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Lo que he aprendido del amor viendo a mis padres

El amor de mis padres me recuerda a una canción de los Rolling Stones.

Puede que fuera un hit de los años 80, pero basta que oigas la melodía, aunque ya hayan pasado 30 años, para que sepas que estás escuchando algo bueno.

GTRES

La pareja que forman es como la de cualquier combinación estrella que se te venga a la cabeza: el cine y las palomitas, el domingo y una maratón de Netflix o la ginebra y la tónica (para que ellos, que no saben lo que es Netflix, me entiendan).

De ellos he aprendido la importancia de compartir aficiones. Son su compañía ideal cada vez que quieren ir a museos, a escuchar conciertos de música clásica o hacer turismo durante 12 horas seguidas. Me han enseñado lo importante que es tener frentes en común con mi pareja...

Y frentes en desacuerdo, por supuesto. Vivir el matrimonio de tus padres es como recibir clases intensivas sobre relaciones, como una emisión en directo 24 horas. Ves sus más y sus menos.

Al igual que veía los momentos de trabajar en equipo, de pensar como un «nosotros» sin dejar de respetar el espacio que precisa el individual «yo», les he visto, también, en sus momentos no tan buenos.

De unos padres que se quieren aprendes también a discutir desde el respeto, a escuchar las demandas del otro, a esforzarte por mejorar lo que para la otra persona supondría tanto y que, a fin de cuentas, no cuesta demasiado.

Son ellos y no las grandilocuentes declaraciones de película romántica delante de un estadio de fútbol lleno, los que me han enseñado la importancia de pedir perdón, que a veces es tan discreto como entrar al salón y decirlo de manera sincera, algo que requiere tanto o más valor del que nos pueda parecer en la escena cinematográfica.

Mis padres me han enseñado que una pareja no es solo una pareja, que es un amigo, un compañero, alguien que siempre te va a apoyar, a acompañar, a echar una mano en los momentos de crisis de la vida como que un hijo se rebane un dedo o que no hay manera de que arranque el VHS…

La mayor parte de las mujeres de mi generación culpan a las comedias románticas americanas y a las películas de Disney de sus altas expectativas respecto a las relaciones de pareja, yo culpo a mis padres, que no han podido poner el listón más alto porque se quedaban sin poste donde apoyarlo.

Y no puedo esperar a seguir aprendiendo de ellos.

Si el (des)amor cupiese en una canción

Querid@s,

¿Sabéis lo que dicen de los corazones rotos? Que sólo pueden romperse de verdad una vez. Lo demás son rasguños” (Carlos Ruiz Zafón).

¿Os acordáis de la primera vez, o de la última, que amasteis de veras? ¿Tanto y tan fuerte que hacía pupa? Esta semana, no sé por qué, me ha dado por recordar aquel amor, el primero y el único que he tenido. He estado rememorando las luces y las tinieblas de ese amor (maldito, he de desvelar en este punto) que sentí por un chico que sólo me quería para follar. Lo llevaba bien mientras yo tenía las mismas sucias intenciones fornicadoras. Hasta que me pillé como una condenada. Mala idea.

Cógeme en brazos. Llévame a la cama. Fóllame despacio, ahora deprisa. Hazme sufrir. Grítame. Hazme llorar para luego devolverme la sonrisa. Cuéntame tus pecados. Escucha los míos. Dime de qué tienes miedo. Temblemos juntos. Suda conmigo. Lámeme el cuerpo. Lame mis dedos hasta que ya no los sienta míos. Acaríciame el pelo. Susúrrame al oído. Dime palabras sucias. Deja que te bese en los ojos. No parpadees. Obsérvame mientras duermo. No despiertes cuando yo lo haga. Sueña a mi lado. Estigmatízame con tu nombre. Imprégname con tu olor. Hazme tuya. No me compartas. Ódiame, pero luego ámame el doble. Llora por mí. Mis lágrimas siempre tuyas. Respira mi aliento. Bésame en la boca. Muérdeme los labios. Hazlos sangrar. Tápame la boca. Que mis gritos sólo sean tuyos y míos. Piérdete por mí para que yo pueda encontrarte. Encontrarme. Dime que me odias. Te diré que te quiero. Duerme a mi lado. Deja que me acueste a tu espalda. Mírame cuando no sepa que lo estás haciendo. Cógeme de la mano. Enséñame tu habitación. Quítame la ropa. Con vicio. Tócame. Suave. Dame un trago de tu boca. Largo, muy largo. Desnúdame el alma. Muéstrate como eres. Transparente. Libre. Libérate de tus esposas. Caminemos juntos. Hazme sentir débil. Pero sólo a tu lado. Regálame la luna. Ocultémonos del sol. Bebe mis lágrimas por ti. Consuélame como sólo tú sabes hacerlo. Comámonos el mundo. La vida. Vente conmigo. A cualquier otra parte. No te vayas nunca. Quédate conmigo.

