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Sexo por videollamada: del miedo a la (buena) experiencia personal

Que escriba sobre sexo no hace que todas las prácticas del mundo me encanten. Es más, trabajo aparte, siempre he tenido más predisposición a unas que a otras.

Y, al final, dedicarme también a ello, ha hecho que descubra fetiches o juguetes que ni me planteaba.

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Me puedo atrever a probarlas tanto movida por la curiosidad, como para escribir sobre ellas.

Pero las que forman parte de mi vida íntima, esas que realmente me excitan, son más cuestión de gustos que otra cosa.

De hecho, siempre he tenido muy claro que el sexo a través de una pantalla no era mucho lo mío.

A no ser que se tratara de sexting, por supuesto. Con un teclado a mano y la protección de que no se me ve la cara, me siento lanzada.

No tengo problema en mandar mensajes eróticos o inventarme fantasías o tramas en las que los dos somos los protagonistas.

Manejarme con la cámara es otra historia.

Son dos las cosas que más me echan para atrás del sexo por videollamada. La primera, el posible uso de las imágenes después del momento de pasión.

Por desgracia, el miedo al revenge porn es algo que socialmente se ha conseguido inculcar a las mujeres.

«No mandes fotos desnuda» «No muestres tu cuerpo». Y, si se filtran esas imágenes, «Es que ella nunca tenía que haberlo hecho».

Como la culpa va a recaer en mí misma (y no en el ser que las difundiera), era un motivo más que de peso para ahorrarme el trago.

(Soy el claro ejemplo de que todas esas campañas tienen su resultado. Así se nos controla, amigas).

La segunda es la frialdad de la pantalla, el sentirme incómoda delante de una cámara encendida sin tener muy claro cómo moverme o hacia dónde enfocar.

Así que para mí es fácil encontrar excusas para no ponerlo en práctica. Un día es la conexión débil, otro la falta de intimidad, el no haber encontrado tiempo, etc.

Siempre tirando de motivos de peso hasta que llega el día en el que la distancia se hace insostenible y la tecnología, mi enemiga sexual, se convierte en un puente entre dos países.

Que haya confianza absoluta es fundamental en todos los aspectos. Hacerlo con alguien que adore cada centímetro de piel y la respete como para no compartirla sin nuestro consentimiento.

Pero también una tonelada de ganas de sentirse cerca, lo que realmente hace que la barrera del teléfono desaparezca…

Y se convierta en tu herramienta de voyeur. Con la que puedes pedir esas cosas a las que quizás, en directo, prestabas menos atención.

O incluso cumplir fantasías. Que se toque, que enfoque la cámara hacia la zona que deseas… Y tú hacer lo mismo.

Duquesa Doslabios.

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¿Deseo en la distancia? Siempre nos quedará el sexo virtual

Cuando digo que me gusta mantener cierta distancia en mis relaciones, definitivamente no me esperaba que sería por una cuarentena.

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Coincidirás conmigo en que, al principio, estaba bien lo de poder dedicarnos tiempo, ese que se nos niega en el día a día con tantas obligaciones.

Pero muchas estamos ya hasta el gorro de la mascarilla y preferiríamos cambiar la enésima rutina de belleza por un abrazo o un buen meneo.

Una vez declarado el estado de alarma, no queda otra que luchar para que nuestra vida sentimental no termine desapareciendo.

Y sí, admito que los que vivimos en pareja, lo tenemos relativamente fácil. Es casi imposible que no se dé el roce (aunque no siempre sea sinónimo de sexo y sí de discusiones).

Sin embargo, ¿cuántos casos conocemos de esa amiga dramáticamente separada de su crush? Yo tengo ya unas cuantas.

Quienes están distanciados de su pareja ya tienen claro que el sexo por videollamada es la alternativa que les queda. Son los nuevos expertos en striptease y masturbación frente al objetivo.

Pero ¿y si todavía no hay confianza como para compartir la intimidad a través de la cámara porque estamos en la fase de conocernos?

Lo primero, quiero tranquilizarte. No significa que tu vida sexual vaya a quedar relegada al succionador de clítoris o a tu mano (si no tuviste la previsión de hacerte con uno antes de que cerraran los sex shops). O, al menos, no si no quieres.

Mi sugerencia es que empieces por el sexting. No solo es divertido, sino que te obliga a darle a la imaginación y a calentar el terreno pensando en cuando os veáis, un momento que será espectacular si se ha mantenido la química.

