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Ideas que puedes probar en la cama desde ya para salir de la rutina sexual

Novedad, qué bonito nombre tienes. Sobre todo cuando se relaciona con la cama.

Por mucho que intentemos evitarlo, somos animales de costumbres. Las dinámicas y la rutina se cuelan en nuestra vida sexual estancándola.

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Pero evitar que, por tercera vez en esta semana, terminemos en el ‘misionero’ de siempre, podemos variar un poco la experiencia.

Tener una vida íntima divertida en la que no falten las sorpresas es algo que nos une a la mayoría.

Según los datos del Barómetro de Control, 8 de cada 10 jóvenes españoles participantes en la encuesta respondieron que le gustaría probar cosas nuevas en la cama.

Podríamos echarle la culpa a la pandemia y a que el 63,2% de los encuestados dijeron que tenían menos sexo que antes.

Pero lo cierto es que la monotonía ya era algo que existía antes del Covid-19. Y, para combatirla, te dejo algunas ideas:

  1. Cambia de lugar: tanto físico como geográfico. Atrévete a salir del clásico camino y recorre otras zonas que ni sabías que podían resultar eróticas. Fuérzate a salir de la cama y echa ese polvo encima de la lavadora que tanto has visto en la nueva temporada de Valeria. Vete de viaje y déjate llevar en la playa (cuidado con los mirones). Y, si no tienes vacaciones, espera a que esté bien entrada la madrugada y cuélate en el ascensor para echar uno de esos rápidos -entre el miedo de ser pillados y la gracia por la incomodidad de tener sexo en un metro cuadrado.
  2. Las fantasías están para cumplirlas: la ola de calor parece la excusa perfecta para tener la casa bien aireada y aprovechar el aire que corre en sitios como la terraza y, de paso, arriesgarte a que te pillen los vecinos. Di lo que te gusta, una sesión de BDSM, sexo en la piscina o juegos de rol, y planea cómo ponerlas en práctica. Solo con pensarlo irás calentando el terreno para cuando llegue el momento.
  3. Coge toalla, crema, mucha agua y vete a una playa nudista: no hay nada como liberarte de la imposición de la ropa para sentirte más libre que nunca. Ver a tu pareja en la misma situación, y rodeados de personas en pelota picada, se convierte en una experiencia muy excitante. Aprovecha la intimidad que dan esas rocas delante de la cala salvaje para tocarle. Sin bañador ni bikini de por medio, todo está mucho más a mano.
  4. Y si el nudismo no va contigo, hazlo con ropa. Pero no con cualquiera. Más allá de echar ese polvo urgente en el que parece que no hay tiempo de esperar a bajarse los pantalones ni a sacarse las bragas por las piernas, puedes convertirlo en un fetiche. Un vestido de largo intermedio que tengas que remangar o abrir su camisa y utilizar los extremos para empujarle hacia ti son dos buenas alternativas si quieres añadir variedad.
  5. Sal de las posturas de siempre, esas que tiendes a repetir porque siempre funcionan. Improvisa. Sube una pierna, baja la cabeza, ponte bocaabajo en el 69 vertical o busca en Google la lista de posiciones del kamasutra y vete a una por día. Puede ser una buena forma de descubrir penetraciones más profundas o de ver a tu pareja desde otra perspectiva.
  6. Echa uno rapidísimo. En tiempo récord. Sin pensarlo ni darle vueltas. Prepara el preservativo y ponte a ello. El sexo produce más ganas de sexo, así que es una forma de asegurar repetir más adelante (y quizás incluso con más tiempo).
  7. Pasa una noche fuera. Por mucho que innoves entre las sábanas, hay algo que no cambia: tu cama sigue siendo tu cama. Misma forma, mismo cabecero, mismas patas, misma orientación… Una escapada a un hotel, a un apartamento o incluso de acampada es perfecta para salir del entorno conocido.
  8. Vídeos eróticos para subir la temperatura: que cada uno escoja una película que le guste. Podéis verla en compañía y, como diría Rigoberta Bandini, «a ver qué pasa». Es la ocasión perfecta para que busques un vídeo que se ajuste a tus gustos sexuales o para dejarle caer un fetichismo. Además de excitaros viendo el vídeo juntos, ¿por qué no intentar ponerlo en práctica mientras tanto? Puede daros un sinfín de ideas.
  9. Mastúrbate mientras le miras hacer lo mismo. Se me ocurren pocas cosas tan íntimas como entrelazarte con la mirada de otra persona en el momento que estás a punto de explotar de placer (o incluso dejarte llevar por el orgasmo sin despegarse las pupilas). El reto es el de convertirte en voyeur y excitarte con su imagen a la vez que hacen lo mismo contigo. Requiere mucha confianza y quitarse muchas presiones de encima -como la forma en que te masturbas que no se ajusta demasiado a lo que ha visto en el porno-. Una vez lo consigues, además de clímax asegurado, notarás que estáis más en conexión que nunca.
  10. Cambia la franja horaria: todos tenemos un momento del día que, por unas razones o por otras, se convierte en nuestro favorito. Puede ser nada más despertarse de una siesta de varias horas o justo antes de ir a dormir. Lo importante es que le des un giro al reloj sexual y busques la ocasión cuando menos parezca encajar. Que se despierte en plena madrugada por una ejecución de premio de sexo oral o pon la alarma un poco antes para empezar el día con un buen chute de serotonina. No falla.

