Archivo de mayo, 2019

Mujer, tú te lo has buscado

Es difícil hoy en día ser mujer y que no te pesen las entrañas más de lo que te gustaría. Se me retuercen cada vez que discuto con ese amigo que no entiende que quiera que mis hipotéticos hijos puedan llevar primero mi apellido, cuando me dicen algo por la calle o, peor, cuando se lo dicen a otra mujer y sé exactamente cómo se siente.

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Me duelen hasta el punto de dejarme sin hambre cuando leo un diario y veo que la cifra de mujeres asesinadas aumenta lenta pero inexorablemente, como si fuera un contador al que le hubieran dado cuerda.

Cada vez que leo un nombre, conozco una historia o veo una foto, mis entrañas hacen acto de presencia llegando incluso en ocasiones a provocarme náuseas reales que me piden que deje, por un instante, lo que estoy haciendo para respirar hondo en el baño.

El malestar de ser mujer no se reduce a los días en los que puede tocarme una regla especialmente dolorosa, porque esos son los de menos. El malestar que me aqueja es el de ese número que no para de crecer a sabiendas de que ese día, y todos los que le precedan, faltará una Marta, Laura, Sonia o, desde anteayer, otra más. La más reciente, pero no la última desgraciadamente.

Señalar un culpable va más allá de nombrar a aquellos que hicieron circular su vídeo, que pasaron por su lugar de trabajo para ponerle cara (y cuerpo) a aquellas imágenes. Está por encima de eso (lo que no les exime de su comportamiento).

El verdadero culpable se llama machismo y tiene una doble moral muy peliaguda. Si ese vídeo hubiera sido de cualquiera de esos hombres, aquello habría quedado en anécdota, en un chiste de grupo de Whatsapp que al poco tiempo se pierde o, en todo caso, en un choque de manos discreto por semejante demostración de hombría.

En algo que no habría pasado más allá de alterar (si eso) una noche el sueño. Pero siendo mujer, el sexo no solo está mal, sino que es herramienta de represión, de culpa, arma arrojadiza como de aquellos que dicen que iba pidiendo guerra por ir enseñando las piernas.

La sexualidad solo está permitida si está al servicio de los hombres. Ahí es entonces cuando la mayoría salen esgrimiendo la lista de argumentos a favor de la prostitución o de las azafatas de Fórmula 1, de hacer con nuestro cuerpo lo que queramos que para eso somos mujeres libres y empoderadas. No les verás defendiendo nada que salga de ahí.

La diferencia es que, si en tu libertad y empoderamiento grabas un vídeo o mandas imágenes, lo que te espera no es un gran recibimiento, es acoso, humillación, ansiedad, depresión. O te sometes y aceptas esa sexualidad aprobada por el heteropatriarcado (de la que se benefician), o te castigan cuando la utilizas por y para ti hasta el punto de que contemples quitarte la vida.

Un sendero muy oscuro que es el que ha emprendido, sin sentir que tenía más salida, la última víctima de violencia machista.

Es también el mismo pensamiento machista el que dice que no grabes eso, que controles tu cuerpo, que tapes el escote, que no lleves pintalabios, que no vayas a los toros con minifalda, que no bebas, que no te grabes, porque ellos no van a poder controlarse en cualquiera de estos casos.

Una vez más, que liberes tu sexualidad solo si es para su uso y disfrute, nunca para el tuyo porque, entonces, te atienes a las consecuencias.

«Tú te lo has buscado».

Grábatelo fuerte, a fuego, es la frase que más nos dicen.

Esta manera de eximirse de la responsabilidad, entra en la lista de argumentos que retuercen mis entrañas. Porque el dedo, una vez más, señala a esa chica que se mudó sola a otra ciudad y salió a correr, señala a esa que quedó a hablar con su exnovio sin saber que terminaría asesinada por quien tantas veces le dijo que le quería, señala a quien, grabó ese vídeo disfrutando de su cuerpo y de un momento de placer sin hacerle daño a nadie.

¿Pueden decir lo mismo quienes lo han visto, compartido y aprovechado la situación para pasearse por su puesto de trabajo?

Nos señala a nosotras por ir cortas, por bailar, por coquetear, por tomarnos dos copas de más, por grabarnos al follar. Y yo me pregunto ¿cómo es que, si nos señala a nosotras como culpables, somos nosotras las únicas víctimas que morimos a manos (o, en el caso de la mujer que se ha suicidado, por causa) de ellos?

