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Sí, las mujeres aún arrastramos la culpa de tener una vida sexual activa

Hace poco reflexionaba sobre el término «ninfómana», que se suele usar para definir a una mujer con un alto deseo sexual.

En cambio, la palabra «ninfómano» apenas se utiliza.

Quizás porque se da por supuesto que, el estado natural de cualquier hombre es ese, con la libido por las nubes todo el día.

culpabilidad mujer

SAVAGE X FENTY

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Pero, ¿qué es esto sino la manera de seguir promoviendo una serie de estereotipos que poco o nada se corresponden con la realidad, a través de las palabras que utilizamos?

Por un lado, que no haya un «ninfómano», alimenta la falsa idea de que ellos siempre están dispuestos.

Con las ganas a punto y la erección preparada al roce de una caricia o un beso en los labios.

Y muestra al que no responde de manera inmediata a los estímulos, o simplemente quiere tomarse sus tiempos, como alguien raro.

Incluso aparece la duda de si es que no le gusto lo suficiente o si será asexual.

En cambio, cuando se trata de la «ninfómana» es habitual referirse a quien vive su deseo a secas, la que tiene la osadía de disfrutar del sexo.

La que es dueña de su placer y lo persigue.

Pero también la que habla de él sin tapujos, una razón por la que sexólogas, periodistas o escritoras de novelas eróticas recibimos el sustantivo (y el acoso).

No es quien tiene, según la definición exacta, un «deseo excesivo» (que habría que ver qué es excesivo y que no), sino quien lo tiene.

Nos han hecho creer que una ninfómana es una mujer cuya libido existe.

Y, además, que está mal visto que la tenga.

Cuando el peso de ser pura, casta y buena todavía nos pesa a las espaldas cuando ciertos coaches del amor proclaman que nuestro bodycount no debe ser mayor que los dedos de una mano.

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Lo que significa que también es un privilegio masculino tener y darle rienda suelta a ese deseo sin que les suponga algo negativo, un prejuicio.

A nosotras, en cambio, a falta de privilegio, nos queda la culpabilidad.

Sentirnos culpables de tener deseo, culpables de querer satisfacerlo, culpables por tener sexo sin esperar una relación o emociones al terminar.

Culpables por disfrutarnos cuando la culpa es todo lo contrario al placer.

Porque es pensar en vez de sentir, es agobiarse en vez de relajarse y es cortarse las alas, quitarse la libertad de vivir, aun sabiendo que no es por decisión una misma, sino por lo que puedan pensar los demás.

Así que la próxima vez que sintamos culpa, debemos quitárnosla de encima recordando que no va a llevarnos al orgasmo. Y que debemos perder el miedo de hacer lo que nos sienta tan bien.

Mara Mariño

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Ni sola ni con ropa de deporte: la desacertada campaña contra las agresiones sexuales de la Xunta de Galicia

«Se viste con mallas de deporte. Va a correr sola por la noche. ¿Qué sucede ahora? No debería pasar, pero pasa».

Con ese argumento, la Xunta de Galicia saca su nueva campaña contra la violencia de género, utilizando imágenes que imitan el día a día de mujeres y acompañadas de reflexiones.

Xunta Galicia campaña violencia de género

XUNTA DE GALICIA

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Además de la foto de la chica haciendo running, encuentro también en la campaña otros mensajes: «Le envía una foto íntima. Él está con sus amigos. ¿Qué sucede ahora? No debería pasar, pero pasa».

«Una discoteca, una copa desatendida. ¿Qué sucede ahora? No debería pasar, pero pasa». «Una chica camina sola de noche. Lleva las llaves en la mano. ¿Qué sucede ahora? No debería pasar, pero pasa».

El foco de los mensajes es claro: prevenir violaciones. Lo que pasa es que, a la hora de escoger el destinatario, se han liado.

Así que la mejor manera de evitar sufrir una agresión sexual es que las mujeres cambiemos nuestra forma de vestir, nuestras zonas de paso o tu manera de vivir el ocio… O al menos, es la solución según la Xunta.

Lo que quizás deberían tener presente es que, según los datos de Amnistía Internacional, una de cada cinco mujeres será violada en algún momento de su vida. Y spoiler: la ropa no tiene nada que ver.

Repasando una de las muestras más impactantes de hace unos años, una exposición que mostraba qué ropa llevaban las víctimas de agresiones sexuales, las mallas de deporte no son el común denominador.

Chilabas, pijamas, el uniforme de policía, una camiseta de manga corta y pantalones vaqueros, una camisa blanca… Lo que ellas llevaban puesto aquel día es tan variado como lo que puedes encontrar en un armario.

Hacer de la ropa no solo la protagonista, sino la causante directa, es señalar a la víctima y mantener el estereotipo de que es la ropa la que va provocando.

En otras palabras, la responsabilidad de sufrir una agresión es de quien la sufre, no de quien decide ejercerla.

Una idea que refuerza la cultura de la violación, que normaliza la violencia minimizándola y la fomenta con las actitudes misóginas.

Entre ellas están, por ejemplo el ideal de la ‘buena mujer’, esa que la Xunta nos invita a ser: la misma que está en casa a las 5 de la tarde y no se maquilla ni hace nada que pueda provocar (como si no hubiera violaciones a plena luz del día o en lugares concurridos).

