Archivo de julio, 2019

Masturbación y sexo oral, de preliminares a plato principal

Una felación, el cunnilingus, los juegos de manos que van desde el glande del pene hasta el clítoris… Actividades muy placenteras que, hasta hace poco, quedaban relegadas a un segundo plano. A la introducción a la verdadera acción: el coito.

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Y es que la sociedad, de manera sutil, nos enseña a través de las canciones, las películas, los libros, y, por supuesto, el porno, que es el coito el fin último de todo, la meta del placer.

Pero, ¿qué es lo que conseguimos considerando esas prácticas un juego previo, el calentamiento? Para empezar, no se les da la importancia suficiente.

Son prácticas de segunda categoría, paradas momentáneas, pero no el destino final. Lo que esto consigue en muchas ocasiones es que no alcancen el estatus de experiencia per se.

Algo que se puede traducir en que no les dedicamos ni el suficiente tiempo ni la bastante atención. Sin embargo, y recordando que la gran mayoría de las mujeres somos clitorianas (si no sabes de lo que hablo, lee esto), estas son las únicas maneras que tenemos de llegar al orgasmo.

Convertirlo en un paso, hace que, hablando mal y pronto, nos quedemos a dos velas.

No se queda solo ahí el drama de considerarlos partes del juego previo. Hay un problema aún más serio detrás.

Y es que solo consideramos acto sexual cuando hay penetración, lo que se conoce como sexo falocentrista. En este intercambio, lo que da por válida una relación, o más que por válida, por completa, es pasar por el coito, restándole peso a todo lo demás.

Lógicamente es un pensamiento muy machista (poner el pene por delante siempre lo es) y reduce exponencialmente el disfrute de la población a los privilegiados cuya tarea es la de meter y sacar, ya que es el placer de ese roce el que se busca como fin último.

El sexo va mucho más allá de la penetración y cada acto, cada momento, cada cosa que hagamos, deberíamos tomárnosla como el evento principal, como el objetivo, solo así conseguiremos gozar de una sexualidad variada y que satisfaga a todo el mundo, es decir, más igualitaria.

Duquesa Doslabios.

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Baja el número de besos, sube el número de enfados

¿Sinceramente? Ya he perdido la cuenta del número de enfados. Pero a este ritmo, debe andar cerca de la cantidad de besos. Con la diferencia de que mientras el primero ha ido subiendo, el último ha seguido bajando.

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Voy por la calle, la nuestra. Y voy pensando. Qué mal me hace eso, ya sabes. Especialmente si tengo un móvil en la mano donde ir apuntando lo que se me pasa por la cabeza.

Pienso en lo harta que estoy, hasta el moño, hasta arriba, hartar de harta. Planteándome lo implanteable, dudando de todas las certezas, pensando lo inconcebible y diciendo, por lo bajo, lo indecible.

Si en realidad él nunca fue esa persona o si es mejor la pregunta de en qué momento dejó de serlo.

¿Es que todos fingimos al principio una preocupación, una empatía y luego, a fuerza de rutina, se desvanece? ¿Es la consideración una ilusión? ¿El nuevo 3D sin gafas bicolores de por medio?

Es inevitable echar la vista atrás y pensar en el principio. En las conversaciones en el coche parados en cualquier calle hasta las tantas de la mañana. En el diálogo por Whatsapp que ninguno de los dos parecía querer terminar.

Ahora es la apatía y las frases de dos palabras la nueva moneda de cambio. Esa que ha entrado a la fuerza y que ha empobrecido al país. ¿Cuándo dejas de querer contarle al otro hasta el último detalle? ¿Es en el mismo momento en el que, estando al lado, te ves lejos?

Pero, sobre todo, ¿cuándo empiezas a pensar en solitario aun sabiendo que ahora sois dos en el buzón?

Ya no sé si son bajones propios de la edad (de la relación) o las señales, primero sutiles, de que, como un pez fuera del agua, aquello agoniza próximo a un final inexorable.

Ahí está. Es mi vena egoísta. Esa que dice que merezco todo lo que llevo tiempo echando de menos.

