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¿Los afrodisíacos funcionan? Mi experiencia después de probarlos

Voy a empezar confesando que soy un poco incrédula cuando se trata de sustancias que te hacen despertar mágicamente el apetito sexual, lo que en teoría consiguen los afrodisíacos.

Tomar ostras, u otros alimentos que dicen que ayudan, no me ha terminado de afectar lo suficiente como para darlos por buenos (y eso que hay incluso un menú realfooding que mejora el sexo).

Mi concepto de alimento que sube la temperatura -y de verdad me produce deseo sexual- es que me diga que, si quiero, me prepara unas croquetas para que tenga en el congelador cuando me apetezcan.

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La cosa es que no le veía mucho sentido a usar un producto específico para eso.

O sea, creo que mi deseo sexual es bastante común: a veces menos, a veces más, si veo Outlander por las nubes, si tengo mucho lío en el trabajo lo pienso menos… Lo normal.

Pero como la curiosidad es la que mata al gato (o en este caso a la gata, que soy de Madrid como los churros de San Ginés), pensé «Bueno, ¿y por qué no?»

Mi lado más racional me decía que igual esto era un poco el timo de la estampita y lo que funcionaba era el efecto placebo.

Pero justamente por no tener una libido baja sentía que no tenía ningún tipo de expectativa -ni me llevaría decepción- con el funcionamiento del afrodisíaco.

En el mercado hay un montón de ellos, pero yo tenía claro que iba a experimentar lo justo.

El que escogí era bastante natural, de hecho, aparte de agua, lo que tenía era extracto de damiana y L-arginina.

Por lo que me informé, estos dos ingredientes son conocidos por mejorar la satisfacción sexual y aumentan el aporte de sangre a los tejidos genitales (entre muchos otros beneficios que me interesaban menos para esto).

Yo lo que quería era testearlos entre las sábanas.

El efecto no es instantáneo, no es como tomarte un café, que a los 10 minutos ya estás como una moto.

Y tampoco te convierte en una fiera en la cama ni vas a tener encuentros que podrás considerar epifanías sexuales.

La constancia es la clave, fue mi primer descubrimiento. Después de tomar la dosis durante unos días, estaba más ‘despierta’.

En mi caso, fue algo que ayudó a reactivarme. Era como que en más situaciones o momentos me entraban ganas de tener sexo.

Luego también es verdad que, cuanto más sexo tienes, más sexo te apetece, por lo que va genial para hacernos reconectar en pareja si llevamos una temporada con los deseos descoordinados.

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La conclusión es que como experimento está bien, aunque creo que no se debe usar como apaño si hay problemas más graves detrás (que quizás necesitan otras soluciones o ayuda profesional).

Para un momento puntual, a modo de empujoncito, cumple su función.

Es más, que lo usara en una etapa normal de mi vida, hizo que reflexionara de que es también normal que a veces no nos apetezca.

Saber cómo lidiar con esa frustración o falta de libido de nuestra pareja, sin que suponga un mundo para la relación, es también un aprendizaje.

Pero que vaya, que introducirlo como impulso de vez en cuando, también está genial. Y si lo que funcionó fue el efecto placebo, ¿por qué no aprovecharlo si nos lleva a querer entrechocarnos la piel más a menudo?

Mara Mariño

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La disritmia sexual: cuando vuestras ganas no coinciden

Si hay ocasiones en las que es imposible ponerse de acuerdo para escoger el sitio donde ir a cenar, ¿cómo vamos a coincidir con nuestra pareja siempre que tengamos ganas de sexo?

No, eso de que se sincronicen las libidos, y además tengamos un momento libre y -me invento-, la casa disponible sin padres, hijos o compañeros de piso, no es lo habitual.

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Aunque ya hace unos meses os contaba cómo hacer si lo que pasaba era que tenía menos ganas que tú o al revés, no es lo mismo si ambos queréis pero os pilla el deseo en ocasiones distintas.

El deseo depende de un montón de factores: entre ellos está el estrés, el cansancio, los problemas laborales, familiares o de pareja.

Así que cuando aparece, y los calendarios eróticos no se encuentran, es lo que se conoce como disritmia sexual.

Por experiencia propia, puedo decir que la convivencia es la primera que genera desajustes (sí, por raro que parezca).

Si se comparte el mismo espacio, ¿cómo no va a darse una coincidencia en algún momento de todas las horas del día?

