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Por qué no deberías enamorarte en verano

Pillarse da miedo. Hacerlo en verano es deporte de riesgo.

A ver quién le explica a esas ganas de juntarse que la otra piel está a kilómetros. Da igual si son los 9.471 que dividen Barcelona y Oaxaca o los 93 que separan Madrid y Villacañas, en Castilla-La Mancha.

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Porque solo se entiende una distancia: la nula.

El circuito cerrado de la cabeza se regodea en esos instantes en los que parecía que por delante estaba todo el tiempo del mundo.

Tanto que te podías permitir el lujo de perderlo. Lo que darías ahora por volver a esa tarde calurosa, buscando un ápice de sombra, donde poder degustar una barra libre de besos.

En vez de eso, es meterte cada dos por tres en su conversación de WhatsApp solo para ver si aparece el «en línea», mejor calmante para los nervios que cualquier ibuprofeno.

No ya porque conteste el último mensaje que lleva horas en el limbo del ‘Visto’, sino por saber que está bien, que sigue ahí, al otro lado.

Que quien tanto te fascina y te puede no es fruto de una elaborada fantasía.

Es real, volverá, te repites como una cantinela. Suena tanto en tus pensamientos como una pegadiza canción del verano.

Esa que has decidido sustituir voluntariamente por un tema melancólico de Vance Joy o Lana del Rey, que no hace otra cosa más que sumirte en el bucle de seguir echando de menos.

Ojalá nadie se enamorara en verano. Ojalá no encontrarle en cada rincón del viaje: en el verde claro que conecta con sus ojos, en las conversaciones donde sacas a relucir su nombre de manera casual -como si pudiera acercaros-, en los sitios que querrías compartir cogiéndole la mano y en cada vivencia que podría convertirse en un recuerdo.

Ojalá no pasar las noches dando vueltas por el calor buscando los últimos retazos de su olor en la almohada.

Sí, pillarse en verano da el doble de miedo que hacerlo en condiciones normales.

Porque es fácil olvidarse cuando alguien se lo está pasando todo el día tan bien por su cuenta, porque se puede cambiar de idea, decidir que es mejor seguir recorriendo el camino en solitario o incluso querer otra compañía en algún momento.

Y precisamente, por atemorizarnos hasta la médula, no deberíamos dejar de hacerlo.

Lo más valiente es seguir el corazón, incluso cuando no parece el tiempo más apropiado, el lugar ni la ocasión. Porque igual hay algo que sí es (o apunta maneras de ser), la persona.

Duquesa Doslabios.

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