Y es cuando le pregunto a mi madre que cuántas veces has querido tirar la toalla, ella me mira y contesta un «Muchas» resignado.

Pero aquí sigue. Sigue como sigo yo. Sin mandar todo a la mierda.

Aunque ganas no nos falten.

Duquesa Doslabios.

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¿Qué hay de la higiene ‘after sex’?

Soy de las que considera que el agua y el jabón son los dos elementos imprescindibles antes de hacer nada entre las sábanas. Sin ellos, no solo me sentiría incómoda conmigo misma a la hora de movilizarme sino que, además, haría cualquier intercambio menos placentero (el sudor, el pis o las horas que nos alejan de la última ducha son algunos de los factores que hacen que el olor aumente).

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Pero no solo en la parte previa se quedan los cuidados del cuerpo, es algo que no podemos dejar de lado una vez hemos terminado por mucho que estemos exhaustos sobre la cama.

La acción más relevante, y, a la vez, la más sencilla, es hacer pis en el caso de las mujeres. Ese apretón en la vejiga bien merece un viaje de descarga rápido al baño.

Y es que durante la penetración, las bacterias llegan a la uretra, algo que puede derivar en una infección urinaria si no llevamos a cabo esa meada after sex.

¿Pero, no sería mejor ducharse directamente y terminar con el riesgo de coger una cistitis?

A diferencia de la higiene previa al sexo, la limpieza posterior desaconseja las duchas en el caso de las mujeres, por mucho que exista el mito extendido de que solo así podemos evitar contagiarnos de enfermedades.

Un lavado a fondo se cargaría la población natural de lactobacillus, las mismas bacterias que crean el ácido vaginal, cuya función es evitar el crecimiento de gérmenes antinaturales.

Lo único que se conseguiría en esa supuesta limpieza del cuerpo sería exponerlo todavía más a contraer una infección. ¿La solución si, todavía, queremos refrescar la zona? Agua por fuera y nada de frotar.

Si queremos un sexo seguro e higiénico, la recomendación de la ginecóloga va a ser siempre la misma: lo que es realmente imprescindible es el condón.

Duquesa Doslabios.

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Por complacer a los hombres

Voy en el avión de regreso a Madrid. En una revista británica encuentro una columna de Lisa Taddeo -autora del libro Three women- que cuenta como, con 14 años, se quedó dormida en la playa, despertando una hora más tarde por una extraña sensación.

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Un hombre -con bigote, recuerda- le estaba lamiendo la axila. Ante la situación, medio dormida, confusa e incómoda, solo atinó a decir «Lo siento» antes de irse corriendo, viendo que el hombre se había quedado a la espera de ver si ella se animaba a continuar una vez despierta.

Treinta años más tarde reflexiona en el papel que leo sobre aquella disculpa y sobre tantas otras cosas que, a lo largo de su vida, ha hecho por complacer a los hombres, por no molestarles.

Habla de una vez que, aún más pequeña, un hombre le preguntó la edad. Tras afirmar que tenía 12 años, el sujeto le contestó que, si en el campo había césped, se podía jugar el partido.

¿Su respuesta? Una risa incómoda que ahora le pesa al igual que esa disculpa al desconocido con bigote de la playa. Dos salidas presa de los nervios que, actualmente, querría haber cambiado por un «Lárgate cerdo asqueroso».

Me resulta inevitable, en un momento dado del vuelo, dejar la revista a un lado y reflexionar sobre mí misma. Sobre aquella vez que aguanté durante horas la conversación de dos extraños en la parte de atrás de un autobús, volviendo sola de las fiestas de Las Rozas, por miedo a que me hicieran algo.

Las carcajadas a modo de broma cuando uno de los amigos del bar de debajo de mi casa me decía que fuera al baño, que me esperaba ahí para tener sexo salvaje.

Las ocasiones en las que he esbozado una sonrisa forzada porque el novio de turno me decía que por qué estaba tan seria. E incluso los emojis de risa cuando un conocido se puso a gritar debajo de mi ventana para que me asomara y en realidad estaba metida en la cama muerta de miedo.