El Time’s Up debería referirse a que se termine el machismo, no a que a las mujeres se nos agote el tiempo de vida.

Duquesa Doslabios.

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‘Gagging’, el sexo oral que pasa de las arcadas a las lágrimas

Hace poco os hablaba de la ‘arcadización’ de las felaciones, de esa costumbre que parece que muchos han adquirido mientras practicamos sexo oral de estrujarnos la nuca contra la entrepierna hasta que nos entran ganas de vomitar. Y de lo poco que nos gusta a las mujeres, claro.

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Muchos (hombres, claro) alegaban en los comentarios o me replicaban en las redes sociales que no, que había mujeres a las que les encantaba, que les producía excitación notar el glande hacerle cosquillas a la campanilla y que ellas tenían tanto derecho de disfrutar de las arcadas como ellos de la mamada.

La diferencia es que la arcada no es una sensación ni placentera ni agradable y el hecho de realizar sexo oral en el que aparecen las contracciones que preceden la expulsión del vómito es algo que se basa únicamente en el imaginario erótico masculino.

Esta práctica, en la que se ve pasarlo a una mujer mal, entre espasmos, toses, mocos y lágrimas, tiene hasta nombre: el gaggingque se podría traducir literalmente del inglés por «tener arcadas».

Basta poner la etiqueta en cualquier página de contenido erótico para que el buscador nos devuelva cientos de resultados en los que las náuseas están garantizadas hasta el punto de ver a la actriz al borde del llanto.

Pero lo que hay en realidad detrás de un vídeo de gagging, lo que tiene detrás, es una triquiñuela más de las películas pornográficas.

Una máscara de pestañas que no es resistente al agua que hace que termine la cara como si volvieras de fiesta a las cinco de la mañana para hacer aún más exagerado ese aspecto dramático de llanto desconsolado.

¿El gran peligro de esto? El mensaje que se transmite de dominación y maltrato. Trátala mal, aunque se queje. Mal hasta que se asfixie, hasta que llore, hasta que veas que no puede contener las lágrimas, hasta que se le corra el maquillaje. Porque eso es lo que has aprendido en el porno. Porque eso es lo que tan cachondo te ponía cuando te masturbabas, una mujer asfixiada sollozando.

Para evitarlo, Canadá me parece el mejor ejemplo ya que la Canada Border Services Agency vigila cada tres meses las películas que entran en el país de este estilo.

Entre las cosas que no pasan la criba están «sexo con dolor o violencia. Situaciones que envuelvan pegar, tener arcadas, asfixiarse, quemar o actividades que irriten zonas del cuerpo». Tampoco tiene cabida la humillación con el objetivo de excitar sexualmente.

Sin embargo, y por mucho que me gustaría que tuviéramos algún tipo de regulación, por lo pronto lo único que podemos hacer es ser conscientes de la violencia que encierran estos vídeos, una violencia que se aprende y se pone en práctica pensando que es lo normal y lo sexualmente sano cuando nos encontramos ante un intercambio incómodo y desagradable para una de las partes.

Duquesa Doslabios.

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Ojos que no ven o por qué deberías bloquear a tu ex de las redes sociales

Hoy en día, bloquear a alguien de una red social es casi tan grave como salirse de un grupo de Whatsapp, la pena capital del siglo XXI.

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Por lo general, al terminar una relación, hay un punto de inflexión en nuestra personalidad digital. Esas alegres imágenes en Instagram del viaje a Cuenca ya no parecen brillar igual. Pero sabes que, en el fondo, hay algo que te frena a la hora de borrarlas y luego bloquear a tu expareja.

Y es que se nos tacha de actuar bajo el despecho, el resentimiento o la inmadurez, sentimientos que en la era donde todo viene acompañado de etiquetas como #goodvibes están muy mal vistos.

Sin embargo, cuando tenemos necesidad de hacerlo, es el momento de dar un paso al frente y pulsar la opción «dejar de seguir» o eliminar de mi lista de amigos.

Bloquear a alguien con quien hemos tenido una relación, puede ser hasta terapéutico según los expertos en la materia.

Por mucho que sepamos que esa relación ha terminado, en ocasiones mantenemos la costumbre de meternos en su perfil.

