Archivo de septiembre, 2020

¿Qué pasa si son ellas quienes ‘llevan los pantalones’ en una relación?

Me gusta mandar, suelo llevar la iniciativa e intento que las cosas salgan de la manera que yo quiero. Y es algo que aplico también a mis relaciones.

Soy, por mucho que vea anticuada la expresión, quien lleva los pantalones. Y si yo fuera el hombre de la relación, supongo que no pasaría nada. Sería tan habitual que ese fuera mi rol, que a nadie le extrañaría. Pero como soy la mujer, a veces cambia un poco la cosa.

BERSHKA

Cambia porque, por muy orgullosa que esté de tener un carácter fuerte, no siempre la reacción de otras personas me hace sentir bien. Que en mi relación yo lleve más a menudo las riendas, despierta -de cara a los demás- precaución («joder con esta») y casi antipatía.

Mientras que mi pareja (hombre) suele recibir compasión, como si él no tuviera ningún tipo de control en su vida y estuviera supeditado a mis decisiones.

Si me pongo a repasar las relaciones de pareja que hay en mi familia desde mis abuelos, en todas puedo afirmar que son ellas, mis abuelas, tías o incluso madre, las que llevan la voz cantante.

Aunque, en muchos de esos casos, en la sombra. No sé si para que no resultara embarazoso para sus parejas o porque el mundo no estaba preparado.

Ahora me encuentro que lo de que nosotras llevemos los pantalones, tanto o más que ellos, ya se ve con más normalidad (quitando las reacciones que he comentado unas líneas más arriba).

Me tranquiliza que muchos de mi generación ya no se sienten identificados ni con esa frase ni temen el cambio de rol.

En lo que sí estamos de acuerdo -después de un rápido test vía Instagram- es que por muy en desuso que veamos la expresión, coincidimos en que puede que haya relaciones en la que uno de los dos sea más decisivo que el otro.

En mi caso, tengo claro que la personalidad hace mucho. Si ya de por sí soy activa e inquieta y estoy con pareja más tranquila, a ambos nos va a funcionar que lleve yo la iniciativa o que sea quien tire un poco del otro si no le sale tanto.

Claro que si viviera el caso de encontrar a una persona tan movida, tendríamos que ponernos más de acuerdo.

Lo importante de mi reflexión de hoy, el punto al que quiero llegar, es que nos desprendamos de una vez de los prejuicios que pueden implicar ver a una mujer llevar la voz cantante en una relación.

Como os digo, en mi caso, es fruto de la pareja que tenga en el momento y no debería ser considerado como algo negativo para mí (es decir, que no es que controle o someta a la otra persona) ni para él, que tiene poder de decisión en todo momento.

Duquesa Doslabios.

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Amiga, en este momento del mes deberías evitar la postura del ‘perrito’

Quienes me lleváis leyendo tiempo, sabéis que soy una gran fan del ‘perrito’. Ponerse ‘a cuatro patas’ lo tiene todo: posición cómoda, estabilidad, acceso fácil al clítoris y, por supuesto, un nivel de sensaciones altísimo.

Pero, ¿resulta siempre igual de satisfactoria? Hace poco descubrí que no.

CALVIN KLEIN

En algunas ocasiones, aquella postura me había provocado dolores independientemente de que me encontrara muy excitada. Lógicamente, aquello fue para mí un motivo de preocupación, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de una de mis posiciones estrella.

La curiosidad y el aliciente de poder practicarla sin dolor me llevaron a hacer una investigación intensiva de lo que me estaba pasando.

En cuanto empecé a recoger algunos datos, cobró sentido qué me estaba generando esos dolores tan intensos que apenas me permitían disfrutar del momento.

Y, curiosamente, no tenía tanto que ver con la lubricación o la excitación, ¡sino con mi ciclo menstrual!

Como bien sabemos, el ‘perrito’ es famosa por favorecer una penetración profunda.

