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Las 5 mejores posturas sexuales para alcanzar el orgasmo femenino

Querid@s,

De sobra sabemos todos que a los hombres les resulta más fácil llegar al orgasmo que a nosotras. Tristemente las mujeres (especialmente, las heterosexuales) tenemos menos orgasmos que los hombres. En concreto, un 61,6% frente al 85,5% de ellos. Existen posturas sexuales con las que el orgasmo femenino está casi asegurado. He aquí el top cinco para quedarse bien ancha.

Mila Kunis y Justin Timberlake compartiendo alcoba en «Con derecho a roce»

El misionero

Resulta que a pesar de ser una de las posiciones sexuales más comunes y aburridas, también es una de las más placentera para nosotras. Los sexólogos la consideran una excelente postura debido al elevado grado de cercanía e intimidad que alcanzan los dos cuerpos. Los amantes permanecen tan juntitos que el clítoris está estimulado constantemente y nosotras podemos controlar el movimiento de cadera mientras abrimos o cerramos las piernas. Un truquito de andar por casa: incorporar en la escena un cojín debajo del culete o la cintura para elevar la pelvis y convertir la experiencia en una aventura aún más interesante.

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Aunque aquí no haya penetración, la estimulación oral del clítoris es particularmente intensa y existe una altísima probabilidad de que los dos lo pasen pipa. La utilización de la lengua permite una estimulación distinta del clítoris: movimientos, caricias, ritmos y presiones difícilmente alcanzables manualmente o con el pene.

Cowgirl de espaldas

Esta variante de la cowgirl de toda la vida es más placentera que mirarse frente a frente con la pareja. En esta postura la sesión sexual está bajo control femenino y nosotras podemos frotar el clítoris contra el cuerpo de él hasta llegar al orgasmo. Al no poder contemmplar a nuestra pareja, las sensaciones son más intensas. Además, de espaldas se estimula mucho más el punto G.

Loto

En esta postura, nosotras tenemos el control. Él se sienta y coloca las piernas dobladas mientras sus pies se tocan, simulando una flor de loto. Nosotras nos sentamos encima. Estar cara a cara hace mucho más íntimo ese momento y nosotras podemos movernos atrás y adelante, en círculos y estimular el clítoris rozando el cuerpo de él. Los dos pueden acariciarse y comerse a besos durante la penetración.

El tigre al acecho

Esta postura es prima hermana del perrito, la preferida de muchos y muchas. En esta posición nosotras nos recostamos boca abajo con las nalgas levantadas para que él pueda penetrar cómodamente y a sus anchas. Con esta posición, la profundidad es mucho mayor y él puede estimular el clítoris mientras los dos se lanzan al dulce fornicio.

Ya me contarán si llegan o no al clímax.

Que follen mucho y mejor.

Histeria femenina. Y con ella llegó el vibrador

Querid@s,

En mi mesita de noche, silencioso y expectante, descansa mi pequeño pero letal vibrador. Hasta que abro el cajón para darle vida, claro.

Este es un llamamiento a las mujeres que habitan la faz de la tierra, porque tienen ustedes que saber quién ideó este bendito invento. Fue el médico británico Joseph Mortimer Granville, allá por la época victoriana. ¿Sabían ustedes que hasta mediados del siglo XIX existía en la medicina occidental una enfermedad llamada histeria femenina? En el contexto de la época se la denominaba «paroxismo histérico» y cualquier cosita de nada era  más que suficiente para que a una la consideraran histérica: que si no duerme por las noches, que si  pierde el apetito, que si le duele la cabeza.

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Hysteria, Doctor Joseph Mortimer Granville tratando a una paciente

Antes de que el vibrador hiciera su aparición estelar, el tratamiento consistía en que el propio médico acariciaba manualmente a la paciente hasta que alcanzaba el orgasmo, sanando así la histeria. Vamos, que literalmente la masturbaba. El tratamiento masturbatorio finalizaba cuando la mujer llegaba al orgasmo, a lo que se referían como «paroxismo histérico», considerando el deseo sexual femenino reprimido como una enfermedad.

Quizás porque el buen doctor no querría andar todo el día con las manos en la masa (tampoco era lo más ortodoxo médicamente) o porque a su esposa no le haría ni puñetera gracia que se pasará el día otorgando orgasmos a otras (quizás a todas menos a ella) y metiendo los dedos en las vaginas de media ciudad, Granville inventó el primer vibrador a pilas con fines puramente terapéuticos, sustituyendo las manos del médico por una auténtica bomba orgásmica.

Fue en 1870. El nuevo artilugio conseguía que, en menos de diez minutos, las pacientes alcanzaran el orgasmo y se volvieran histéricas.

