Archivo de noviembre, 2021

Cinco consejos para mejorar el sexo en el coche

Ya es oficial, el frío ha llegado para quedarse. Adiós a esos despreocupados polvos al aire libre que podían surgir de forma casual durante los meses de buen tiempo.

Estamos en la estación de correr a casa y tener intimidad bajo techo con la calefacción bien alta e igual alguna prenda de ropa todavía puesta.

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Pero también la de volver a recurrir a uno de los lugares básicos para refugiarnos: el coche.

Esa sensación de proximidad que da tener intimidad en un espacio pequeño como son los asientos, es impensable con el calor del verano.

Pero de lo más agradecida en invierno.

Así que puestos a empañar las ventanas del coche al más puro estilo Jack y Rose en Titanic, quiero darte algunos consejos para que le saques el máximo partido a la experiencia.

  1. Tú eliges la falta de privacidad: ¿que lo tuyo no es que te vean? Puedes buscar un rincón alejado de todo -si se ven estrellas, mejor- donde disfrutar. Si te gusta la idea del exhibicionismo, el picadero de tu ciudad o ese parking al aire libre de centro comercial, son la alternativa perfecta. Pensar en que te pillen puede ser un aliciente que haga la experiencia más excitante.
  2. No vayas a por la creatividad, apuesta por funcionalidad. A no ser que tengas una limusina, el espacio del coche suele ser bastante reducido. No es el sitio de experimentar con posturas nuevas, sino el de ir a las prácticas. Posturas muy próximas son las posiciones en las que se puede disfrutar en un espacio pequeño. Y tampoco es obligatorio el coito, tener sexo oral o masturbarse son dos prácticas perfectas para hacer sin moverse del asiento.
  3. Juega con los accesorios del coche: la música puede caldear el ambiente de la misma forma que la calefacción. Si la apagas o enciendes el aire acondicionado (si hace mucho frío, bajar las ventanillas tiene el mismo efecto) el juego de contrastes es un punto a favor.
  4. La ropa es clave. Cuanto más fácil de quitar, subir o bajar, mejor. Aunque bien es cierto que nadie se viste por la mañana pensando en si va a tener sexo en el asiento de un coche. Con mantenerte lejos de los monos -la prenda más complicada de quitar si se quiere echar un polvo espontáneo- es suficiente, por lo pronto.
  5. Seguridad ante todo. Antes de ponerte al lío comprueba que el coche esté debidamente parado en un sitio donde no moleste ni dificulte la circulación. También que las puertas estén cerradas y las ventanillas subidas. Además de mantener una temperatura agradable, te aseguras de que tus pertenencias no corran peligro (sí, hay gente a la que le han robado la cartera o el móvil en esos momentos de pasión).

 

Duquesa Doslabios.
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Entre el placer de arañar y el de ser arañado

«Amiga, abre ya el melón de los arañazos en la espalda», me escribieron hace unos días. Y es un melón que me parece delicioso.

Hay algo ahí. En dejar salir el instinto animal y desprendernos de la humanidad de hacer el amor mirándose a los ojos. Algo bestia y salvaje, carnal y un poco oscuro.

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Porque en el momento en el que las clavas, sabes que vas a dejar huella.

Quizás es el disfrute de convertir algo placentero en todavía más intenso, con esa fina línea que divide el gozo del sufrimiento y multiplica el primero.

Pero es también el gusto por marcar como nuestro el terreno conquistado.

De decir «esa piel es mía», al menos durante ese rato y el tiempo que duren las heridas.

Y lo mismo con quien las lleva puestas, que cada vez que las ve en el espejo de la ducha -haciendo un poco de contorsionista, no nos vamos a engañar-, recuerda la ocasión en que fueron hechas.

Biológicamente, seguro que hay una explicación racional.y perfectamente lógica.

Porque acumulamos tanta tensión en el momento del orgasmo, que es una de las formas de dejarlas salir.

Pero prefiero seguir pensando en que arañamos porque podemos, porque queremos.

Queremos convertirnos en esa fiera que araña, muerde, gruñe, grita y gime que no podemos ser en la oficina, comiendo el domingo en casa de los padres o haciendo la compra en el supermercado.

Y joder, qué gusto da liberarla.

O que la liberen contigo.

Duquesa Doslabios.

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De las violencias machistas que no se ven

La primera vez que mi psicóloga me dijo que había estado en una relación de maltrato, pensaba que, por muy profesional que fuera, estaba equivocada con mi caso.

Yo no me parecía a las mujeres de moretones en los ojos y narices rotas que aparecían en las campañas del gobierno.

