Archivo de enero, 2018

Las 10 tradiciones pasadas de moda que deberían volver en las citas

Como melancólica amante de lo vintage hay una serie de normas que deberíamos recuperar de las citas que podían tener nuestros abuelos y que, con el tiempo, se han perdido (aplicándolas a la manera que tenemos ahora de pensar respecto a relaciones y géneros, claro).

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Antes, las citas no eran tan impersonales sino que la interacción era mucho más directa de la que vivimos actualmente. No había Whatsapp, Facebook, Twitter ni manera de enterarte de los gustos de la otra persona que no fuera hablando, hablando y hablando.

  1. Llamar por teléfono: y dejarse de teclear. La comunicación a través de la pantalla hace que se pierdan muchos matices, algo que pasa en menor medida si escuchamos la voz.
  2. Vestirse bien: damos por hecho que con vaqueros y zapatillas podemos ir a cualquier lado cuando cuidar los aspectos de la vestimenta demuestra que le damos importancia a la situación.
  3. Llevar flores independientemente del género. Y si no le gustan las flores porque las considera bonitas pero inútiles (como es mi caso) tener otro tipo de detalles como un aguacate o cualquier cosa que se corresponda a sus gustos.
  4. Recogerle en casa también independientemente del género, especialmente si uno de los dos tiene coche y el otro no. Puede parecer algo nimio pero es un detalle que nos hace quedar maravillosamente y no cuesta nada.
  5. Sentarse a cenar en vez de quedar «a tomar algo» así como hacerle saber que estáis en una cita.
  6. Mantener el teléfono fuera de la mesa. Además de que es algo de muy mala educación se utilice con quien se utilice, en una cita el efecto es todavía mucho peor.
  7. Concretar: ni todo vale, ni todo es etéreo. Hoy en día parece que nos asusta llamar a las cosas por su nombre y dejamos abierto el paréntesis para no cerrarnos, pero es importante cerciorarse del punto en el que se está para que nadie se haga daño.
  8. Pequeños gestos de cortesía como ceder el paso, abrir una puerta, colgar un abrigo o pagar la cuenta que también puedes realizar independientemente del género. Recuerda que la buena educación no entiende de sexos, la galantería, ahora, tampoco.
  9. Escribir a mano una nota, una tarjeta o una carta, puede ser con una frase tuya o sacada de Internet si te cuesta encontrar la inspiración, pero esos obsequios son los tesoros favoritos de los que pecamos de románticos.
  10. Presentar a la persona, no ya solo a la familia, que cada vez vive más al margen de nuestras relaciones, también en el caso de que nos encontremos a alguien. No hacerlo es muy maleducado por nuestra parte.

Duquesa Doslabios.

Querer como se quieren los ‘millennials’

Voy a quererte a lo millennial. Y, como enamorada de la ‘Generación Y’, así es amar de esta manera tan nuestra.

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Soy millennial, lo que significa que, generalmente, no tengo para una hipoteca ni para irme a vivir contigo cuando quisiera. Pero soy de las que aprovechan el escaso salario de colaboraciones o de becas para pagarnos una escapada de fin de semana por todo lo alto o para cenar en el nuevo local de moda de Barcelona (después de leer las correspondientes recesiones en Internet, por supuesto).

Me considero una romántica tecnómada, porque vivo a caballo entre el mundo analógico y el 2.0, y mis declaraciones de amor vienen en forma de una historia de Instagram, ya sea mencionando tu nombre o con una canción, aparentemente, al azar. Porque solo Spotify entiende qué banda sonora ponerle a este amor digital. Tampoco esperes cartas de amor metidas en sobres a través del buzón, sino a través de Whatsapp, y cargadas de emoticonos, gifs y frases de canciones de Leiva.

