De las violencias machistas que no se ven

La primera vez que mi psicóloga me dijo que había estado en una relación de maltrato, pensaba que, por muy profesional que fuera, estaba equivocada con mi caso.

Yo no me parecía a las mujeres de moretones en los ojos y narices rotas que aparecían en las campañas del gobierno.

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Quizás porque no era consciente de que la violencia no eran solo los puñetazos en la cara.

Identificar un maltrato psicológico es mucho más complicado. Primero porque somos nosotras mismas las que nos negamos a verlo.

Segundo porque no deja huella por fuera, pero te va mellando por dentro.

Llega un punto en el que dudas de todo. Dudas incluso de la realidad que te rodea porque él es tan convincente diciéndote que las cosas no han pasado, que te planteas si te lo has imaginado.

Te dice que exageras, que estás loca, que ves cosas donde no las hay y, en tu momento de debilidad, empiezas a darte la espalda a ti misma.

A decirte que dejes de hacer o decir, que si quieres que funcione tienes que dejar de imaginar cosas. Incluso te es más fácil pensar que ha salido de tu cabeza que encajar que la otra persona te ha hecho algo.

Porque cuidado como no lo hagas. Los castigos no son solo verle romper cosas y escucharle decir que se pone así por tu culpa. Que es por lo que has hecho o dicho que le has sacado de quicio. Que él no es así y que hay que ver lo que le haces hacer.

Se enfada tanto que te deja de hablar. Que desaparece de tu vida de manera intermitente. Te castiga de la peor de las maneras comportándose como si tú no existieras.

Y luego vuelve para contarte que no puede contigo, que le has llevado al límite y que va a terminar con tu vida. Que seas bien consciente de que eso pesará siempre sobre tus hombros. La responsabilidad de su muerte.

En ese punto oscuro y profundo donde quieres evitar lo que sea para que no se haga daño, te ofrece una alternativa. Comérsela un día, darle esa contraseña, ser él quien siempre te va a buscar cuando sale del trabajo…

Algo que hace porque, según él te quiere como nadie. No quiere que te tropieces con algún indeseable. Y además te subes al coche y pone tu canción favorita. Te la canta y te besa la mano cuando el semáforo se pone en rojo. Te recuerda que es el amor de tu vida.

Así que ahí es fácil que bebas de ese afecto, de la taza de casito, de que sonría otra vez y te acaricie.

En ese momento es cuando harías lo que fuera por no volver a ‘sacar’ esa versión de él. Has cedido en tantas otras cosas, que hacerlo de nuevo sobre lo que sea con tal de mantener esa paz, no te parece un sacrificio ni un esfuerzo. Sino la solución definitiva.

Con la diferencia de que, sin saberlo, vuelves a reiniciar el ciclo y, esas subidas y bajadas, te mantienen enganchada. Hasta que decidas salir.

Duquesa Doslabios.

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