No falta en la misoginia de la cultura de la violación la cosificación: la mujer es un objeto sexual y por tanto vive expuesta a ser agredida por ello, por lo que no debe exponerse.

Y por supuesto, no se puede minimizar una agresión sexual sin exculpar al verdadero causante.

Por eso decir «No debería pasar, pero pasa» es invitarnos a asumir que las violaciones son inevitables.

Considerar que el hombre es violento por el hecho de ser hombre y que solo en nuestra mano está evitar que dé rienda suelta a sus deseos.

Unos deseos que «no deberían pasar, pero pasan» como si no pudiera controlarse, quitándole peso a sus actos.

Sin embargo, las feministas no nos cansamos de repetir que nosotras no tenemos la responsabilidad de ser acosadas, abusadas o agredidas.

«La culpa no era mía, ni donde estaba ni como vestía. El violador eres tú».

Tampoco la tenemos de sufrir revenge porn porque hemos mandado una foto a una persona con la que teníamos una atracción y esta decide filtrarlo hasta el punto de que es tan insostenible el acoso que ella decide terminar con todo y suicidarse.

O de ir solas por la calle cuando nos sucede algo. Todo esto es también achacárselo a la víctima.

Decir que es culpa suya dejar la bebida sola por lo que pudiera pasar. Está a la altura del Xocas alabando a su amigo (al que definió como un «crack») porque se mantenía sobrio para así aprovecharse de mujeres que habían bebido.

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¿Cómo vamos a atajar la violencia de género si seguimos obviando el origen real de la violencia, que es las personas que ejercen esa violencia?

¿Empezaremos también a prevenir el bullying en el colegio pidiéndole a los menores de edad que sean menos ‘insultables’ o ‘agredibles’ para sus compañeros?

¿Combatiremos la homofobia pidiéndole a las personas que, por favor, sean más heterosexuales, que con su orientación sexual van provocando?

Y ya de paso, ¿lucharemos contra el racismo pidiendo a todas las etnias que no sean tan poco caucásicas porque, aunque no debería pasar que las ataquen física o verbalmente por el color de su piel, pasa?

Las mujeres tenemos el mismo derecho a vivir seguras que los hombres y eso significa igualdad de poder andar, quedar, salir o hacer deporte como nos dé la gana, sin que eso suponga un riesgo.

No necesitamos que nos sigan machacando a nosotras, que somos las que lo padecemos en la propia piel, con el tipo de víctima que debemos ser, necesitamos que el prisma cambie de dirección y se les empiece a concienciar a ellos.

Lo que realmente no debería pasar, pero pasa, es esta campaña.

Mara Mariño

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Sin educación sexual seguiremos pensando que todo es coito y miembros descomunales

Hace unos meses cogí a una de mis mejores amigas y nos plantamos delante del Elías Ahúja a reivindicar que el trato hacia las mujeres debía ser respetuoso.

Que las nuevas generaciones vinieran con la violencia machista debajo del brazo y disfrazada de bromita o pulla entre colegios mayores, me ponía la piel de gallina.

pareja sexo

PEXELS

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Apenas unas semanas después, los universitarios vuelven a las andadas. Solo que esta vez son los de Derecho de la Complutense que juegan en el equipo de rugby.

¿Su machistada? Ensalzar sus penes por encima de los de los miembros (el sinónimo perfecto) de otras facultades.

Que si en Medicina la tienen fina, en Arquitectura no se les pone dura… ¿Pero a los de Derecho? A los de Derecho les llega «hasta el pecho», gritaban con una especie de júbilo animal al terminar el partido.

Dios mío la generación de jueces y abogados que viene de camino.

Habrá quien diga que no pasa nada, que son cosas de chavales, como los gritos de «zorras» y «conejas» o como cuando en el colegio los chicos nos levantaban la falda y los profesores decían que era un juego inocente.

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Pero el lenguaje tiene el poder de cincelar nuestro pensamiento.

Por eso escuchar una especie de himno a la hombría -que más que a las características propias del hombre, es al pene en solitario-, realmente promueve esta idea de que en la cama, solo penetración equivale a sexo.

Y no con cualquier miembro, sino con penes descomunales, bien gordos y duros como un desagüe industrial o la máquina tuneladora que abre paso al Metro.

Esto es lo que pasa cuando dedicas más tiempo jugando al rugby que recibiendo una educación sexual, que de verdad piensas que lo que vales en la cama se reduce a tu tamaño, forma y funcionamiento.

Porque solo metiéndola cuenta como follar.

Ojalá un canto deportivo que exaltara las virtudes del sexo con ternura, protección y respeto por los límites, donde todas las prácticas tienen cabida.

También ojalá un canto deportivo donde no se diera por sentada la sexualidad de los miembros del equipo (todos heterosexuales, por supuesto).

Pero sobre todo, ojalá encuentren un antídoto a esa machistada de cántico que les recuerde que no son solo un apéndice colgante, que su valía como personas y sus capacidades como amantes, van más allá.