Hubo entonces que aguardar hasta expectantes hasta finales del siglo para ver como en los balnearios más lujosos de Europa y Estados Unidos, los tratamientos anti histeria con vibradores alcanzaban una popularidad absoluta. No fue hasta 1902 cuando la compañía estadounidense Hamilton Beach lanzó el primer vibrador eléctrico destinado a la venta comercial, convirtiendo al vibrador en el sexto aparato doméstico en ser electrificado. Así fue como este pasatiempo sexual comenzó a venderse como churros y muchas compañías diseñaron sus propios modelos. Las distintas versiones se anunciaban en revistas y catálogos de moda y confección, atiendan, como máquinas de masaje antiestrés. Razón no les faltaba. Una página del catálogo Sears de electrodomésticos de 1918 incluye un vibrador portátil con accesorios, anunciado como “muy útil y satisfactorio para el uso casero«. A ver si lo encuentran entre todas las ayudas para ellas.

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Con el tiempo y una caña la imagen y reputación de los vibradores cambió completamente a mediados del siglo XX. Para bien y para mal, les explico. En 1952, la Asociación Americana de Psiquiatría por fin declaró oficialmente que la histeria femenina no era una enfermedad legítima, sino un mito obsoleto, carca y anticuado. Por otra parte, los vibradores adquirieron más difusión con un cine porno que comenzaba a mostrar actrices utilizando el vibrador como juguetito para el placer sexual.

Hasta ahora los vibradores se vendían disfrazados con fines terapéuticos, pero se hizo público que el tratamiento para la histeria femenina era básicamente una sesión de masturbación puesto que la enfermedad no existía, y el cine porno mostraban a las actrices porno gozando de la mano de estos artilugios, ratificando el auténtico uso del  vibrador, la gente empezó a ver a los vibradores como objetos de perversión sexual. Acaso ese fue el  motivo por el que desaparecieron de las revistas femeninas, catálogos y estantería de tiendas como Sears, donde se habían exhibido sin vergüenza durante casi medio siglo. Vena sino esta publicidad de 1910.

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Gracias a la modernización de la sociedad, la revolución tecnológica, al empeño de los fabricantes de juguetes sexuales, hoy en día con estos artilugios una se corre en menos que canta un gallo. Precisamente esta mañana ando más feliz que una perdiz. Aunque hoy he dormido sola, esta mañana he salido folladita de casa. No ha sido en brazos de un hombre, esta vez Ocean, mi vibrador, que es mi insaciable fuente de placer onanista, me ha dado lo mío. ¿Ocean? se preguntarán. Sí, porque el placer con él, junto a él, provocado por él, es infinito. Como el océano.

Que los hombres no se alarmen, no se me echen las manos a la cabeza y aclamen al cielo. Los vibradores pueden ser, si ustedes quieren y se dejan llevar, excelentes aliados para los hombres que se atrevan a innovar.Con o sin vibrador…

Que follen mucho y mejor.

Fóllame hasta las lágrimas

Querid@s,

Lloras en esos orgasmos en los que sientes un maravilloso latigazo entre el coño y el culo y que te hace sentir de puta madre. Son orgasmos empapados de algo profundamente salvaje.

Todos compartimos la misma forma de alcanzar el clímax. Contracciones rítmicas vaginales, contracciones del esfínter anal y la eyaculación definitiva. A pesar de esto, cada persona vive el orgasmo de una forma diferente. A su manera. En el goce sexual hay un ingrediente subjetivo muy personal e intransferible para cada uno de nosotros. Como las huellas de los dedos. Jamás habrá dos orgasmos iguales. Y eso es precioso. Esos espasmos divinos en los que buscas como una loca sabanas a las que agarrarte mientras mueres pequeñamente.

Los orgasmos se viven como una gran explosión de placer y calor que te inunda el cuerpo y sientes que ardes. Algunas mujeres perdemos el sentido durante unos segundos, abandonamos la consciencia y extraviamos nuestro propio rumbo. Una desorientación involuntaria que sabe a gloria. Como cuando uno se va de viaje y se pierde a propósito. Sólo que cuando se tiene un orgasmo, uno se pierde por los rincones de su propia existencia.

Un orgasmo puede tener miles de matices subjetivos. En cada uno  se imprime un colorido distinto, un aroma diferente, una tonalidad propia. Acaso tornasol. O sabor a chocolate. A veces hasta dan ganas de llorar. ¿Por qué lloramos cuando follamos? Puede que usted no haya llorado nunca y piense que la que le habla es una loca. Pero es posible, muchas mujeres lloramos. Se puede llorar antes, durante y después del orgasmo. Especialmente inquietantes son esas lágrimas que asoman tímidamente o con una fuerza desgarradora en la cuenta atrás del orgasmo, si es de los antológicos. Hablo de ese instante en que una viene o se va en forma de una descarga incontrolable de tensión sexual desbordante de serototina, oxitocina, prolactina y endorfinas. Pura felicidad.

