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El inolvidable olor del (buen) sexo

Hay olores que, por mucho tiempo que pase, no soy capaz de olvidar. Uno es el de las natillas de mi abuela, que en paz descanse, y el resto, el de los hombres de mi vida. Los importantes, quiero decir, los que han dejado huella. Aquellos con los que hay historia y solera. El primero, más moreno, de piel oscura, con un aroma más intenso y penetrante. El segundo, más dulzón; el tercero, muy suave. Todos ellos con sus matices, con sus cambios, dependiendo del cuándo, cómo y dónde.

GTRES

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Pero de todos esos entonces y circunstancias me quedo con el del mismo instante repetido: ese que sobrevuela la habitación y te envuelve, te impregna, justo después de un encuentro perfecto, ansioso y recién satisfecho con el hombre (o mujer) que en ese momento te revuelve las entrañas. Ese olor es insuperable. Tanto que, las primeras veces, me quedaba un buen rato en la ducha, sin abrir el grifo, olisqueándome toda la piel que podía antes de que el agua se lo llevara por el desagüe.

He encontrado decenas de artículos sobre las feromonas y la importancia del olor corporal para la seducción entre hombres y mujeres, pero no puedo evitar que me parezcan estúpidos. La estúpida lo seré yo, sin ninguna duda, que seguro que son muy científicos y que tienen mucha razón, pero no hay dios del marketing que logre convencerme de que me van a entrar ganas de irme a la cama con un tipo solo porque se haya echado por encima un frasco de hormonas envasadas con olor a verraco.

Sí que coincido en que el olfato es uno de los sentidos más importantes (¿cuál no lo es?) y constituye un factor fundamental en el deseo sexual y su intensidad. Nada como hundir la cara en el cuello del ser ansiado, en sus rincones, y respirarlo profundamente hasta que te duelan los pulmones. Como si quisiéramos guardárnoslo dentro. Pero de ahí a pensar que es el olor que desprende el otro el factor fundamental que me ha llevado a perder la cabeza por él… Más bien no, me resisto a creer eso por mucho estudio que valga.

Aunque puede que esté equivocada. Al fin y al cabo soy solo una mortal mamífera.

¿Luz encendida o apagada?

Ver o no ver, ser vistos o no, esa es la cuestión. Porque “no hay nada donde la vergüenza sea más dominante que en el sexo”, afirma Anita Clayton, psiquiatra y profesora de Ciencias Neuroconductuales de la Universidsad de Virgnia.

Muchos de los que optan por el “luces fuera” sostienen que así, en la oscuridad, pueden concentrarse solo en sentir, en apreciar a la otra persona agudizando el resto de los sentidos. Otros hablan de la necesidad de crear un espacio propicio para dejar volar la imaginación y las fantasías.

No digo que no sea verdad, que ya se sabe que entre el blanco y el negro hay miles de grises, pero lo cierto es que muchas de las veces, aunque no se reconozca, el trasfondo está lleno de inseguridades, de complejos, de pudor, de falta de confianza, de sensación de suciedad y de conciencias maltrechas. Que tantos años de opresión, de castración y mentes manipuladas por los preceptos sociales, culturales y religiosos acaban por pasar factura.

Sexo en penumbra“Ningún aspecto del ser humano está más cargado de denigración y deshonra que el sexo“, añade Clayton, al tiempo que explica que todos, en algún momento, nos hemos avergonzado de nuestras pasiones o de la sexualidad en sí misma, de lo que envuelve. El caso es que, por esa y otras razones, muchos no quieren ser vistos en ese proceso.

Es el caso de María. Tiene 49 años y lleva más de 30 casada. Jamás ha encendido la luz para tener relaciones con su marido. Se siente gorda, la acomplejan las estrías de sus tres embarazos y como casi toda mujer, tiene celulitis. Detesta su cuerpo y cree que no merece algo mejor, que el sexo y su disfrute son para otro tipo de personas.

Afortunadamente, cuando pregunto, cada vez son más las personas que me responden que a la hora de hacer el amor (o follar, según cada cual) prefieren tener la luz encendida y disfrutar así de todos los sentidos. Claro que, casi siempre, se trata de personas más o menos jóvenes. Normalmente, a mayor edad, más fácil es que alguien te conteste que su opción es la oscuridad y su amparo. Especialmente las mujeres, siempre sometidas a mayores niveles de exigencia.

Para aquellos que huyen de la luz, una buena opción siempre son las velas, el ámbito intermedio de la penumbra. Un buen lugar para sacar tu sexualidad de las sombras y enriquecerla. No ya por placer, sino por salud. Mental y física.