Aunque claro, la intensidad de sensaciones es brutal. De ahí que sea una de las favoritas de muchas al hacernos llegar al orgasmo en poco tiempo.

El problema viene en la fase del ciclo menstrual en la que nos encontramos. Porque, según estemos en una u otra, el pene puede llegar a tocar el cuello del útero. Una sensación entre cero y nada agradable que es la que hace que duela en lo más hondo (literalmente).

Cuando vamos a ovular el cérvix está alto y blando, de manera que es difícil que, incluso colocadas ‘a cuatro patas’, se llegue a alcanzar.

Pero, después de esta, la posición del cuello del útero cambia: baja y se endurece. Si encima tienes algo percutiendo, de incomodidad se pasa a mortificación y el ‘perrito’ baja del top de posiciones a las últimas de la lista.

Saber si hay posibilidades de que nos vaya a molestar, es relativamente fácil. Nosotras mismas podemos introducirnos un dedo (estando en cuclillas) y comprobar de primera mano -el chiste venía en bandeja- su estado.

Una vez pasa la menstruación, y el ciclo arranca de nuevo, volvemos a atravesar el mejor momento para practicarla.

Duquesa Doslabios.

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Si nunca has tenido un ‘squirt’ o encontrado tu punto G, ¿tu vida sexual es aburrida?

Tengo una amiga que no hace cine erótico, pero podría protagonizar cualquier película si le diera por ahí. Es la única mujer que conozco -por el momento- que, cuando llega al orgasmo, necesita ponerse una toalla por debajo, ya que suele empaparlo todo.

LELO

Y cuando digo todo, es todo, hasta el punto de que una de las últimas veces, la toalla se quedó corta y tuvo que recurrir a la fregona.

Es de esas mujeres capaces de experimentar el squirt, que consiste en expulsar un líquido transparente (que, en parte contiene orina) a presión, cuando se alcanza el clímax.

Ella es consciente de que no es tan común como podría parecer en la pornografía cuando sus acompañantes se sorprenden al verlo en directo.

Y esa es una de las cosas que me irrita de la industria de cine adulto, que hacen del squirting algo tan extendido, que es casi raro que nunca lo hayas tenido.

Pero claro, a nivel visual, el estímulo es inmenso para el espectador masculino, de ahí que en la mayoría de películas sea algo que se finja para que no falte en la trama.

Topicazos del porno aparte (que ya sabemos que no es precisamente la mejor representación de la realidad), claro que siento curiosidad por el squirt.

Pero, aunque, una parte de mí se pregunta cómo tiene que ser eso de terminar empapada, tampoco siento que a mi vida sexual le falte nada.

El clítoris tiene 8.000 terminaciones nerviosas -independientemente de si experimentamos el squirt-, una proporción que nos garantiza dosis de placer cada vez que se estimula la zona.

Por eso me niego a agobiarme con todos los nuevos términos que parece que estamos obligadas a conocer. Ya no basta con encontrar tu punto G, ahora tienes que descubrir el punto A, el punto U, el punto K y aprender la mecánica para terminar en un squirt.

Basta.

Claro que es maravilloso explorarnos y descubrir nuevas zonas con las que disfrutar, pero también podemos pasarlo bien y llegar por igual al orgasmo sin tanta letra ni teoría.

No quiero pensar en mi cuerpo como un mapa que tengo que seguir a rajatabla, agobiándome si por lo que sea, no llego al destino indicado. Más bien limitarme a disfrutar del trayecto, sea cual sea y me lleve a donde me lleve.

Duquesa Doslabios.

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¿Tras la cuarentena has decidido dar el paso y comprometerte? Puede ser una mala idea…

Creo que estaremos de acuerdo en que, desde que la crisis sanitaria dio comienzo, es como si la gente hubiera enloquecido por comprometerse y tener hijos.

En el segundo caso, la respuesta parece más obvia siempre y cuando hablemos de modelos, cantantes o influencers, ya que con el parón en sus agendas, han pensado que era un buen momento.