Porque sin educación sexual, esto va a pasarles factura en algún momento de su vida íntima: ya sea en cuanto a inseguridad con sus medidas, preocupación por no dar la talla -con erecciones que se prolongan más en el tiempo que una inspección de Hacienda-, o incluso por el miedo de sentirse atraídos hacia otros hombres.

Y sin educación sexual, dentro de unos años, no serán capaces de entender que no solo coito es follar y que una agresión sexual va más allá de meterla o no.

Sin educación sexual, la Justicia seguirá siendo como su himno: machista.

Mara Mariño

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Guapas, blancas y deseables

Voy a empezar el artículo de hoy con un acertijo, ¿qué tienen Luz Estelar de The Boys, Galadriel de Los Anillos de Poder y Ariel del nuevo remake de La Sirenita en común?

Además de ser mujeres, las tres han sido duramente criticadas en internet por su apariencia física.

Y, en su mayoría, los grupos de detractores estaban compuestos por hombres.

Erin Moriarty Luz Estelar

@erinelairmoriarty

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Para Erin Moriarty tocó el reproche de que no era lo «bastante sexual» en esta nueva temporada de la serie de Prime Video.

Morfydd Clark, quien se ha puesto las orejas de la elfa guerrera, ha sido acusada de no ser lo suficientemente guapa como para interpretar a la criatura mitológica de la obra de Tolkien (y ni siquiera de ser lo bastante femenina «como una mujer real»).

Y en cuanto a Halle Bailey, el despedazamiento ha ido por el color de su piel. Los haters no podían concebir que la nueva sirenita de Disney fuera negra.

Pero hay algo más que Luz Estelar, Galadriel y Ariel tienen en común.

Ninguna de las tres existe: tanto la superheroína, como la elfa y la sirena son personajes fantásticos, no criaturas reales.

A diferencia de sus actrices, que son seres de carne y hueso.

Seres con sentimientos que deben gestionar que, en sus últimos proyectos, no han sido examinadas por su trabajo o su talento, sino única y exclusivamente por su físico.

Además, sus representaciones en la pantalla generan tanta indignación solo en un sector muy concreto de la población, el masculino.

Son ‘culpables’ de no ajustarse a la idea de belleza de quienes critican sus apariencias. ‘Culpables’ de no ser más sensuales, más guapas, más caucásicas…

La conclusión es clara: es un problema tanto de hipersexualización como de racismo por parte de los espectadores, no de las actrices, por supuesto.

Pero son ellas quienes siempre padecen el problema, no sus compañeros de reparto varones.

Como hablaba con un amigo, casi hace que sintamos envidia de Ian McKellen interpretando a Gandalf, a quien no se le exige ser guapo ni estar en forma para ser respetado por el papel que interpreta en las películas de El Señor de los Anillos.

El poderoso mago no necesita nada más que sus poderes para ser admirado y temido a partes iguales. En eso consiste el privilegio masculino.

En que nosotras sí necesitamos algo más, la juventud y la belleza deben estar de nuestra parte.

Nosotras no somos suficiente siendo fuertes, valientes, no basta con echar rayos por las manos, ni luchar de forma ágil: tenemos que estar buenas.

Ser aceptables para la mirada masculina es pasar la ‘criba’ de ser deseadas.

Cuando la ‘follabilidad’ es el fin último, nuestra identidad desaparece y nos quedamos relegadas a la carcasa, lo que se ve por fuera.

El mensaje que, como mujeres, recibimos de este acoso y derribo sobre el físico de las estrellas de la pequeña y gran pantalla, no da lugar a dudas: da igual lo que logres, lo que consigas, da igual que venzas a un ejército, salves a tu crush de morir ahogado en el mar o defiendas el bien por encima de todo.

Si no te desean, no tienes nada, no eres nadie.

Ya me lo comentaba la sexóloga Ana Lombardía en una entrevista hace un tiempo: «A las mujeres se les valora por su capacidad de resultar atractivas a los hombres, el resto suele ser secundario».

Con una diferencia, quizás la más importante: nuestra reacción a sus quejas.

Esto es algo que, quizás hace unos años, se pasaba por alto. Pero las cosas han cambiado lo suficiente como para que el chorreo de críticas sea una señal de alarma y nos movilice en su contra.

Porque, por primera vez, no somos nosotras las que debemos cambiar.

Las quejas ya no bastan como para tirar por tierra las decisiones de las productoras y estas opten por tunear a las actrices adaptándolas al gusto del consumidor.

Han perdido fuelle. Y nosotras lo hemos ganado, en la pantalla y fuera de ella.

Las intérpretes se han quedado igual y, por el camino, han recibido el apoyo no solo de los equipos detrás de cada producción, sino de personas que, por la red, han alzado la voz en su defensa señalando que es una injusticia machista.

Las mujeres podemos ser quienes queramos y hacer lo que queramos. Parecer atractivas mientras tanto, no es una preocupación ni una imposición que nos sintamos obligadas a cumplir.

Porque somos mucho más que nuestro aspecto.

Aunque quizás es eso lo que pesa y la verdadera razón que esconden las protestas. Que reclamamos un protagonismo que no está relacionado con el físico.

Pero es que ya no estamos solo para hacer bonito.

