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Si no sales de fiesta con tu pareja, te estás perdiendo un mundo

Este fin de semana, volvimos a salir juntos. No fue hasta que bailábamos con una jarra de cerveza en la mano una canción de Raphael que me di cuenta de lo que lo había echado de menos.

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Porque, de muchas cosas que eres, una de ellas es esta.

Eres tú mi compinche, mi amigo de juergas, el que se encarga de que -ya sea un festival, un concierto o una fiesta de pueblo-, me lo pase bien hasta el último momento, hasta el segundo antes de meterme en la cama (con más o menos acierto) y pensar que ha vuelto a ser una noche genial.

Eres tú el primero que baila sin vergüenza, con ese movimiento tuyo de hombros que me produce entre risa y ternura y, según avanza la noche, produce otras cosas que merecen otra entrada.

Porque hay que ver lo que mola saber dónde empezamos la noche, pero no dónde vamos a acabarla.

Si en un garito en el centro, con música que no hemos escuchado en nuestra vida, o en la discoteca de moda de turno donde hay quienes bajan hasta el suelo a perrear.

Y lo mejor de todo es que, en muchas de esas ocasiones, ni siquiera necesitamos en el equipo más de dos miembros, tú y yo. Bailando cogidos del brazo como si fuéramos dos tiroleses o incluso rompiendo las vallas que cierran el festival en busca de intimidad.

Riéndonos hasta que duele la tripa de lo mal que nos inventamos la letra de las canciones en inglés, de recordar que llegamos al apartamento de alquiler y estaba el casero disfrutando de su nudismo o de la noche que terminamos bañándonos en una piscina en ropa interior.

La cosa es que contigo, siempre hay una historia que contar.

Me gusta que siempre te encuentres gente en todas partes, especialmente si están en los primeros puestos de alguna cola que nos iba a tocar hacer para entrar, y que me guardes la espalda si le recrimino a un tío que deje de llamar a una chica «zorra».

No pasa siempre, por suerte. A lo que sí estás más acostumbrado es a aguantarme el bolso y vigilar que no venga nadie si tengo que hacer pis en un momento de necesidad.

Necesidad, como la que nos entra al final con la tontería de bailar tan pegados y terminar con las manos imantadas en el uno sobre el otro.

Es cuando me doy cuenta de que ser compatibles como pareja puede que no empiece por ser compatibles como colegas de fiesta. Pero ser lo segundo hace lo primero increíblemente divertido.

Duquesa Doslabios.

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