Duquesa Doslabios.

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Por qué no deberías enamorarte en verano

Pillarse da miedo. Hacerlo en verano es deporte de riesgo.

A ver quién le explica a esas ganas de juntarse que la otra piel está a kilómetros. Da igual si son los 9.471 que dividen Barcelona y Oaxaca o los 93 que separan Madrid y Villacañas, en Castilla-La Mancha.

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Porque solo se entiende una distancia: la nula.

El circuito cerrado de la cabeza se regodea en esos instantes en los que parecía que por delante estaba todo el tiempo del mundo.

Tanto que te podías permitir el lujo de perderlo. Lo que darías ahora por volver a esa tarde calurosa, buscando un ápice de sombra, donde poder degustar una barra libre de besos.

En vez de eso, es meterte cada dos por tres en su conversación de WhatsApp solo para ver si aparece el «en línea», mejor calmante para los nervios que cualquier ibuprofeno.

No ya porque conteste el último mensaje que lleva horas en el limbo del ‘Visto’, sino por saber que está bien, que sigue ahí, al otro lado.

Que quien tanto te fascina y te puede no es fruto de una elaborada fantasía.

Es real, volverá, te repites como una cantinela. Suena tanto en tus pensamientos como una pegadiza canción del verano.

Esa que has decidido sustituir voluntariamente por un tema melancólico de Vance Joy o Lana del Rey, que no hace otra cosa más que sumirte en el bucle de seguir echando de menos.

Ojalá nadie se enamorara en verano. Ojalá no encontrarle en cada rincón del viaje: en el verde claro que conecta con sus ojos, en las conversaciones donde sacas a relucir su nombre de manera casual -como si pudiera acercaros-, en los sitios que querrías compartir cogiéndole la mano y en cada vivencia que podría convertirse en un recuerdo.

Ojalá no pasar las noches dando vueltas por el calor buscando los últimos retazos de su olor en la almohada.

Sí, pillarse en verano da el doble de miedo que hacerlo en condiciones normales.

Porque es fácil olvidarse cuando alguien se lo está pasando todo el día tan bien por su cuenta, porque se puede cambiar de idea, decidir que es mejor seguir recorriendo el camino en solitario o incluso querer otra compañía en algún momento.

Y precisamente, por atemorizarnos hasta la médula, no deberíamos dejar de hacerlo.

Lo más valiente es seguir el corazón, incluso cuando no parece el tiempo más apropiado, el lugar ni la ocasión. Porque igual hay algo que sí es (o apunta maneras de ser), la persona.

Duquesa Doslabios.