Porque hay muchas maneras de follar. No siempre, normalmente casi nunca, pero a veces, cuando se alinean los planetas y los astros pactan mágicamente, cuando se conecta de verdad con alguien y con el universo, cuando un@ se enamora del@ otr@ mientras folla, un@ siente que alberga entre sus piernas uno de esos polvos tan virtuosos que conmueven, tan intensos que son capaces de ablandar y suavizar los esguinces del alma, que son los que más duelen.

El sexo, intuyo, es un catalizador. También quitapenas y medicina redentora. Porque alivia la piel, sacia las ganas y consuela el alma cuando uno se siente desgraciado. El sexo (el buen sexo) es todo lo que no es feo, egoísta, malvado y ruin. Es todo lo que no duele ni lastima. Bendito lenitivo que mitiga el dolor y amengua tormentos.

Confieso que he llorado unas cuantas veces. Confieso que me gustaría llorar infinitamente más de lo que lloro y no dejar de hacerlo nunca, pero eso no es algo que se escoja. Ocurre o no ocurre, así de simple. Es un llanto involuntario, son lágrimas inmigrantes que no saben de donde vienen ni hacia dónde se dirigen. Quizás más allá de los confines de nuestras propias parcelas.

La primera vez que lloré fue mientras hacía el amor con mi primer novio. Mi padre se había muerto sin despedirse hacía ya unos meses. No eran buenos tiempos. Sin duda los peores hasta ahora. Estaba apenada todo el día porque se despidió a la francesa y me quedé con dos de sus frases que las tengo grabadas a fuego en las entrañas: Hija, se me va la vida (horas antes de palmarla) y Si no fueras mi hija me casaría contigo (esto me lo decía prácticamente cada día). Sorprendentemente también estaba cachondísima y ansiaba sexo a todas horas. Mi novio se había marchado a vivir al extranjero y esa era la primera vez que nos veíamos después de varios meses. Después de olerle tanto y tan profundamente que su esencia se me había metido en ese hueco que hay entre la nariz y el cerebro, hicimos el amor en la cama de sus padres. Por la tarde, con las luces encendidas y tumbada sobre él, sentía que se me acababa el aire. Mientras follábamos pensé que iba a morirme de tanto amor.

Empecé a notar como un conmovedor y larguísimo orgasmos me catapultaba, y me acariciaba las alas como si fuera una mariposa. Le sentí de verdad, le deseaba sobreexcitada, acelerada y con la respiración entrecortada. Sentí un brutal latigazo entre el coño y el culo y me di cuenta de cuánto le quería, de que estaba tan dentro de mí que podía atravesarme el alma. Y de repente fui consciente de que estaba encharcada de felicidad como nunca y me entraron unas enormes ganas de llorar. Lloré. Lloro al recordarlo. Lloraba porque me sentía viva de cojones. Ahora creo que también lloraba porque sabía que aquello no duraría para siempre. Pero qué bien me sentaba.

Mi amiga Micaela, que es una de esas mujeres entre un millón, dice que cuando llora es porque siente que está pasando a una fase más allá. Que está jugando en otra liga, un polvo Champions League. De repente siente que se va, que se la llevan a otra parte. Ayer mismo me contaba “El otro día lloré. Tuve un orgasmo brutal. Es como volver de ese placer. No querer volver, pero de repente vuelves. Es maravilloso. Es un llanto a la vida. Es un llanto brutal. Es rematadamente maravilloso. Es de los llantos más bonitos que hay.”

Lo que mi adorada Micaela me contó me recordó algo. También lloré la última vez que me acosté con el amor de mi vida. Ese que tuve, no retuve y jamás volveré a tener. La última noche que pasamos juntos me metí en su cama con mucha ansia. Quería que me atravesara el cuerpo literalmente e hicimos el amor. Y lloré. Esta vez lloré después de correrme gloriosamente. Lloré lágrimas negras. Lloré amargamente como lo hace el cielo en una tormenta perfecta porque esta vez, mientras follábamos, me di cuenta que ya no le quería. Al menos no de esa manera loca e irracional en la que le había amado hasta darme cuenta de que ya no quedaba nada de lo que sentía por él. Me dio mucha pena darme cuenta de que se nos había acabado el amor. ¿Cómo es posible? Con lo mucho y bien que le quise. Siempre pensé que le querría para toda la vida, que tendría suficiente amor a borbotones para regalarle el resto de su vida. Y de la mía.

Siempre que he llorado he sido plenamente consciente de que estaba viva en todos los sentidos y a todos los niveles posibles de la palabra “viva”. He sentido ese instante por todos los poros de mi piel y en cada puto centímetro de mi cuerpo. Incluso en recovecos perdidos que había olvidado que existían. Sin embargo, no conozco a ningún hombre que haya llorado. No lo digo a malas, simplemente nunca he conocido a ningún hombre llorón. Será que ellos no lloran. No lo creo.