SPRINGFIELD

A la mayoría del resto de mortales (grupo en el que estamos tú y yo), si no hemos sido despedidos o estamos en ERTE y tenemos la suerte de teletrabajar, ni se nos pasa por la cabeza ampliar la familia en este momento tal y como están las cosas.

Pero, curiosamente, hay parejas que durante la pandemia han tenido una especie de revelación vital, llegando a la conclusión de que ya era hora de comprometerse con la persona con la que han pasado el confinamiento.

Porque por mucho que haya sido una experiencia que ha llevado a algunos a romper, muchas relaciones han llegado al siguiente nivel.

Aunque, ¿realmente ha sido por una evolución de la pareja o, más bien, consecuencia de lo que estamos viviendo?

No digo que muchos no hayan descubierto en ese tiempo bondades de la otra persona que no conocían todavía. Pero me parece un poco preocupante que haya sido este hecho el definitivo que ha empujado a tomar la decisión.

En mi caso, mi pareja (que estaba en ERTE), se encargaba de la mayoría de tareas domésticas mientras yo trabajaba. Una vez se ha reincorporado, el trabajo que ha tenido que asumir ha sido el doble.

No solo el reparto de tareas se ha invertido, teniendo yo que hacerme cargo en algunos momentos de un peso mayor, también el aspecto romántico, que, por falta de tiempo, ha terminado desapareciendo.

Fuimos de esos que, estando en casa tanto tiempo juntos, acabamos viviendo una peculiar ‘luna de miel’ que desapareció con el posconfinamiento y nuestras respectivas rutinas por separado.

Es decir, de haber tomado cualquier decisión vital en aquellos meses, solo por lo que estábamos sintiendo, habríamos obviado la que es verdaderamente la vida normal en pareja.

Y sí, claro que confirmé que le quería en aquel tiempo, pero sinceramente, no me hacía falta encerrarme tres meses a su lado para darme cuenta, era algo que ya sabía.

Tampoco podemos olvidar que el estrés de la pandemia y el miedo a volver a ser confinados, nos llevan a buscar control y seguridad, así que comprometernos con una persona por el resto de nuestra vida -lo admitamos o no- es un patrón que responde también a la crisis.

Así que antes de dar el paso, hay que intentar distinguir si es una decisión como consecuencia de la situación (que pueden ser tanto por euforia como por miedo) o consecuencia de sentimientos auténticos que, pasado el aislamiento, siguen estando ahí. Nada de tirarse a la piscina.

Duquesa Doslabios.

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De verdad que no es para tanto no llegar al orgasmo

Mi primera reflexión de este lunes no ha sido otra que preguntarme si de verdad hace falta llegar al orgasmo cada vez que tenemos sexo. Claro que es la cúspide del placer, pero creo que se están generando altas expectativas alrededor de ese momento.

Y sentir presión en la cama es, literalmente, lo peor que puede pasar, ya que dificulta todo lo demás.

DEREK ROSE

Soy consciente de que escribir este tema es un poco arriesgado si me paro a considerar la brecha orgásmica -a día de hoy todavía tan amplia- entre hombres y mujeres.

«Es que para mí lo normal ya es tener sexo sin correrme», podría decirme más de una, especialmente si ha sido un encuentro casual (algo que expliqué hace casi un mes).

Pero quiero hablar de los casos en los que sí suele haber reciprocidad y ambas personas se preocupan porque haya igualdad de placer.

Puede resultar un poco agobiante -y esto lo digo por experiencia propia- que esté demasiado pendiente de tus sensaciones.

«¿Cómo vas? ¿Todo bien? ¿Te falta mucho?» son algunas expresiones que casi quieres contestar de mala gana. Como si fueras un huevo en agua hirviendo y él estuviera contando los minutos para sacarlo cuando se haya cocido.

«Voy pasándomelo estupendamente. Sí, todo bien. Sí, me falta mucho y después de este diálogo, te puedo asegurar que mucho más que antes de que dijeras nada» podría ser una respuesta perfectamente válida.