Y es que por mucho que hayan cambiado las cosas en 50 años, sigo siendo una sentimental. Crédula hasta el final, con consciencia del pin de tu móvil y contraseña de tu ordenador, respeto tu intimidad y no siento necesidad de curiosear. Nunca me falta la tranquilidad de saber que por mucho que vuelen corazones en una red social, es a mí a quien reservas el biológico en su totalidad.

Porque al, y a la, millennial, enamorados también nos guía la fe ciega cuando nuestra pareja se va a un festival con los amigos o cuando tardan en contestarte más de lo esperado.

No hay problema. Ya no me estreso con nada, porque somos de una generación que es feliz con poco. Hasta el punto de que ahora, las mayores muestra de amor verdadero, el compromiso auténtico, son cambiarse la foto de perfil por una juntos o resistirse a ver el siguiente capítulo de la serie de Netflix a la que ambos estamos enganchados.

Y como millennial que soy respeto tus sueños como los míos. Porque ninguno tiene por qué renunciar a ellos aunque signifique poner kilómetros y muchas llamadas de Skype de por medio. Formamos parte de las generaciones emigrantes que llevan el amor a cuestas, el móvil con batería de recambio y el corazón sin repuestos, porque si algo compartimos con las generaciones anteriores es que, si de amor se trata, nos lo seguimos jugando todo.

Duquesa Doslabios.

Las cosas que he aprendido de sexo a lo largo de mis 20 años

Puedes ponerte a follar mientras haces el amor, con rabia, con fuerza, con desenfreno, con ganas, contra la pared… Pero nunca, mientras follas, podrás fingir que estás haciendo el amor.

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Esa fue una de las primeras cosas que aprendí a lo largo de mi veintena, que más allá de la química, los sentimientos no los podía simular. Aprendí rápido a diferenciarlo, por mucho que las películas y libros de mi adolescencia me insistían en que solo estaba bien hecho el sexo si era con alguien con quien me uniera un sentimiento.

Admito que con los años me he relajado, y es que al principio, la mera idea de tener sexo era sobrecogedora de todo el esfuerzo que implicaba por mi parte.

No sé bien por qué, insistía en comprarme lencería cada vez que conocía a alguien. Y eso sin contar las horas depilando cada zona de mi cuerpo al milímetro para que no hubiera un solo pelo fuera de sitio, que, por aquella entonces, tenía la impresión de que la más mínima aparición de vello corporal cortaría cualquier posible oportunidad de tener sexo.

Pero como os digo, me he relajado. Si bien lo de la lencería lo he dejado para ocasiones especiales, para dar una sorpresa de vez en cuando, la depilación se ha vuelto un tema secundario hasta llegar al punto de que apenas le presto importancia.

Si antes era algo para ellos, para seguir su fantasía de que ahí abajo las mujeres somos lampiñas (también es cierto que mis compañías venían muy influidas con el porno), después empecé a dejármelo como yo quería, ya fuera por gusto o comodidad, y, para mi sorpresa inicial, no cambió nada en absoluto.

Dejé de pensar en el sexo como en un escenario donde tenía que dar lo mejor de mí SIEMPRE: probar cincuenta posturas en un minuto, subir una pierna, moverme, tener siempre el pelo perfecto o la luz adecuada para que no se me marcara la piel de naranja. Entendí que mi vida sexual no tenía por qué parecerse a una película porno, que disfrutaba más sin tanto agobio y dejándome llevar.

Me di cuenta de que mi cuerpo era perfecto para el sexo independientemente de arrugas o cicatrices, de kilos de más o de menos, de que tenía que dejarme de complejos porque mi vagina no cambiaba para nada y que el clítoris, menos todavía.

Durante los veinte años me di cuenta de que el sexo estaba sobrevalorado. Que no el placer, sino el sexo, el acto en sí, el «toma y daca», el «mete y saca». Pero claro, al empezar mi vida sexual aquello era el culmen, el broche, el punto final, lo demás son solo paradas breves antes de la última estación. Pero pasan los años y descubres que no todo es el coito, que la mayoría de las veces una buena comida puede ser mucho más espacial (por aquello de que es como antes subimos muchas a las estrellas).