Todas esas veces que me callo cuando el de al lado se abre de piernas en el metro como si todo el espacio fuera suyo. O cuando seguí teniendo sexo con un tío al que le iba el rollo duro, pese a no estar cómoda, porque tenía miedo de que, si intentaba irme, se pusiera más violento.

Y me voy llenando de rabia porque sé que, como las mías, las historias del estilo en mi círculo se multiplican. Y pienso que quizás ya es el momento de dejar de ser educadas y complacientes y empezar a soltar más a menudo un «déjame en paz», un «lárgate de una vez»a tiempo.

De echarle ovarios y no pensar solo en que hay que hacer lo que les salga de los cojones.

Duquesa Doslabios.

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Desmontando mitos machistas: «Viajaba sola»

Este verano estuve planteándome la opción de viajar sola, algo que varias amigas han hecho en algún momento y que, hace unos años, también llevé a cabo.

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Consejos para no ser atacada, destinos donde tu integridad física no se verá tan comprometida… No es que viajar sea un deporte de riesgo, pero sí parece serlo el hecho de hacerlo siendo mujer.

Por desgracia, los casos de mujeres siendo violadas y asesinadas en sus destinos vacacionales, nos resultan familiares.

“Es a lo que se arriesgan” o “¿Qué hacía viajando sola?” son algunos comentarios que tenemos que aguantar en nuestro entorno cuando se dan esos casos.

Como si todavía, de cierta manera, se estuviera diciendo que necesitamos un hombre al lado para estar seguras, como si por la ausencia de una figura masculina, otros estuvieran legitimados a hacer con nosotras lo que quieran.

Es el constante mensaje social de que estamos expuestas, que tenemos que cuidarnos, que somos seres débiles e indefensos que se deben tapar las piernas, quitar el maquillaje, no perrear demasiado cerca del suelo y no ir al extranjero sin un hombre al lado “por lo que pueda pasar”.

Pero, una vez más, el problema no somos nosotras. Hemos decidido salir del país, no ser violadas, descuartizadas y arrojadas a la playa.

La culpa sigue siendo de aquellos que piensan y se comportan como si estuviéramos a su disposición. Por tanto es en ellos en quienes deberíamos poner el foco enseñando que, de viaje, merecemos el mismo respeto.

Y, al igual que reclamamos las calles, deberíamos hacer lo mismo con los viajes. Dejar de limitar nuestra manera de vivir y poder hacerlo con la misma plenitud con la que lo hacen los hombres.

No viajamos solas, viajamos con nosotras mismas. Y viajar sin miedo no debería ser algo exclusivo para ellos.

Duquesa Doslabios.

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Sangrar después de tener sexo anal, ¿motivo de preocupación o normalidad?

Cuando surge el tema del sexo anal, quitando las bromas de turno relacionadas con mirar a Cuenca o morder la almohada, hay algo que nadie comenta. Se puede sangrar.

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Por mucho que se haya convertido en una práctica sexual relativamente frecuente, hay algo en lo que todos estaremos de acuerdo: no es un agujero pensado como vía de entrada. Es un esfínter que funciona a modo de salida, por lo que ir en sentido contrario, puede causar complicaciones si no se hace bien.

De ahí viene la importancia de tener a mano un buen lubricante (mejor si es a base de agua), así como otros consejos que hace que la experiencia sea placentera.

Pero, ¿qué pasa después? ¿Hay vida después del anal?

Aunque no es frecuente si se ha hecho a un ritmo lento y con cuidado, puede pasar que la zona sangre. Es algo que puedes descubrir en el mismo momento, nada más terminar o incluso un par de días después.

Y es que la práctica puede causar pequeñas roturas en los vasos sanguíneos que rodean el ano. Por lo general, suelen curarse solas, pero no podemos dejar de prestarle atención.

Al ser una vía de salida de deshechos, el ano está especialmente expuesto a los gérmenes de las heces, lo que se traduce en que se puede infectar si no se limpia de manera adecuada (y también una vía de entrada de infecciones, de ahí que sea fundamental el preservativo).

