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No imaginaba que llegaría a excitarme que huelan mi ropa interior

Sí, claro que tengo prácticas sexuales que nunca probaría. Uno de mis límites preestablecidos en el dormitorio (o en la parte que sea de la casa), sería el sexo bizarro. Sigo sin verle el lado erótico por encima del escatológico.

Otras sospechaba que no me iban a gustar -como por ejemplo que me escupan en la cara-. Y, después de probarlas, he confirmado que no van conmigo.

Hay un tercer grupo que no me planteaba hace unos años, pero ahora se ha incorporado a mi lista de fetiches. Es el caso de la misofilia o burusera.

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¿Significa eso que he empezado a excitarme con la imagen de unos calzoncillos usados tirados por el suelo? No (al menos todavía).

Me posiciono en el bando contrario, el de la voyeur fetichista que disfruta observando cómo su propia lencería produce ese efecto en la otra persona. Uno de mis nuevos estímulos más efectivos.

Supongo que se me juntan una serie de razones que van más allá de la satisfacción sexual cuando siento que domino la situación, como es mi lado feminista de mujer empoderada que se rebela ante lo socialmente aceptado.

¿Hay algo más morboso que lo que nos dicen que está mal de nuestro cuerpo -ese flujo vaginal que debemos eliminar, camuflar o perfumar a toda costa, que en los anuncios debería ser color azul y oler a suavizante de ropa-, excite a una persona?

Se me ocurren pocas cosas que me hayan encendido tanto como ver a alguien llevarse un tanga, que me acabo de quitar unos segundos antes, a su cara y olfatearlo.

Con delicadeza y cerrando los ojos, de la misma forma que olería una buena copa antes de llevarse a los labios el vino tinto.

Una sensual cata con resultado inmediato: a cada inhalada aumenta su excitación de manera proporcional al tamaño de su miembro.

El morbo de que sea algo tan íntimo mío -aquí también entra el juego el pudor, por supuesto– sumado a que se considera un olor prohibido, me hace sentir tan agitada como poderosa sobre él.

Y esa sensación de control, de saber que una parte de mi cuerpo pueda provocarle esa reacción, es embriagadora (y me preocupa que adictiva).

Incluso la idea de regalárselo, sabiendo que en un futuro vaya a tocarse volviendo a acercar mi ropa interior a su nariz, también me provoca. No hace falta que estemos en persona para que podamos encontrar placer juntos.

Solo me pregunto quién sería más fetichista de los dos: ¿el fetichista o quien encuentra placer viendo excitarse al fetichista en pleno fetichismo?

Duquesa Doslabios.

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Vender agua de baño usada, el conflictivo fetichismo de Belle Delphine

Que los fetichismos son de lo más variopinto, son algo que en el momento en el que descubrí que había gente a la que le excitaba vestirse y comportarse como un caballo, me quedó más que claro. De hecho, toparme con la Burusera, la venta de bragas usadas, fue algo que también me llamó la atención al ser una experiencia mucho más extendida de lo que esperaba.

FACEBOOK BELLE DELPHINE

Incluso, casualmente, tuve la oportunidad de vivirla en primera persona cuando puse a la venta un body en Wallapop y solo había hombres interesados en adquirirlo, lo que me produjo sentimientos encontrados. No era esa la intención que tenía cuando pensaba en darle una segunda vida a la prenda.

E incluso cuando quería deshacerme de unas zapatillas de deporte, algún fetichista poco sutil me preguntó cómo de usadas estaban.

Y aunque nunca ha pasado por mi mente compartir ese tipo de productos personales con desconocidos que le darían un uso sexual -prefiero compartirlo con alguien que conozca en el caso de que lo disfrute-, me consta que ciertas mujeres encuentran una forma de sacarse un dinero en este tipo de ventas como os conté en esta publicación.

Bragas, calcetines, deportivas… El armario de ropa interior parece haberse quedado obsoleto en la parafilia. El nuevo objeto de deseo va más allá y es igual o más personal que todos los anteriores: agua de baño.