Hay canciones que despiertan el vuelo de esas mariposas en el estómago creando nuestra particular banda sonora de los amores de nuestra vida. De todo hay en ese repertorio musical que irremediablemente «me recuerdan a ti». Algunas son melodías bailables o canciones para follar con amor, otras simples canciones que suenan de fondo mientras mantenéis vuestra primeras conversaciones, mientras protagonizáis los primeros voleteos. Durante un tiempo fui incapaz de escuchar algunas canciones, me  recordaban demasiado a aquellos tiempos que fueron los mejores, y a la vez los más desdichados y miserables que recuerdo. Cada uno tienen las suyas. Por esos tiempos yo escuchaba Saint Ettiene, Bloc PartyThe Fray, Marea, La Fuga y Cheb Khaled. Una vez se hubo esfumado el amor – lo que duran dos hielos…ya sabéis- la audición de los temas de estos artistas se me hacía insoportable, un nudo en el estómago que amenazaba con reventármelo inminentemente. Desamor en estado puro.

Como os comento estos días los he consagrado a la kamikaze y estúpida tarea de escuchar en bucle esas canciones que de tanto que me gustan me duelen y me desgarran el corazón, y si me apuráis, hasta el alma. Son esas canciones que en un abrir y cerrar de ojos le transportan a uno en el tiempo -al menos a mí me trasladan, vaya- y como todo hijo de vecino, nos abandonamos al recuerdo de los amores de verano, las primeras veces de tantas cosas bonitas, pero también nos devuelven al insensato regocijo en el estiércol de los recuerdos sombríos. Y a seguir buceando en los arañazos de nuestro ya maltrecho corazón. Los efectos colaterales de amar sin red, como solo lo hacen los que quieren de verdad. Siempre achezando, malditos.

Si el amor cupiese en una canción, si con unos acordes y una letra uno pudiera gritarle al amado «no puedo vivir sin ti» «que te quiero churri», esta sería la banda sonora de mi vida. Y de mi amor.

Hungy Eyes, Dirty Dancing

Piece of My Heart – Janis Joplin

Friday I’m in Love – The Cure

¿Cuando uno está enamorado hasta las trancas e insultantemente feliz realmente puede evitar tararear esta canción? Lo dudo.

Because The Night – Bruce Springsteen

I want you to want me – Cheap Trick

Chris Isaak – Can’t Help Falling in Love

Hold Me- The Cardigans

Wicked Game – Chris Isaak

Bizarre Love Triangle – Nouvelle Vague

Undisclosed Desires – Muse

Two Hearts  – Bruce Springsteen

Y en nuestro idioma…

La parte de adelante – Andres Calamaro

Fan de Ti – Sidecars

No puedo vivir sin ti – Coque Malla

Aunque tu no lo sepas – Los Secretos

Como Yo Te Amo – Ninos Mutantes

No me digáis que nunca la habéis cantado junto a vuestro mejor amigo, los dos subidos en el coche y con las ventanas bajadas. Y ya que estamos con una lágrima (o dos) que resbala tímida por la mejilla.

Stand by – Extremoduro

Esta canción siempre me ha inquietado, siempre me ha tocado lo que las canciones tienen que tocarte. Bebe rubia la cerveza pa’ acordarse de su pelo. ¿Puede haber mejor motivo que el recuerdo del ser amado para entregarse a la ingesta de zumo de cebada

Intentad amar a muerte. Con el corazón, con la cabeza y sobre todo, en mi caso por ser mujer, con todo el coño.

A follar a follar que el mundo se va acabar.

¿Con amor o sin amor? Claramente hablamos de follar

Querid@s,

¿Follar con amor o sin amor?

Yo me decanto sin dudarlo un instante por la casilla de sexo con amor.