Aprendí a «ser egoísta» en la cama, a mirar por mi placer porque ellos no lo hacían. A tomar riendas en el asunto y dejar de fingir unos orgasmos que nunca sucedían. A pararme y decir «me gusta así», porque con el tiempo, le perdí la vergüenza a hablar y prefería sincerarme antes que seguir con unas interpretaciones que habrían sido de Óscar.

Por animarme a hablar, aprendí a ser sincera y también a ser empática. De mi primer encuentro con un gatillazo, solo recuerdo sentirme incómoda y poner distancia de por medio, los pocos que vinieron detrás me hicieron más comprensiva y que mostrara mi apoyo, lo que, definitivamente, tuvo mucho mejor resultado.

Me di cuenta de que mi número daba absolutamente lo mismo y aprendí a quitarle importancia al hecho de tener sexo en una primera cita, en la número 37 o a no tener sexo en absoluto en meses.

Y es que por último, aprendí que, si a veces no me apetecía, estaba bien y no pasaba nada. Hormonal, emocional o personalmente he pasado por momentos en los que la libido estaba en las nubes y otros en los que no me apetecía ni la de Vladimir (una paja y a dormir). Imagino que, al final, no es que haya aprendido más o menos sobre sexo, sino que, a lo largo de mis veinte años, he aprendido sobre mí.

Duquesa Doslabios.

Lo que debes saber si quieres tener sexo en lugares públicos

Si perteneces al grupo de los que pensamos que la vida es demasiado corta como para tener una vida sexual aburrida, seguramente estarás familiarizado con el concepto de tener sexo en lugares públicos o agorafilia, y, si no, te va a acabar picando la curiosidad, que por algo has hecho click en el titular.

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¿De dónde nos viene ese deseo de tener sexo «al fresco»? Apetece por varios motivos: porque hablamos de lugares «prohibidos», porque tiene un riesgo añadido de que nos descubran, o, generalmente la más común, porque el calentón no se aguanta y la cama está muy lejos o que, directamente, no hay disponibilidad de casa. O simplemente porque te apetece, vaya.

De hecho, recuerdo una vez hablando con un caballero que me dijo que lo mejor que podría haber hecho la Iglesia era convertir el sexo en tabú, ya que gracias a eso, era algo tan divertido.

Pero por muy divertido que nos parezca, ¿tenemos que tener cuidado? El Código Penal solo prohíbe la exhibición y provocación sexual y solo tiene sanción si dicha actuación ocurre ante menores o incapaces (además tiene que ser una exhibición obscena de realmente mostrarle a alguien los genitales).

Por tanto, se entiende que si se da una relación sexual de una pareja en un lugar público, la intención no es exhibirse por lo que no es sancionable.

Si bien podemos pasar un poco del Código Penal, debemos atenernos al código cívico, ya que la única regla que deberíamos seguir es que aunque te la estés jugando, procurar de verdad no jugártela. Está muy bien el aquí te pillo, aquí te cepillo, pero intenta evitar traumas innecesarios al resto de ciudadanos inocentes que no tienen el más mínimo interés en ver lo mucho que quieres apretarte a alguien.

Respecto a los lugares preferidos, y según el último estudio de Dr. Ed, plataforma que pone en contacto con doctores vía online, realizado entre 500 americanos y 500 europeos reveló que el lugar más común son los bosques o parques. Qué le vamos a hacer, cuando se dice que la cabra tira para el monte es por algo.

Del monte va seguido el coche, la playa, los baños públicos y el cine, que encabezan los puestos más altos de la lista. Menos habituales son la universidad o biblioteca, en un vestuario, en la piscina, en el balcón, en el trabajo, en el garaje o en el ascensor.

Además, de la cosecha Doslabios, me gustaría añadir azoteas, festivales, probadores, en una celebración familiar o en una discoteca.

