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No cumplimos nuestras fantasías, el obstáculo de la sexualidad femenina

Cuando estuve varios años en una relación de pareja, que él cumpliera sus fantasías era uno de mis objetivos.

Las que fueran, siempre y cuando yo me encontrara cómoda. Y conseguí poner en práctica la mayoría de ellas.

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En cambio, cumplir las mías propias, estaba en un segundo plano para mí y para él, por su parte no tenía la misma prioridad.

Por mucho que había insinuado qué era lo que me gustaría que él hiciera (o llevara, más bien), me quedé con las ganas.

Puedes pensar que soy una excepción, pero si repaso uno de los últimos estudios que se han hecho sobre la evolución de la sexualidad de la mujer española, mi caso es bastante habitual.

El análisis de Gleeden llega a la misma conclusión que mi vida íntima: las mujeres cumplimos en menor medida nuestras fantasías sexuales.

Y, además de que te toque una pareja poco abierta a cumplirlas, como me ha pasado a mí, hay otras razones por las que nunca le vas a ver vestido de bombero o haciéndote un baile erótico mientras se desnuda.

Por ejemplo, las veces que tenemos deseo sexual superan a las veces que tenemos relaciones sexuales al mes (chúpate esa, mito que dice que nuestra libido es más baja).

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Así que casi el 40% de las veces que tenemos ganas, no tenemos relaciones con nadie.

Aunque tanto cuando estamos en pareja, como cuando no, la masturbación es una gran aliada para esas situaciones (y los juguetes ni te cuento).

Afecta también la manera en la que concebimos el sexo. Seguimos el guión de que la penetración es la reina del dormitorio (o del coche, no entro en los sitios donde quieres dar rienda suelta a tu pasión).

La práctica alternativa más repetida después del coito es el sexo oral y después la masturbación en solitario.

Muchas otras prácticas apenas tienen peso o directamente no entran en nuestro radar. Cuando abrirse de miras sexuales es fundamental.

El estudio señala el swinging (intercambio de pareja) y el trío sexual como las fantasías que menos se ponen en práctica.

Pero vaya, que más allá de tener sexo con más gente, hay un sinfín de experiencias que no realizamos tampoco como hacerlo al aire libre, tener espectadores, el sexo anal, el bdsm

Así que para ponerle solución propongo por un lado hacer ese trabajo de investigación de qué es lo que realmente nos pone.

Definir nuestras fantasías es tenerlas claras y saber cómo ejecutarlas (ya me lo agradecerás si investigas antes de ponerte a hacer la lluvia dorada por primera vez).

En segundo lugar contarlo abiertamente, porque debemos comunicarlo para que la otra persona sepa qué nos gusta -y si quiere participar-.

Y, en tercer lugar, dar con alguien que se apunte a ponerlo en práctica.

Si no se dan las tres, seguiremos montándonos las películas eróticas en nuestra cabeza sin que salgan de allí y dando pie a que el próximo estudio revele lo mismo, que no se cumplen nuestros sueños húmedos.

Mara Mariño

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Por complacer a los hombres

Voy en el avión de regreso a Madrid. En una revista británica encuentro una columna de Lisa Taddeo -autora del libro Three women- que cuenta como, con 14 años, se quedó dormida en la playa, despertando una hora más tarde por una extraña sensación.

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Un hombre -con bigote, recuerda- le estaba lamiendo la axila. Ante la situación, medio dormida, confusa e incómoda, solo atinó a decir «Lo siento» antes de irse corriendo, viendo que el hombre se había quedado a la espera de ver si ella se animaba a continuar una vez despierta.

Treinta años más tarde reflexiona en el papel que leo sobre aquella disculpa y sobre tantas otras cosas que, a lo largo de su vida, ha hecho por complacer a los hombres, por no molestarles.

Habla de una vez que, aún más pequeña, un hombre le preguntó la edad. Tras afirmar que tenía 12 años, el sujeto le contestó que, si en el campo había césped, se podía jugar el partido.

¿Su respuesta? Una risa incómoda que ahora le pesa al igual que esa disculpa al desconocido con bigote de la playa. Dos salidas presa de los nervios que, actualmente, querría haber cambiado por un «Lárgate cerdo asqueroso».

Me resulta inevitable, en un momento dado del vuelo, dejar la revista a un lado y reflexionar sobre mí misma. Sobre aquella vez que aguanté durante horas la conversación de dos extraños en la parte de atrás de un autobús, volviendo sola de las fiestas de Las Rozas, por miedo a que me hicieran algo.

Las carcajadas a modo de broma cuando uno de los amigos del bar de debajo de mi casa me decía que fuera al baño, que me esperaba ahí para tener sexo salvaje.

Las ocasiones en las que he esbozado una sonrisa forzada porque el novio de turno me decía que por qué estaba tan seria. E incluso los emojis de risa cuando un conocido se puso a gritar debajo de mi ventana para que me asomara y en realidad estaba metida en la cama muerta de miedo.

Todas esas veces que me callo cuando el de al lado se abre de piernas en el metro como si todo el espacio fuera suyo. O cuando seguí teniendo sexo con un tío al que le iba el rollo duro, pese a no estar cómoda, porque tenía miedo de que, si intentaba irme, se pusiera más violento.

Y me voy llenando de rabia porque sé que, como las mías, las historias del estilo en mi círculo se multiplican. Y pienso que quizás ya es el momento de dejar de ser educadas y complacientes y empezar a soltar más a menudo un «déjame en paz», un «lárgate de una vez»a tiempo.

De echarle ovarios y no pensar solo en que hay que hacer lo que les salga de los cojones.

Duquesa Doslabios.

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