Nos fijamos en cada detalle de la foto que sube -qué sitio es, si es el mismo al que nos llevó aquella vez-, cotilleando quién es la persona que le ha dejado ese comentario lleno de emoticonos enigmáticos.

Tirar del hilo lleva incluso a analizar también esa cuenta, descubriendo que tiene una hermana que va a clase de inglés con tu compañera del master y preguntándote si podrías averiguar más. Una bola de nieve que va creciendo a cada link.

Si el dolor todavía está ahí, ver imágenes de la otra persona puede hacer todavía más dura la separación. ¿Por qué torturarse de esa manera? ¿No es mejor evitar que, cada dos por tres, salgan sus stories de fiesta?

¿Por qué estar cómodos en la incomodidad o añadir una infelicidad innecesaria a nuestras vidas? ¿O es que después de una ruptura nos volvemos un poco masoquistas?

Bloquear y hacer que desaparezca (al menos de tu mundo digital) ayuda a seguir adelante y a poder superarlo al ritmo de cada uno.

Cuando hemos tenido una relación abusiva esta es, sin duda, una de las manera de salir de ella. Cortando todo y de golpe, evitando dejar resquicios por los que pueda volver a entrar un discurso manipulador o victimista. Romper el vínculo emocional y acompañarlo del físico, mental y social.

No es algo obligatorio en todas las separaciones, por supuesto. Una de las excepciones a la opción de bloquear se da cuando el amor se ha acabado pero queréis probar lo de ser amigos.

Para todo lo demás, ya lo dice el refranero: “Ojos que no ven, corazón que no siente”, sobre todo en la era de Instagram.

Duquesa Doslabios.

Mayo, con M de ‘masturbación femenina’

Mayo es conocido por muchas cosas: la gala del Museo Metropolitano de Arte, el Festival de Cannes… Pero hay una celebración a lo largo de todo el mes que hace que sea especialmente significativo para nosotras: es el mes de la masturbación femenina.

BIJOUX INDISCRETS FACEBOOK

Que exista esta especie de reconocimiento es importante por varias razones. En primer lugar porque es una manera de visibilizarla.

La masturbación femenina existe, sucede, y, en algún lugar del mundo, en este preciso momento, hay una alcanzando el orgasmo por si misma. Las mujeres tenemos deseo sexual, nos tocamos y disfrutamos haciéndolo. Somos libres de relacionarnos con nuestro cuerpo de una manera erótica.

En segundo lugar, dedicarle un mes pretende hacer hincapié en que se pierda ese significado negativo. Un tabú que comenzó con la represión de la Iglesia católica, gran encargada de etiquetar todo lo relativo a las mujeres como prohibido, y que consiguió que incluso se llegara a ver como poco deseables las prácticas como la equitación o montar en bicicleta por los roces.

Han pasado décadas desde la liberación sexual, pero sigue vigente esa vergüenza tan de patio de colegio donde enseguida te señalan cuando el listo de turno sale con el «te haces dedos». Mientras que, en la adolescencia, las pajas masculinas son casi la conversación cotidiana de cada día.

Por mucho que hayamos avanzado, la masturbación femenina todavía sigue siendo un misterio, o quizás, más que un misterio, algo mal enseñado. Con esas fantasías tan de película de que necesitamos introducirnos todo tipo de objetos por los orificios para encontrar el placer.

He tenido más orgasmos con la yema de un dedo (hábilmente colocada sobre el clítoris, por supuesto) que con todos los penes que han pasado por mi camino.

Lo bueno de este mes es que nos recuerda que, en la masturbación, todo vale (como en el amor). Cualquier tipo de estímulo, de lectura, de imagen o de juguete puede ser desencadenante de placer. La imaginación es el límite.

Los beneficios de la masturbación son unos cuantos (podéis informaros más a fondo aquí), pero el principal es que es una manera de conocer nuestro cuerpo, de saber cómo funcionamos. También es una forma sana y natural de querernos, de relajarnos y de responsabilizarnos de nuestro placer, que es algo que, antes que de nadie, depende de nosotras.

Duquesa Doslabios.

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¿Por qué hay hombres que nos mandan fotos (que no hemos pedido) de sus genitales?