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Quizás porque no era consciente de que la violencia no eran solo los puñetazos en la cara.

Identificar un maltrato psicológico es mucho más complicado. Primero porque somos nosotras mismas las que nos negamos a verlo.

Segundo porque no deja huella por fuera, pero te va mellando por dentro.

Llega un punto en el que dudas de todo. Dudas incluso de la realidad que te rodea porque él es tan convincente diciéndote que las cosas no han pasado, que te planteas si te lo has imaginado.

Te dice que exageras, que estás loca, que ves cosas donde no las hay y, en tu momento de debilidad, empiezas a darte la espalda a ti misma.

A decirte que dejes de hacer o decir, que si quieres que funcione tienes que dejar de imaginar cosas. Incluso te es más fácil pensar que ha salido de tu cabeza que encajar que la otra persona te ha hecho algo.

Porque cuidado como no lo hagas. Los castigos no son solo verle romper cosas y escucharle decir que se pone así por tu culpa. Que es por lo que has hecho o dicho que le has sacado de quicio. Que él no es así y que hay que ver lo que le haces hacer.

Se enfada tanto que te deja de hablar. Que desaparece de tu vida de manera intermitente. Te castiga de la peor de las maneras comportándose como si tú no existieras.

Y luego vuelve para contarte que no puede contigo, que le has llevado al límite y que va a terminar con tu vida. Que seas bien consciente de que eso pesará siempre sobre tus hombros. La responsabilidad de su muerte.

En ese punto oscuro y profundo donde quieres evitar lo que sea para que no se haga daño, te ofrece una alternativa. Comérsela un día, darle esa contraseña, ser él quien siempre te va a buscar cuando sale del trabajo…

Algo que hace porque, según él te quiere como nadie. No quiere que te tropieces con algún indeseable. Y además te subes al coche y pone tu canción favorita. Te la canta y te besa la mano cuando el semáforo se pone en rojo. Te recuerda que es el amor de tu vida.

Así que ahí es fácil que bebas de ese afecto, de la taza de casito, de que sonría otra vez y te acaricie.

En ese momento es cuando harías lo que fuera por no volver a ‘sacar’ esa versión de él. Has cedido en tantas otras cosas, que hacerlo de nuevo sobre lo que sea con tal de mantener esa paz, no te parece un sacrificio ni un esfuerzo. Sino la solución definitiva.

Con la diferencia de que, sin saberlo, vuelves a reiniciar el ciclo y, esas subidas y bajadas, te mantienen enganchada. Hasta que decidas salir.

Duquesa Doslabios.

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Tú también haces Gatsbying para llamar su atención (y lo sabes)

Sábado por la noche. Un mensaje de tu amiga «En media hora hay que estar en la cola» y toda tu colección de maquillaje tirada por encima del edredón.

Te prepararás lo más rápido que puedas. Pero la urgencia de salir de casa no va a estar reñida con el momento de plantarte delante del espejo y sacarle una foto a tu lookazo.

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Estiras el cuerpo, sacas la cadera, adelantas la pierna y disparas. Una, dos, quinientas veces… Hasta dar con la foto buena.

Metes un filtro (o no) ,  en lo que te llama tu amiga (desesperada porque no vas tarde, vas tardísimo), tu historia ya está publicada.

Las reacciones de tus seguidores no se hace esperar y tu emoción tampoco. Un mensaje, algún que otro me gusta, el fuego de quien siempre aprovecha la ocasión para subirte un poco la autoestima… Pero nada de quien esperas.

Repasas la lista de personas que la han visto y ahí está él (o ella). Su foto es tan característica que ya sabes qué colores buscar esa nube de círculos que son las fotos de perfil.

No ha contestado, pero tienes la prueba de que ha pasado por ahí. De que sigue pendiente de lo que posteas. De que, de una manera o de otra, le interesas.

Al menos la ha visto, y es un pensamiento tranquilizador y frustrante al mismo tiempo. Quizás para la próxima. Será por ocasiones.

Ya contestará.

Lo que quizás no sabías es que, esta manera de intentar llamar su atención, se llama Gatsbying.

En un mundo en el que los términos anglosajones parecen haberse hecho con el monopolio del universo de las citas, toca que conozcas el último de la lista.

Y como el ghosting, es uno de los comportamientos que casi todos hemos puesto en práctica sin saberlo.

Al igual que Jay Gatsby intentando llamar la atención de Daisy, organizando cada vez fiestas más espectaculares, Instagram nos ofrece la misma posibilidad (con menos esfuerzo).