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No necesitamos la presión de que nos controlen con un reloj, porque al final es algo que fastidia y apaga la excitación.

Quizás un día se tarde más o que incluso no se llegue por mil razones: una jornada dura en el trabajo, cansancio físico o mental, los vecinos discutiendo a voces, saber que el resto de compañeros de piso están durmiendo o, simplemente, que por el día del mes, no estés con la vagina en su momento más esplendoroso y aquello te produzca más molestia que placer (este último sí que solo se aplica a nosotras).

Pero que pase alguna de esas cosas, no significa que no se puedan disfrutar de otros momentos del sexo, de besos, caricias, de juegos, masajes, masturbación, penetración…

En nuestra mano está empezar a normalizar que no pasa nada por parar porque ya es cansado, apetece ponerse a hacer otra cosa o incluso porque, como hace unos meses, hacía demasiado calor.

Igual más que tomarnos el sexo como corredores profesionales, con el único fin de atravesar la línea de meta, deberíamos planteárnoslo como senderistas: disfrutando del trayecto y dando la vuelta cuando nos apetezca.

Duquesa Doslabios.

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Todo lo que tienes que tener en cuenta antes de quitarte la mascarilla en una cita

Las llaves, la cartera, el móvil y la mascarilla: las cuatro cosas que necesitamos antes de salir de casa para una cita. Y aunque de tres de ellas casi no te enteras, la cuarta puede arruinarte un poco el momento.

GTRES

Porque, por muy acostumbrados que estemos a estas alturas a lavarnos las manos más veces al día de las que podamos contar, es difícil recordar que, también con alguien que nos gusta, no podemos bajar la guardia.

La espontaneidad es un lujo que no podemos permitirnos desde que estalló la crisis sanitaria. Este permanente estado de alerta, incluso con quien queremos que pase a un ámbito más íntimo, es lo que nos toca ahora.

Pero la vida sigue, la gente se mueve -o lo hacía antes de las restricciones- y los sentimientos florecen. No podemos esperar a que llegue esa hipotética fecha en 2022, la que pronostican los expertos como vuelta a la normalidad (normalidad real, de la de antes)

Hasta el nuevo horizonte sin virus, nos acompañará la pregunta del millón.

Si ya ha pasado un tiempo, las cosas van bien y le vemos potencial a lo que va surgiendo, ¿cuándo podemos quitárnosla?

Es nuestra responsabilidad mirar más allá del impulso inicial y tener en cuenta a qué gente estamos exponiendo. Si vivimos con abuelos o un familiar inmunodepresivo (o incluso si la otra persona lo es) está en nuestro entorno, es como para pensarlo dos veces.

Si nos da confianza para dar ese paso, también dependerá mucho de conocer cuáles son las medidas que toma. ¿Está pendiente de desinfectarse? ¿Procura relacionarse lo mínimo posible? ¿Estornuda en el codo? Son buenas señales.

Otros factores, como el lugar de trabajo, se escapan de nuestro control. Pero, por desgracia, la exposición no es la misma estando en casa teletrabajando, que yendo en metro todos los días a una oficina.

Así que, lo mejor que podemos hacer, es darnos tiempo. Tiempo para averiguar todo eso y aprovechar para decidir si realmente es algo con futuro.

Hasta entonces, tener citas al aire libre con poca gente será clave. Cuando llegue el momento -quizás un par de semanas más tarde-, habrá que poner sobre la mesa si solo se está viendo (y si solo se va a ver) a la otra persona antes de tomar la decisión. Un primer ensayo de la famosa charla del compromiso versión Covid-19.

Y, mientras, toca aguantarse las ganas, jugar con las miradas y entrecruzar las manos solo si las hemos pasado por gel hidroalcohólico.

También aferrarse a que, en algún momento, podremos echar la vista atrás y brindar -con un poco de suerte, con la misma persona- por aquel periodo tan raro que ya ha quedado en el pasado.