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El amor líquido o por qué todas tus relaciones fracasan

Una y solo una. Esa es la cantidad que corresponde a las veces que he estado enamorada en mi vida. Y qué vez.

No me mal interpretes, con esto no quiero decir que la ponga por las nubes y crea que sea imposible llegar a igualarla, pero sí que quiero volver a sentir esa fuerza visceral, esa emoción, la ternura inmensa de verle dormido en el sofá y la certeza de que si necesitara un riñón, serías la primera de la fila.

Pareja dándose un beso

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Va a ser de todo menos fácil. Lo estoy comprobando desde ya. Quizás porque fantaseamos con el amor idílico como concepto, publicamos textos profundos sobre él en Instagram y creemos que, la siguiente persona, va a ser la que nos haga volar.

Para que luego se quede más reducido que la copa de cava cuando se le han ido las burbujas de gas.

No hay día que no compruebe que los millennials somos la generación de las relaciones líquidas.

Queremos todo lo bueno de estar en pareja: los planes divertidos, el sexo salvaje, los mimos, compartir esa porción de tarta, tomar unas cañas -a la segunda invita el otro-, mandar memes por Whatsapp, avisar de que estás con el humor algo por los suelos, dejarnos cuidar.

Pero llega el momento de hablar, de quedar una tercera o cuarta vez cuando aparentemente todo iba normal, y sin saber por qué, desaparece (el ghosting de manual).

Es triste que conociendo a alguien no podamos dejarle un libro, la camiseta o el cepillo en su casa (es probable que en poco tiempo no vuelvas a verlas).

Ni siquiera llevaréis lo bastante conociéndoos como para que se esfuerce en devolverlas, sencillamente le dará igual.

Llega la tecnología, esa que decimos que nos ha cambiado la vida (aún queda decidir hasta qué punto para bien y hasta cuál para mal) y cambiamos nuestra forma de relacionarnos, la manera de ligar

Nos hemos especializado en crear conexiones, muchísimas. Nuestra estrategia es mantenernos en contacto, sí, pero siempre desde una distancia prudencial.

Cada vez más sumidos en un círculo de relación estrella fugaz. Es intensa, emocionante y de película, pero es breve y pasa rápido. Parpadeas un par de veces y ya no está el match en la aplicación, toca volver a hacer swipe.

Si los expertos se refieren a las nuestras como las relaciones líquidas es porque nuestros vínculos, de la misma forma que el agua, son maleables y se escapan entre los dedos.

La satisfacción momentánea manda, el estímulo, el ahora, que después ya no interesa. En cuanto ha pasado no solo ha quedado atrás, es como si se hubiera olvidado.

Somos más individualistas que nunca, nos gusta viajar, tomar ese brunch el domingo con la amiga, el grupo de los de siempre yéndose de casa rural.

Vale que a nuestros padres les gustaba también el ocio, pero eran menos reticentes que nosotros a la hora de renunciar a él.

Te propongo un reto, vete a un círculo de veinteañeros casi treintañeros y pregunta quién tiene pensado, en los próximos cinco años, casarse o tener hijos.

Es habitual que encuentres respuestas evasivas, que aún somos muy jóvenes, nos queda mucho por vivir, viajar, experimentar.

Y esa falta total de significado y compromiso nos vuelve incapaces de crear relaciones reales. Con contadas excepciones, claro.

Duquesa Doslabios.

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Si estás conociendo a alguien, ¿te gustaría pedirle referencias a sus ex parejas?

Conocer a alguien por primera vez, esa fase en la que emoción y miedo van de la mano. Emoción por lo que pueda venir, por un sentimiento que puede empezar a cocinarse a fuego lento, por la felicidad de sentirse con ilusión de nuevo.

Y miedo, por supuesto, miedo de lo que puedes encontrar si sigues escarbando un poco más. Miedo de que no sea quien dice que es.

Porque sí, en las primeras citas somos todos maravillosos, el match perfecto, el amor de nuestra vida, la pareja ideal.

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¿Sería un punto a favor, puesta a fantasear, que pudiéramos pedir referencias a sus exparejas antes de seguir conociéndole?