Una última pregunta para terminar. ¿Qué es lo que un@ se deja en cada orgasmo? Yo me dejo la vida, parte de mí, por eso es como si me muriera pequeñamente. También siento que me voy a otro sitio. Creo que cuando uno se corre a lo grande es como si te montaras en una máquina del tiempo que te permite correr o volar y te lleva a cualquier otra parte. Un lugar en el que quieres quedarte para siempre. Pero sólo permaneces unos instantes, que siempre saben a poco. Saben tan bien y están tan ricos, que saben a demasiado poco. Y entonces lloras, porque no puedes controlar el llanto. Desnud@ en cuerpo y alma, libre de todo estigma, no tienes que esconder esas lágrimas. Morriña de esos instantes de felicidad infinita. ¿Nada más amargo que lo que perdí? Sentimos que estamos donde queremos estar y con quien queremos estar. Que podríamos morirnos en ese preciso instante y tan contentos.

Y sentimos que alcanzamos el cielo con la punta de los dedos. Que podemos rasgar las nubes y atravesarlas.

Dicen los franceses que el orgasmo es como morirse pequeñamente, de ahí la pétite mort. Pero sin dolor. Quizás por eso también se llora, porque se está muriendo un poquito. Para mí es como pegarle un bocado a la vida tan grande que no me cabe en la boca. Es tanto lo que siento que incluso después de vaciarme, de irme, venirme y correrme, todavía queda felicidad dentro de mí. Y para sacarla, no me queda otra que llorar. A veces como una descosida. Si alguna vez follamos y me hacen llorar, no se asunten ni me pregunten. Que mi llanto no les desconcierte. Ya saben por qué lloro. Simplemente sigan amándome. Si alguna vez follamos, fóllenme hasta las lágrimas. Como habrá confianza, fóllame hasta las lágrimas.

Que follen mucho y mejor.

Hablemos de los orgasmos: con sinceridad, alto y claro

Querid@s,

Denle al play. Está en versión original para que no se pierdan ningún detalle por culpa de la traducción.

Hablemos de los orgasmos fingidos. Imagino que todas nosotras (muy mal hecho) hemos fingido un orgasmo en algún momento. Les ruego que se sinceren y que levante la mano la que nunca ha hecho lo mismo que nuestra querida Meg Ryan. No les estoy hablando de montarle el número a su amante, hablo de fingir orgasmos.

Como lectora habitual de blogs de vicios varios y exquisitos, leo mucho y variado sobre los orgasmos, tema que me apasiona especialmente. Orgasmos, divinas palabras. Hoy me gustaría debatir con ustedes sobre las mujeres y el por qué de sus (nuestros) orgasmos fingidos. Las cifras son escandalosas y escandalosamente preocupantes. Dos de cada tres mujeres admiten que han fingido en la cama, según un estudio publicado en el Journal of Sex Research por las sexólogas Charlene Muehlenhard y Sheena Shippee.

¡Ya está bien de fingir orgasmos! Le hacemos a nuestra vida sexual un flaco favor. Todas hemos fingido un orgasmo alguna vez, para ser sinceras, más de una vez. Dos ya son demasiadas veces. Es un craso error. Plagiando la Wikipedia, el orgasmo es el resultado final del clímax explosivo de una relación sexual, que produce una sensación de liberación repentina y placentera luego de un punto casi insoportable e irrefrenable de esa tensión sexual, acumulada y guardada de manera continua desde que se inicia la excitación.

Quizás les guste más esta otra.

Y ahora, la pregunta del millón ¿Cuál es la razón por la que hacemos creer que hemos llegado a la cima?

Obviamente no fingimos orgasmos porque sí, siempre hay un motivo detrás. Al fingimiento del orgasmo va ligada la incapacidad para comunicar que no estamos satisfechas y una clara falta de autoestima. El miedo a la comunicación en la cama es un pésimo aliado. De hecho es un contrasentido si tenemos en cuenta que es uno de los pilares fundamentales de cualquier relación sexual, por esporádica que sea.

Otro motivo es no dañar el ego masculino. Nos sabe mal, nos da pena. Creo que no es un drama no alcanzar el orgasmo siempre que se tiene una relación sexual. Me parece más dramático fingirlo. Si no se consigue el orgasmo, ¿por qué no decirlo al otro?. Con tacto, con ternura, con amor, con pasión, con delicadeza, con inocencia. Cómo quieran ustedes, pero díganlo alto y claro. Tan alto y claro como fingen los orgasmos.