Si, por un casual, han pasado varios días y sigue el sangrado, la visita al especialista es obligatoria, ya que de no tratarlo y seguir teniendo sexo de esa manera, nos arriesgamos a que se convierta en un problema crónico.

Que aparezca algo de sangre en las heces tampoco tendría por qué resultar especialmente preocupante si hace unos días hemos realizado la práctica. Pero como comentaba más arriba, no dejar pasar más de unos días si persiste.

Y, sobre todo, dedicarle el tiempo que sea necesario a los preliminares con las manos o juguetes especializados para evitar molestias o sangrados innecesarios.

Duquesa Doslabios.

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De un vagón de metro y de violencia machista

Ayer iba sentada en el Metro de Madrid. A mi izquierda, un hombre iba escribiendo una carta. Si ya de por sí me llaman la atención las personas que escriben en libretas (gajes del oficio, supongo), este, que iba redactando una carta, me intrigó hasta el punto de encontrarme leyendo disimuladamente por encima de su brazo.

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Aquella misiva empezaba con lo que empiezan todas mis cartas favoritas, el amor. Un mensaje destinado a su hijo donde empezaba deseándole que se encontrara bien y le mandaba recuerdos a su madre.

Lo que en un principio parecía una epístola amable y cariñosa, se empezó a convertir en algo menos romántico y más oscuro.

«Te voy a hablar de mi verdad, esa que tu madre te ha ocultado», escribía con rapidez mi vecino de asiento. A continuación empezaba a desglosar una serie de razones que, en su opinión, demostraban el poco afecto que le tenía su madre en realidad, quien, por la carta, pude averiguar había roto la relación con él pidiéndole que se fuera de casa.

El hombre no solo afirmaba por escrito a su hijo que su antigua pareja no le quería, sino que empezó a esgrimir toda la serie de mitos del amor romántico (ese tan machista que, a muchas, nos termina matando), como que el amor verdadero es lucha constante, una fuerza que puede con todo, que su madre no le amaba realmente y que quienes se quieren nunca se abandonan, no como había hecho su mujer.

A continuación diferentes insultos rebajados aparecían sobre el papel para esa mujer a la que tanto decía amar. Una serie de menosprecios destinados a ella, pero que pasarían por los ojos de su hijo previamente.

También le decía al hijo que había intentado hablar con su madre mediante una amiga y que ella había rechazado el contacto, pidiéndole que respetara su decisión.

Su última baza, como dejaba por escrito en la carta, era que su hijo intercediera por él, por su relación de pareja. Una responsabilidad sobre una tercera persona que poco o nada pinta en un matrimonio que se da entre dos.

Una presión para el hijo innecesaria, injusta y, encima, fruto de una manipulación escrita mediante argumentos de novelas románticas machistas que se estaba desarrollando delante de mis narices.

Aquel hombre tildaba la situación de inmerecida mientras escribía con rabia. Pedía otra oportunidad para hablar porque esa vez sí que iba a cambiar. Se había dado cuenta de todo lo que había hecho mal y solo necesitaba que su hijo le hiciera de mensajero para poder volver a verse cara a cara con ella una vez más, y, según él, solucionarlo definitivamente.

Hasta ahí pude leer. Llegó mi parada y me tocó bajarme del vagón, no sin antes sentirme tentada de quitarle aquella carta.

De vuelta a casa, solo pude darle vueltas a aquellas palabras que había leído. A esa maniobra desesperada de retomar el contacto con su expareja que, en un primer momento, me pareció enternecedora para ver cómo se iba convirtiendo, según leía, en una manipulación por escrito con insultos y violencia sobre el papel.

Como víctima de violencia de género -hace unos años me topé con un indeseable de estos- solo puedo confiar en que, si a la mujer de la carta le llega el mensaje, se mantenga firme. Ojalá no se crea nada de todo lo que lee, de todo lo que le dice. Porque él no va a cambiar. Porque nunca lo hace.