Somos animales de costumbre y pasamos de la jornada de 8 horas en la oficina al gimnasio, después el plan con amigas y luego la serie de turno al terminar de cenar.

La otra persona tiene también la misma rutina. Y salir de ella, aunque sea para pasar un buen rato, nos da una pereza tremenda y nos descoloca.

Cuando esto sucede, la comunicación -como en todo- es la clave. Expresar que en ese momento no apetece o que no se está de humor por cualquier cosa.

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Así que, si somos quien no quiere continuar, nuestra responsabilidad hacia la otra persona es decirle qué nos sucede y por qué no queremos seguir.

Por otro lado, si recibimos esa respuesta, lo suyo es que entendamos que se trata de un momento puntual, mostremos apoyo y comprensión (en ningún caso forzando a continuar el encuentro) y lo dejemos para otra.

No es el fin del mundo ni tiene mayor importancia.

Si que haya deseos a destiempo tiende a repetirse, mi consejo es que lo planifiquemos.

Más que nada porque a veces, tener sexo con tu pareja, es como quedar con esa amiga que llevamos siglos sin ver.

Podemos tener muchas ganas de ponernos al día que, si no hacemos un esfuerzo en hacernos hueco y acudir a la cita, seguiremos con el «tenemos que vernos» sin que nunca llegue a pasar.

Y, además de utilizar el calendario como aliado, tampoco está de más que nos planteemos qué buscamos en un encuentro sexual cuando tenemos ganas de disfrutar.

Pensamos que la penetración es lo único que cuenta como sexo, pero podemos hacer otras cosas.

Si solo tenemos 5 minutos, puede ir desde a acariciarse a besarse, pasando por tocarse brevemente o hacer cualquier cosa que no necesariamente termine en penetración. 

De esa manera ganamos en variedad y diversión y le abrimos la puerta a otras prácticas que quizás tenemos más olvidadas o en segundo plano.

Mara Mariño

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Lo que de verdad hace que una noche sea memorable

Me hace gracia del porno que, según la mayoría de películas, un encuentro inolvidable pasa por ser golpeada contra el cabecero de la cama, como si fueras un tornillo y buscaran dejarte clavada a la pared.

Pero para mí, el polvo ideal, se encuentra muy alejado de eso.

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A diferencia del juego de percusión, de quien se piensa que tu vagina funciona como un tambor, le doy importancia a la conexión entre las pieles.

No la que se queda solo en los genitales, la que va mucho más allá.

La piel de dos manos enredándose, de unos dedos recorriendo la cara interna del brazo, bajando por la axila, persiguiendo una cosquilla o un escalofrío.

La misma piel que va, poco a poco, descendiendo por el costado, redondeado un pecho como si lo estuviera sitiando y avisándole de que se aproxima una batalla de cuerpos, deslizándose por el vientre, acariciando el ombligo y yendo, de arriba a abajo, por los muslos.

Es inolvidable un encuentro cuando los besos se vuelven mandones, reclamando el protagonismo. Y dejan una huella invisible a la vista pero no al recuerdo.

Tanto que al día siguiente te parece que todavía puedes sentirlos. Como si la piel recordara la marca de los labios con un cosquilleo. En todas partes, por supuesto.

No soy capaz de olvidar las noches donde la boca ha caído en picado por mi cuerpo hasta hacerme perder, por unos segundos, el conocimiento.

Gracias, desde aquí, a todos los poetas de la lengua castellana que me han comido el verso.

Aunque, si pienso en las más memorables, no todas han venido necesariamente acompañadas de un orgasmo, pero sí de la sensación de seguridad que me han transmitido.

De estar, aunque acabáramos de conocernos, donde quería estar y con quien quería; conjugando el verbo desear en compañía: «yo te deseo», «tú me deseas», «nosotros nos deseamos».

Con alguien que no dudaba en sacarse el preservativo logrando que me pareciera sexy que se preocupara por la salud de los dos.

Y, aunque quizás menos sensual, me quedo también con la ternura del after sex.

Porque sí, independientemente de si hay sentimientos de por medio, el cariño es siempre de agradecer después de compartir un momento íntimo.

Son memorables quienes se han desprendido de esa idea de que, por ser solo algo físico, no podíamos darnos afecto al terminar.

Especialmente si encima me llega el ofrecimiento de una tarta que ha comprado para la ocasión, porque sabe que soy más de dulce y quería tener un detalle.

Con tan buen sabor de boca, es imposible no recordar la noche como un absoluto éxito.