La primera vez que recibí una dick pic, el nombre que reciben las fotografías de genitales masculinos, se había colado en mi buzón de entrada de la página de Facebook que utilizo profesionalmente. Ahí estaba, sin comerlo ni beberlo (literalmente). El pene de un desconocido que se había hecho un perfil falso para poder mandar impunemente sus partes íntimas.

DIM Facebook

En el momento me sentí asqueada. No se me ofenda nadie, pero no es que lo que los hombres tienen entre las piernas sea precisamente ‘instagrameable’.

Era el hecho de que no le conocía de nada y me había mandado aquello sin tan siquiera preguntar si me apetecía verlo, sin ningún tipo de confianza, sin calzoncillo ni nada.

Igual era mi moralina de ex alumna de colegio de monjas lo que hacía que sintiera aquello como algo malo. Luego, hablando con otras mujeres de mi entorno, descubrí que lo de descubrir ‘fotopenes’ era más habitual de lo que sospechaba.

Y no solo en páginas de Facebook. Redes sociales de conocer gente, privados de Twitter, WhatsApp… ¡Hasta por AirDrop!

Lo que realmente me intriga es qué lleva a un hombre a compartir esas imágenes. No digo que las mujeres no compartamos este tipo de fotografías (aunque me consta que lo de mandar la vulva a desconocidos no es algo que estemos habituadas a hacer). Por lo general solemos esperar a que haya más confianza con la otra persona

Así que, para arrojar algo de luz sobre el asunto, os sugiero que me acompañéis en este paseo por el cerebro masculino.

Lo que averiguo según diferentes psicólogos de rincones variados del globo, es que las ‘fotopolla’ forman en mayor medida parte de la estrategia masculina. Incluso encuentro algunos estudios al respecto, extranjeros en su mayoría, que establecen en un 40% el porcentaje de mujeres que han padecido estas imágenes.

Y sí, digo padecido porque solo tienes que hablar con las mujeres de tu entorno para confirmar que lo de recibir en los mensajes directos fotos de penes no es ni tan ajeno como nos gustaría, ni algo que nos haga ilusión encontrar.

Los mismos expertos son los que han tratado de buscarle una explicación lógica a esta conducta afirmando que hay quien lo hace porque lo consideran su orgullo, algo digno de admirar y reverenciar, por lo que es considerado un gancho tan bueno para suscitar interés como cualquier otra parte del cuerpo.

Quienes pretenden conquistar viven ajenos a que es algo que nos hace sentir incómodas. En su cabeza el plan es espectacular: mágicamente ver eso va a hacernos dar el siguiente paso. El efecto que consigue es que demos pasos, sí, pero en dirección contraria preguntándonos a nosotras mismas si realmente tenemos suficiente ciudad para no cruzarnos nunca con esa persona.

Lo único que me gustaría aclararle a esos caballeros es que solemos preferir una foto de los ojos o de los labios. Que igual si empiezan por ahí es menos violento y no termina la conversación en un silencio incómodo o en un bloqueo.

Los profesionales afirman también que es una manera de enfrentarse al miedo al rechazo, una manera de pasar la prueba sin tener que afrontar en persona la situación. Si la foto consigue pasar la ‘nota de corte’, es para ellos una manera de recibir validación, de que aumente su seguridad, en otras palabras: una inyección de autoestima.

Es una especie de El Gran Gatsby versión 2.0, solo que, en vez de pasearte por las fastuosas fiestas, el Jay moderno te manda la foto de un pene para impresionarte.

En mi opinión, añadiría que quien hace esta práctica la utiliza también porque es una manera de ejercer poder, ya que no puedes evitar recibir ese tipo de imágenes que no suelen pedirte permiso para mandártelas. No es una foto que entre dentro de un contexto, no es porque la conversación fuera sobre penes, aparece ahí y ya.

Se puede llegar a considerar una práctica violenta porque es una evolución del exhibicionista con gabardina que saltaba de repente de una esquina y huía tras impactar a sus víctimas.

Como es algo imposible de prevenir (nunca sabes de dónde te va a venir la siguiente captura), hago un llamamiento para que, si realmente hay hombres ahí fuera que tienen la urgente necesidad de mandar sus partes íntimas, pregunten primero. Que se nos dé la opción de poder decir que no y sea, como debería ser siempre, una respuesta que se respete.

Duquesa Doslabios.