Mara Mariño

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Todas somos Shakira (y todas somos Clara Chía)

Y si no lo has sido todavía, ya te llegará, amiga.

Pero hasta que no te des cuenta de que has estado en ambos lados, seguirás convencida de que una es la buena y otra la rompehogares.

No te culpo, la sociedad lo ha hecho genial en ese aspecto. Las redes sociales, las películas, las canciones de Olivia Rodrigo

mujeres unidas sororidad

PEXELS

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Se nos ha enseñado que, si hay una infidelidad o, si después se empieza otra relación, la comparación está servida.

En primer lugar física, por supuesto. Porque es lo que asegura que sigas preocupada de la última crema antiarrugas del mercado, de estar delgada, de matarte en el gimnasio.

De seguir gastando, ya de paso, para competir en ese certamen de belleza que parece que es lo único que nos valida ante la mirada masculina.

Pero también de comparar los logros o de echarnos la culpa a nosotras.

En llamar a una ‘la mala’ y a otra ‘la buena’, que son roles que se pueden intercambiar en función de cómo cada quien analice la relación.

Si ella ha sido lo que consideramos una ‘mala compañera’, normalizamos que él vaya en busca de la felicidad.

Si ella era lo bastante buena, no nos sorprende que él vaya buscando algo nuevo porque se cansó.

La cosa es que nunca centramos los reproches en él, que es quien toma la decisión de terminar la relación anterior y empezar algo nuevo.

Porque, peleadas entre nosotras, somos menos fuertes. Hacemos bandos, nos dividimos según nuestras opiniones y es más fácil para el siguiente que lo haga, recibir el mismo trato.

En cambio poniendo el foco en que él no ha obrado de la mejor manera, pierden la libertad de hacerlo sin recibir ninguna crítica al respecto.

Incluso de ser perdonado en el futuro (las idas y venidas de Khloé Kardashian con Tristan Thompson son la mejor prueba, mientras que Jordyn Woods sigue repudiada por el klan).

Posicionarnos como feministas en algo de este tipo pasa por empatizar con ambas mujeres, en no juzgarlas, señalarlas, ni culparlas. En dejar de compararlas como si fueran cromos intercambiables. En elegir la sororidad.

Y feminismo es también ser críticas con la exposición mediática que tiene un tufo casposo, ella siempre tildada de destrozada, él con ánimo positivo.

Es el momento de cuestionarnos por qué hay ese sesgo a la hora de tratar las rupturas en los medios.

Porque ellas, independientemente de lo que hagan, son tildadas de demacradas, tristes y abatidas, mientras que ellos viven su vida ‘con ilusión’ y recuperan ‘la fe en el amor’.

Tampoco nadie se plantea -ni ocupa ninguna columna de opinión- qué hace Piqué con alguien 12 años más joven. El Enrique Ponce de 2022.

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No me vendáis la moto de que nosotras nos desarrollamos antes. A mis 30 siguen sin parecerme ‘muy maduros para su edad’ los chavales de 18.

No falta tampoco la pullita de los suegros para añadirle más leña al fuego. La enésima muestra de machismo en esta historia.

Ya que se considera como algo positivo la buena relación de la nueva pareja de Piqué, como si fuera un determinante.

La buena nuera no falta en la metáfora del cuento. Mientras Shakira, que no terminaba de congeniar con ellos, se ve como menos valiosa.

Toda la presión recae en que, además de ser buena novia, buena mujer o buena nuera, también debemos ser buena amante.

¿Y él? Él es quien tiene el privilegio de que puede ser o hacer lo que quiera.

Mara Mariño

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No es que no queramos ser madres, es que no nos lo podemos permitir

Solo dos de mis amigas son madres. El resto ni nos lo planteamos ahora mismo.

Al borde de los 30 años, o incluso habiéndolos superado, muchas no tenemos ni ingresos fijos, porque nos siguen ofreciendo contratos basura o salarios por los suelos.

Está en la inopia quien piensa que, con esta situación, podemos tener estabilidad económica.

pareja chupete

PEXELS

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Tampoco hemos ahorrado mucho ‘gracias’ a los alquileres, que se comen nuestros -bajos e irregulares- sueldos.

Para nosotras es imposible apartar un pedacito para pensar en el futuro, y más si tenemos en cuenta que, en España, la brecha salarial entre hombres y mujeres es del 28,6%.

Independizarnos supone tirarse en plancha a la precariedad. Terminar viviendo en un estudio de 60 metros cuadrados, sumándole unas facturas de luz y gasolina por las nubes, y un carrito de la compra más caro que nunca.

Donde apenas dos personas pueden revolverse y mantenerse, como para pensar en incluir a una tercera.

La hipoteca es imposible de imaginar si no tienes un contrato indefinido. Y tu única opción, en el caso de no poder pagar esa entrada al piso, es que te ayuden tus padres.

Si es que pueden, porque las pensiones no están para tirar cohetes, y a lo mejor todavía están pagando una letra o manteniendo a otro hijo (o ambas cosas).

Tampoco podemos plantearnos dejar el trabajo y buscar uno nuevo. Para empezar no tenemos una red económica de seguridad.

