Estuve con mi última expareja varios años. Los suficientes como para conocerle de todas las formas y maneras.
Para saber su plato favorito, la lista de Spotify que más se ponía en la ducha o la travesura de su infancia que más le avergonzaba.
Y él también me tenía aprendida, por supuesto.
Quizás por eso, cuando la relación se acabó, no me entraba en la cabeza que, sabiendo tan bien cómo soy, actuara de la forma que lo hizo.
Que no moviera ficha, buscara soluciones o intentara que la situación no llegara al punto que lo hizo.
Tampoco entendí que, después, no quisiera mantener una amistad cuando era algo que él había pedido en un principio.
O que, por primera vez, empezara a dejarme en visto, con mensajes sin contestar, hasta el punto de comportarse como si no existiera.
Aquello me hacía daño de una forma de la que él era consciente. Quizás por todo lo que habíamos pasado.
A lo mejor porque las personas que nos han hecho palpitar siempre van a tener la capacidad de tocarnos más la fibra sensible.
Qué más da.
Lo que no me cabía en la cabeza era que lo permitiera. Que pudiera desembarazarse así de mí como cuando dejas de hablarle al match de Tinder que se pone demasiado intenso.
Fue algo que entendí hace poco, cuando me crucé con la clásica foto de Instagram de una cuenta de psicología.
Mi ex ya no tenía un vínculo emocional conmigo y por tanto no tenía por qué tener responsabilidad afectiva.
Escucharme, tener en cuenta mis sentimientos o acompañarme en el proceso eran una serie de privilegios emocionales que, en el momento que había puesto fin a la relación, no tenía por qué recibir.
Yo esperaba por su parte una reacción hacia mí como si siguiera siendo mi pareja, pensando en aquello que habíamos vivido previamente y el cariño que podíamos seguir teniéndonos.
Lo cierto es que la situación actual, el cambio en la relación hasta el punto de disolverla, invalidaba cualquier tipo de exigencia.
Es difícil y sufrido encajarlo, sobre todo cuando viene por parte de alguien que ha sido tanto.
Pero no quita en que hay que hacer ese esfuerzo titánico en comprender que si se ha acabado, se ha acabado. Todo.
Duquesa Doslabios.