Porque el mayor amor que puede profesarse es así misma y esta persona, la misma que la va poniendo en un vagón de Metro por tierra, nunca se lo va a poder dar.

Ojalá no lo haga por la presión de su hijo después de resistir la presión que ya le hizo su amiga. Ojalá él lo respete y recuerde que ella no es su posesión.

Ojalá no le pase nada.

Duquesa Doslabios.

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Vender agua de baño usada, el conflictivo fetichismo de Belle Delphine

Que los fetichismos son de lo más variopinto, son algo que en el momento en el que descubrí que había gente a la que le excitaba vestirse y comportarse como un caballo, me quedó más que claro. De hecho, toparme con la Burusera, la venta de bragas usadas, fue algo que también me llamó la atención al ser una experiencia mucho más extendida de lo que esperaba.

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Incluso, casualmente, tuve la oportunidad de vivirla en primera persona cuando puse a la venta un body en Wallapop y solo había hombres interesados en adquirirlo, lo que me produjo sentimientos encontrados. No era esa la intención que tenía cuando pensaba en darle una segunda vida a la prenda.

E incluso cuando quería deshacerme de unas zapatillas de deporte, algún fetichista poco sutil me preguntó cómo de usadas estaban.

Y aunque nunca ha pasado por mi mente compartir ese tipo de productos personales con desconocidos que le darían un uso sexual -prefiero compartirlo con alguien que conozca en el caso de que lo disfrute-, me consta que ciertas mujeres encuentran una forma de sacarse un dinero en este tipo de ventas como os conté en esta publicación.

Bragas, calcetines, deportivas… El armario de ropa interior parece haberse quedado obsoleto en la parafilia. El nuevo objeto de deseo va más allá y es igual o más personal que todos los anteriores: agua de baño.

Esta ocurrencia tan loca ha sido la que la cosplayer Belle Kirschner, conocida artísticamente como Belle Delphine (también os hablé de ella aquí) le ha propuesto a sus seguidores.

Aunque empezó con tarros de 250 ml, el éxito de su Gamer Girl Bath Water llegó hasta eBay con subastas disparadas. Algo que debió hacerle reflexionar y tomar nota para hacer la acción a mayor escala.

«Voy a vender agua de baño por última vez», empezaba la publicación de la cosplayer. «La diferencia es que en esta ocasión es suficiente como para ahogarse en ella. Si estás extra sediento, no busques más. También tendrás un vídeo personalizado en el que aparezco bañándome en el agua que te mando».

Eso sí, como la propia Belle recuerda: «No es para beber, solo para fines emocionales», ya que más de un fan ha colgado vídeos en Youtube ingiriendo el líquido de los tarros.

Más de seiscientos mil likes y un gigantesco «Agotado» acompañaban la publicación de Belle Delphine. Un paso más en el fetichismo convencional que ha causado todo tipo de reacciones.

Mientras que muchos han calificado la acción como «genial» o «icónica», hay quienes la consideran, simple y llanamente, asquerosa.

Por mucho que respete la libertad de cada uno de hacer con su cuerpo lo que le de la gana, hay dos cosas que me chirrían. En primer lugar el precio, 10.000 dólares por agua usada. Cuando en Etiopía parte de la población tiene que escarbar para conseguir un poco de agua, llena de lodo, para poder llevarse a la boca, la idea de vender agua usada por casi 8.99 euros es cuando menos indignante.

Sobre todo porque no solo hay quien está dispuesto a pagar ese dinero por una satisfacción sexual, sino también por quien está dispuesto a utilizar ese agua para lucrarse.

En segundo lugar, la higiene. Aunque se ha puesto en tela de juicio si el agua es o no es auténtica, pensar en recibir agua usada para darse un baño por otra persona, no es precisamente lo más limpio que se me viene a la cabeza (vale que tampoco lo es recibir bragas sudadas llenas de flujo).

Que se popularice un producto que, de ser auténtico, llevaría células muertas, hace que me pregunte qué es lo siguiente que nos espera en el camino del fetichismo. ¿La roña de los dedos de los pies? ¿Toallas con sudor de la axila? ¿Mocos?