En segundo lugar, ser mujer ya te aumenta las posibilidades de formar parte del grupo con mayor tasa de desempleo. Para nosotras, no hay garantía de conseguir un trabajo mejor.

Y tener esta edad, no pone las cosas fáciles precisamente. Es más probable que le den el trabajo a él si os presentáis al mismo puesto un hombre y una mujer.

Animarse a ser madre cuando las reducciones de jornada son la trampa, es como darte un chapuzón en una playa llena de medusas. Vas a salir peor de cómo entraste o, tratándose de la vida laboral, no volver a entrar en tu vida.

Esa correspondiente bajada de salario, si pides menos horas (cosa que hace el 30% de las mujeres respecto al 8% de los hombres), es lo único que se respeta. Los horarios para facilitarte la dinámica con el nuevo miembro, ya son otra historia.

La flexibilidad de parte de tu jefe ni está ni se la espera.

No nos preparan para una maternidad que viene con una capacidad de ahorro mermada, dificultades de reincorporarnos a la vida laboral (lo que nos empuja a abandonar nuestra trayectoria profesional) y vivir, desde ese momento, por y para los cuidados.

Nos hemos preparado estudiando, hecho la carrera, el máster o el posgrado, los idiomas y más cursos para seguir actualizando los conocimientos, hemos vivido fuera para tener más y mejor experiencia laboral

Renunciar a todo ello, sin poder volver al punto en el que estábamos antes de tener un hijo -como si pueden lograr los hombres que son padres, que no ven su puesto afectado ni relegados a proyectos con menor importancia-, nos parece una pérdida enorme.

Es injusto.

Empleamos toda nuestra vida en convertirnos en mujeres adultas para vernos en el embarazo siendo tratadas con paternalismo desde que damos el aviso de que hay un bebé a bordo.

Como si no estuviéramos presentes aunque seamos las madres, las protagonistas de nuestra experiencia con la maternidad, sufriendo violencia obstétrica.

Todo esto sin contar con la gran dificultad de dar con un compañero que esté alineado con el feminismo. Que entienda que la pareja no es sumisión ni ceder a sus órdenes porque es el ‘hombre de la relación’.

Que sois dos y ambos tienen igualdad de condiciones. Algo bastante difícil de encontrar si tenemos en cuenta que no reciben una educación de tratarnos como miembros del mismo equipo.

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Y compartir la crianza no es sencillo si se sigue educando al sector masculino en que el mayor peso de la crianza sigue recayendo en nuestros hombros en vez de un 50% para cada uno.

Si tienes la suerte de que, con quien estás, se encargue de la mitad, haréis malabares para dar con un hueco en la agenda para que vuestra relación de pareja no se quede por el camino.

Eso si cuentas con la ayuda de una niñera o de tu familia porque el tiempo es limitado y no llegas a todo.

No me olvido de que tendrás que pagar una guardería, que cuesta casi como el alquiler, porque la municipal tiene lista de espera desde antes de que te quedaras embarazada. Tu bebé aún no ha nacido, pero ya no llegas a conseguirle una plaza.

En definitiva, no es que no queramos ser madres. Es que no podemos permitirnos serlo.

Así que a lo mejor hacer deporte, tatuarnos, cuidar a los perros o gatos, salir con las amigas es lo que sí nos entra en el presupuesto cuando, a día de hoy en este país, elegir el camino de la maternidad es elegir ser más pobres, más dependientes de nuestras parejas y estar más expuestas a que, si la relación termina, no habremos podido ahorrar lo suficiente como para empezar de nuevo solas.

Hace falta mucho valor para decir que quienes no podemos tomar esa salida «solo nos preocupa conseguir derechos», porque precisamente consiguiendo hacer desaparecer estas desigualdades que enumero, la maternidad no resultaría tan inalcanzable para muchas.

O quizás es que es una afirmación que se puede permitir quien no se enfrenta a ninguno de estos problemas por haber nacido hombre.

Mara Mariño

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Amor libre sí, pero solo en el porno

En el momento en el que el porno se convierte en nuestro referente a la hora de empezar a construir la idea de sexualidad ¿cómo no vamos a darle importancia?

amor libre

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Y especialmente en España, que ocupa el número 11 del top 20 de países que más visitan la web de PornHub según el estudio anual que publicaron este miércoles.

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Incluso llegamos a superar a Rusia, que nos triplica la cantidad de habitantes. Así que imagínate si nos metemos…

Aunque eso no significa que pasemos mucho tiempo, son tan solo 9 minutos y 9 segundos lo que los visitantes españoles ‘necesitan’ de media en la web.

Porque esa cantidad de tiempo es suficiente para un estímulo inmediato, una paja como la comida del McDonald’s, rápida.

Y lo que se busca para esos 9 minutos y 9 segundos, es muy significativo.

A nivel mundial, el término ‘lesbiana’ es el segundo más visto, mientras que en España también ocupa los primeros puestos.

‘Trans’ también se cuela en la lista de las categorías populares. Y en el caso de España, ‘transexual’ es una de las cinco búsquedas más frecuentes.

Entonces, cualquiera que desde fuera viera esto, podría decir que somos un país progresivo y abierto, en el que la orientación sexual ni pincha ni corta.