Pero aún hay más. Hay quienes consideran que no se trata de solidaridad para levantar la moral a la pareja, ni tampoco de mostrarse condescendiente con el que no logra estar a la altura. La principal conclusión del estudio Do Women Pretend Orgasm to Retain a Mate? por un equipo de investigadores de la Universidad de Columbia, Oakland y del Instituto Psiquiátrico de Nueva York resuelve que el orgasmo es una estrategia en beneficio propio: consolidar la relación de pareja y disminuir el riesgo de infidelidad. Toma geroma pastillas de goma.

(Tomen nota de estos orgasmos. Son auténticos y pueden ver uno detrás de otro.)

No la niego, pero esta teoría me resulta especialmente absurda. Gemir, jadear, respirar entrecorto, dar micro gritos de placer, gritar como una loca, pronunciar esas palabras o frases, cada una tenemos las nuestras, pero remitiéndonos a los básicos “mmmm”, “si si”, “sigue sigue” o incluso hiperventilar, son síntomas de que uno se lo está pasando muy bien en la cama. Si una mujer hace algo de esto sin sentirlo, puede que le haga sentirse más sensual, puede incrementar su deseo y excitar así aún más a su compañero de cama. Pero es absurdo fingir todo esto, no creen. ¿Piensan de verdad que gemir más, mejor y más fuerte es una razón suficiente para retener a su pareja? Lo dudo. Según el estudio que les he mencionado, cuanto menos consolidada sea la relación y cuánto más desconfianza exista sobre una infidelidad potencial, las mujeres fingirán sus orgasmos con mayor frecuencia e intensidad.

Las cosas no son blancas o negras y considero que en algunas ocasiones es justo y necesario fingir. Personalmente digo SI a fingir orgasmos una noche loca en la que nos sale el tiro por la culata, no hay ese feeling sexual deseado y por no lastimar el ego y terminar rapidito, dar gato por liebre. Pero sólo en estas circunstancias.

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Desde luego que para disfrazar un falso orgasmo hay que tener talento, pero al tratarse ya de una estrategia evolutiva cada vez más lograda y repetida por las mujeres en algún momento de nuestras vidas, se ha convertido en una herencia genética que cualquier mujer puede reproducir a la perfección. Y cuela como uno real. No debemos de estar orgullosas de esta «hazaña interpretativa». Para terminar, les dejo con unas divinas palabras del poeta uruguayo Eduardo Galeano.

“No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele. Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman, pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace”.

Si no quiere seguir siendo una mal follada, deje de fingir. Por favor se lo pido.

Que follen mucho y mejor.

Gemir o no gemir, esa es la cuestión

¿Sexo sonoro o placer silencioso? El debate, más bien facilón, surgió a raíz de la noticia de hace unos días sobre una mujer británica, Gemma Wale, a la que han mandado dos semanas a prisión por montar un escándalo cada vez que hacía el amor. Bueno, en realidad ha ido a prisión por hacer caso omiso de las advertencias del juez, que la había instado anteriormente a no ponerse a gritar como Tarzán en mitad de la noche, como denunciaban los vecinos. Pero no me extiendo en los detalles porque a estas alturas esa noticia ya la conoce todo el mundo…

GTRES

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El caso es que, como decía, las aventuras y desventuras de esta mujer a consecuencia de su fervor sexual acabaron por sacar a relucir las preferencias de cama de media oficina. Y, como siempre, el resultado de hacer ese tipo de preguntas al personal fue de lo más variopinto. De todo hubo en la viña del señor, por decirlo de alguna manera, pero lo cierto es que, en el caso de los hombres, la mayoría admitió que esperaban y querían gemidos a la hora del sexo, aunque sin exagerar. “Tampoco se trata de que cante la Traviata, ya sabes, una cosa normal…”, explicaba uno mientras asentían varios. “Yo es que si gritan demasiado me suena a falso y me empiezo a rallar”, decía otro. Pero también había quien prefería el silencio. “Tú es que vas de tántrico”, le reprocharon algunas… “Que va coño, es que si no me desconcentro”. Un par de ellos, por el contrario, confesaron que le molaban los gritos, cuanto más altos mejor, independientemente de si eran de auténtico placer o fingidos. Jaca grande ande o no ande, que dirían en mi tierra…

Ellas, por su parte, coincidían en que la mayoría de hombres no gemían, sino que más bien gruñían o bufaban, cosa que ellos negaban. Pero la conclusión fue más o menos la misma: como diría Aristóteles, en el punto medio está la virtud. Al final me fui y los dejé ahí, en una guerra abierta entre gemidos y gruñidos. Yo creo que más de uno y de una acabaron un poco acalorados, con tanto debate. A saber dónde acabaron… Y cómo.