Duquesa Doslabios.

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¿Alguna vez nos dejarán las redes sociales superar a nuestros ex?

En más de una ocasión, le he preguntado a mi madre qué había sido de sus exnovios. Si terminaron con otra pareja, si seguían solteros, si se mudaron de su ciudad natal, si tenían el mismo trabajo… No lo sabe.

No lo sabe porque ni tiene redes sociales ni intención de tenerlas. Es de esa generación en la que, las rupturas, solían ser sinónimo de no volver a saber de la otra persona por el resto de tu vida.

MANGO

Y cómo le envidio por eso.

Instagram, Facebook o incluso TikTok nos habrán acercado en muchos aspectos, pero no ponen fácil lo de perder de vista a una persona.

Da igual que dejes de seguir, que bloquees, que silencies o que le ocultes tus historias. Al final, hay amigos o compañeros de clase en común por las que, de rebote, termina llegándote información. O, incluso a veces, ni siquiera eso.

Buceas por tu red social un día cualquiera y ahí está. En una página de inspiración de bodas que ni siquiera recordabas que seguías.

Vestido de negro o vestida de blanco con otra persona al lado, alguien que no eres tú.

Claro que sabías que ninguno de vuestros futuros iba a transcurrir por el mismo camino, pero que lo supieras y vivieras asumiéndolo no significa que quisieras estar al tanto. De hecho, si algo no querías, era verlo.

Porque una cosa es darlo por hecho, entender que en cinco o diez años pueden pasar muchas cosas y que todos terminamos por rehacer nuestras vidas.

Otra es ver que aquella persona -esa que te hizo pensar que no volverías a poder querer a alguien-, aparece en tu pantalla en el que es uno de los momentos más felices de su vida.

Saber, como si estuvieras presente en aquel mismo instante, todos los detalles: cómo eran los trajes de novios, dónde lo celebraron, cuándo…

Te alegras -porque internamente el punto y final de vuestra historia estaba más que escrito– y te jodes a partes iguales. Si una imagen vale más que mil palabras, esa consigue desestabilizarte por un rato. ¿De verdad era necesario?

Da igual que hayas pasado página. Ahí está la aplastante realidad que no tenías por qué ver, pero el dichoso algoritmo te acaba de arrojar a tu interfaz.

¿La solución? Solo se me ocurre la de mi madre. Borrar todo y vivir una existencia analógica lejos de todo lo que sea tropezarte virtualmente con tu expareja. La única manera de asegurar el «ojos que no ven, corazón que no siente».

Duquesa Doslabios.

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Qué es lo que convierte en épico un polvo según los ‘millennials’

Hay muchos tipos de sexo. Tantos que, la mejor comparación que se me ocurre, es con el mostrador de una heladería (y no solo porque, curiosamente, tanto un sabor como una variedad compartan el nombre de ‘vainilla’).

DUREX

Pero no todos los recordamos por igual. Hay algunos que se clavan en la memoria después de hacerlo en las entrañas.

Y hoy he venido a hablar de ellos.

No solo yo, que ya me tienes muy leída. En esta ocasión, la opinión sobre las características que reúnen los que entran en esta categoría, es un poco mía, pero sobre todo de otros amigos y conocidos de mi edad.