Mi propuesta es la siguiente, ¿qué tal si, aprovechando que aún no ha terminado el primer mes del año, incluyes en tu lista de propósitos aderezar tu vida sexual con algún sitio de los comentados?

Duquesa Doslabios.

Separar sexo y amor nos ha salido un poco rana

Y mira que parecía buena idea en un principio. Eso de ir a la cama sin sentimientos de por medio, solo por pasar un buen rato, como quien queda para echar una partida de billar, sonaba bien… O al menos en teoría.

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Siempre en teoría. Porque luego está la práctica, con ese empeño que tiene en complicar las cosas que de primeras parecen sencillas.

Yo era de las que pensaba que el sexo sin sentimientos era uno de los inventos del siglo, como la copa menstrual o el wifi público.

Incluso fui de las que se apañó para tener alguna que otra follamistad auténtica, de esas regulares porque la compañía era buena, la relación amigable y, para qué engañarnos, las noches más entretenidas.

Pero no voy por ahí. Hablo de la función estrella de solo una noche entre las sábanas (o en el coche, o en el baño del restaurante, que el lugar es lo de menos). Esa nos ha salido rana. Nos ha salido rana y de qué manera. El sexo este se nos ha subido a la chepa.

Si tenemos un poco de suerte, a lo sumo, acumulamos muchas experiencias raras. Porque, y esto lo sabes, de la mayoría de ellas no repetirás. Ya sea porque o bien no te ha gustado o porque no te han dejado satisfecha. Y es que estar ante desconocidos hace que, en ocasiones, no seamos capaces de comunicarnos apropiadamente. Porque lo malo de lo casual, lo rápido, lo fugaz, del «dejarse llevar» es que no tienes la confianza con esa persona como para decirle cómo te gustan las cosas.

Porque solo es un polvo.

Y repito, eso con un poco de suerte. Porque también se dan (en mucha menor medida) otras experiencias incluso dolorosas. Lo de los encuentros esporádicos da una libertad que va ligada a un sentimiento de impunidad que muchas veces te acojona hasta la médula. Cuando te encuentras en una de esas situaciones solo puedes pensar «¿Cómo narices me he encontrado a este friki?».

Porque ese tio sabe que no le vas a volver a ver.

Porque solo es un polvo.

Nos hemos vuelto confiados, sobre todo de los 25 a los 35 años, que es cuando (y valga la irreverencia) pese a que más confianza emocional nos falta, más confiamos nuestros cuerpos a extraños. Nos sentimos casi invencibles con ese par de condones en la cartera. Ese que no te va a pillar nunca la fecha de caducidad porque estás pendiente de ella. Pero, ¿lo usamos cuando hacemos sexo oral? ¿Sabes tan siquiera cómo es un preservativo femenino?

No. Porque solo es un polvo y vamos de vagina en vagina, de polla en polla y tiro otra vez, porque esta noche me toca.

Tanto querer cuidarnos el corazón y al final va y casi nos matamos jugando a la ruleta rusa de las venéreas. Y repito, eso con un poco de suerte de que no acabe en unos años en un cáncer de garganta por esas entrepiernas que nos pasamos de unos a otros como si fueran una bolsa de patatas. Haces pop y ya no hay stop.

Porque solo es un polvo. O doscientos. Pero todos tienen algo en común. En ninguno de ellos, o al menos, mientras sigan desligados del sentimiento, se encontrará la intimidad, el conocer a alguien por encima, por abajo, por delante, por detrás, por fuera, por dentro y del revés.

En el mundo de lo efímero son valientes aquellos que se permitan el lujo de dedicar tiempo a conocer, a desarrollar una conexión, a cuidarla y a descubrir el sexo como expresión del amor. No se trata de una competición entre monógamos y ejecutantes de función estrella de una noche. Pero, si lo fuera, yo tengo claro quiénes serían para mí los ganadores.

Duquesa Doslabios.