Mara Mariño

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Sí, puedes tener un orgasmo y no sentir placer

¿Hay algún momento de nuestra vida donde pasen cosas más curiosas que en el sexo? Tengo mis dudas…

Objetos inesperados, posturas que solo se limitan por la imaginación, sonidos que nunca habías escuchado y sensaciones que, hasta ese momento, desconocías.

Resumen: en la cama y fuera de ella puede pasar de todo.

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Pero -claro que tenía que haber un pero-, aunque sea algo que practicamos por puro placer, no siempre lo conseguimos.

A mí me ha pasado que, justo cuando todas las señales de mi cuerpo indicaban que estaba a punto de caramelo, cuando parecía preparada para tener un orgasmo espectacular, se ha quedado en nada.

Me ha recorrido un pequeño temblorcillo y fin. Hasta ahí. Como cuando pones cava en una copa y parece que estás desbordando, pero luego apenas llega el líquido a la mitad.

Además, sabía que había terminado todo porque, si seguía tocando, mi cuerpo respondía raro. Con ese espasmo incómodo que parece decir «Ya. Se acabó. No doy más».

La primera vez que me pasó, me quedé helada. «¿Pero dónde está?». Casi me daban ganas de buscar entre las sábanas o mirar debajo de la cama.

¿Es posible que se me haya perdido un orgasmo? Lo cierto es que sí, no todos los orgasmos son iguales y el caso que he relatado, es más común de lo que parece.

Porque podemos alcanzar el clímax sin que el placer le acompañe.

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La práctica llevada a cabo es algo que tiene poca relevancia, da igual si sucede durante la penetración, sexo oral…

Desde Lelo, la marca de juguetería erótica, desvelan el misterio de los orgasmos poco placenteros: es una falta de entendimiento entre la excitación del cuerpo y la mente.

Lo que significa que, de la misma manera, nos puede pasar sin estar en compañía de nadie durante una sesión de masturbación -especialmente si es durante el teletrabajo, porque la cabeza puede seguir ‘conectada’ al ordenador dándole vueltas al mail sin contestar-.

También puede que haya motivos físicos o psicológicos de por medio (que pueden necesitar que lo abordes con un profesional).

O, directamente, una falta de deseo porque una de las dos personas está más predispuesta que la otra.

En mi caso, siendo algo tan puntual, tiendo más a pensar que mi cabeza no estaba donde tenía que estar.

Por eso, en vez de agobio, me ha servido como reflexión, la de que el orgasmo no puede ser el fin último.

Porque puede darse o no. Y, si se da, quizás no es tan placentero como esperábamos. Entonces podemos seguir obsesionándonos con perseguirlo como si fuera el único premio…

O empezar a disfrutar de una relación sexual desde el momento que comienza en nuestra cabeza, con la anticipación de que va a llegar un encuentro con otra persona, y hasta que nos vestimos de nuevo.

Porque el placer está en todo: en la piel, en el olor, en el sabor, en el sonido, en él apoyado contra la pared mirándote desde arriba… En el orgasmo también, claro, pero no dejemos que lo monopolice todo.

El sexo es demasiado grande como para limitarlo a esos 11 segundos.

Mara Mariño

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¿No lo hacéis nunca? Es el momento de probar el sexo de mantenimiento

Voy a soltarlo: con los años, el sexo deja de ser tan estimulante como al principio. Es más, si se vuelve repetitivo, como fue mi caso con mi ex, termina siendo bastante aburrido.

Llegué a un punto que, antes que echar un polvo, prefería limpiar el que se acumulaba por encima de los muebles.

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Ahora mismo a lo mejor no lo necesitas. Estás en esa etapa maravillosa donde lo hacéis como conejos.

Ese momento en el que incluso te gusta el sexo en el agua, porque las ganas son capaces de superar el escozor de lo seco que se te queda todo dentro.

Pero esa etapa no es infinita, le sigue una más tranquila, donde pareces no coincidir nunca con el deseo de tu pareja o incluso te rechaza porque no está de humor.

Así que cuando no coincidís, cuando todo está enrevesado y la frecuencia ha caído en picado, podéis llegar a pensar que estáis en una crisis sexual de la que no podéis salir.

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Pero no, ahí es donde entra el sexo de mantenimiento.

(Y es algo que habría podido poner puesto en práctica, pero se nos acabó la relación primero. Aunque esa es otra historia).

El sexo de mantenimiento es el polvo (o polvos de rigor) que se ponen con el objetivo de que, conectar íntimamente, siempre tenga un hueco en nuestra rutina.