Esta ocurrencia tan loca ha sido la que la cosplayer Belle Kirschner, conocida artísticamente como Belle Delphine (también os hablé de ella aquí) le ha propuesto a sus seguidores.

Aunque empezó con tarros de 250 ml, el éxito de su Gamer Girl Bath Water llegó hasta eBay con subastas disparadas. Algo que debió hacerle reflexionar y tomar nota para hacer la acción a mayor escala.

«Voy a vender agua de baño por última vez», empezaba la publicación de la cosplayer. «La diferencia es que en esta ocasión es suficiente como para ahogarse en ella. Si estás extra sediento, no busques más. También tendrás un vídeo personalizado en el que aparezco bañándome en el agua que te mando».

Eso sí, como la propia Belle recuerda: «No es para beber, solo para fines emocionales», ya que más de un fan ha colgado vídeos en Youtube ingiriendo el líquido de los tarros.

Más de seiscientos mil likes y un gigantesco «Agotado» acompañaban la publicación de Belle Delphine. Un paso más en el fetichismo convencional que ha causado todo tipo de reacciones.

Mientras que muchos han calificado la acción como «genial» o «icónica», hay quienes la consideran, simple y llanamente, asquerosa.

Por mucho que respete la libertad de cada uno de hacer con su cuerpo lo que le de la gana, hay dos cosas que me chirrían. En primer lugar el precio, 10.000 dólares por agua usada. Cuando en Etiopía parte de la población tiene que escarbar para conseguir un poco de agua, llena de lodo, para poder llevarse a la boca, la idea de vender agua usada por casi 8.99 euros es cuando menos indignante.

Sobre todo porque no solo hay quien está dispuesto a pagar ese dinero por una satisfacción sexual, sino también por quien está dispuesto a utilizar ese agua para lucrarse.

En segundo lugar, la higiene. Aunque se ha puesto en tela de juicio si el agua es o no es auténtica, pensar en recibir agua usada para darse un baño por otra persona, no es precisamente lo más limpio que se me viene a la cabeza (vale que tampoco lo es recibir bragas sudadas llenas de flujo).

Que se popularice un producto que, de ser auténtico, llevaría células muertas, hace que me pregunte qué es lo siguiente que nos espera en el camino del fetichismo. ¿La roña de los dedos de los pies? ¿Toallas con sudor de la axila? ¿Mocos?

Pero sobre todo, ¿realmente estamos dispuestos a comprar estos productos? Porque sin demanda no hay oferta…

Duquesa Doslabios.

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«Llevo vendiendo mi ropa interior desde hace 2 años»

Ninette Shibara (@ninette_shibara en Instagram) es el alias escogido por una joven de 27 años que se dedica, además de al modelaje, a la venta de ropa interior usada.

PIXABAY

«Llevo vendiendo mi ropa interior desde hace 2 años», me dice la embajadora de Panty.com en el Salón Erótico de Barcelona.

La curiosidad es demasiado grande como para no preguntarle qué fue lo que le hizo decidir empezar a hacerlo. ¿Cuestión de gusto? ¿Necesidad? ¿O es que tenía demasiada lencería gastada y ponerla en venta podría ser una manera de renovar el armario?

Me dice que empezó de manera casual vendiendo productos normales, en concreto una falda. Fue cuando un usuario le preguntó si le vendería algo más íntimo. De ahí pasó a convertirse en una de las vendedoras de ropa interior usada más activas.

La burusera, el fetichismo por las prendas íntimas usadas, no le resultaba totalmente ajeno a Ninette.

«Ya había experimentado con el fetiche con alguna expareja», comenta. Y si bien había utilizado la web de segunda mano para vender algunas de sus pertenencias, su cuenta terminó siendo censurada hasta encontrar a Panty.com, una plataforma específica para la venta de este tipo de mercancía.

Por lo general define la experiencia como buena. Se trata de una faceta que no se desarrolla a expensas de su pareja, algo que entiende al formar parte de su vida.

«Él acepta esta parte de mi sexualidad. Siempre lo ha visto con respeto», afirma Ninette.