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¿Eres un putero? Eres ‘una caca’

Quiero darle las gracias a Twitter por hacer que me encontrara con un vídeo en el que aparecían dos boñigas hablando sobre tener sexo con prostitutas.

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«Le follé la cara con tanta fuerza que casi vomita un par de veces, se le saltaban las lágrimas», dice uno de los protagonistas en un diálogo que concentra las frases que se pueden leer en cualquier foro de hombres que frecuentan estos servicios, poco antes de ser pisados por un pie.

La obra de animación de Lula Gómez dejaba muy claro el mensaje: si pagas por sexo, eres una caca.

Es una ingeniosa manera de resumir en 40 segundos por qué la sociedad funcionaría mucho mejor sin puteros. Y si el vídeo no os toca de alguna manera, espero que con mi opinión sirva, por lo menos, para que reflexionéis un poco al respecto.

Para empezar, ser putero es sinónimo de ser egoísta, de considerar que tus deseos valen más que la voluntad de una persona (porque si no pagaras por ello, si pudiera elegir libremente, no podrían tener sexo con esas mujeres).

Porque sí, la base de la prostitución son las mujeres, un 90% frente a un 7% que son transexuales y tan solo un 3% que se dividen entre hombres y niños.

Además de egoísta, también se puede relacionar con sentirse superior. Los deseos sexuales del putero están por encima de todo. De la hora, del estado emocional de esa persona, de su vida diaria, de lo que sea. El putero se acostumbra a la disponibilidad y pide una buena disposición.

Sentirse por encima tiene un riesgo, y es que el putero considera que sus deseos se tienen que cumplir. Independientemente de cuales sean, ya sean bizarros como lamer los genitales de un cachorro o emocionales como recibir besos en la boca y abrazos. Y si no se cumplen, suelen estar dispuestos a que las prostitutas paguen las consecuencias.

Es de sobra conocido que hay una gran cantidad de puteros (las mujeres que se dedican a esto han llegado a comentarlo en este espacio) que ejercen violencia de todo tipo. Física y verbal, llegando incluso a amenazar con el asesinato.

Para el putero la prostituta no es otra cosa que una persona de segunda, algo desechable que escoge, usa y tira como si fuera un producto del supermercado. Nada más que un trozo de carne, un recipiente que utiliza y cambia a su gusto, ya que a la semana, usa otro.

No entra en la mentalidad del putero preocuparse por la situación de las mujeres que se encuentran ejerciendo, una realidad de la que son muy conscientes (la gran mayoría saben que es la pobreza lo que les lleva a dedicarse a la prostitución e incluso que lo hacen coaccionadas) pero pagan igualmente.

De hecho, no buscan ayudar, sino mantener esa esclavitud sexual, que les beneficia, con argumentos como que es la libertad de la mujer la de dedicarse a lo que quiera, que hay muchas que prefieren esto a fregar escaleras o porque consideran que, si no hubiera prostitutas los índices de violaciones se dispararían.

Así que, después de leer todo esto, diría que queda bastante claro por qué ser putero es, como dice Lula, ser una caca. Y diré más, a todos nos gusta encontrar la calle limpia, sin excrementos por el suelo.

Duquesa Doslabios.

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¿Podemos terminar ya con la costumbre de tirar el ramo en las bodas?

Tengo una teoría respecto a las novias que disfrutan con la experiencia de poner a todas sus invitadas (solteras) en un corro en medio de la pista de baile a ver quién es la que agarra el ramo: tienen un punto sádico.

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Por mucho que, según la tradición, signifique suerte o que será la próxima en casarse, se ha ido pervirtiendo su significado y hay un placer interno y oscuro en reunir a tus amigas como un rebaño y someterlas a lo que viene a ser una humillación pública de ver cómo se pegan por ser la siguiente, por vivir lo que está pasando la novia en ese momento.

Como invitada, es una experiencia que me parece horrible más que divertida. Para empezar, ¿por qué tenemos que ponernos las mujeres? Lo único que se consigue es dar la imagen de lo desesperadas que estamos por casarnos, la historia de que solo el altar va a convertirnos en mujeres, y luego madres, claro, nuestros dos objetivos en la vida que son las únicas vivencias que la llenan de significado.

Quizás no quiero el ramo, quizás no quiero participar en ese espectáculo. A lo mejor estoy muy bien en un noviazgo en el que los únicos votos que recitamos en alto son las facturas, a ver cuánto nos toca pagar a cada uno este mes. O igual estoy soltera y ESTOY BIEN. Sorprendentemente, puedes ir a una boda y no necesariamente estar soñando con casarte.

