Mi primera paja literaria fue con Memorias de Idhún de Laura Gallego García. Jack y Victoria, los protagonistas, se daban un apasionado beso entre rocas.
Daba igual que fuera una novela juvenil, mi calenturienta imaginación adolescente hacía -o imaginaba- el resto.
Muchos años después, me animan a hacer algo revolucionario: compartir esos fragmentos que uso en la intimidad con alguien más.

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Son las 11 de la mañana, varias periodistas nos reunimos gracias a Lelo, la marca de juguetes sexuales, en el Museo Chicote.
Es ese local de Gran Vía, por el que has pasado 500 veces por delante y, si eres millennial, como yo, seguramente no hayas entrado.
El lugar por dentro huele a ligoteo, a madera por sus bancos enfrentados (para hablar con el de al lado rompiendo el hielo), a ganas de sexo y a baños que cuentan historias de no poder aguantarlas.
Y si no, ya me las imagino yo mientras Valérie Tasso nos lee un fragmento de Diario de una ninfómana, su best seller.
El objetivo del encuentro es ‘convencernos’ (así entrecomillado, porque más que un convencimiento es una sugerencia para inspirarnos) de que deberíamos compartir la literatura erótica, como si fuera un masajeador para él y para ella.
La escritora y sexóloga tiene tablas no solo en esto de leer para excitarse, sino en escribir para que sus lectores lleguen a ello.
«¿Cómo se describe un orgasmo si el orgasmo no tiene palabras? Es inefable», señala como uno de los retos de escribir este tipo de novelas.
No le ha hecho falta, en el metro volviendo a casa, mi amiga y yo recordamos una de las escenas de su libro, en la que la protagonista tiene sexo con un desconocido que se cruza por la calle.
«El reto de normalizar» es otro desafío que destaca Patty McMahou, otra escritora invitada.
Aunque el objetivo de sus libros lo tiene claro, y no es solo que nos vuele la imaginación cuando narra una escena en la que una pareja se lo monta sobre una silla.
«Quiero que la gente se divierta con el sexo», afirma.
En mi opinión, la diversión estaba garantizada cuando me imaginaba las caderas de su protagonista revolviéndose en el asiento mientras le practicaban sexo oral.
Ya no sé si es por la subida de las temperaturas en Madrid o la lectura de la escritora, pero de repente ponen al máximo el aire acondicionado de Museo Chicote. No vaya a ser que nos calentemos de más.
Aunque a lo mejor el mayor reto, es el de dejar de considerar la novela erótica un género de segunda.
Quizás porque, como comenta uno de los asistentes, puede ser debido a que es de los pocos en los que la mujer ha tomado las riendas: ya no es solo musa, sino artista (y ya sabemos que no es que nos pongan precisamente las cosas fáciles cuando queremos el rol que toma la iniciativa en vez del pasivo).
Ambas escritoras defienden la literatura erótica como un complemento más que podemos usar para nuestro propio placer.
Valérie siempre prescribe orgasmos -cuanto más nos masturbemos mejor, según la sexóloga-. Aunque bien sabe que «si te das placer, estás más predispuesta a ofrecerlo«.
Pero también recomienda leernos un fragmento de literatura erótica en pareja, porque, como ella misma afirma «es la promesa de lo que va a llegar«.
Y aunque he visitado mi pasaje de Memorias de Idhún más veces de las que me atrevo a confesar, sé que tendría un giro nuevo que me lo leyera en alto alguien más.
Despacio, al oído, mientras me baja un tirante o me retira el pelo del cuello.
Las palabras tienen el poder de construir una realidad, por eso cuando escuchamos un texto erótico nos excitamos. De una manera estamos recreando esa vivencia en nuestro cerebro.
Y es una ‘película’ mucho más interesante que la que nunca se podría ver en la pornografía. Porque es tan rica de detalles como parca en imágenes, las mismas que tienes que dibujar tú.
Salgo con ganas de contar, para mi próxima cena, con unas velas y un plato de pasta -por ejemplo-, pero también con un libro en la esquina de la mesa. Uno que me despierte, desmelene, asalvaje, provoque y avive.
«Es una gran herramienta para recuperar el deseo en la pareja. Hay que romper el cliché de que es para una misma», afirma la escritora.
Ella misma nos recuerda que la sexualidad no está escrita en piedra. Es algo plástico que va cambiando de la misma manera que lo hacemos nosotros.
Por eso mismo, lo que antes podía horrorizarnos, puede generarnos ahora curiosidad y ganas.
Lo que hay que tener claro es que en nuestra mano está disfrutar por partida doble (o triple o cuádruple) esta literatura subversiva, que quiere dinamitar la moral en la que aún nos vemos envueltas.
Además que sean mujeres que lo hagan -y que animen a hacerlo-, que somos las que vivimos más encorsetadas todavía por los valores de la sociedad en la que todavía es tabú hablar del deseo femenino, es tan inspirador de ver como estimulante.
«Las mujeres hemos empezado a hablar sin pelos en la lengua de nuestra vida sexual», dice Valérie. Y ya lo hagamos nosotras o lo hagan otras en forma de libro, nos excita.
Mara Mariño
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