Charlemos hoy, para variar, sobre el asunto del fornicio y la jodienda, de fornicar, practicar el coito, copular, trincar, arrimar cebolleta ( he aquí mi preferida entre todas las opciones posibles), echar un polvo, un quiqui, un casquete, tener sexo, chingar, cohabitar, bombear, echar un polvo o hacer el amor. O las expresiones seguramente menos familiares como checar medidas, darle de comer al chango, subir al guayabo, humedecer el pizarrín, ponerle collar a la pescuezona, dar caldo, desflemar el cuaresmeño, pegarle al peluche, apuñalar el oso desde adentro. Si bien unas veces se me antojan escasos los polvos echados, otras pienso que el asunto se me ha ido un poquito de las manos, ya que no logro aproximarme, sin pasarme, a la cifra justa de parejas y apaños sexuales que he tenido hasta el día de hoy.

Follar es algo maravilloso, un dulce manjar y qué diantres, un derecho que tenemos todos. Siempre que se nos permita, convendrán. Qué duda cabe que es una de las cosas más exquisitas que le puede ocurrir a uno en esta vida tan mundana. Pero cuando se practica sexo con esa persona a la que se ama, eso ya son palabras mayores.

Follar con amor…

Follar con amor es de lo mejorcito que hay. Con amor uno siente que lo tiene todo, que está donde quiere estar y con quien quiere estar. Para algunos (desconozco si muchos o pocos, creo que los porcentajes se reparten a partes casi iguales), el sexo y el amor poco o nada tienen que ver el uno con el otro. Pero eso no significa que la combinación de ambos en un único acto sea el éxtasis más bendito que se puede probar en carnes propias. Cuando hay amor de por medio, ese sexo le toca a uno el alma, además de todo lo demás.

En mi caso han sido infinitamente más las veces que lo he hecho sin amor que con amor. ¿Ustedes? No nos autoengañemos, en esas noches en las que uno liga, esa noche hay poco amor entre las sábanas mojadas. Tampoco hay amor cuando uno echa una canita al aire con el follamigo o amigovio de turno. Incluso, en esas relaciones de pareja en las que al final se les rompe el amor de tanto usarlo, tampoco se folla con amor.

Porque cuando uno folla con esa persona sin la que no puede vivir y mientras está metido en faena siente que esos besos, los de siempre, son el mejor bálsamo que se puede probar, que el aroma de su piel, el de siempre, le sigue trasladando a un mundo mejor, que sigue adorando perderse en cada recoveco de su cuerpo, que el sabor de su boca, el de siempre también, le sigue pareciendo el más dulce y que ese cuerpo, cada vez más uva pasa, sigue estremeciéndole a pesar del pasar de muchos cumpleaños, ay querid@s, estos son nuevamente palabras mayores.

Permítanme que les diga que aunque eso del sexo sin amor no le llega ni a la suela de los zapatos a follar con amor, no seré yo la que se queje de esos polvos sin pizquita de amor que me regala la vida y me caen de sopetón, o que otras veces me he ganado a pulso. Cada sesión de sexo sin amor es una bocanada de aire fresco que siempre me ponen el corazón contento y mis partes alegres como castañuelas, y me suben la moral hasta el infinito y más allá. Eso sí, cuando he tenido la maravillosa suerte de follar con amor de veras, toda yo me escapo a otra dimensión y veo las estrellas, el cielo y toda la puñetera galaxia. Existe el mismo placer venéreo, las chiquicientas hormonas que se liberan durante el sexo y esa descarga repentina de la tensión sexual acumulada que acompaña al clímax final. Pero hay algo más. Y ese algo más es simplemente amor. Es lo que ocurre cuando uno se va a la cama con los grandes amores, los primeros amores o los amores de su vida. Que vuela.

En esos momentos de suprema e inefable felicidad (l@s que follan con amor me comprenderán), no puedo contenerme, me da por ponerme melodramática y por llorar. De pura felicidad, de plenitud, de no poder estár más en la gloria; estoy donde quiero estar con quien quiero estar. La última vez que follé con amor fue hace unos años. Demasiados, sin duda. Pero una no elige enamorarse o no hacerlo. A pesar de las inmundicias, las desgracias y las miserias de este condenado planeta, a pesar de los millones de amantes que en esos momentos yacerían revueltos entre sabanas húmedas como nosotros, pero sin duda no como nosotros, esa noche quise detener el tiempo para siempre. Fue algo escandalosamente estremecedor y de lo más extraño. Tan extraño que no se ha vuelto a repetir.

¿Y ustedes, cómo lo hacen? ¿Con o sin amor?

Que follen mucho y mejor.