La sección de sentimientos de El Corte Inglés

(Si lo prefieres, puedes escucharlo leído por mí dándole al play)

Un día un poco tonto, y un poco lista que andaba yo ese día al mismo tiempo, me pidieron una frase para una escena de teatro improvisado. Me salió, tal cual lo leéis, «Sección de sentimientos de El Corte Ingles». Dadle tiempo a Dimas Gimeno, quizás un día nos la encontremos.

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La sección de sentimientos de El Corte Inglés no es el más grande de los departamentos. De hecho, es posible que te topes con ella sin esperarlo, entre «Bebés» y «Cine y Música», ya que a veces, es algo de la sección de sentimientos, lo que lleva de una zona a otra. Aunque, por lo visto, en el de Vitoria y algunos más, como el de Albacete, Málaga, Avilés o Vigo, se encuentra pegada a la de Viajes.

Tengo entendido que, incluso en la Gourmet Experience de El Corte Inglés de Callao, el que tiene vistas a Gran Vía, van a añadir una isla dedicada a los sibaritas de sentimientos que buscan emoción de alta calidad y son aficionados a la cultura del buen amar.

Puede que llegaras a la sección de sentimientos de El Corte Inglés por casualidad, porque realmente tienes de todo y no necesitas nada, o al menos hasta que un dependiente avispado, que sabe más de sentimientos por experiencia que por trabajo, te conduce a una remesa recién llegada de productos. Y no es hasta ese momento que no te das cuenta de las ganas que tenías de hacerte con uno.

Más allá, en otra caja, hay una chica exasperada tratando de cambiar un sentimiento (sí, esta sección también cuenta con clientes descontentos, no iba a ser la excepción). La dependienta intenta hacerle ver que el problema no es el producto, sino que no es compatible con la persona con la que lo quiere instalar. «Mire que lo siento señorita, pero es irreconciliable». «No lo entiendo, si está nuevo. Acabo de comprarlo. ¿Cómo puede ser que no funcione?» La dependienta trata de explicarle pacientemente y de buenos modos (porque por mucho que sea una sección nueva, el curso vestibular de los grandes almacenes, es para todos), que el problema es que el sentimiento de ella no cuadra con el sistema operativo del chico. Que por mucho que a ella le guste, para él solo ha sido un «rapidito».

Acaba de llegar, directamente salido de las escaleras mecánicas, un hombre con un sentimiento destrozado entre las manos. En el servicio técnico ya le han dicho que no hay nada que puedan hacer para salvar ese matrimonio, y que acuda a la sección de sentimientos para ver si pueden ofrecerle algo nuevo que pueda ser parecido a aquel que compró, feliz y confiado, hace más de 30 años. Es una tarea difícil, le han dicho, ya que ese modelo dejaron de fabricarlo hace tiempo, pero se encuentra en la sección adecuada para reponerlo.

Lo más maravilloso de la sección de sentimientos de El Corte Inglés, es el estante de Oportunidades. No ocupa apenas espacio, pero es una de las zonas más frecuentadas del departamento. Sus productos vuelan casi al instante de ser depositados. Si te acercas ahora podrás ver que ofrecen los siguientes: «oportunidad a tu ex», «oportunidad a ti misma de que mereces ser feliz«, «oportunidad a esa chica que estás conociendo y que, aunque no quieres tener pareja, no puedes dejar de pensar en ella«, «oportunidad perfecta para decirle te quiero», «oportunidad de cogerle la mano», «oportunidad de darle un primer beso«…

Duquesa Doslabios.

El ritual del cortejo en el gimnasio al estilo National Geographic

(Recomendado poner esta canción de fondo mientras se realiza la lectura)

El sol aparece despuntando por el horizonte de la ciudad, pero eso no importa en el gimnasio, donde los seres humanos viven en comunidad bajo la luz inmutable de los halógenos.