Empieza por tener una conversación en la que sois conscientes de que estáis teniendo menos sexo y os ponéis de acuerdo en que queréis hacer algo al respecto.

Que por tu cuenta lo mantengas vivo (hola, masturbación) es fundamental, pero este check es la manera de que sigáis teniendo relaciones con el paso del tiempo.

O cada tres días o mensual, la frecuencia es la que decidáis y depende de un montón de factores.

De si vuestro estilo de vida os lo permite, de vuestra sala, el deseo sexual o si hay una ola de calor y no quieres tocarle ni con un boli…

 

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Los beneficios

Y la gran pregunta, ¿en qué te beneficia el sexo de mantenimiento, más allá de llevarte un orgasmo en compañía?

Pues que muchas veces empiezas sin muchas ganas pero, en cuanto vences la pereza inicial, terminas animándote.

Sobre todo ayuda a esa falta de sincronización, ya que, siendo personas diferentes, no tenemos la libido sincronizada, como sí nos pasa con el calendario de Drive para poder organizarnos las vacaciones.

Que uno tire resulta de ayuda. Pero que no sea siempre el mismo porque eso ya es otro problema (del que os hablé en este artículo).

Además de seguir alimentando el vínculo entre ambos y la intimidad, darte un buen revolcón es el mejor aliciente para tener ganas de tener sexo la próxima vez, conectas de nuevo con tu pareja y liberas un buen chute de endorfinas.

Así que no lo dejes en el aire, como hacías hasta ahora, porque te arriesgas a que no suceda.

Ponle fecha y hora, asegúrate de que, para entonces, ni te llama tu madre ni toca pasear al perro. Ese rato es para vosotros y nadie más.

Que digo yo que si te organizas para la partidita de pádel, también puedes ponerte con eso. Te prometo que te lo vas a pasar tan bien o mejor.

Mara Mariño

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El rechazo de tu pareja no es el fin del mundo, ¿pero cómo gestionar su falta de ganas?

Una de las frases que más me gustan de la vida en pareja fue la que me dijo mi abuelo de que la convivencia era la reunión de voluntades. Algo tenía que saber al respecto, ya que estuvo la mayor parte de su vida viviendo con mi abuela.

De todas y cada una de las facetas: desde qué gel traer a casa hasta el restaurante al que ir a cenar.

Y eso incluye el sexo.

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Porque pasa una cosa muy curiosa cuando por fin tienes tu espacio privado y estás a solas con tu pareja: vuestros calendarios parecen no coincidir nunca.

Es como si hasta ese momento cualquier hueco que antes era aprovechado (que si en el coche, algo rápido en el ascensor o escabulléndote al baño en una fiesta) desaparecieran y solo existiera la posibilidad de hacerlo en casa.

Aunque es habitual que se dé esta falta de sincronización, la persona que ha dado el primer paso, puede sentirse un poco chafada de que no haya ido a más.

Y quien dice chafada, dice también enfadada, rechazada y decepcionada.

Un combo muy explosivo que, por mucho que se quiera a la pareja, hay que gestionar para que no se vuelva en nuestra contra.

Para esos casos, antes que nada, hay que poner en práctica la empatía.

Puede que nuestra pareja haya tenido un día complicado, se sienta con el humor bajo, con la salud regulera o, simplemente, se caiga de sueño.

Entender que no es nada personal es el primer paso.

En segundo lugar, la masturbación es un aliado perfecto para cuando el deseo se ha quedado a la espera. Hacernos cargo de él es nuestra responsabilidad y de nadie más.

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Cuando el rechazo se mantiene, y ya no es algo puntual, es el momento de sentarse a hablar.

Tener la conversación de por qué no se quiere tener sexo es algo que se debe hacer de una manera muy cuidadosa, para que no resulte ni incómodo ni un ataque.

Olvídate de plantearlo desde un enfoque del tipo «es que ya no follamos tanto como antes» o «¿ya no te gusto?». Lo único que consiguen es hacer sentir a tu pareja mal.

Abórdalo preguntando qué está en tu mano para mejorar la situación o cómo puedes ayudar para que se sienta bien.

Tampoco saques el tema nada más haber intentado tener un acercamiento físico, porque está todo demasiado reciente.

Date un tiempo prudencial para que se enfríen las cosas.

Recuerda que el consentimiento no es una barra libre en la relación de pareja, tienen todo el derecho del mundo a decirte que no.