  • Empiezo rompiendo el hielo con el que es, para mí, el básico de cualquier polvazo: sentirme cómoda. Algo que va desde tener la confianza como para poder decir lo que mi cuerpo necesita, hasta disfrutar plenamente del momento y del lugar, sin más preocupación que la de dejarme llevar para disfrutar.
  • «Que puedas recordarlo con una risa y mordiéndote el labio» es otra de las respuestas que comparto. Al fin y al cabo, no hay combinación más explosiva que la que forman humor y placer. Y, si tan solo de pensar en ello, las reacciones son tanto un recuerdo agradable como uno excitante, se merece el 10.
  • Quiero matizar el «que incluya sexo oral» por «que sea variado». Imitar hasta el hastío las dinámicas del porno u obviar que hay otras maneras de disfrutar más allá de la penetración, hace que cualquier experiencia quede un poco coja. Así que olvida eso de que es una práctica relegada a los preliminares y ponlo en práctica en cualquier momento.
  • Me llama la atención que una de las respuestas más repetidas haya sido «correrse a la vez». Quizás porque, para mí, nunca ha sido algo importante. No somos relojes, no hace falta sincronizarse y agobiarse al respecto si lo hacemos a destiempo. Sin embargo, puedo entender que llegar al orgasmo en el mismo momento puede ser un broche estupendo. Aunque mejor no obsesionarse con ello.
  • Que la noche ha sido un éxito se resume en las afirmaciones de «acabar con el chichi escocido» o «terminar con agujetas». Despertar al día siguiente con arañazos, algún mechón de pelo arrancado (de quién y de dónde sea) y otras ‘heridas de guerra’ son sinónimos de que nos hemos dejado la piel, literalmente.
  • Por supuesto, el estatus de ‘polvo épico’ no se limita solo a los genitales. «Que se te olvide dónde estás o la noción del tiempo. Disfrutar del otro a nivel íntimo, no solo a nivel sexual» es otra de las afirmaciones con las que coincido de lleno. No todas las conexiones consiguen llegar más allá de los cuerpos y, cuando se combinan ambas, es pura magia.
  • Es algo que podría resumirse en «compenetración» o «complicidad», otros requisitos que también han aparecido en mi encuesta. ¿Cuántos casos conocemos de polvos que fueron un éxito gracias a la química y otros que, pese a haber mucha atracción física, se quedaron en menos por la falta de ella?
  • Me parece fundamental que en las respuestas saliera la reciprocidad: «Que haya equilibrio». Esto es un juego de equipo, no una partida al solitario, así que lo normal es que ambas personas estén al tanto de que no haya desigualdad y estar pendientes de que, si ya ha bajado, ahora te toca hacerlo a ti.
  • «Darle rienda a suelta a todo», pero no solo a las fantasías. Poder expresarte libremente a nivel sexual con sonidos, jadeos, miradas, caricias o cachetes, da igual. Dejar fuera de la cama el trabajo, los problemas, los compromisos y…
  • «desactivar el cerebro racional y que solo quede el instinto animal».

Duquesa Doslabios.

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No, no es raro repetir las citas con distintas parejas

A los 19 años, una compañera de la universidad me descubrió el parque del Cerro del Tío Pío (conocido como las Tetas de Vallecas). Aquel lugar desde donde se podía ver toda la ciudad, me regaló el que sigue siendo mi atardecer favorito de Madrid.

MANGO

Por eso se convirtió en uno de mis sitios preferidos para tener citas, así que cuando fui con mi pareja actual, tenía el lugar un poco trillado.

Para mí la explicación es sencilla, el lugar donde vivimos tiene un número limitado de sitios que nos gustan hasta el punto de querer compartirlos con alguien especial.

No es como si, cada cierto tiempo, la ciudad fuera cambiando y ofreciendo localizaciones alternativas. En Madrid tengo el Palacio de Cristal, las Tetas, Debod y un par más que prefiero no comentar para que no se hagan todavía más populares.

Y como he pasado aquí la mayor parte de mi vida, lo normal es que esos sitios me acompañen incluso cuando cambio de relación.

No significa que sea poco original o que no le dedique tiempo a pensar en un lugar bonito para tener una cita, más bien que disfruto tanto de esos lugares, que ¿cómo no compartirlos si son casi como dar a conocer mi película o mi restaurante favorito?

Por suerte, como persona de a pie que soy, la mayor crítica que puede venirme por repetir mis hot spots donde tener citas, puede ser o por parte de algún lector o por amigas (que al final, muchas hacen lo mismo).