De la misma forma que la empresa que nos entrevista para ese puesto -para el que nos consideramos la persona más idónea, dicho sea de paso- tiene la opción de ponerse en contacto con nuestros antiguos trabajos, ¿qué pasaría si fuera normal una llamada telefónica con sus ex y preguntarles cómo fue su experiencia juntos?

Pensando en mí, en lo que dirían ellos, me doy cuenta de que depende mucho a quién le preguntes.

En general, podrían coincidir en que soy detallista, cariñosa, con corazón de niña, muy entusiasta y que no sé estar quieta por mucho que lo intente.

No todo serían cosas buenas, claro. De la misma forma, bien podrían decir que tengo cierto punto de adicción al trabajo, que soy cabezota hasta niveles insospechados, que raras son las veces en las que doy mi brazo a torcer y tardo mucho en ver que me he equivocado.

De mí destacarían que soy explosiva, como el champán, que rompo a mi paso y me enfado rápido (aunque también se me pasa a la misma velocidad).

Que me agobio, que tengo inseguridades, que me preocupo por todo y me rayo bastante la cabeza, son otros ejemplos que entrarían en la lista de cosas menos buenas.

Pero sí quiero pensar que la mayoría de ellos recomendarían ‘contratarme’ como posible futura pareja.

En cuanto a lo que preguntaría, lo tengo claro: si es sincero, si es atento, si deja espacio…

No faltaría en esa llamada con su ex la duda con bandera roja que ya soy incapaz de pasar por alto, si es controlador o celoso.

Qué relación tuvo -si se dio- con la familia política, si tiene buenos modales, si es empático o si es un punto de apoyo (como firme creyente de las relaciones que funcionan como un equipo, esto me parece fundamental.

Pero también averiguar cómo enfrentaba los malos momentos: las discusiones, cuando se atascaba la rutina o cuando los ánimos estaban más bajos.

A fin de cuentas, lo bonito ya vamos a verlo en las citas. Y saber las opiniones de quienes han compartido vivencias y sentimientos, nos ahorraría mucho tiempo.

Duquesa Doslabios.

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El amor de tu vida, ni uno ni para siempre

Ayer, mi primo de 19 años nos decía que por qué no iba a ser su primera novia la persona con la que estaría siempre. No sería el único en encontrar el amor a esa edad.

Que algo no sea frecuente, no significa que no pueda pasar. Pero claro que su pareja de la universidad podría convertirse en su futura esposa o la madre de sus hijos. Es algo que el tiempo dirá.

DEREK ROSE

Hasta hace poco, yo no tenía dudas de que, como si del número del DNI se tratara, solo nos correspondía una única persona.

O más bien que todo lo que no fuera con quien acabaras tus días, no podía llevarse el título de ‘el amor de tu vida’.

Querer es algo tan grande y se nos da tan bien, que verlo de una forma tan limitada y exclusiva es como si solo pudiera dar por válidas las amigas que me aguanten cuando ya sea viejecita.

Precisamente es sentir amor por esas personas lo que las convierte en los hombres o las mujeres que han dejado huella sentimental.

Tanto vale quienes han estado 15 años juntos y se han divorciado este último tomando caminos separados, el que tiene un hijo en común con su expareja, quien tuvo un flechazo que quedó en la adolescencia o quien solo fue un amor de verano. Son también merecedores del calificativo.

No es ni el tiempo ni el grado de relación que alcanzamos. Es la intensidad de los sentimientos aquello que las distingue.

Habrá quien tenga uno, quien lleve dos o quien multiplique esa cantidad por cuatro. Lo importante es que forman parte del corazón.

Son personas que han puesto nombre y apellidos a los latidos de un periodo de nuestra vida. Ni hacen menos válidas a las anteriores ni significan que, a partir de ellas, nadie vaya a igualarlas.

Simplemente serán diferentes e irán ocupando su sitio en la memoria, como las perlas -de esas que nunca hay dos iguales-, que van colocándose sucesivamente engarzadas en un collar.