Enfrentarnos por un ramo es crear una competición entre nosotras (con sus correspondientes envidias por no haber sido quien lo ha cogido). La historia de que las mujeres somos nuestras peores enemigas, ¡hasta en una boda! Incluso en un momento de felicidad como es que unos amigos o familiares contraigan matrimonio, tienes que dejar de disfrutar para arrimarte al grupo de las que van a saltar hacia el bouquet.

Y no se te ocurra decirle que no a esa novia cuando te plantea la idea de tirar el ramo, porque es su boda y se hace lo que quiere, aunque tú no quieras participar, da igual. «It’s my party and I’ll cry if I want to«, te dirá. Ella quiere que te pongas en el grupo y hagas el amago, que lo finjas (palabras textuales que me dijo una amiga en su fiesta), que tampoco es tan complicado. Y todo para darle un extraño tipo de satisfacción. ¿No os resulta una escena macabra?

Es aún más indignante cuando buscas vídeos del estilo en Internet y son los más reproducidos los que incluyen caídas, resbalones o peleas entre nosotras. Somos el chiste de la boda, uno de los tantos espectáculos como cortar la tarta o abrir el baile: las invitadas llegando a las manos. Pasen y vean a las gladiadoras del siglo XXI, que, en vez de espada usan un tacón y cambian la armadura por la gasa o el chifón.

Así que, si eres de esas novias, por favor, ten en cuenta que quizás estás obligando a tus amigas a hacer algo que no quieren por ti. Ten en cuenta que, igual entre tu lista de invitados, tienes amigos, conocidos, primos o un hermano al que sí que le haría ilusión casarse próximamente (sorpresa, los hombres también tienen sentimientos y se emocionan en las bodas) y cree que recibir el ramo le va a traer suerte.

Rompe estereotipos. Si de verdad quieres hacer el juego del ramo, crea un grupo mixto formado por los que realmente quieran casarse y tengan ilusión en recibirlo. Que por mucho que tu prima de 14 años lo haya cogido porque es la más rápida, todos sabemos que le va a durar la emoción por las flores lo que a ti el gas de tu copa de cristal y que es muy poco probable que sea ella precisamente quien siga tus pasos.

Haz algo mejor, dale un significado especial y regálalo a quien tú quieras, sin más razón que, porque sí, porque quieres que lo tengan de recuerdo o porque quieres que le traiga suerte (eso ya es cosa tuya). En las bodas a las que he ido donde el ramo no era algo por lo que pegarse y se regalaba de esta manera, se respiraba paz por todos los lados. A quien se lo habían regalado lo quería y las demás no teníamos que hacer el paripé ridículo de dar saltitos.

O incluso otra opción es dividirlo y regalar una flor a cada asistente (o a aquellos más destacados). Tengo el caso reciente de una compañera de trabajo que lo va a dejar en el sitio en el que están enterrados sus abuelos para hacerles partícipes en la ceremonia. Y me parece precioso.

Hay tradiciones geniales en las bodas, pero tal y como está planteado el lanzamiento del ramo, ya no forma parte de ellas. Es una manera de avergonzar a las solteras, como si las señalaras en medio de toda la fiesta.

Es como si las novias, una vez habiendo contraído matrimonio, no recordaran algo básico de cuando estaban solteras. Cuando estás sin pareja hay algo que no quieres que te estén recordando constantemente como si fuera algo malo y es precisamente tu soltería, lo que hace esta tradición en medio de una celebración del amor. Así que amigas, dadnos un respiro.

Duquesa Doslabios.

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Un paseo por la librería de orgasmos

Piensa en un orgasmo. Ahora. Así. De repente.

Piensa en un orgasmo este martes por la mañana mientras me lees en el ordenador de la oficina o en el trayecto que haces en el metro para ir a la universidad.

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¿Cómo es? Déjame adivinar o describirte cómo suena en mí cabeza. Seguro que es estruendoso, rítmico, alto, exagerado… Esa es la palabra clave, exagerado.

Realmente existe un mundo de diferencia entre los orgasmos que nos imaginamos y aquellos que son auténticos al 100%.