Intenta quitar la presión al asunto. No hay reglas que debáis seguir ni una cifra que alcanzar sobre la frecuencia.

Esto no es la Liga, no gana el equipo que tenga más puntos.

De la misma forma procura no reaccionar con enfado o decepción si ves que la otra persona no está interesada.

No significa que no te quiera, quizás lo que necesita es que cambiéis la forma de empezar, que sea el que tiene menor deseo quien tome la iniciativa (cuando sea), añadir juguetes o nuevas experiencias, fijarse un momento a la semana o, en el caso de que esté relacionado con la autoestima, que sienta que te gusta y que es deseado/a por ti.

Y, si nada de eso funciona por vuestra cuenta, es el momento de pedir ayuda a una profesional. El sexo es una parte importante que con el asesoramiento indicado se puede trabajar.

Mara Mariño

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No cumplimos nuestras fantasías, el obstáculo de la sexualidad femenina

Cuando estuve varios años en una relación de pareja, que él cumpliera sus fantasías era uno de mis objetivos.

Las que fueran, siempre y cuando yo me encontrara cómoda. Y conseguí poner en práctica la mayoría de ellas.

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En cambio, cumplir las mías propias, estaba en un segundo plano para mí y para él, por su parte no tenía la misma prioridad.

Por mucho que había insinuado qué era lo que me gustaría que él hiciera (o llevara, más bien), me quedé con las ganas.

Puedes pensar que soy una excepción, pero si repaso uno de los últimos estudios que se han hecho sobre la evolución de la sexualidad de la mujer española, mi caso es bastante habitual.

El análisis de Gleeden llega a la misma conclusión que mi vida íntima: las mujeres cumplimos en menor medida nuestras fantasías sexuales.

Y, además de que te toque una pareja poco abierta a cumplirlas, como me ha pasado a mí, hay otras razones por las que nunca le vas a ver vestido de bombero o haciéndote un baile erótico mientras se desnuda.

Por ejemplo, las veces que tenemos deseo sexual superan a las veces que tenemos relaciones sexuales al mes (chúpate esa, mito que dice que nuestra libido es más baja).

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Así que casi el 40% de las veces que tenemos ganas, no tenemos relaciones con nadie.

Aunque tanto cuando estamos en pareja, como cuando no, la masturbación es una gran aliada para esas situaciones (y los juguetes ni te cuento).

Afecta también la manera en la que concebimos el sexo. Seguimos el guión de que la penetración es la reina del dormitorio (o del coche, no entro en los sitios donde quieres dar rienda suelta a tu pasión).

La práctica alternativa más repetida después del coito es el sexo oral y después la masturbación en solitario.

Muchas otras prácticas apenas tienen peso o directamente no entran en nuestro radar. Cuando abrirse de miras sexuales es fundamental.

El estudio señala el swinging (intercambio de pareja) y el trío sexual como las fantasías que menos se ponen en práctica.

Pero vaya, que más allá de tener sexo con más gente, hay un sinfín de experiencias que no realizamos tampoco como hacerlo al aire libre, tener espectadores, el sexo anal, el bdsm

Así que para ponerle solución propongo por un lado hacer ese trabajo de investigación de qué es lo que realmente nos pone.

Definir nuestras fantasías es tenerlas claras y saber cómo ejecutarlas (ya me lo agradecerás si investigas antes de ponerte a hacer la lluvia dorada por primera vez).

En segundo lugar contarlo abiertamente, porque debemos comunicarlo para que la otra persona sepa qué nos gusta -y si quiere participar-.

Y, en tercer lugar, dar con alguien que se apunte a ponerlo en práctica.

Si no se dan las tres, seguiremos montándonos las películas eróticas en nuestra cabeza sin que salgan de allí y dando pie a que el próximo estudio revele lo mismo, que no se cumplen nuestros sueños húmedos.

Mara Mariño

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Por qué a tu próxima cita deberías llevar una novela erótica

Mi primera paja literaria fue con Memorias de Idhún de Laura Gallego García. Jack y Victoria, los protagonistas, se daban un apasionado beso entre rocas.

Daba igual que fuera una novela juvenil, mi calenturienta imaginación adolescente hacía -o imaginaba- el resto.

Muchos años después, me animan a hacer algo revolucionario: compartir esos fragmentos que uso en la intimidad con alguien más.

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Son las 11 de la mañana, varias periodistas nos reunimos gracias a Lelo, la marca de juguetes sexuales, en el Museo Chicote.