Que está tan integrada, que ya no solo forma parte del tejido social, sino del sexual.

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Pero lo cierto es que, teniendo en cuenta el público de PornHub, los resultados son la prueba de la última fetichización de turno.

A veces son las milfs, otras las japonesas y, en esta ocasión, le ha tocado a las lesbianas y personas trans convertirse en el objeto de deseo por excelencia.

Porque, una vez más, estamos hablando de un espectador (hombre) el que se encuentra detrás de la pantalla.

El hecho de que el 81,6% de los hombres vean porno con regularidad (versus las mujeres, que suponen el 40%), revela la historia de siempre.

Sobre todo si tenemos en cuenta las agresiones que, a día de hoy, siguen sin faltar en las calles de las ciudades españolas o la homofobia imperante -no olvidemos que Ayuso se refirió al Orgullo como algo que se debe «aguantar»-.

Si juntamos nuestras costumbres como ciudadanos y nuestros hábitos como consumidores de pornografía, la conclusión es clara.

Tu orientación sexual o tu identidad de género (especialmente si eres mujer trans, las que más abundan en los vídeos de la web) son más que bienvenidas siempre y cuando cumplan una función: excitar al público mayoritariamente masculino.

Mientras no salgan del porno, seguirán siendo criticadas por la calle, amenazadas, perseguidas y acosadas.

Continuarán siendo relegadas a la condición de objeto sexual.

Mara Mariño

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Mujeres guapas, hombres feos o el mito de que la belleza está en el interior

Antes de contarte por qué creo que lo de que la belleza está en el interior, es un cuento contado solo a la mitad de la población, has de saber que llevo un mes desde que me quitaron la cuenta de Instagram.

Y que subía contenido relacionado con el blog con un toque de humor que puedes volver a disfrutar aquí.

Ahora que ha terminado el momento de spam, voy directa al tema que te interesa.

Shrek fue una película revolucionaria a su manera. La conclusión a la que llegué -además de que deberíamos proteger a los burros-, es que triunfaba lo de dentro y no la apariencia de fuera. O eso me pensaba.

Cuando la vi de más mayor, me di cuenta de que, aun bajo los efectos de la maldición, Fiona no era fea.

pareja relación belleza

PEXELS

No solo no era fea, es que era un pibón.

Según los estándares de belleza, tiene unas medidas armónicas y simétricas, los dientes como si hubiera llevado el Invisalign, los ojos grandes, pestañas largas y las cejas perfectamente depiladas.

Vamos, que las únicas diferencias entre la versión humana y la ‘grotesca’ era la piel verde y despedirse de la talla 34.

Pero en cambio a Shrek sí le habían pintado como un señor calvo y gordo –sin faltar a ningún calvo ni gordo– que vive en un tronco de árbol con humedades y rodeado de barro.

La fantasía de que lo importante es lo que está en el interior solo se aplica para el caso de ellos, y es algo que venimos escuchando desde pequeñas.

Fíjate que hasta Fiona se lo tragó.

Lo mismo pasó con Bella, que desde el minuto uno de la película ya nos lo advierte: Gastón es un prepotente. Mucho músculo poco cerebro. Mejor alguien que te secuestra a la fuerza, porque si lee libros y comparte su biblioteca, ¿qué más da lo demás?

Nótese la ironía de esto.

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Cuando empezamos a ser mayores y damos el salto al resto de películas, se le sigue dando la razón a esto.

A ese razonamiento llegué también con Harry Potter, cuando Hermione es criticada por Ron cuando decide salir con Viktor Krum por ser el típico musculoso -que no olvidemos su carrera estelar en el quidditch y que idolatraba a la Gryffindor por ser tan aplicada-.

Y todo para que al final termine con el Weasley que tiene problemitas de falta de atención, por ser uno de los hermanos pequeños, y que además se siente amenazado cada dos por tres por tener una novia más lista que él.

A Hermione, de premio, le queda el tío mediocre, que la ha menospreciado en varias ocasiones, en vez del guaperas famoso.

Repasando las comedias románticas, el capitán del equipo de fútbol siempre va a ser un capullo. El que hace bullying a la chica de gafas.

Respecto a las series, si por un casual sale en Por trece razones o en Euphoria, estarás ante un depredador sexual o un psicópata directamente.

Si es el personaje de Stranger Things, un fanático que no tiene reparos en disparar a quien haga falta.

No te fijes en el guapo, en el que está cachas, porque, aunque no viole o mate, siempre son unos flipados y eso es suficiente como para sacarles de la ecuación.

Como si el ego masculino realmente estuviera relacionado con la belleza. Sí, claro.

Díselo a cualquiera de tus amigas, que han escuchado el «tampoco eres tan guapa» hasta del señor más feo al que no le han contestado con una sonrisa al piropo callejero.

Pero voy a ponerte otro ejemplo. Coge una alfombra roja, la que quieras. Mira a las parejas que posan y dime a cuántos hombres ves con mujeres feas.

Es tan raro que suceda que el único caso que se me viene a la cabeza es de cuando Alexandra Grant, pareja de Keanu Reeves, recibió todo tipo de críticas por llevar el pelo al natural, por no estar operada, por tener su edad y aparentarla (en vez de esconderla como si fuera un secreto familiar).