Podría parecer que solo consideramos que es orgasmo si es alto, lacerante, ostentoso, con unos gemidos que superen el nivel de decibelios permitidos en la comunidad de vecinos. Y con grandes frases de por medio como «Oh sí», «Más, más», «Dios», «Joder» o cualquier tipo de improperios.

Si no ejecutas toda la performance de sonidos, expresiones y vibraciones guturales, es probable que más de uno te pregunte si te has corrido. Porque claro, ¿cómo va a saberlo si te has limitado a contraer el gesto en absoluto silencio?

Pero no solo de gemidos altos se retroalimenta el orgasmo. Y es algo que descubrí alejándome del porno en la Librería de Orgasmos. Un proyecto de Bijoux Indiscrets que reúne sonidos reales grabados desde el anonimato y representan las diferentes sinfonías que se pueden escuchar en pleno clímax.

Oirás desde jadeos, respiraciones aceleradas o murmullos a suaves resoplidos, pero alejados de aquellas exageradas muestras de placer. Pero entonces, ¿por qué nos resulta más familiar el otro tipo de orgasmo?

Como sociedad en la que el placer masculino lleva años ganándonos por goleada en cuanto a peso, los productos a su disponibilidad (cine, series…) estaban destinados a estimular a ese público al que había que tener satisfecho.

Librería de Orgasmos, Bijoux Indiscrets

De hecho, es tal la importancia del orgasmo que ya hemos hablado de que la mayoría de nosotras los hemos fingido alguna vez a modo de ‘premio’ para que la otra persona se sintiera satisfecha y pudiéramos pasar a otra cosa.

Sin embargo, y aunque claro que puede haber personas que hagan de sus orgasmos auténticas interpretaciones, esa pompa no es otra cosa más que parte de la escena, de la ilusión, de la película, igual que las luces, el maquillaje o la lencería de encaje del vestuario.

Así que hoy, y aprovechando que mañana es festivo, os invito a que, como yo, os deis un paseo por la Librería de los Orgasmos (con cascos si estáis acompañados) y descubráis cómo suenan realmente:

Duquesa Doslabios.

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Antes éramos más románticos

Te quiero pero…

Echo de menos que te quedes mirándome como si fuera lo más entretenido del salón, por encima de la televisión. Echo de menos ir hablando en el coche, aunque sea sobre la música de la radio. Teníamos un juego de adivinar las canciones de Cadena 100, ¿por qué lo hemos dejado?

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¿Por qué hemos dejado de hacernos fotos juntos? Como si ya tuviéramos tantas que cualquiera podría decir que parece que hemos gastado todas las que nos quedaban en la vida por sacarnos. Yo quiero seguir saliendo contigo, quiero abrir la galería del teléfono y que seamos nosotros quienes más aparezcamos, entre platos de comida y paisajes de Madrid.

Quiero que nos abracemos más a menudo, que no pasemos solo por la cama con el cuerpo desnudo, que desvistamos el alma. Que hablemos de la vida, de la muerte, de la lámpara del techo que elegimos en Ikea, de todas esas cosas que nos gustaban de pequeños y que llevamos años sin probar.

Quiero que volvamos a ir a bailar, aunque seamos los peores de la sala, aunque solo sepamos un paso. Pero bailemos. Bailemos, joder. Bailemos hasta que me pises y yo me tropiece con mis propios pies. Bailemos hasta que riamos y aprovechemos, ya que estamos, para reír bailando.

No solo bailar, pensar en planes más allá de hacer deporte, comer, o pasar la tarde en el sofá. Tenemos un mundo fuera de casa que no estamos investigando lo suficiente.

Echo de menos tocarnos, en público, en privado. Hubo un tiempo en el que no faltaban nuestras manos entrelazadas en cualquier lugar, donde lo difícil era mantenernos separados. ¿Cuándo decidimos dejar de hacerlo? ¿Por qué lo hicimos?

Y ya que estás dime por qué no nos cogemos por la espalda, como cuando empezábamos a conocernos y estrenábamos el “te quiero”. Esa época en la que tu parecías el imán y yo la nevera, siempre atraídos, siempre en contacto.

Dímelo, por favor, y dime también por qué no consigo que me cuentes cada mínima cosa que te ha pasado a lo largo del día, cuando me interesa cada segundo de lo que te ha pasado sin mí. Ca. Da. U. No.