Pero sobre todo, ¿realmente estamos dispuestos a comprar estos productos? Porque sin demanda no hay oferta…

Duquesa Doslabios.

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Bandera roja en la relación: las 9 señales de que se acerca el final

Cuando cogemos un resfriado, una serie de síntomas dan la cara, lo que nos permite identificar qué le está pasando al cuerpo. Al igual que las señales informan sobre la salud física, la de nuestras relaciones de pareja también se puede medir con diferentes banderas rojas.

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No es que yo te esté descubriendo nada nuevo. Y es que bien que se encarga nuestro instinto de hacer sonar las alarmas cuando esa persona nos dice que preferiría que no trabajáramos o cuando se tira la mayoría de horas del día hablando de sí misma.

Aunque cada pareja es un mundo, he querido reunir una combinación entre las más populares así como las que, vía experiencia personal, he sabido identificar adelantando lo que estaba por llegar, el fin.

-Aunque sois pareja, no formas parte de su círculo íntimo.  Las quedadas familiares o los planes con los amigos son algo desconocido para ti. De hecho, solo les identificas por fotos de Instagram, ya que nunca has llegado a conocerles en persona. O directamente no te invita a los planes o, cuando tú se lo mencionas, salta con que es exclusivo de amistades y que te aburrirías. Si al principio pasa más o menos desapercibido, cuando llevas años en pareja y los únicos amigos en común son los tuyos, aquello empieza a oler a chamusquina.

-Otra muestra de que el fin ha llegado es que no te llevas especialmente bien con sus amistades. No necesitas convertirte en el nuevo mejor amigo de la intimísima de tu novia, pero sí llevarte bien. Es más fácil que desplaces una montaña grano a grano a que hagas cambiar de una opinión a una amiga sobre tu novio si se le ha cruzado. Y ojo, estereotipos de género fuera que, en el caso contrario, funciona exactamente igual. Os lo dice alguien que terminó con su pareja porque sus amigos insistían en que no encajaba con su estilo de vida fiestero.

-Que prefiera evitar las discusiones, desapareciendo del mapa, es algo relativamente normal (no siempre apetece discutir, sobre todo después de un día de trabajo). Pero cuando sientes que no hay alternativa, que evita a cualquier costa los enfrentamientos, hay algo que no funciona. Y es que esta actitud se traduce en una gran falta de interés por solucionar cualquier tipo de problema. Al final, si se sigue sin poder atajar los conflictos en pareja, es probable que, en una discusión, sin nada por lo que luchar, la relación finalice.

-O, cuando hay discusiones, en vez de ser saludables (sí, se puede discutir de manera sana sin faltar el respeto a tu pareja, sin subir la voz y tratando los temas con objetividad y dejando a un lado el drama) son bastante tóxicas. Aquellos choques en los que el chantaje, el victimismo, los extremos, las amenazas o los insultos aparecen, pasan una factura demasiado grande a la relación, factura que, a no ser que cambie la manera de abordar los conflictos, termina por separar a la pareja.

El futuro no es un tema de conversación especialmente claro, igual ni formas parte de la ecuación. No, planear juntos qué vais a hacer el fin de semana que viene no es que te vea en su futuro. Si en sus planes a medio o largo plazo, no tienes cabida, deberías plantearte si te compensa o si quieres seguir en un barco con destino a ninguna parte. Igual el trayecto merece la pena, pero en tu fuero interno, ¿te parece bien ir a la deriva?

-Pero no hace falta poner la mira en el futuro, ya que también sientes que no formas casi parte de su presente. Y es que por mucho que te gustaría, no comparte su vida contigo. Eso sí, bien que se encierra en la habitación a contarle con todo detalle a su madre el acompañante del segundo plato del menú del día de hoy.

La falta de comunicación, que llegue a casa y no te diga cómo le ha ido el día, que solo tenga ojos para el teléfono o que prefiera sentarse delante de la televisión a cenar, antes que pasar un rato contigo en la cocina poniéndoos al día, son otros detalles que también han anticipado el final (o al menos una crisis importante). También se puede aplicar a cuando tienes que enterarte de las cosas o planes de su vida por terceras personas.