Nuestros grandes amores están ahí, los llevamos puestos y escritos en la piel como parte de nuestra historia. Y es lo que aprendemos de quererlos, de dejarlos ir y de ilusionarnos por alguien nuevo lo que hace que también pulamos las emociones y practiquemos no ya tanto el querer, sino el hacerlo bien y de una forma sana y libre, hasta el fin de nuestros días.

Duquesa Doslabios.

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‘¿Qué somos?’, tener o no tener la conversación

Cuando estaba en el colegio, una notita previamente leída por toda la clase con el texto «¿Quieres ser mi novia? Marca Sí o No», era todo lo necesario para saber que, oficialmente, tenías pareja.

Y aunque me encantaría que las cosas fueran tan fáciles de resolver hoy en día, este tema sigue siendo de los que más nos cuesta sacar.

Vivimos en un mundo de evasivas, uno en el que nos encantan las etiquetas que vienen acompañadas con un hashtag siempre y cuando no nos definan a nosotros mismos.

@VALENTINAFERRAGNI

Decir que sois «novios» o «pareja» cuando estás quedando con alguien parece casi una ofensa. «Solo nos estamos conociendo», sale como nerviosa y apurada respuesta, como si insinuar que pudiera existir algo más fuera un problema.

Cuando quedar es la normalidad, los sentimientos van creciendo y las ganas quemando, en definitiva, sintiéndonos más entrelazados, es difícil hacer caso omiso del pensamiento que nos ronda. El «sí, estamos genial, pero ¿qué somos?».

Mientras que hay personas que llevan años sin haberse hecho nunca esa pregunta y siguen juntas sin que empañe la felicidad de la relación, quiero reflexionar sobre hasta qué punto es importante sacar el tema.

Por un lado, lo veo innecesario. Sobre todo si me remito a la notita del trozo de cuaderno que cambiaba el estado de una persona a efectos inmediatos.

Los planes, el Netflix & Chill (que cada vez es más Netflix), conocer a los respectivos amigos, que los padres sepan de la existencia del otro, hacer viajes en común o hablar de un hipotético futuro juntos parecen ser los síntomas de que nos hemos ‘contagiado’ de una pareja.

Si tiene alas y vuela es un avión, podríamos pensar. Pero también un pájaro o incluso el superhéroe Falcon.

Las conversaciones son acuerdos no verbales que construyen nuestras relaciones (del tipo que sean) y saber ante qué tipo estamos, es también una forma de ubicarnos.

Así que, ¿cuáles son las ventajas de hablarlo? Ademas de definir lo que existe entre dos personas, también supone expresar abiertamente las necesidades, deseos y límites poniendo sobre la mesa si se está en el mismo punto en cuanto a las expectativas y compromiso emocional en ambos lados.

Y no implica necesariamente llegar a la conclusión de que se es algo más, puede servir tanto para hablar de si se tiene algo a largo plazo como de algo casual y liberal, lo importante es que haya un entendimiento compartido.

Pero si cuesta tener una comunicación abierta y, sobre todo, una de las dos personas parece estar cómoda en la ambigüedad (mientras quizás la otra quiera algo más), nos sale a cuenta por salud mental y emocional sacar el tema, independientemente de que nos pueda dar «miedo» asustar al otro, una de las razones por las que no nos atrevemos a dar el paso.

Al final, si no se tiene pero aquello sigue sin avanzar como nos gustaría, hablarlo y recibir una negativa como respuesta nos da a entender que de ahí no va a salir nada más. Es mejor dejar de perder el tiempo si no era eso lo que esperábamos.

Duquesa Doslabios.

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Cuando el amor no era suficiente

Era quererle o nada. Quererle con cada fibra muscular, célula epitelial o de cualquier tipo. Quererle de todas las maneras. No concebía otra cosa más que quererle cada día.

Y queriéndole tanto, no me entraba en la cabeza que aquello pudiera llegar a terminar. Sabía de parejas que -sin amor quizás de haberlo gastado-, no encontraban más razones para continuar.

Pero no era nuestro caso. El amor sobraba.

