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¿Por qué a los ‘millennials’ nos da tanto miedo hablar de si somos o no pareja?

Vamos juntos al cine, a la bolera, a la playa, nos cogemos de la mano, nos besamos en público, escapamos a cualquier ciudad cerca de la nuestra, pasamos horas al teléfono y tantas otras sin salir de la cama -y no necesariamente sin ropa-.

A cualquiera que le expliquemos el punto en el que estamos, nos contestaría que es obvio que somos pareja.

Que es algo más que pasarlo bien.

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Me baso en el indicativo del momento en que se supera la barrera de la piel. Cuando la otra persona consigue colarse por debajo y trepa por todo el cuerpo.

De pronto la encuentras instalada en tu cabeza, rondando por ella -activa y sin descanso- las 24 horas del día.

Esperando paciente el momento de que pueda salir en todas tus conversaciones.

Quieres contar todo, cómo fue veros por primera vez, las palabras que cruzasteis, aquel gesto que te conmovió especialmente y todo lo que implique que lo vivas de nuevo a través de los recuerdos.

Y aun cuando sabes lo que significa volver a sentir eso por dentro y ajustar en la cantidad del «1» el contador de la monogamia (para quienes optamos por la exclusividad), nos sigue echando para atrás decir o llamar a las cosas por su nombre.

Ponerle un «novia» o «novio» como etiqueta es casi un acto de rebeldía si pienso en que, para mi generación, es lo más habitual usar personas a la velocidad de las camisetas.

Hoy una y mañana otra.

Nos cansamos tan rápido que el único amor con el que nos sentimos cómodos es el líquido.

Que en unos días puede más la novedad de lo que podríamos estar perdiéndonos que la emoción de seguir conociendo más a fondo a quien realmente puede marcar un cambio.

Lo preocupante de este punto, en el que hemos complicado al máximo lo que debería ser de las cosas más sencillas del mundo -el decir alto y claro que se quiere estar junto a alguien– ha venido acompañado del miedo al compromiso.

Mientras no consigamos cambiar la forma de relacionarnos, marcada ya por evasivas, desapariciones inexplicables bautizadas como ghosting y todo tipo de comportamientos dignos retruco de escapismo, poner una etiqueta será una cuestión de valor.

Porque hay que ser valiente para decir, con el corazón en la mano que sí, que quieres que os llaméis novios.

Duquesa Doslabios.

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El amor líquido o por qué todas tus relaciones fracasan

Una y solo una. Esa es la cantidad que corresponde a las veces que he estado enamorada en mi vida. Y qué vez.

No me mal interpretes, con esto no quiero decir que la ponga por las nubes y crea que sea imposible llegar a igualarla, pero sí que quiero volver a sentir esa fuerza visceral, esa emoción, la ternura inmensa de verle dormido en el sofá y la certeza de que si necesitara un riñón, serías la primera de la fila.

Pareja dándose un beso

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Va a ser de todo menos fácil. Lo estoy comprobando desde ya. Quizás porque fantaseamos con el amor idílico como concepto, publicamos textos profundos sobre él en Instagram y creemos que, la siguiente persona, va a ser la que nos haga volar.

Para que luego se quede más reducido que la copa de cava cuando se le han ido las burbujas de gas.

No hay día que no compruebe que los millennials somos la generación de las relaciones líquidas.

Queremos todo lo bueno de estar en pareja: los planes divertidos, el sexo salvaje, los mimos, compartir esa porción de tarta, tomar unas cañas -a la segunda invita el otro-, mandar memes por Whatsapp, avisar de que estás con el humor algo por los suelos, dejarnos cuidar.

Pero llega el momento de hablar, de quedar una tercera o cuarta vez cuando aparentemente todo iba normal, y sin saber por qué, desaparece (el ghosting de manual).

Es triste que conociendo a alguien no podamos dejarle un libro, la camiseta o el cepillo en su casa (es probable que en poco tiempo no vuelvas a verlas).

Ni siquiera llevaréis lo bastante conociéndoos como para que se esfuerce en devolverlas, sencillamente le dará igual.

Llega la tecnología, esa que decimos que nos ha cambiado la vida (aún queda decidir hasta qué punto para bien y hasta cuál para mal) y cambiamos nuestra forma de relacionarnos, la manera de ligar

Nos hemos especializado en crear conexiones, muchísimas. Nuestra estrategia es mantenernos en contacto, sí, pero siempre desde una distancia prudencial.

Cada vez más sumidos en un círculo de relación estrella fugaz. Es intensa, emocionante y de película, pero es breve y pasa rápido. Parpadeas un par de veces y ya no está el match en la aplicación, toca volver a hacer swipe.

Si los expertos se refieren a las nuestras como las relaciones líquidas es porque nuestros vínculos, de la misma forma que el agua, son maleables y se escapan entre los dedos.

La satisfacción momentánea manda, el estímulo, el ahora, que después ya no interesa. En cuanto ha pasado no solo ha quedado atrás, es como si se hubiera olvidado.

Somos más individualistas que nunca, nos gusta viajar, tomar ese brunch el domingo con la amiga, el grupo de los de siempre yéndose de casa rural.

Vale que a nuestros padres les gustaba también el ocio, pero eran menos reticentes que nosotros a la hora de renunciar a él.

Te propongo un reto, vete a un círculo de veinteañeros casi treintañeros y pregunta quién tiene pensado, en los próximos cinco años, casarse o tener hijos.

Es habitual que encuentres respuestas evasivas, que aún somos muy jóvenes, nos queda mucho por vivir, viajar, experimentar.

Y esa falta total de significado y compromiso nos vuelve incapaces de crear relaciones reales. Con contadas excepciones, claro.

Duquesa Doslabios.

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