Sin embargo, no es el caso de Jacob Elordi. El protagonista de El stand de los besos ha recibido un aluvión de críticas por hacer mi estrategia con sus últimas tres parejas.

Aunque a diferencia del parque madrileño, lo suyo ha sido un mercado en Nueva York, que, salvando las distancias, vendría a ser lo mismo para el actor: el primero de la lista de sitios que conocer con una persona que le interesa.

Para los fans del intérprete (todavía no entiendo por qué) esto resulta bastante ofensivo, llegando incluso a calificar a Jacob de «enfermo».

Pero, como os comentaba unas líneas más arriba, personalmente no creo que tenga nada de malo volver a visitar esos lugares que nos han marcado de alguna manera para crear nuevos recuerdos en ellos.

Si pienso en mi caso con el parque de Vallecas, puedo asegurar que de todas las veces que he estado, la más especial para mí fue cuando me di aquel beso a las cinco de la mañana con mi pareja, solos y con Madrid brillando a nuestros pies.

Además, también repetimos de padres, hermanos y otros miembros cuando hacemos la presentación oficial de la nueva pareja y a nadie se le ocurriría que eso está mal y deberíamos cambiar de familia.

Normalicemos que hay cosas que forman parte de nosotros y, conocerlas es también un paso a la hora de compartir quiénes somos.

Duquesa Doslabios.

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¿Es posible cultivar el apetito sexual? Sí y depende de ti

Qué cómoda sería la vida si el deseo sexual se mantuviera por sí solo. Si esa urgencia tan típica del comienzo, nos acompañara año tras año.

CALVIN KLEIN

Pero nada dura para siempre y el subido hormonal no es la excepción. Llega un punto en el que no se puede negar la realidad más evidente: hay momentos en que tenemos más deseo y otros en los que tenemos menos.

El trabajo, la quedada con esa amiga para tomar el café, que al llegar a casa hay que tender la lavadora o que el cansancio puede con todo son situaciones que desembocan en lo mismo, esa chispa ya no surge de forma espontánea, como antes.

Lo que no significa que nuestro destino sea una vida sin sexo. Al deseo hay que encontrarlo, azuzarlo y provocarlo hasta que salga a flor de piel.

Imagina que tienes una maceta con tierra de la mejor calidad. En ella colocas una semilla perfecta, fuerte, resistente y con todo el potencial de ser una de esas plantas de interior que aguantan todo (hasta mudanzas).

Al final, si no la riegas o se te olvida colocarla delante de la ventana, lo más probable es que termine secándose. Con el deseo pasa lo mismo.

(Y sí, es el mejor símil que he podido encontrar. Será que cuando volví de las vacaciones me encontré así a algunas de mis pequeñas hijas verdes.)

Vale que cultivar el deseo y cultivar una planta son tan parecidos un gel hidroalcohólico y la hipotenusa, no basta con echarnos agua -o a la pareja en su defecto- y confiar en que dé comienzo el espectáculo de pasión (o igual sí si os gusta ese rollo).

La clave está en dar con el estímulo erótico, que es algo tan amplio que parte de conocer un poco los gustos propios y los de la otra persona (porque sí, también podemos autocultivarnos el deseo).

Una película subida de tono, escribir un relato dando rienda suelta a la imaginación, un mensaje subido de texto en horas de trabajo (el móvil alejado del resto de compañeros), algo de baile o sorprender cumpliendo una fantasía pueden ser buenas formas de que el deseo despierte.

Lo mismo sucede con los momentos cariñosos, esos a los que tan poquito tiempo podemos dedicarles en el día a día. Y, por supuesto, no hay nada mejor para mantener alto el nivel de deseo que tener sexo con frecuencia.

Pero claro, si no tenemos deseo de sexo, no hay sexo y, a menos sexo, menos deseo de sexo. Al final, no es como comer o beber, tu cuerpo no va a lanzar una señal de que tienes hambre o sed.

Necesitas crearla tú.

Duquesa Doslabios.

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