No te sientes tú porque, de alguna manera, no te ves con la libertad de mostrarte tal cual eres cuando estás en compañía de tu pareja.Algo que puede ir desde que no te sientas con confianza de dejar salir tu auténtica forma de ser, hasta que actúes de manera totalmente diferente en su presencia.

-La felicidad depende de cada uno, por supuesto, pero cuando decidimos embarcarnos en una relación es porque, a nivel emocional, sentimos una ilusión, una seguridad y un bienestar. Cuando no te sientes feliz y en tu fuero interno, algo te dice que aquello no marcha, es más que seguro que aquello esté en peligro.

Así que si, por lo que sea, has encontrado varios puntos en los que tu relación está perfectamente reflejada, evitar el problema no es sinónimo de cerrar los ojos ante él, sino sacarlo en la pareja y solucionarlo (al menos si ambos miembros quieren seguir adelante, claro).

Duquesa Doslabios.

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Sexo en la playa, ni tan bueno ni tan sano

Las vacaciones dan pie a intercambios sexuales tan variopintos e inesperados que, cómo no iba a convertirse en una tentación dejarse llevar por el momento en la playa. Hasta tiene un cóctel que refleja ese deseo de fusionarse enfrente (o dentro) del mar, el Sex on the Beach.

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Pero por idílico que pueda parecer, y por mucho que el beso de De aquí a la eternidad sea uno de mis favoritos -así como una de escenas con mayor carga erótica del cine-, no todo lo que reluce es oro.

Hay una serie de precauciones que se deben tener en cuenta si no quieres dejar de lado la salud.

Si eres lectora, sabrás que tanto las playas como las piscinas son los lugares más idóneos para terminar con una cistitis. Evitarlo es tan sencillo como hacer pis después del arranque pasional (tú verás dónde o si puedes esperar a llegar a uno de los bares del paseo marítimo).

La escena de Deborah Kerr, siendo bañada por las olas, mientras besa a Burt Lancaster como si no hubiera un mañana, puede ser tentadora de imitar, pero no dejes que la ropa interior quede mojada, es el caldo de cultivo ideal para que crezcan microorganismos y bacterias.

Y hablando de proteger la vulva mientras tu escarceos veraniego tiene lugar, no te olvides de evitar que la arena entre en tu zona íntima. Puede parecer mullida e inocente, pero en un lugar tan delicado puede llegar a producir microabrasiones.

Eso sin contar que, por mucho que la veas impoluta, la arena esconde las mismas bacterias que el mar. Piensa que los pájaros y otros animalitos de la fauna marina (así como el niño pequeño de turno), la usan como baño público. Una manta, la toalla o poner algo debajo de la zona de contacto, solucionará el problema.

Lo bueno es que el agua, con la que puedes aclararte en cualquier momento, está al alcance de la mano. Si es solo para quitar la arena del cuerpo, el chapuzón puedes dártelo sin problema.

Pero si sospechas que algo ha entrado, es mejor que vayas a la ducha, ya que el agua salada puede dar sensación de escozor.

Hablando de agua, antes de cumplir la fantasía de fusionarte con tu pareja en el mar, recuerda que, una vez sumergida, la lubricación vaginal desaparecerá. Aunque no es muy habitual llevarlo en la bolsa de la playa, un lubricante con base de silicona será la solución al problema.

Por supuesto, la protección es incuestionable. Todavía existen personas que se fían de la creencia popular de que es imposible quedarte embarazada si tienes sexo en el agua.

No solo puede suceder sino que es vía de contagio de todo tipo de ETS. Como en el agua te arriesgas a que se rompa el condón, es mejor si te limitas a realizar la actividad en la orilla (y abriéndolo con cuidado y las manos limpias).

Al final, puede que haya que tener algunas cosas en cuenta, pero lo importante es que pasar un buen rato pegados al mar sin poner en juego la salud, no es imposible.

Duquesa Doslabios.

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