Por ser natural. La crítica era realmente cómo el actor se atrevía a estar con una mujer que, desde fuera, muchos no consideraban a su ‘altura’ de belleza física.

Pero claro, cómo no vas a llegar a esa conclusión cuando ves El código Da Vinci y Tom Hanks siempre tiene una pretendienta nueva.

Más joven, más guapa y más admiradora suya que la de la película anterior.

¡Si hasta los maridos de Marilyn Monroe eran, además de bastante en la media en cuanto a belleza, unos inseguros que terminaban insultándola o agrediéndola físicamente!

La mujer más guapa de la historia es el perfecto ejemplo de cómo se nos ha comido la cabeza sobre el tema de la belleza interior (y a nosotras parece no importarnos lo más mínimo).

Según un estudio (que podéis leer aquí) se llegó a la conclusión de que esta combinación de ‘mujer guapa+hombre feo’ funciona porque los hombres buscan belleza, pero nosotras buscamos respaldo.

Y que si el hombre está con una mujer, pero considera que puede aspirar a una pareja que esté mejor físicamente, va a vivir en una eterna insatisfacción por poder estar con esa otra persona más guapa (e incluso terminar la relación para irse con ella).

O eso dice el estudio.

Así que, ya que han pasado unos añitos desde que se llegaron a estas conclusiones, propongo lo siguiente.

Que eduquemos a las mujeres en que merecemos respaldo siempre, de una pareja guapa o fea. Pero que si es guapo, pues tanto mejor, porque un feo también puede tratarte mal o carecer de responsabilidad afectiva. Que se lo digan a Marilyn.

Que eduquemos a los hombres en que la belleza, si bien tenemos ojos en la cara y hay un factor de atracción física, no se trata de algo de lo que dependan los sentimientos o sea el único motivo para estar o rechazar a alguien.

Tiene narices que tengamos que deconstruirnos para poder estar también con tíos guapos. Y ellos con alguna fea que, en su interior, es respetuosa, cariñosa y la mejor persona que pueden encontrar por el camino.

 

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Mara Mariño

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Pon un hombre ‘mangina’ en tu vida

En mi clase siempre había un chico al que no le gustaba jugar al fútbol. Solía ser tímido, buen estudiante y se llevaba bien con las compañeras.

El resto de chicos de la clase, en cambio le acorralaban en el vestuario para pegarle.

pareja hombre sensible

PEXELS

Esto es algo que estuvo pasando -siempre con diferentes víctimas- desde los últimos años de secundaria a los primeros de la E.S.O. Y además, no faltaba que se refirieran a él como “el marica”.

La única razón por la que él recibía ese trato era la de no ser como los demás chicos. O cómo se suponía que debían ser.

Violento, gritón y listo para levantarle la falda a cualquiera de sus compañeras en cualquier momento.

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A ese compañero de clase (que siempre terminaba cambiándose de colegio a diferencia de los abusones, que siguieron en el centro hasta el final) sería lo que hoy en día ellos considerarían un ‘mangina’.

‘Mangina’ es el término inventado que une las palabras ‘man’ (hombre) y ‘vagina’, como refiriéndose a un hombre que es tan poco viril que, en vez de tener un pene entre las piernas, tiene genitales femeninos.

Y claro, esto en el mundo en el que los hombres se consideran seres superiores, es uno de los peores insultos.

El mangina es casi considerado un traidor por los que enarbolan el insulto, el nuevo «pagafantas», un «planchabragas».

Es un hombre que no trata a las mujeres como trozos de carne por no ir silbándolas por la calle o metiéndoles mano si la ocasión lo propicia, aunque ella no esté por la labor.

Porque eso es lo que hace un tío de verdad según ellos, ostenta el poder y su deseo va por delante de todo.

Un mangina es aquel que, para ellos, está en una categoría por debajo pero, para nosotras, que nos trate como personas, de igual a igual, se oponga a contratar strippers en la despedida de soltero de sus amigos o se considere feminista, le pone en un nivel superior al Manolo o Pepe de turno.

Al igual que el hecho de que tenga un lado sensible, cuidadoso y pacífico. Los machos violentos que tenían que ser fuertes y gritones para asustar y vencer a sus enemigos se han quedado en la Antigüedad del homo sapiens.

En una sociedad en la que el pene es casi un tótem, adorado por los hombres que lo pintan en la mesa desde que son pequeños, se lo dibujan a sus amigos en la frente cuando se van de interrail o lo mandan en formato selfie (y por las mujeres, que lo escogen como símbolo en las despedidas de soltera), no hay nada más humillante que ser hombre y carecer de él.

Aunque el caso del término ‘mangina’ prueba que sí, sí que hay algo peor, y es tener una vagina en su lugar. Lo que consigue este término es relacionar la vagina con lo indeseado, lo débil, lo negativo.

Y curiosamente todos lo que lo usan como tal deberían recordar que, para tenerle tan poca estima a las vaginas y usarlas como algo despectivo, salieron de una de ellas.

Mara Mariño

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Estas películas de Disney te han enseñado una idea del amor equivocada

Soy la primera que responde «Disney» cuando le preguntan qué clase de cosas me han ido metiendo el machismo en la cabeza.

