándonos en función de esa arcaica idea de la pureza.

Pero, y ahí está el pero, la paradoja, el giro de tuerca, es que los hombres quieren tener sexo con esas mujeres.

Las desean precisamente por ser activas y vivir su sexualidad desde el libre disfrute, lo que se ajusta a las fantasías o expectativas masculinas de tener todos los intercambios que puedan.

Para que puedan tener a la esposa perfecta, necesitan también a la mujer fatal. Cuerpo para dar vida o para dar placer.

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Sobre todo porque son con las que pueden dar rienda suelta a sus deseos, ya que con mujeres conservadoras, como esas a las que tanto apelan en sus vídeos de Tiktok, no van a poder tener sexo hasta después de pasar por el altar.

Es comparable a que todos ven porno, o al menos lo consumen de forma extendida, pero no querrían que su pareja se dedicara a la industria.

¿Se puede cambiar? Me lo pregunto en ocasiones, especialmente cuando veo que las cosas no han cambiado nada en todos los años que han pasado de la doble moral que viví yo misma.

A lo mejor el cambio comienza por dejar de ver el sexo como una conquista, solo para un 50% de la población, y empezar a considerarlo como una experiencia íntima, valiosa en sí misma y placentera en igualdad de condiciones y de derecho para ambos.

Porque mientras ellos sigan siendo aplaudidos por sus conquistas, a nosotras nos seguirán cayendo piedras aunque sean metafóricas en forma de fotos nuestras editadas con IAs para desnudarnos, vídeos sexuales filtrados o los, desgraciadamente habituales, comentarios de «Puta».

Mara Mariño

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