Amnesia sexual o pérdida transitoria de la memoria tras un orgasmo

Un polvo perfecto con la persona tan largamente deseada, un orgasmo espectacular… y no ser capaz de recordar absolutamente nada. No es muy frecuente, es cierto, pero pasa. Y no, no tiene nada que ver con el alcohol. Se trata de lo que se denomina Amnesia Global Transitoria (TGA, en sus siglas en inglés), más conocida como amnesia sexual.

Puede ocurrirle a cualquier persona y de forma inesperada tras una intensa relación sexual, aunque las posibilidades de sufrirlo aumentan por encima de los 50 años. En cualquier caso, como decíamos, sucede poco, ya que afecta cada año a entre tres y cinco personas por cada 100.000, y dura solo un breve lapso de tiempo, normalmente unas horas o un día como mucho.

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La realidad, según los expertos, es que no es peligroso, la persona no se olvida en ningún caso de su identidad y tras el episodio todo vuelve a la normalidad, pero mientras dura, no es capaz de recordar nada acerca de la relación sexual que acaba de mantener, ni de ningún otro acontecimiento reciente. Tampoco puede crear recuerdos nuevos. Imaginaos el rayote… ya sea con vuestro marido/mujer de toda la vida o con alguien a quien acabáis de conocer. Estar en un bar tomando algo o haciendo la compra en el súper y, de repente, verte en pelota picada al lado de alguien si saber cómo narices has llegado allí ni qué acaba de pasar, exactamente. La confusión debe de ser total, y en muchos casos viene acompañada de dolor de cabeza, nauseas y ansiedad. No es para menos…

La Amnesia Global Transitoria se asocia con el estrés, ya sea por circunstancias emocionales o físicas. En el caso de los hombres, los expertos la vinculan más a un esfuerzo físico, mientras que en las mujeres, a trastornos emocionales. Así, puede producirse en los siguientes supuestos: tras un esfuerzo físico excesivo, tras una inmersión en agua muy fría o caliente, tras un fuerte trastorno emocional, tras sufrir estrés laboral, o tras el coito (amnesia sexual), presentándose normalmente después del clímax.

La explicación de esta pérdida de memoria radica en la falta de flujo sanguíneo en el cerebro. “Los casos de pérdida de memoria postcoitales son consecuencia de las alteraciones en la presión sanguínea durante el acto sexual”, explicaba hace un par de años Carol Lippa, profesora de neurología en la Drexel University, sobre la TGA. Algunos expertos lo achacan a la denominada maniobra Valsalva, que causa una pobre oxigenación de la sangre que se acumula en el cuello, y puede presentarse en medio de una intensa sesión de sexo, al adoptarse una posición incómoda. En cualquier caso, si a alguien le ocurre, los médicos recomiendan acudir a urgencias para descartar complicaciones o males mayores.

Pero vamos, que para algunos puede ser la excusa perfecta, aunque a más de uno y de una conozco yo que habrían pagado por sufrir una TGA de estas en algún momento de sus vidas… o en dos.

PGAD: la tortura de tener 100 orgasmos al día

Cocinando, de paseo, en el trabajo, cuidando de tus hijos, en la consulta del médico o hasta en un funeral. No importa el cómo, el cuándo ni el dónde, porque puede asaltarte en cualquier momento y circunstancia. Se trata del Síndrome de Excitación Sexual Persistente (PGAD, por sus siglas en inglés), un desorden sexual consistente en la presencia de tensión en los genitales acompañada de excitación sexual continua, sin que exista deseo sexual previo. La consecuencia directa es la experimentación de orgasmos incontrolados y sin necesidad de estimulación las 24 horas del día, algo que, lejos de proporcionar placer, condiciona la vida de aquellas personas que lo padecen hasta el punto de convertirla, en ocasiones, en un auténtico infierno.

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Es el caso del estadounidense Dale Decker, como él mismo contaba hace unos días al diario DailyMail: «Imagine que usted está de rodillas en el funeral de su padre junto a su ataúd y, mientras se despide de él, tiene un orgasmo mientras está toda la familia presente (…) También me pasó en el supermercado y cuando terminó había unas 150 personas mirándome. ¿Por qué iba a salir de la casa cuando me puede volver a pasar algo así?”, explicaba Decker, de 37 años, casado y padre de dos hijos. Durante los últimos dos años ha sufrido 100 orgasmos al día, según cuenta, pero no ha disfrutado de ninguno de ellos. Lo que él describe como un calvario empezó en septiembre de 2012, cuando se cayó de una silla y se le desplazó una vértebra. Sufrió un traumatismo de los nervios pélvicos que le provoca hipersensilibilidad, una situación que ha descrito como «repugnante y horrible”. Desde entonces vive enclaustrado, atormentado por el miedo y la vergüenza. Se muere de culpa si tiene un orgasmo frente a sus hijos, por lo que ya no cuida de ellos, y aunque su mujer lo apoya, han empezado a dormir en camas separadas. Y eso dentro de la familia, imaginaos además cómo puede afectar a nivel sociolaboral.