Es ese local de Gran Vía, por el que has pasado 500 veces por delante y, si eres millennial, como yo, seguramente no hayas entrado.

El lugar por dentro huele a ligoteo, a madera por sus bancos enfrentados (para hablar con el de al lado rompiendo el hielo), a ganas de sexo y a baños que cuentan historias de no poder aguantarlas.

Y si no, ya me las imagino yo mientras Valérie Tasso nos lee un fragmento de Diario de una ninfómana, su best seller.

El objetivo del encuentro es ‘convencernos’ (así entrecomillado, porque más que un convencimiento es una sugerencia para inspirarnos) de que deberíamos compartir la literatura erótica, como si fuera un masajeador para él y para ella.

La escritora y sexóloga tiene tablas no solo en esto de leer para excitarse, sino en escribir para que sus lectores lleguen a ello.

«¿Cómo se describe un orgasmo si el orgasmo no tiene palabras? Es inefable», señala como uno de los retos de escribir este tipo de novelas.

No le ha hecho falta, en el metro volviendo a casa, mi amiga y yo recordamos una de las escenas de su libro, en la que la protagonista tiene sexo con un desconocido que se cruza por la calle.

«El reto de normalizar» es otro desafío que destaca Patty McMahou, otra escritora invitada.

Aunque el objetivo de sus libros lo tiene claro, y no es solo que nos vuele la imaginación cuando narra una escena en la que una pareja se lo monta sobre una silla.

«Quiero que la gente se divierta con el sexo», afirma.

En mi opinión, la diversión estaba garantizada cuando me imaginaba las caderas de su protagonista revolviéndose en el asiento mientras le practicaban sexo oral.

Ya no sé si es por la subida de las temperaturas en Madrid o la lectura de la escritora, pero de repente ponen al máximo el aire acondicionado de Museo Chicote. No vaya a ser que nos calentemos de más.

Aunque a lo mejor el mayor reto, es el de dejar de considerar la novela erótica un género de segunda.

Quizás porque, como comenta uno de los asistentes, puede ser debido a que es de los pocos en los que la mujer ha tomado las riendas: ya no es solo musa, sino artista (y ya sabemos que no es que nos pongan precisamente las cosas fáciles cuando queremos el rol que toma la iniciativa en vez del pasivo).

Ambas escritoras defienden la literatura erótica como un complemento más que podemos usar para nuestro propio placer.

Valérie siempre prescribe orgasmos -cuanto más nos masturbemos mejor, según la sexóloga-. Aunque bien sabe que «si te das placer, estás más predispuesta a ofrecerlo«.

Pero también recomienda leernos un fragmento de literatura erótica en pareja, porque, como ella misma afirma «es la promesa de lo que va a llegar«.

Y aunque he visitado mi pasaje de Memorias de Idhún más veces de las que me atrevo a confesar, sé que tendría un giro nuevo que me lo leyera en alto alguien más.

Despacio, al oído, mientras me baja un tirante o me retira el pelo del cuello.

Las palabras tienen el poder de construir una realidad, por eso cuando escuchamos un texto erótico nos excitamos. De una manera estamos recreando esa vivencia en nuestro cerebro.

Y es una ‘película’ mucho más interesante que la que nunca se podría ver en la pornografía. Porque es tan rica de detalles como parca en imágenes, las mismas que tienes que dibujar tú.

Salgo con ganas de contar, para mi próxima cena, con unas velas y un plato de pasta -por ejemplo-, pero también con un libro en la esquina de la mesa. Uno que me despierte, desmelene, asalvaje, provoque y avive.

«Es una gran herramienta para recuperar el deseo en la pareja. Hay que romper el cliché de que es para una misma», afirma la escritora.

Ella misma nos recuerda que la sexualidad no está escrita en piedra. Es algo plástico que va cambiando de la misma manera que lo hacemos nosotros.

Por eso mismo, lo que antes podía horrorizarnos, puede generarnos ahora curiosidad y ganas.

Lo que hay que tener claro es que en nuestra mano está disfrutar por partida doble (o triple o cuádruple) esta literatura subversiva, que quiere dinamitar la moral en la que aún nos vemos envueltas.

Además que sean mujeres que lo hagan -y que animen a hacerlo-, que somos las que vivimos más encorsetadas todavía por los valores de la sociedad en la que todavía es tabú hablar del deseo femenino, es tan inspirador de ver como estimulante.