Con las historias de la aplicación nos encargamos de compartir esos vídeos o fotos para que el (o la) crush de turno las vea.

Conseguir que la conteste ya es otra cosa, pero no deja de ser interesante cómo utilizamos la app para ligar de la manera más sutil.

Es una de las ventajas de la tecnología. Que podemos ‘invitar’ a quien nos gusta, como si de un espectador se tratara.

Pero también dejarle caer, disimuladamente, lo que podemos ofrecerle y darle excusas para que nos hable contestando a cualquiera de ellas.

Ya sea a la foto previa de salir de fiesta como al plano de domingo resacoso en pijama y con los gatos en la cama.

Duquesa Doslabios.

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Introducción al fetichismo de la ‘lluvia dorada’: cómo hacerle pis sin que sea escatológico

Defiendo a capa y espada que, en el sexo, no hay nada incorrecto ni sucio siempre y cuando cuente con el consentimiento de los participantes.

Por eso creo que tenemos que avergonzarnos menos cuando, al compartir una fantasía, empezamos con «me da vergüenza que esto te parezca demasiado pervertido«.

Y las que se llevan la palma de esta categoría son las relativas a las excreciones.

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Pero si hay gente que se pide helado de higo confitado, ¿cómo no va a haber a quien le guste que le hagan pis encima?

De hecho, la lluvia dorada, el nombre que recibe esta práctica (golden shower en inglés), es más común de lo que podemos pensar.

Además, tiene un punto a favor: puedes probarla en una versión mucho más higiénica si te da reparo al principio.

Lo más importante para ponerla en práctica es, para empezar, que haya consentimiento entre ambas partes. O que las dos personas queráis practicarla por igual.

Si alguien tiene dudas, es mejor dejarlo pasar.

Escoger el sitio donde poder hacer pis es clave. Lo más cómodo a la hora de limpiar es optar por la ducha o la bañera.

Pero suelos que se puedan fregar -de baldosa por ejemplo-, son también una buena alternativa. Incluso poner una toalla o sábana vieja, que luego eches directamente a la lavadora, es otra solución.

Ya que las características del pis son el olor y el color, recomiendo una ingesta de agua muy abundante a lo largo del día (y que te mantengas lejos de los espárragos).

Así te aseguras de que, en el momento, el líquido salga casi transparente, lo que hace que la experiencia sea más agradable para principiantes.

Por último, hay que ser pacientes. La primera vez puede dar algo de reparo y quizás eres incapaz, por muy llena que tengas la vejiga, de hacerle pis encima a alguien.

Imagina que tienes muchas ganas de probar la golden shower, has bebido dos litros de agua y has encontrado una piscina hinchable para que la experiencia con tu pareja sea de cinco estrellas.

Pero justo llega el momento y te ves incapaz. No sale ni una gota.

Los nervios, la presión, la falta de práctica o incluso la vergüenza pueden jugar en nuestra contra en el último momento.

¿Mi consejo? Intentar no pensar, relajar el esfínter o ponerte ruido de agua de fondo (abrir un grifo o que la otra persona te haga «pspspsssss» son remedios infalibles).

Y, una vez empieces a mear, a disfrutar.

Duquesa Doslabios.

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Tu ex no tiene por qué tener responsabilidad afectiva

Estuve con mi última expareja varios años. Los suficientes como para conocerle de todas las formas y maneras.

Para saber su plato favorito, la lista de Spotify que más se ponía en la ducha o la travesura de su infancia que más le avergonzaba.

Y él también me tenía aprendida, por supuesto.

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Quizás por eso, cuando la relación se acabó, no me entraba en la cabeza que, sabiendo tan bien cómo soy, actuara de la forma que lo hizo.

Que no moviera ficha, buscara soluciones o intentara que la situación no llegara al punto que lo hizo.

Tampoco entendí que, después, no quisiera mantener una amistad cuando era algo que él había pedido en un principio.

O que, por primera vez, empezara a dejarme en visto, con mensajes sin contestar, hasta el punto de comportarse como si no existiera.

Aquello me hacía daño de una forma de la que él era consciente. Quizás por todo lo que habíamos pasado.

A lo mejor porque las personas que nos han hecho palpitar siempre van a tener la capacidad de tocarnos más la fibra sensible.

Qué más da.

Lo que no me cabía en la cabeza era que lo permitiera. Que pudiera desembarazarse así de mí como cuando dejas de hablarle al match de Tinder que se pone demasiado intenso.

Fue algo que entendí hace poco, cuando me crucé con la clásica foto de Instagram de una cuenta de psicología.