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A lo largo del día se acercan al espacio, considerado un lugar seguro, en el que pueden desarrollar sus capacidades físicas. Sin embargo no todos acuden por el mismo motivo, y es que el territorio propicia la ejecución de maniobras de carácter social, principalmente acercarse a especímenes del género opuesto y así poder lograr continuar la reproducción de la especie.

El macho alfa, solitario, alejado de la manada, se mantiene atento, a la espera de ver aparecer a su presa. Mientras recorre el territorio va analizando a otros posibles machos que puedan resultar competencia. Para mostrar su superioridad física se carga las barras con discos de mayor tamaño que su cabeza para intimidar a los demás miembros masculinos de la especie.

En una de sus vueltas de reconocimiento avista a una hembra humana en la cinta de correr. Desde ese momento, sus estrategias de cortejo pueden ser variadas.

Aprovechando el riego sanguíneo que mantiene sus músculos vascularizados, el macho se pasea por delante de la hembra tratando de llamar su atención por su fuerte físico y así garantizar que podrá proteger a la futura prole de ambos.

La hembra, que puede mostrar desinterés e incluso mirar hacia otro lado, ignora al macho haciendo que este cambie rápidamente su ritual de cortejo. En un intento de impresionar a la fémina, y a pesar de que el territorio cuenta con cientos de metros cuadrados, se posiciona estratégicamente delante de ella para estar en su campo de visión, y empieza a hacer demostraciones de fuerza realizando diferentes ejercicios con las pesas. Algo que le prueba a la hembra que, si fuera necesario, podrá cargar con las bolsas del Mercadona colmadas de alimentos.

Macho alfa intentando seducir sutilmente a la hembra más cercana.

El olor de las feromonas que emite su sudor alcanza a la hembra, lo que puede hacerle decidir por su fino olfato si son o no compatibles.

Viendo que la hembra continua ignorándole deliberadamente, y que otros machos empieza a aproximarse sigilosamente, el macho humano emite gruñidos en voz alta supuestamente debidos al gran esfuerzo que está realizando. Esos gritos, que en principio pueden llegar a espantar a otros miembros de la manada, asustan a la hembra que hace que desaparezca en clase de pilates.

Hoy no ha habido suerte para el joven alfa, pero no se desanima. Una hembra le ha dado like a su foto del gimnasio que ha subido a Instagram, por lo que decide continuar conquistando por la vía 2.0.

Mientras tanto, un grupo de hembras se aproxima tímidamente a la zona. Alguna se fija en los especímenes masculinos y, alejada de sus compañeras, se dedica a pasear deliberadamente por el territorio estableciendo contacto visual para identificar a los machos del terreno.

Especimen de hembra humana intentando seducir sutilmente a un macho.

Después de marcar el territorio, se decide por uno de los miembros y se acerca sutilmente a preguntarle si le puede explicar cómo utilizar una máquina. El macho tras ayudar a la hembra, entabla conversación lo que le permite a esta desarrollar su flirteo. La hembra consigue que le dé su número de Whatsapp. Le pedirá una cita y podrá seguir el cortejo más adelante.

Ha sido una jornada prolífera para la continuación de la especie humana.

Duquesa Doslabios.

(National Geographic no se hace responsable de este artículo. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.)

Cumpliendo su fantasía sexual «disfrazándome» de profesora

Tengo una costumbre con mi pareja que, aunque hemos empezado hace poco, ambos nos declaramos fanáticos de ella: apostarnos fantasías sexuales. ¿Sabes el típico momento en el que uno de los dos le lleva la contraria al otro y dice «¿Qué no? Madre mía, te digo yo a ti que sí»? Ahí es cuando decimos: «Vale, hagamos una apuesta». Una vez se ha salido de dudas, el ganador tiene derecho a pedirle al otro la fantasía sexual que quiera.