El PGAD fue descrito por primera vez en 2001 y es considerado oficialmente una disfunción sexual desde 2003. En un principio se pensó que afectaba únicamente a mujeres, aunque últimamente se han venido describiendo casos también en hombres. Las féminas que lo sufren sienten que aumenta su frecuencia cardíaca, se acelera su respiración y su musculatura pélvica se contrae. En definitiva, se trata del cuerpo preparándose para el orgasmo, solo que, como decíamos, sin que exista en ningún caso deseo sexual previo. En cuanto a los hombres, la estimulación no va siempre acompañada de eyaculaciones y se producen los denominados “orgasmos secos”. No hay que confundirlo, no obstante, con la multiorgasmia, un fenómeno que no es patológico en sí mismo y que se caracteriza por la posibilidad de llegar al clímax varias veces seguidas. Tampoco tiene que ver con la hipersexualidad.

Las causas que lo generan no están nada claras, en realidad. Se alude a razones tanto físicas como psicológicas. Algunos expertos lo han relacionado con la presencia de malformaciones, tumores en la zona genital, consumo de psicofármacos, cambios vasculares, problemas neurológicos, etc. Se puede experimentar, además, de formas muy diversas. Hay personas que están permanentemente en una especie de estado preorgásmico, sin llegar a culminar, y otras que van alternando un orgasmo tras otro a lo largo del día. En cualquier caso, el denominador común es la angustia, la desesperación y el sufrimiento. La imposibilidad de llevar una vida normal desemboca en frustración extrema, genera en la mayoría de ocasiones la pérdida de interés en las relaciones sexuales y muchos pacientes acaban sufriendo depresiones e incluso ideas suicidas. Vamos, que no es ninguna tontería. Por ello, la ayuda psicológica es, además de la médica, más que fundamental.

Adiós al punto G: descubren una nueva zona de placer sexual en la mujer

La legendaria región vaginal conocida como punto G, considerada altamente erógena y a la que se atribuyen poderes casi mágicos a la hora de conseguir orgasmos, ha resultado ser un mito, como muchas se temían. Al menos eso es lo que se desprende del último estudio al respecto, realizado por investigadores de la Universidad de L’Aquila y Tor Vergara (Roma) y publicado en la prestigiosa revista Nature Urology.

En realidad el denominado punto Gräfenberg es objeto de discusión desde los años 40. Está supuestamente en un lugar de la pared vaginal localizado detrás del pubis y alrededor de la uretra. Sin embargo, son muchos los estudios, sexólogos e investigadores que han considerado que no está comprobado y que su supuesto papel como centro del placer sexual femenino es más que subjetivo. Ahora este equipo de científicos italianos, franceses y mexicanos desmienten rotundamente su existencia y, en su lugar, han hallado una zona mucho más amplia y compleja que, en teoría, permite experimentar un gran placer sexual.

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Es lo que han bautizado como zona CUV, una región erógena formada por clítoris, uretra y vagina y que incluye tejidos, músculos, glándulas y útero. «La conjunción del clítoris, la uretra y la pared vaginal estimulados adecuadamente durante la penetración podría inducir la respuesta orgásmica», explicó el endorinólogo y sexólogo  Emmanuele A. Jannini, profesor de la universidad y director del estudio.

Los investigadores, gracias a modernas técnicas de imagen, han podido visualizar las interacciones de los genitales femeninos durante la masturbación o coito, y han concluido que las zonas íntimas de la mujer no son tejidos pasivos, sino estructuras altamente dinámicas y sensibles. De hecho, los autores del estudio aprovechan para condenar a aquellos ginecólogos y cirujanos que cortan y cosen sin respeto, maltratando los nervios, músculos y componentes vasculares de una región anatómica tan altamente sensible.

“La vagina es un tejido activo y sexualmente importante que debe ser respetado. Es algo más complejo que un solo punto”, asegura Jannini. Por ello, recomienda el conocimiento de la anatomía y fisiología de la zona CUV antes de someterla a un procedimiento quirúrgico. Algo que parece de bastante sentido común, por otro lado.

Conclusión: las que nunca hayan encontrado su punto G no desesperen; siempre nos quedará la CUV.

Masturbarse por primera vez

Para todo hay una primera vez. Con la masturbación pasa lo mismo, solo que nadie nos enseña y suele ser a golpe de intuición y autodescubrimiento. Que si una mano por aquí, que si un roce por allá… Aunque una cosa son los tocamientos iniciales y otra, lo que vulgarmente se conoce como “hacerse una paja” en toda regla. ¿Cuándo y cómo se suele empezar?