«Las mujeres hemos empezado a hablar sin pelos en la lengua de nuestra vida sexual», dice Valérie. Y ya lo hagamos nosotras o lo hagan otras en forma de libro, nos excita.

Mara Mariño

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‘Hay muchos mitos sobre el deseo sexual masculino, como que los hombres siempre tienen ganas’

Cuando alguno de mis amigos suelta lo de que no es fácil ser hombre hoy en día, me dan ganas de llevarme las manos a la cabeza.

Pero que no le falta razón a esa afirmación es algo que he comprobado después de ventilarme (sí, ventilarme) el libro de la psicóloga y sexóloga Ana Lombardía, Hablando con ellos. La sexualidad de los hombres hetero.

Y es que consigue analizar, desde el punto de vista de sus pacientes, qué implica ser un hombre hoy en día.

Pasando por el modelo de ‘máquina sexual’ -ya os he hablado del empotrador en otras ocasiones- o reflexionando sobre los mitos más extendidos acerca del deseo sexual, como lo de que siempre tienen ganas y están dispuestos a tener sexo.

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El libro de Ana ha sido como colarme en la cabeza de cualquiera de los hombres de mi entorno y saber qué les preocupa.

Conocer a mis amigos pero, especialmente, a las parejas que he tenido. Y no, no es fácil. Porque hay un sinfín de expectativas que hace que terminen en su consulta teniendo problemas para relacionarse con sus parejas.

Comentas que uno de los principales problemas es la presión por las expectativas, ¿cómo evitarla?
Lo importante es conocer esas expectativas, explicitarlas y ser conscientes de cómo nos afectan. A partir de ahí nos será más fácil construir una sexualidad que sea únicamente nuestra, en la que esas presiones y expectativas nos influyan lo menos posible. Ayuda mucho hacerse una lista de todas esas cosas que hacemos por cumplir esas expectativas y empezar a dejar de hacerlas una tras otra (por ejemplo, intentar aguantarse las ganas de llegar al orgasmo).

Además de que los hombres siempre tienen ganas, ¿qué otros mitos deberíamos dejarnos de creer sobre el deseo masculino?
Hay muchos mitos acerca del deseo sexual masculino, los más extendidos son que los hombres siempre tienen ganas, que una mujer les va a excitar solo por el hecho de ser atractiva, que nunca necesitan tener un vínculo afectivo para tener un encuentro sexual… Cada hombre es un mundo y su deseo funciona de una forma distinta y está influido por múltiples factores.

¿Cómo evitar los pensamientos y conductas obsesivas cuando un hombre tiene más deseo sexual que su pareja?
En algunas ocasiones, cuando él tiene más deseo sexual que ella, se siente muy frustrado en el terreno sexual. Esta frustración suele estar alimentada por el hecho de creerse con derecho a tener relaciones sexuales con su pareja y por la creencia de que es mejor tener más deseo sexual que menos.

Esto lleva a algunos hombres a obsesionarse con el tema y a dedicar mucho tiempo, energía y atención a pensar en ello e intentar resolverlo (consultan libros, vídeos, acuden a terapias, buscan mil formas de seducir a su pareja, discuten e intentan convencerla con argumentos de que tenga relaciones…)

Lo primero es cambiar esas creencias de las que hablaba antes, después, es importante trabajar la aceptación de que su pareja tiene menos deseo sexual (no para que se conforme, sino para que deje de intentar cambiar una situación que no va a cambiar, con la consecuente frustración que eso genera). Después suele ser muy útil darles herramientas para manejar los pensamientos obsesivos y elaborar con ellos un plan de actividades o tareas que les puedan resultar estimulantes, para que su foco de atención no esté todo el tiempo en este tipo de pensamientos y tengan otras formas de sentirse realizados y satisfechos.

¿Por qué crees que se ha desnormalizado que las erecciones pueden ir y venir en el encuentro sexual sin que eso signifique que se tiene un problema?
El hecho de que el centro de los encuentros sexuales sea la penetración y que el objetivo sea el orgamo hace que se vea como un ‘fracaso’ el que se pierda la erección en un momento dado. Si el foco estuviese puesto en el placer y en la conexión con la pareja, las erecciones no serían tan relevantes. En el momento en el que comprendes que el pene no tiene por qué ser el centro de todo – ni de tu placer ni el de tu pareja- se abre un abanico enorme de posibilidades para el disfrute. Además, desaparece la presión por durar mucho o por tener una erección, pues sabes que no son cuestiones fundamentales para el éxito de un encuentro sexual.