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Yo en un primer momento me las prometía muy felices imaginándome románticas fantasías salidas de una novela de Jane Austen versión erótica. Vamos, que ya me estaba imaginando a mi pareja interpretando a Mark Darcy en Orgullo y Prejuicio en la escena del lago, es decir, vestido con una camisa blanca empapada. Era imaginarlo y se me hacía la boca agua. Sin embargo, la apuesta la ganó mi pareja y me tocó «apechugar» con su petición, que no fue otra que disfrazarme de profesora.

«Con escotazo y tacones» me pidió como únicos requisitos. Y yo, que cuento con una amiga profesora, no pude sino suspirar resignada por esa imagen ficticia que tienen muchos hombres acerca de las docentes, más que nada porque si veis a mi amiga y a sus compañeras, entenderíais que no encajan en esa imagen casi pornográfica. De hecho, haciendo memoria, el único tacón que le he visto a mis profesoras ha sido el típico ancho de tres o cuatro centímetros, un tacón a años luz del que llevan los zapatos altos.

Pero como a fin de cuentas, había que respetar la apuesta, hice de tripas tacón. Reconvertí una especie de uniforme de colegiala en uno de profesora y metí las gafas para tener algo con lo que poder juguetear entre las manos.

Como soy una mujer formal y seria me preparé la fantasía a conciencia hasta el punto de sacar impreso un examen de la E.S.O. para poder introducirlo en el juego a modo de strip test (lo tenéis en este enlace por si queréis probarlo en casa). Un acierto suyo y yo me quitaba una prenda para «premiar el estudio», mientras que si fallaba, la prenda me la debía él.

Todo esto, en teoría como os lo cuento, suena muy profesional, ya que encima, antes de empezar, le di una pequeña charla acerca de cómo estaba prohibido llamarnos por nuestros nombres, salirnos de la fantasía, etc. No sé si fueron los nervios o que mi pareja interpretara a un estudiante de 16 años con la barba cerrada que tiene, que al final me acabó entrando la risa y terminé saliéndome más del guión que él.

Sin embargo, la idea del examen fue un éxito aunque nos quedáramos a la mitad de las preguntas, ya que sirvió como rompehielos, y nos dio la excusa para que él «preguntara dudas» y yo pudiera juguetear con las gafas.

Por mucho que aquello más que una clase real parecía de una película de Xvídeos, pasamos un rato divertido y ya estamos a la espera de ver quién gana la próxima apuesta. Mark Darcy, esta vez no te me escapas.

Duquesa Doslabios.

Los errores que cometes (sin saberlo) cuando le haces un cunnilingus

Después del éxito que tuvo la publicación de Los errores que cometes (sin saberlo) cuando le haces una felación me ha parecido importante abordar la cuestión desde el otro lado.

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A la hora de encontrarte con desgustadores del pilón hay más de uno que más que practicarte sexo oral parece estar lamiendo la tapa del yogur como si fuera la vida en ello.

Después de hacer memoria de experiencias y exprimir a mis amigas para que compartieran conmigo sus secretos más oscuros, estas son las conclusiones a las que hemos llegado:

  1. No bajar. Era muy obvia pero había que sacarla, ya que el primer error que muchos cometen es no tener ni tan siquiera la predisposición para darse una vuelta por el piso de abajo. El sexo es una cosa maravillosa que solo disfrutamos plenamente con la mente abierta.
  2. Realizar la consulta ginecológica. Todos somos un poco torpes al principio pero esos que cogen los labios como si fueran pechuga de pavo, con dos dedillos, y los abren hasta el infinito y más allá, no solo nos resulta molesto, sino que nos hace recordar la última citología que nos hicieron en el ginecólogo. Los labios no son el rollo de chicle de Boomer.
  3. Hacer chupetones por la zona. Si quieres dejar un chupetón, algo que es un poco de quinceañero, pero allá cada cual, vete mejor al cuello, en el hombro, en el lateral del pecho, pero definitivamente NO ni en el clítoris, ni en un labio, ni en las ingles, ni en la cara interior de los muslos. No es que no nos ponga, es que directamente nos duele.
  4. No controlar los tiempos. No es necesario bajar a saco como si dependiera el futuro de los polos de ello, prepara el terreno recorriendo lo que hay alrededor. Besa, lame, juguetea… pero tampoco te pierdas por las inmediaciones. Recuerda cuál es el objetivo.
  5. Chupar sin ton ni son. Lo de usar la lengua como cuando mi perro bebe agua del bebedero o meter la lengua por la vagina como si fuera un intento de pene no tiene ni pies ni cabeza. Es raro, es incómodo y hasta puede cortar un poco el rollo. Mejor limítate a las zonas seguras.
  6. Mover la cabeza como si en vez de estar practicando sexo oral estuvieras imitando a Beyoncé en Run the world.
  7. Los cambios de ritmo cuando estás gozándolo. La lengua no debe comportarse como un globo desinflándose pasando de arriba a abajo a articular las letras del abecedario. El clítoris se debe mover de lado a lado. Contínuamente, con energía y sin parar, lo que puede hacer que más de uno tenga problemas y…
  8. No resista el ritmo. Sí, es cansado, sí, duele la lengua, pero no en vano se le llama «hacer un trabajito», como diría la gran Samantha Jones en Sexo en Nueva York.
  9. Mirar fijamente a los ojos de tu pareja es raro. Una cosa es lanzar alguna miradita para controlarle los gestos y ver si lo está disfrutando y otra muy diferente quedarte mirando sin parpadear. Nos hace sentir incómodas y cortadas.
  10. Cuidado con los dientes, déjalos a buen recaudo. Eso de ir en plan juguetón y pegar un bocado (aunque sea pequeñito) ahí abajo es un gran error.

Y ante la duda es tan sencillo como parar un segundo y preguntar si se está haciendo bien o si hay algo que se pueda hacer para mejorar la experiencia.

Duquesa Doslabios.

Miedo por nosotros

(Si lo prefieres, puedes escucharlo leído por mí dándole al play)

Lo sé, no lo esperabas. No creas que yo lo hacía, a mí también me ha pillado por sorpresa, pero ha pasado y no quiero hacer como si nada. Quiero decirlo en alto pese a que, solo de pensarlo, se me encoge el estómago y me secan las palabras la garganta.

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He tenido miedo.

He tenido miedo y lo siento, porque de considerarme intrépida he tenido que asumir, por vez primera, que estaba asustada. He tenido miedo por nosotros. Ya está, ya lo he dicho una vez más. No me pidas que lo haga otra o no podré parar.

No es un miedo ridículo o absurdo, de esos que me entran a veces cuando te digo que no me atrevo a andar a oscuras en casa, por miedo a encontrarme con alguien, ha sido un miedo real, el miedo a no verte más, a imaginar lo que sería una vida en la que tú no estás, no ya lejos de mi lado, sino fuera de ella. Del todo. Borrado.

Y la idea, que al empezar la pelea en el coche, parecía de pequeñita, una gota de agua, se ha hecho lluvia, tormenta, mar y océano en mi cabeza, provocando inundaciones unas plantas más abajo, en el corazón.

Por suerte, eres de esos que se deja algo olvidado en mi mesa para así tener una excusa para vernos tras una discusión. Porque así eres tú, no sé si por despistado o por previsor. Porque es tu forma de rescatarme de los torbellinos en los que yo sola me enredo.

Quiero que conste, y os pongo a todos por testigos, que volverá a sucederme, que volveré a sentir miedo. Te lo he dicho en crudo, a la cara, convencida. «Tendré miedo muchas veces a lo largo de nuestra vida y aunque ya me lo hayas dicho cientos de ellas, volveré a necesitar que me digas que me quieres«.

No te pido que seas más valiente que yo, solo que me repitas una vez más que no estoy sola, que aunque el futuro es incierto, algo que ya me he cansado de escuchar de tus labios, tu estarás en él, en el nuestro, porque quieres hacerlo. Con eso, únicamente con eso, ya consigues que se me pase el miedo.