Ya no salimos de fiesta, ya no bebemos una jarra de sangría, ya no hay conversaciones ni coqueteos por Whatapp ni tampoco en el desayuno si te quedas entre las sábanas mirando el móvil en vez de acompañándome. Ya no sé si el silencio es la nueva norma, o que lo normal en realidad era que cada uno viajara mirando por su ventana, inmerso en sus propios pensamientos.

Me pregunto si esto es lo que viene después del amor, o si es en lo que se ha (nos hemos) convertido, en besarnos solo para despedirnos y no por el inmenso placer que produce comernos la boca sin prisa. En compañeros de piso que se enfadan cada dos por tres por los cuadros que colgamos o no o porque te parece que yo estoy demasiado pendiente y a mí, que tú estás demasiado despistado.

No sé si es que a partir de ahora será así. Pero sí recuerdo todo eso que hacíamos antes. Y me parecía la mejor relación del mundo.

Echo de menos el amor.

Duquesa Doslabios.

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¿Es Netflix el culpable de tu (escasa) vida sexual?

Los estudios lo confirman y mis amigas son la mejor prueba de ello, los jóvenes tenemos menos sexo (si no sabes de qué hablo, puedes leerte antes ¿Ha llegado el apocalipsis sexual?).

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Pero, ¿cómo no vamos a tener menos sexo? Para vivir, al menos en España, y de alquiler en un piso minúsculo, necesitas dos salarios. Tu horario no siempre es el mismo que el de tu pareja.

A eso le sumas que las jornadas rondan entre las 9 y las 12 horas y que el fin de semana es cuando toca limpiar y cocinar (que no está la cosa para comer todos los días fuera).

Con ese ritmo de vida al que hay que sumarle que debemos mantener una imagen digital que acompañe nuestra Personal Branding y que, lógicamente, hay que sacarle tiempo los amigos y a los padres e incluso al ejercicio para no oxidarnos por adelantado de las horas que pasamos frente a la pantalla, lo raro sería disponer de tiempo como para que sea una actividad que realicemos con mucha frecuencia.

Sin embargo, no es lo único que nos diferencia de la generación de nuestros padres, la vara de medir que han tomado como referencia este tipo de estudios haciendo la comparativa con la actividad sexual de nuestros progenitores cuando tenían nuestra edad.

«¡Es que no tenían Netflix!«, soltó un día de sopetón una de mis amigas. Por descabellado que pudiera parecer en un momento su razonamiento, que reducía este problema a la plataforma de streaming, dándole vueltas empecé a pensar que no le faltaba razón.

No es ya solo Netflix, me da igual si es HBO, Prime Video o Sky, la cosa es que hace 30 años, nuestros padres llegaban a casa y no tenían un catálogo disponible las 24 horas con cualquier material sino, además, con material de calidad.

Porque me juego lo que quieras a que en este momento no estás viendo solo una serie, tienes el enganche por lo menos con tres o cuatro. y en cuanto una se termina ya le preguntas todos los que te rodean que te recomienden alguna para ver que esté bien.

Y es que vivimos en la edad de oro de las series, las tramas y presupuestos que les dedican superan incluso a Blockbusters y eso sin pensar que tienes una nueva entrega cada semana.

De hecho, el otro día, mi padre me comentaba que no entendía a qué venía el furor de las series, que a él no le gustaba eso de tener que esperar, que prefería la simplicidad de las películas, que en dos horas te introducían, contaban y resolvían la historia para que tú luego pudieras seguir a otra cosa.

Realmente, a mi entender, se resume a que, como nativos de la era digital, nos toca lidiar con todos los diferentes estímulos que nuestros padres desconocían más allá de la tele o los libros. Una serie de distracciones que ocupan los primeros puestos relegando la intimidad a las posiciones inferiores de la lista.

Es curioso que usábamos hasta el infinito la expresión Netflix & chill, algo que podría traducirse como Netflix y relax, para referirnos a una sesión de series en casa y lo que pudiera surgir en la cama en el transcurso de la ficción, y ha terminado convirtiéndose en su significado literal al tenernos demasiados enganchados a la trama (¡Juego de Tronos: devuélvenos nuestra vida sexual!).

Por mi parte, tengo claro que, la próxima vez que se me estropee la conexión a internet, no voy a tener tanta prisa en que la arreglen.

Duquesa Doslabios.

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