Mi ex ya no tenía un vínculo emocional conmigo y por tanto no tenía por qué tener responsabilidad afectiva.

Escucharme, tener en cuenta mis sentimientos o acompañarme en el proceso eran una serie de privilegios emocionales que, en el momento que había puesto fin a la relación, no tenía por qué recibir.

Yo esperaba por su parte una reacción hacia mí como si siguiera siendo mi pareja, pensando en aquello que habíamos vivido previamente y el cariño que podíamos seguir teniéndonos.

Lo cierto es que la situación actual, el cambio en la relación hasta el punto de disolverla, invalidaba cualquier tipo de exigencia.

Es difícil y sufrido encajarlo, sobre todo cuando viene por parte de alguien que ha sido tanto.

Pero no quita en que hay que hacer ese esfuerzo titánico en comprender que si se ha acabado, se ha acabado. Todo.

Duquesa Doslabios.

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Házmelo con ganas, házmelo con ropa

En mi afán por verte desnudo, siempre he pensado en la ropa como en barrera.

Esa que se interpone entre el alimento que ya considero que es tu piel cada vez que me la llevo a la boca.

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Por esa razón, desenvolverte es un pequeño placer.

Un juego al que considero que he ganado cuando veo que las prendas han quedado repartidas por el suelo. Vencidas.

Forman una alfombra multicolor y variada donde terminan desde el abrigo hasta el último de los calcetines.

Pero también coleteros, envoltorios de condones y el bote de lubricante que no encontrábamos porque se había caído al suelo.

Hasta hace poco, me costaba entender que ir vestidos podía formar parte de la ecuación y servirnos para disfrutar de una manera distinta.

Concretamente, hasta que un «no te quites el vestido» se coló, susurrante, en el oído.

Remangar la prenda hasta el ombligo me recordaba cada vez que la vista se enredaba en la tela, que las ganas eran tan urgentes que no se permitían el lujo de pararse un segundo que no fuera a mojar(nos).

Así que has conseguido un imposible: que ahora vea la ropa como aliada de nuestras historias más íntimas.

Y que sea nuestra cómplice cuando en el transporte público se me escurre la mano y termina dentro de tu ropa interior.

Buscando cómo hacer que el trayecto en Metro sea más rápido que nunca.

Es la chaqueta la que me cubre las espaldas al salir a la terraza de la habitación de madrugada.

Cuando me sigues, aunque fuera ya haga frío.

La levantas por detrás mientras miro las estrellas y me la dejo puesta mientras tú me pones a mí y a mil.

El nuevo significado de la tela es que ha pasado de ser estorbo a colaboradora.

Le encontramos cada día esos usos tan prácticos. Y no hay mejor práctica que utilizarla como agarre cuando me bajas el escote de la camiseta porque quieres que se me vean las tetas.

Pero también para tenerme bien sujeta, incapaz de salir cuando me entras.

No sabía que no volverían a sobrarme los pantalones porque los haces sentir tan finos como medias con las yemas o tu lengua.

Porque no hay nada más excitante que aprovechar el viaje en ascensor, para subir a mi casa, que hacer lo mismo con la falda.

Antes tenía un cajón con lencería para encendernos. Ahora es todo el armario el que nos prende.

Duquesa Doslabios.

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Sí, la televisión sigue apoyando el privilegio de los hombres de salir con mujeres jóvenes

Acaba de empezar La Isla de las Tentaciones. Y, como buena española media, es lo que se ve los miércoles en mi casa.

Pero ya nada más empezar el programa, con la presentación de las parejas y solteros, se activó mi versión feminista de ‘La luz de la tentación’.

@GIANLUCCAVACCHI

Y es que la mayoría tenían una gran diferencia de edad. Las mujeres eran más jóvenes (el más mayor de los hombres le sacaba 9 años a su novia).

Y yo no digo que no se den historias de amor de este estilo en concreto. Pero en el caso del reality show, parece haber un claro interés en que, si se da el caso contrario en el casting, sea la excepción y no lo normal.

Lo mismo pasa al analizar la edad media de los pretendientes: la de ellas ronda los 23, la de ellos casi 27. El mensaje inequívoco de Mediaset es que ellas son las que deben ir acompañadas de hombres mayores.

No hay que darle muchas vueltas al asunto para encontrar las razones de esto. Una de ellas es que ser hombre significa vivir por y para demostrar la masculinidad.

Y qué mejor forma de hacerlo que estar con una mujer más joven que podría tener una relación con una persona de su edad.