DEREK ROSE

Salía del grifo de la cocina, de los mensajes de ‘Buenos días’ si se iba de casa antes de que me despertara, de organizarnos para limpiar, de esas cosas tan cotidianas como ir de la mano a hacer la compra al supermercado.

Siempre con amor. Amor incluso en las discusiones, recordando que por muy dolidos que estuviéramos en aquel momento, nos queríamos.

Imagina cuando he descubierto que eso no basta. Que querer con todo tu ser a alguien ya no es suficiente.

Esto no era parte del plan. El trato era quererse hasta el final. Así que siento si fallo a los Beatles por proclamar que no, que no me creo el All you need is love.

Renegante de la misma melodía que tarareaba desde pequeña, me siento ingenua de pensar que con amor solucionaríamos todos los problemas.

Por las malas es que lo he aprendido. Que el amor es una de las patas, pero que debe venir acompañada. Y, si no trabajas todos los pilares por igual, el desastre va a llegar.

He tomado los apuntes de la lección tarde, debería haber llegado a esta conclusión antes -y reaccionado ante las señales, cogiendo la salida cuando empezaron las primeras alarmas-, pero en el nombre del amor seguí sin mirar.

(Es más fácil hacer la vista gorda cuando vives cegada por unos sentimientos que crees que pueden superar todos los escollos.)

Te haré el spoiler que no he podido evitar: no solo no lo superarán, te harán seguir enganchada -por muchas cosas que veas, que sufras o mierda que te toque tragar-, hasta que llegues a tu propio límite, al devastador detonante, tu particular bomba nuclear.

El ‘hasta aquí’ que te hace llenar tus maletas de amor, ropa y menaje que comprasteis juntos en Ikea y marcharte.

Solo cuando puse mis pertenencias sobre el suelo, la vida sentimental en perspectiva y el corazón a diseccionar por el ojo crítico -ya que había recuperado la cordura- llegué a un pacto conmigo misma.

Que para la próxima vez (o el próximo que venga) quiero y querré amor, lo habrá y a raudales. Pero debe venir en las mismas cantidades que el resto de ingredientes.

Vivimos demasiado obsesionados con los sentimientos y se nos olvida aprender a expresarnos, a abrirnos por completo. Tampoco aprendemos a decir de forma clara cómo nos sentimos o qué necesitamos en cada momento.

No aprendemos a admitir ante el otro los errores, a pedirle ayuda, a decir ‘lo siento’ del de verdad, no del de quedarnos tranquilos y dormir bien esa noche.

No aprendemos a tolerar nuestro fracaso ni ante nosotros ni ante sus ojos. No aprendemos a pensar en equipo en una sociedad en la que solo el individuo importa, no aprendemos a remar en la misma dirección.

Y si no aprendemos esas cosas, ni todo el amor del mundo va a salvarnos.

Duquesa Doslabios.

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María Esclapez, la psicóloga que se ha vuelto viral por analizar ‘La isla de las tentaciones’

Tengo por costumbre ver La isla de las tentaciones. Aunque, más que los del programa en sí, mis momentos favoritos son al día siguiente.

El primero, leyendo la reseña de mi compañero en Reality Blog Show (Hola, Gus) y, a continuación, viendo en las redes de María Esclapez su opinión sobre el episodio.

Y es que la psicóloga y sexóloga -a cuyo perfil llegué precisamente por hacer este tipo de análisis sobre los comportamientos de los concursantes- no hace otra cosa más que señalar, una por una, las conductas más tóxicas con las que, desgraciadamente, no puedo evitar sentirme identificada en alguna ocasión.

@islatentaciones

Además de generar debate en el tablón de comentarios (¿en serio hay personas que siguen viendo los celos como algo normal a día de hoy?), he querido saber qué le llevó a tomar nota de lo que veía en la televisión y, sobre todo, compartirlo.

La manera en la que muchos de sus followers hemos descubierto que todavía nos queda tanto por aprender en esto de las relaciones sanas, dicho sea de paso.