Del ‘ellos’ al ‘nosotros’

El libro de Ana me ha servido también para plantearme cosas de mi propia vida íntima, como que siempre tendemos a seguir el mismo tipo de esquema en nuestros encuentros sexuales o la lucha contra la (temida) rutina.

¿Cómo alejarnos de la cotidianeidad en nuestros encuentros sexuales?
Es fundamental que podamos hacer consciente qué es lo que realmente queremos hacer en la cama… y por qué no lo estamos haciendo. Normalmente nunca nos hemos cuestionado por qué hacemos lo que hacemos en nuestras relaciones sexuales – y cuando lo hacemos muchas veces que nos damos cuenta de que es porque creemos que es lo que debemos hacer, porque nuestra pareja lo desea, porque es lo que se espera de nosotros.

¿Cómo podemos trabajar la seducción a diario?
Cada persona y pareja debe encontrar el modo en el que trabajar la seducción en su relación. Cuidar el aspecto físico, seguir haciendo planes de pareja, tener intimidad en la relación… Son algunas de las cuestiones a tener en cuenta. Además, es fundamental que cada uno de los miembros de la pareja siga creciendo de forma independiente, para «renovarse», tener cosas nuevas que contar y aportar a la relación y capacidad de sorprender.

Desmontas el mito de la espontaneidad diciendo que esperar a que surjan las ganas de tener sexo, es como esperar ir al gimnasio cuando tengamos tiempo. ¿Cómo nos recomiendas prepararnos u organizar esa planificación?
Lo fundamental aquí es coordinarse con la pareja para agendar un momento para estar a solas, tener intimidad y un espacio en el que disfrutar el uno del otro. No hay que agendar el encuentro sexual en sí mismo, sino el momento para la pareja. Puede ayudar crear algo especial, asegurarse de que no nos van a molestar… Además de intentar que se den la condiciones necesarias para que, si surge, poder tener relaciones sexuales.

Mara Mariño

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¿Y si estas señales te avisaran de que acostaros puede salir mal?

Mi parte favorita de conocer a alguien es cuando la fantasía de cómo se puede traducir la química no entra en conflicto con la realidad.

Porque cuando, después de montarte la película, el sexo resulta decepcionante, el golpe es aún peor.

mujeres cita

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Casi que necesitaríamos un medidor o un aviso que nos alertara de que no va a salir bien en la cama.

Una de mis amigas tiene la teoría de que si presta poca atención a las cosas, es porque va en busca y captura de su propio placer.

Me ponía de ejemplo cuando, una cita que conoció a través de una app, se encargó de poner la mesa para cenar dejando los extremos del mantel completamente desnivelados.

Un gesto a lo mejor sin mucha más profundidad pero que ella relacionó con que podía resultar poco atento a la hora de ser recíproco con el disfrute.

En cambio señalaba como buena señal cuando otro le enseñó que tenía un KH7.

La interpretación fue que su cita estaba lista para limpiar todo tipo de manchas, lo que demostraba que era una persona dispuesta a hacer todo en cualquier parte (y además terminó utilizándolo más tarde, casualidades de la vida).

Quizás es cuando vemos cómo es la otra persona en su ambiente y cómo se comporta, que más información podemos adelantar de lo que se espera, como el hecho de que te deje unas zapatillas o algo de ropa para que te muevas con más comodidad.

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En una Nochevieja que volví acompañada, recuerdo ofrecerle una ducha y receta para coger fuerzas antes de dejarnos llevar.

Quiero pensar que él lo interpretó como buena señal porque quería que se sintiera cómodo nada más llegar, porque eso es algo que suma puntos a la hora de acostarte con alguien de primeras.

Fuera de las respectivas casas, también hay ejemplos específicos que pueden echarnos una mano.

El más obvio: cuando tú te encargas de todo, quien está siempre pendiente de mandar mensajes y planificas cuándo va a ser la cita, el sitio, la hora, el plan posterior… Y él (o ella) solo aparece y ya está, sin hacer ninguna aportación.

Si además no hay esfuerzos por captar tu atención, no notas atracción y en la conversación encuentras un total de cero unidades de coquetería, no te engañes. No va a mejorar si sigues adelante.

Y aunque este artículo va de señales que pueden indicar que no vas a tener buen sexo, quería meter la infalible de que sí lo vas a tener: reíros juntos.

Mara Mariño

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