Y mira que me han encantado esas películas. Me sé los diálogos de memoria. De las canciones ya ni hablamos.

Hay dos tipos de personas, las que piden Camela en el karaoke y las que piden «Un mundo ideal». Yo soy del segundo grupo.

La bella y la bestia

DISNEY

Pero no quiero irme por las ramas. Esta vez voy a ir directa al grano con un análisis en el que me ha tocado remover algunos de los éxitos que han marcado mi infancia.

De hecho, la han condicionado hasta tal punto, que son las principales responsables de que a día de hoy me siga creyendo mitos del amor romántico.

Todo esto sin que yo me diera cuenta, por supuesto. He normalizado tanto los tipos de relaciones que veía en la pantalla, que repetía esos patrones, porque creía que era como debían suceder las cosas.

La tarea de deconstruirme de ellos tiene mucho que ver con empezar a identificarlos y encontrarles el fallo, de ahí que haya decidido haceros un pequeño resumen de las que más he visto (y por tanto más tocada me han dejado).

  • La bella y la bestia: el amor tiene el poder de cambiar a la persona amada. Incluso cuando te trata mal. Si resistes como Bella, merecerá la pena porque tendrás un príncipe azul con el que vivirás feliz por siempre jamás. O eso dicen. Lo más probable es que estés aguantando los malos tratos de una pareja insegura que no te sabe valorar y lo único rojo de vuestra relación no es la rosa, sino la red flag.
  • Blancanieves: por amor vale todo. Hasta que te bese sin tu consentimiento un tipo que no conoces prácticamente de nada. Él está enamorado, así que como eso es lo que predomina, tú a callar. En La Bella Durmiente es igual. Solo se habían visto una vez en el bosque, ¿quién le da derecho a plantarle un morreo? ¿Te imaginas el susto después de estar un tiempo dormida? Yo infartaría.
  • La Cenicienta: el príncipe azul es la solución a tus problemas. Pues no amiga, si Ceni se hubiera sacado un módulo de diseño, habría arrancado su propio taller de costura en el pueblo y sus vestidos habrían sido un exitazo. No necesita un novio rico, necesita un salario decente para no ser dependiente toda su vida. También en esta película aprendemos que las mujeres somos enemigas y nos despellejamos y solo puedes confiar en tu amor, que es el que te va a sacar de la situación de precariedad.
  • La Sirenita: otra que lo deja todo por amor, como Disney manda. La diferencia es que Ariel renuncia a toda su familia -que sí que la quiere- y amigos por irse con Eric, con el que no ha mantenido ni media conversación. ¿Cómo vas a casarte, para empezar con 16 años, con un señor del que no sabes qué clase de género musical le gusta? Eso va a condicionar toda vuestra relación, a lo mejor nunca podéis ir juntos de concierto. Y come pescado, ¿verle cenar a sus amigos en salsa verde no le parece una señal de alarma? Al menos, que sea vegetariano…
  • Aladín y La Dama y el Vagabundo fomentan también esta mágica idea de que, en el amor, los polos opuestos se atraen y completan, aunque no tengas nada en común. El amor es una especie de sustancia con poderes que sobrevuela el ambiente y te pilla desprevenida enganchándote por el resto de tu vida a tu contrario. Y vale que hay flechazos a primera vista, nadie lo pone en duda, pero el amor necesita algo más que una atracción de un ratito. Es conocer a la otra persona a fondo, descubrir sus defectos y, aún con ellos, quererla porque entiendes que es un pack de cosas buenas y menos buenas.
@meetingmara No mi siela, no eres tú. Es Walt Disney y su idea del amor romántico 💁🏻‍♀️❤️ #love #amor #disney #disneymovie #pareja #enamorarse #enamoramiento #lovegoals #couple #relationshipgoals #beautyandthebeast #sleepingbeauty #cenicienta #labellaylabestia #peliculasdisney #lasirenita #ariel #amorromantico #amortoxico #relacionestoxicas ♬ An Unusual Prince / Once Upon A Dream – Soundtrack – Mary Costa & Bill Shirley & Chorus – Sleeping Beauty

Para terminar, el culmen de todas las relaciones monógamas y heterosexuales (no existen otras en la franquicia) es el matrimonio, único fin que transmite la peligrosa idea de que solo pasando por el altar llegaremos a conseguir el ‘felices para siempre’.

Pero no todo una a ser malo. Por suerte, en las películas más recientes de Disney, cada vez son menos los desenlaces de este estilo.

Incluso Elsa de Frozen, Mérida de Brave o Mirabel de Encanto terminaban las películas sin necesidad de un compañero sentimental, siendo las únicas heroínas de una trama en la que la familia o la amistad eran más importantes.

Siempre y cuando los finales que nos ofrezcan sean esos, dejaremos de poner al amor romántico como único protagonista, pasando incluso por encima de nosotras mismas.

O al menos, ahora que nos hemos dado cuenta, es cuando deberíamos dejar de seguir replicando las historias.

Sí, por mucho que nos gustara verlas de pequeñas, porque solo son eso… Ficción.

Mara Mariño

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