No solo de bragas vive el fetichista de ropa interior. Las medias o calcetines usados son otros productos cuyo éxito está garantizado. «Pero calcetines súper sudados», llega a decir la vendedora.

¿Su venta más beneficiosa en estos años? Un body que compraron por 100 euros.

«Las personas cada vez son más abiertas de mente, ya no tienen miedo«, dice la modelo, aunque admite que todavía falta un poco para que se vea con buenos ojos a quienes les gusta masturbarse oliendo bragas usadas.

Duquesa Doslabios.

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En defensa de la venta de bragas usadas tras la polémica de Ana Rosa Quintana

Es difícil pensar en un momento de la historia en el que la sexualidad de la mujer no causara controversia, incluso actualmente continúa dando pie a debate con temas como el consentimiento o la maternidad.

PANTY.COM

¿El último a añadir a la lista? La venta de ropa interior usada.

Después de la polémica que se generó a raíz del programa de Ana Rosa Quintana sobre este tema, la portavoz de Panty.com, una plataforma que se dedica precisamente a poner en contacto a las vendedoras de bragas (que son al mismo tiempo quienes ‘crean’ el producto) con los clientes, responde como firma invitada:

¿Y si la sexualidad de las mujeres fuera como la de los hombres?

Es un día entre semana cualquiera y cualquier ama de casa, estudiante universitaria o mujer joven desempleada, puede estar viendo la televisión tranquilamente en su hogar.

De pronto, el programa de Ana Rosa, uno de los programas matinales con más ‘share’, decide crear un vídeo en el que habla de la prostitución entre estudiantes para pagar sus estudios. Además, indaga más en el sector y relaciona la venta de ropa interior usada con la prostitución.

¿Cuál es la crítica en este reportaje?¿ A la prostitución en general, a que las estudiantes realicen esta práctica, a la falta de ayudas para el pago de los estudios? Difícil de comprender, pero tema fácil para crear controversia.

El ejemplo de la venta de ropa interior usada se expone como una práctica a la que las estudiantes se ven forzadas, incluso cuando la única chica que aparece como testimonio comenta todo lo contrario, afirmando que lo hace de manera libre.

En cualquiera de los casos, el redactor va señalando, con comentarios muy negativos, lo que esta joven hace.

Sin adentrarnos en los detalles, la ‘Burusera’, es decir, la venta de ropa interior usada, se inició en Japón.

¿De qué trata? Fácil y simple. En un fetichismo. Si se mira la definición de fetichismo encontramos que es una idolatría, una veneración y, en este caso concreto, a la ropa interior usada. Una práctica no solo común en Japón, también en gran parte del mundo occidental.

PANTY.COM

Una ‘web’ como Panty.com, con mercado en español, registra más de 80.000 miembros a nivel mundial. Un número bastante alto para ser un mero fetiche. Parece algo más común de lo que se piensa.

Mujeres, adultas, que deciden llevar a la práctica un fetichismo para generar una satisfacción, no solo en los compradores de sus prendas, sino en ellas mismas.

Excitación, morbo o masturbación, son las prácticas más comunes entre las mujeres que ofrecen sus bragas. Las hay que lo hacen por el aporte económico exclusivamente, pero como cualquier otro trabajo, nadie lo desarrolla si no está a gusto en el mismo.

El vídeo que este programa matinal decidió mostrar, no solo pretendía crear una atmósfera negativa alrededor de todas las temáticas y juzgar a las mujeres que aparecían en el vídeo. También, ponía en entredicho la capacidad de decisión de una mujer a hacer lo que le venga en gana en el plano sexual.

¿Cuándo se empezará a ver la sexualidad de la mujer como un mundo libre y abierto? ¿Por qué no se puede admitir que una chica quiera vender sus bragas y además esto “le ponga”? ¿Por qué de puertas para afuera queremos aparentar, y sin embargo en casa damos rienda suelta a nuestra imaginación?

El día que a la mujer se le trate como una persona adulta con una sexualidad completa, se podrá vivir en una sociedad libre de prejuicios, en la que este tipo de noticias en programas matinales, ya no lo sean.