«Sentí la necesidad porque yo lo veía y pensaba en todas las personas que repiten los mismos patrones y tienen los mismos comportamientos o ideas sobre el amor. Entonces caí en que era buena idea colocar todos los comentarios que hacía en mi cabeza en un orden coherente y hacerlos llegar a más gente para evitar normalizar los numerosos comportamientos tóxicos que tienen las parejas del programa», me confirma la experta.

Porque eso es algo que tiene la televisión pública, que como es un medio de gran alcance y, sobre todo, con un éxito tan fulgurante, podemos pensar que lo que sucede en las villas -lo que dicen o la forma de tratar a sus parejas-, es de lo más normal.

Aunque sus seguidores suelen estar de acuerdo con sus reflexiones (podéis ficharlas en su perfil @maria_esclapez), «alguna persona hay que se niega a entender otra realidad y se ofende con las cosas que digo, pero suelen ser muy pocas», dice la psicóloga.

@maria_esclapez

Una de mis preguntas es si cree que la emisión de programas con tantos mitos del amor romántico es un paso hacia adelante (podemos identificarlos con más facilidad) o un retroceso que nos lleva a normalizar algunas conductas.

«Yo creo que ni una cosa ni la otra. Considero que el programa pretende entretener, no educar. De lo que vemos podemos sacar la parte pedagógica que tanta falta hace, eso sí», afirma.

Y es que nuestro deber como espectadores sería poner en tela de juicio si realmente estamos de acuerdo con lo que hemos visto en la pequeña pantalla o hay formas más empáticas de tratar a las personas.

«La clave está en el conocimiento. Si tienes información, tienes el poder de decidir qué quieres, qué no quieres y qué es lo mejor para ti y para tu salud mental y emocional», opina María Esclápez.

Quizás una buena modificación, de cara a próximas ediciones, sería incluir una figura que gestionara las situaciones más difíciles, algo que según ella sería el único cambio necesario en el programa.

«Simplemente incluiría un profesional de la Psicología que asesorara y acompañara a los/as participantes del reality en el manejo del malestar generado. Así están acompañados/as durante los posibles conflictos y aprenden a gestionar sus vínculos de pareja de una manera sana (o al menos entienden que puede haber otras opciones de pensamiento sobre el amor y las relaciones de pareja) y ya de paso, aprende también la audiencia que esté viviendo o pasando por algo parecido a nivel personal», dice la psicóloga.

Pero hasta que llegue ese momento (si llega) nos toca adoptar un rol más activo.

Pensar en cómo consumimos el programa. Si nos está sirviendo solo para desconectar, si criticamos cuestiones que igual deberíamos replantearnos porque han quedado un poquito desfasadas y, sobre todo, si nuestra gestión emocional se parece en algo a la de los concursantes, porque, en ese caso, nos queda mucho camino que recorrer a la hora de aprender a sentir, a pensar y a comunicarnos.

Duquesa Doslabios.

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No necesitas una pareja perfecta, perfecto es que además de amor haya amistad

Hay cosas que echo de menos de estar en pareja. Quedarme dormida abrazada, acompasando la respiración a la suya, es algo que siempre me ha encantado (aunque luego termináramos la noche en la otra punta de la cama).

También hay muchas otras que para nada. Esas me las guardo para otro día.

Una de ellas, y quizás la que más me está costando sobrellevar, es haber perdido un amor en el que una de las bases era la amistad.

@FEDEZ

Es cuando me acuerdo de lo que era mirar a los ojos a la otra persona -en plena comida familiar-, y echar a reír de algo que solo entendíamos los dos.

O como cuando te conviertes en cómplice de todas las locuras que pudieran ocurrir, como escapar de una boda para echar un polvazo.

Podría enumerar como ejemplo los infinitos memes, bromas, los vídeos hechos a traición, las menciones en fotos de Instagram para recordarle lo mucho que ronca… Pero también ser la primera de la lista cuando hacen falta un par de manos o un hombro sobre el que llorar.