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Mis amigos, acostumbrados a mis indiscretas preguntas, accedieron una vez más a dejarse interrogar, y la verdad es que echando la vista atrás en esto del onanismo no nos pudimos reír más. “Yo tenía 12 años. Estaba en la ducha y empecé a toquetearme. Cuando quise darme cuenta estaba ahí dale que te pego y de repente sentí un escalofrío de placer. Casi me desmayo; tuve que agarrarme a las cortinas y todo para no caerme. Y dije ay la leche, ¿esto qué es? Desde entonces no he parado”, añade.

En lo que a los chicos se refiere, salvo las diferencias propias en detalles y matices, las historias suelen ser parecidas. La cama en lugar de la ducha, 13 años en lugar de 12… Pero poco más. En el caso de las chicas, las diferencias son más grandes. No tanto en la horquilla de edad (12-14) como en los métodos. Alguna me dejó con la boca abierta, reconozco.

“Yo empecé muy jovencita, a los 12 años, y lo hacía pensando en los actores de la peli Exploradores”, me contaba una. Esta lo hacía con la mano, pero me encontré de todo. Eso sí, ninguna con penetración, que con esas edades ni se les pasaba por la cabeza. La que más me sorprendió fue la que dijo que se masturbaba frotándose contra el pico del lavabo. “Una vez hice tanta fuerza que acabé arrancándolo de la pared y rompiéndolo. Mi madre se enfadó muchísimo y nunca entendió cómo narices había hecho aquello”. Para otra, su primera vez fue inesperada. “Había un columpio que simulaba ser un cohete, con barras de hierro muy altas por las que trepar. Un día estaba intentado llegar arriba, y de tanto rozarme, acabé teniendo un orgasmo”. Cojines, almohadas, movimientos rítmicos contra pelotas de tenis… el repertorio es inacabable.

Luego, claro, la técnica se va perfeccionando con la edad. Pero eso, amigos, ya lo dejamos para otro post. ¿Recordáis vuestra primera vez?

Hipnosis erótica, ¿terapia alternativa y orgasmos sin contacto?

Desinhibición, experiencia erótica mental y orgasmos sin contacto físico alguno. Eso es lo que se promete desde lo que se viene a llamar “hipnosis erótica”. Yo no había oído hablar de ello, la verdad, pero mi amiga Mariana, argentina de Buenos Aires que estos días anda de okupa en mi casa, me cuenta que allí se ve cada vez más, ofertándose a veces como una especie de servicio sexual y, otras, como terapia alternativa para tratar ciertos tipos de disfunciones.

En el primero de los casos, se trata de hipnotizar a los clientes/pacientes para acceder a su inconsciente y, a través de un relato erótico guionizado y absolutamente personalizado, proporcionarles placer y llevarlos a vivir determinadas fantasías. El hipnotizado, siguiendo las instrucciones y sugerencias de su guía, sentirá físicamente lo que este o esta le «ordene» sentir. Es una experiencia mental de disfrute sexual a través de la palabra. El cuerpo, entretanto, descansa relajado y en ningún caso hay contacto físico.

hipnosis

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Al estar liberados de las represiones e inhibiciones propias del estado de vigilia, en esas sesiones hipnóticas uno puede ser todo aquello que desee, desde una dominatrix vengadora a un alto ejecutivo que en la intimidad disfruta con unos cuantos azotes, todo vale. En varios países de América Latina y en Estados Unidos, algunas terapeutas incluso venden sus sesiones hipnóticas a modo de podcast.

Personalmente, este uso de la hipnosis me recuerda a aquella peli futurista con Arnold Schwarzeneger, Desafío Total, en la que la gente acudía a una compañía especializada en implantar falsos recuerdos para vivir todo tipo de experiencias. O a aquella otra con Sandra Bullock, Demolition Man, en la que la gente follaba sin tocarse. Ocurre que las relaciones sexuales con intercambio de fluidos eran ilegales y para experimentar el sexo, la gente se metía en una cabina simuladora en la que los participantes se colocaban un casco que actuaba como estimulador en los centros del placer del cerebro. Pues eso, que me parece estupendo que exista y que la gente lo practique, pero yo me quedo con la piel y el intercambio de fluidos.

La otra vertiente es, como decía, la terapéutica. Consiste en llevar al paciente a un estado de relajación en el que, libre de represiones y estimulado eróticamente, pueda centrarse en aspectos particulares que le provoquen angustia o bloqueos, revelando situaciones reprimidas y desmontando sus consiguientes síntomas. Así, a través de evocaciones sexuales se intenta facilitar la exteriorización de conflictos inconscientes, con lo que se puede atacar mejor problemas como la anorgasmia o la disfunción eréctil. No obstante, son muchos los expertos que expresan sus dudas acerca de su efectividad. A saber.