A los hombres no les gustan las mujeres coetáneas porque prefieren las chicas, y las razones sociales (machistas) pisan con fuerza.

Puedo sacar aquí a colación el estudio que en 2018 averiguó que los hombres se desenvuelven mejor en la cama si su pareja es emocionalmente inestable (¿qué suele dar generalmente esa estabilidad? Ah, sí, la madurez de la edad).

Al final esto se puede resumir en una sola palabra: privilegio.

Los hombres tienen el privilegio no solo de salir con mujeres más jóvenes y que socialmente se considere algo normal.

También tienen el de envejecer sin que eso les reste puntos de atractivo, algo que, en el caso de las mujeres no es así.

Nosotras, en cuanto cumplimos cierta edad, desaparecemos de su radar de conquistas -que sigue en la franja de 18 a 25 años por mucho que doblen la edad-,

Queda claro que por ellos sí puede pasar el tiempo. Una ventaja de la que nosotras no disponemos.

Y antes de que alguien me saque el ejemplo de Emmanuel y Brigitte Macron, permitid que os recuerde que la diferencia entre parejas de hombres mayores con mujeres jóvenes respecto a mujeres mayores con hombres jóvenes, es de risa.

No hay ni punto de comparación.

El resumen es que mientras ellos cambian dinero y poder, reciben belleza y juventud. Lo que nos devuelve a que el atractivo de un hombre se mide en lo que tiene o consigue mientras que el de la mujer se limita a su aspecto físico.

Quizás no es el caso de los participantes de La isla de las tentaciones, pero sí sirve para ilustrar como al final, está más que normalizado y la televisión se encarga de que esta situación siga siendo así.

¿Por qué? Solo digo que tengo curiosidad de saber qué edad tienen las mujeres con las que se relacionan los altos cargos de las cadenas televisivas, por ejemplo.

Duquesa Doslabios.

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Sexo por videollamada: del miedo a la (buena) experiencia personal

Que escriba sobre sexo no hace que todas las prácticas del mundo me encanten. Es más, trabajo aparte, siempre he tenido más predisposición a unas que a otras.

Y, al final, dedicarme también a ello, ha hecho que descubra fetiches o juguetes que ni me planteaba.

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Me puedo atrever a probarlas tanto movida por la curiosidad, como para escribir sobre ellas.

Pero las que forman parte de mi vida íntima, esas que realmente me excitan, son más cuestión de gustos que otra cosa.

De hecho, siempre he tenido muy claro que el sexo a través de una pantalla no era mucho lo mío.

A no ser que se tratara de sexting, por supuesto. Con un teclado a mano y la protección de que no se me ve la cara, me siento lanzada.

No tengo problema en mandar mensajes eróticos o inventarme fantasías o tramas en las que los dos somos los protagonistas.

Manejarme con la cámara es otra historia.

Son dos las cosas que más me echan para atrás del sexo por videollamada. La primera, el posible uso de las imágenes después del momento de pasión.

Por desgracia, el miedo al revenge porn es algo que socialmente se ha conseguido inculcar a las mujeres.

«No mandes fotos desnuda» «No muestres tu cuerpo». Y, si se filtran esas imágenes, «Es que ella nunca tenía que haberlo hecho».

Como la culpa va a recaer en mí misma (y no en el ser que las difundiera), era un motivo más que de peso para ahorrarme el trago.

(Soy el claro ejemplo de que todas esas campañas tienen su resultado. Así se nos controla, amigas).

La segunda es la frialdad de la pantalla, el sentirme incómoda delante de una cámara encendida sin tener muy claro cómo moverme o hacia dónde enfocar.

Así que para mí es fácil encontrar excusas para no ponerlo en práctica. Un día es la conexión débil, otro la falta de intimidad, el no haber encontrado tiempo, etc.

Siempre tirando de motivos de peso hasta que llega el día en el que la distancia se hace insostenible y la tecnología, mi enemiga sexual, se convierte en un puente entre dos países.

Que haya confianza absoluta es fundamental en todos los aspectos. Hacerlo con alguien que adore cada centímetro de piel y la respete como para no compartirla sin nuestro consentimiento.

Pero también una tonelada de ganas de sentirse cerca, lo que realmente hace que la barrera del teléfono desaparezca…

Y se convierta en tu herramienta de voyeur. Con la que puedes pedir esas cosas a las que quizás, en directo, prestabas menos atención.

O incluso cumplir fantasías. Que se toque, que enfoque la cámara hacia la zona que deseas… Y tú hacer lo mismo.

Duquesa Doslabios.

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