Echo de menos conectar en ese aspecto, en uno más allá de físico, en la complicidad. En disfrutar de compartir aficiones, ya sean ir a hacer senderismo, perderse en un museo o ver películas musicales comiendo directamente de la tarrina del Ben & Jerry’s.

Porque cuando tu pareja es tu amigo, eres capaz de hacer cosas tan locas como traer un hijo al mundo y reírte cuando le da vueltas a tu alrededor, aunque lleves un mes sin pegar casi ojo.

Hablamos de la confianza, el sentido del humor o tener en común ciertas perspectivas vitales a la hora de que funcione una relación.

Pero es la amistad la que da la confianza de poder abrirte por completo, de contar (y escuchar) todo sin juzgar. Tener con quien hablar de lo más trascendente a lo más nimio sabiendo que estás en una zona segura en la que puedes ser tú.

Si tu pareja es tu amiga, quieres que sea partícipe de tu vida. No porque no puedas vivir sin él o ella, sino porque quieres que esté en todo. En lo bueno y en lo malo.

Cuando tienes que despedirte de unas amigas, un trabajo, una mascota… Cuando le das la bienvenida a un proyecto, a un triunfo, a un libro publicado.

Es algo a lo que me niego a renunciar. Y cuánto cuesta encontrarlo.

Duquesa Doslabios.

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Casa e hijos: tu próxima relación seria podría salir de una ‘app’ de ligar, según un estudio

Conocer gente a través de una pantalla pone ciertas cosas fáciles. La primera saber que, en cualquier momento y solo pulsando un botón, puedes cortar la comunicación sin dar explicaciones.

Si quedas y no sale bien, habrá un repuesto cerca a golpe de click. Y la tercera es que hace que conocerse en persona sea tan sencillo que no requiere un esfuerzo más allá de proponer ir a tomar algo.

Y además sabiendo que puede dar pie a que avance rápido.

DEREK ROSE

Así que sí, admito que soy de las que veía en este tipo de aplicaciones el campo de cultivo perfecto para historias esporádicas.

Muy intensas y muy fugaces, como un petardo. Al menos, así funcionaban (o lo había comprobado en su día) hace años.

Sin embargo, parece que o bien las apps de ligar se están adaptando a los nuevos tiempos o hay quienes empiezan a utilizarlas como auténticas celestinas del siglo XXI.

Hace unos días, un amigo me contaba que, en su familia, dos de sus hermanos habían encontrado a sus parejas en Tinder. Ayer mismo, mi hermano se abría un perfil en Bumblee con el filtro de que buscaba una relación.

Aunque la prueba definitiva de que las cosas están cambiando más allá de mi círculo cercano (no solo encuentro ejemplos en mi entorno) ha sido el último estudio de la Universidad de Ginebra.

Analizando las intenciones de aquellas parejas que habían conectado de manera digital, llegaron a la conclusión de que no solo estaban más dispuestas a irse a vivir con la otra persona, sino a formar una familia en poco tiempo (sí, incluso antes que las personas que se conocían offline).

Claro que la pandemia ha también ha jugado un papel crucial en esto. Si dar con una persona con quien se tienen en común objetivos o planes de vida -que además resulta atractiva-, podía conseguir que las cosas fueran a una mayor velocidad, el distanciamiento social ha hecho el resto.

Durante varios meses, ya fuera por aplicaciones hechas expresamente para conocer gente o incluso el propio Instagram, hablar ha sido el nuevo quedar en directo.

Y sobre todo hacerlo largo y tendido, sacando temas que igual ni nos planteábamos y llegando a profundizar en la otra persona. La chispa ha surgido y no solo se han roto parejas durante la cuarentena.

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Historias que arrancan, relaciones que han dado el paso y se han mudado a un piso, quienes han hecho la gran pregunta y se casarán en 2021…

El amor se ha abierto camino.

Así que parece que hay vida (y futuro) más allá del swipe right. Quizás se puede sentar la cabeza con el próximo match y quienes somos algo escépticos a encontrar el amor en las peceras digitales, nos atrevamos por fin a probar el agua.

Duquesa Doslabios.

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