Incluso, si te ves capaz, puedes mandar alguna foto para completar la fantasía. Aunque asegúrate de que envías correctamente la imagen, nadie quiere que termine en tu grupo de spinning.

Un paso más allá sería el sexo telefónico, que además es una gran forma de conectar si el teclado se te queda corto.

Puedes empezar relatando dónde te tocas, dónde te gustaría que te tocaran, cómo te hace sentir… Incluso puedes jugar a mandar sobre la otra persona y luego cambiar los papeles. Cuantos más detalles, susurros, jadeos y, ¿por qué no?, gemidos, será mejor la experiencia.

Los nervios son los únicos enemigos, así que antes de ponerte a ello, tranquilízate y busca el momento. Ya no tienes la excusa del tiempo, así que planificar la llamada será la primera ayuda a la hora de mentalizarse.

También conseguirá que esperes ese rato con muchas ganas y plena dedicación por tu parte. Y, por supuesto, atrévete a experimentar o a improvisar.

Al final, la distancia no tiene nada que hacer con la separación física si se tienen ganas y medios alternativos.

Duquesa Doslabios.

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¿Ha muerto el sexo telefónico?

¿Os acordáis del sexo telefónico? Bueno, pues yo no. Me he dado cuenta de que todo lo que sé sobre sexo a través del aparato (el aparato del teléfono, ya me entendéis) lo he visto en películas o en series antiguas. Y con antiguas quiero decir de 1990.

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Pero ni yo, ni la mayoría de las personas de mi círculo cercano, todos millennials de principios de los 90, habíamos probado a tener sexo a través del auricular. De hecho, lo más excitada que me he sentido hablando por teléfono fue una vez que mi pareja me llama decirme que ya había cogido las pizzas.

¿Significa entonces que el sexo por teléfono ha muerto?

Puede que me digáis, quienes sí lo conozcáis de oídas, por aquello de que el estímulo es auditivo, que no me pierdo nada, que ha evolucionado, que ahora tenemos más opciones para poner en práctica nuestras perversiones sin necesidad de estar pegados.

En mi caso, habiendo tenido una relación a distancia, estoy familiarizada con las formas de crear intimidad a través de un ordenador, sin embargo he de admitir que el sexo telefónico 2.0 me parece de todo menos excitante.

Lo de ver a la otra persona desnuda en una especie de chat sexual cutre de mala calidad que me recuerda a los vídeos de publicidad, que aparecen como pantallas emergentes, no termina de ponerme.

La velocidad de la conexión, verte también a ti misma en la pequeña pantalla haciendo cosas que te hacen pensar que pareces totalmente ridícula o el miedo de que te oigan los compañeros de piso, son cosas que enfrían un poco el momento. Y no es que mejore con auriculares, menos todavía si tiendes a ser torpe por naturaleza.

Quizás se podría hablar del sexting como sustitutivo, que viene de unir las palabras «sex» y texting» refiriéndose a mandar mensajes de carácter sexual, pero la forma de utilizar el móvil para excitar a alguien tampoco me parece la más efectiva.

Desde que los móviles tienen cámara, el sexting que predomina es el del envío de imágenes. De hecho, si te paras a pensarlo, ¿cuántas exparejas tuyas tienen fotos comprometidas de ti? Yo he hecho las cuentas, son varias.

Llega un momento en el que las fotos se intercambian sin más, simplemente como aliciente visual. Y claro que a nadie le amarga un dulce, especialmente si llega en un momento inesperado en plena clase de Bioquímica o en una jornada dura de oficina, pero a mí, como buena amante de las letras, se me queda cojo.

Si me dais a elegir, me quedo sin duda con el sexting redactado. Ese que no precisa casi de emoticonos pero que, de insinuante, resulta tan potente como una buena copa de vino rosado (o del afrodisíaco que se os venga a la cabeza en vuestro caso).

El sexting vía mensaje juega con el juguete sexual más potente que tiene el ser humano, la imaginación. Precisamente el mismo principio que estimula el sexo telefónico. Excitarse viendo una imagen es tan sencillo que la pornografía ha hecho de ello un negocio, pero ¿qué hay de la dificultad, el morbo y el reto que supone conducir a alguien al orgasmo jugando con sus fantasías únicamente a través de la voz? ¿No os parece un buen motivo como para recuperarlo?

Duquesa Doslabios.

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