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Rocío Carrasco o por qué hablar del maltrato no es suficiente

Hace unos meses compartí en una de mis redes sociales la sesión de fotos que me hizo un exnovio que me maltrataba.

Aquellas imágenes, acompañadas de algunos textos en los que contaba lo que no se veía -mis ataques de ansiedad, pánico, el miedo que me quitaba el sueño o el acoso- hicieron que muchas de mis seguidoras me escribieran.

Algunas preocupadas, queriendo saber cómo había llegado a ese punto, otras para darme apoyo y varias para felicitarme por contar uno de los episodios más oscuros de mi vida.

@salvameoficial

Pero con quién me quedé fue con las que, como yo, habían vivido casos parecidos y compartieron sus experiencias conmigo.

Seguidoras que conocía en persona, pero también otras desconocidas, fueron abriéndose y plasmando, bajo mi publicación, algunas de sus historias. Palabras que me resultaban tan familiares que era como estar leyendo diferentes versiones de la mía.

Lo que pude comprobar es que, cuando una mujer habla de esto, se abre y se sincera, saca lo más crudo que ha vivido con una pareja y lo pone sobre la mesa, hay quien tras sufrir algo parecido que se anima a sumarse al diálogo.

No sé si es el efecto ‘bola de nieve’ o que nos sentimos cómodas confiando entre nosotras, incluso cuando no existe amistad de por medio, al tratarse de un tema tan crudo.

Si eso pasó en mi cuenta personal, Rocío Carrasco ha llevado el fenómeno a otro nivel.

Admito que me he voy enterando a trompicones de las entregas del programa. Y aunque no estoy muy puesta en la vida de las celebridades del país, hay un dato que explica la importancia de su testimonio.

Desde que Rociíto ha empezado a hablar por televisión, las llamadas al 016 subieron en un 42% tan solo una semana después de que se emitiera el primer episodio.

Una mujer hablando de cómo había sido maltratada se tradujo en unas 2.050 consultas telefónicas pidiendo información o ayuda, en un incremento de los mails al correo electrónico (016-online@igualdad.gob.es) y al WhatsApp (600 000 016).

Quizás no soy una gran fan de Telecinco o, más allá, de los programas que suele hacer Mediaset. Pero dar la oportunidad de contar su versión, con la influencia que siempre ha tenido la hija de Rocío Jurado y, sobre todo, de narrarlo en un medio nacional, habla por sí solo.

Este problema es interseccional. Afecta a la rica, a la pobre, a la que no tiene estudios, a la que tiene tres carreras, a la empresaria y a la cajera. Afecta a las mujeres en general.

Y mientras Rocío sigue dejándonos en shock con sus palabras, se hace más evidente que no solo necesitamos espacios para alzar la voz ante un maltrato, sino medidas al respecto.

Hablar de ello es el primer paso para ponerlo sobre la mesa, identificarlo y señalarlo. Pero no es suficiente con eso.

Necesitamos cambios: una educación feminista, desterrar el machismo de nuestra sociedad, un nuevo enfoque para las generaciones que vienen…

Si no lo ponemos en práctica, solo nos quedará hablar en redes sociales, pequeños grupos o en televisión, consolarnos entre nosotras y seguir llamando a líneas de ayuda. Y eso es ponerle la tirita a una herida, pero en ningún caso ponerle solución al problema.

Duquesa Doslabios.

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Amiga, 10 reflexiones para que te liberes un poco (más) este 8M

En un 8M en el que las madrileñas no podremos salir a la calle (aunque a las 20h circulan convocatorias para que bajemos a los portales de nuestras casas para seguir convirtiendo la ciudad en una manifestación), toca reflexionar sobre el papel de la mujer en la actualidad.

Y toca reflexionar porque todavía se escucha que ya lo tenemos todo conquistado, que tenemos los mismos derechos, que podemos llegar a los mismos empleos o que incluso cada vez hay más amos de casa que se encargan de la crianza de los pequeños.

Lo comentaba hace unos días, seguimos teniendo pendientes muchas desigualdades. En discursos, a la hora de relacionarnos, en la cama o incluso ante los ojos del capitalismo mediante los anuncios.

SAVAGEXFENTY

Así que para empezar el Día Internacional de la Mujer, quiero animarte a que luches desde casa. Porque la mayor revolución del feminismo no es que te eches a las calles o grites consignas, es la que sucede en tu cabeza la primera vez que descubres que existe un sistema que te discrimina que se llama Patriarcado.

Mi forma de hacerlo ha sido engancharme a Libres, una serie de Arte.tv (es gratuita y la encuentras en la web) que tiene 10 episodios con un solo objetivo: abrirte los ojos de los temas que tenemos pendientes.

Así que he recopilado las 10 reflexiones que más me han llamado la atención -una por capítulo-, para que te animes si no a verla, a plantearte cómo es que las cosas siguen tan desequilibradas cuando, aparentemente, no deberíamos quejarnos por tenerlo ya ‘todo’.

  1. El esperma es solo comparable a un jugo divino. Olvida el zumo de apio de las famosas o el smoothie cargado de antioxidantes. ¿Cuántas veces has leído (normalmente porque te los han pasado) artículos sobre los beneficios del esperma? Que si bueno para la piel, que si reduce el cáncer de mama… No verás estudios de la importancia de vaciar la copa menstrual de tu compañera de un sorbo ni de lo placentero que podría ser para nosotras untarles la cara de flujo. La adoración y exaltación sexual de los fluidos es un carril de un solo sentido.
  2. Las dick pics o fotos de penes no son una forma de conquista. No te las manda ese chico que lleva secretamente enamorado de ti desde el instituto y desea convertirse en el padre de tus hijos. Tampoco importa si quieres recibirla o que no la hayas pedido en absoluto, es una forma de demostrar su poder. Si nosotras mandáramos fotos de nuestras vulvas, teniendo en cuenta la no educación sexual que han recibido muchos, a más de uno le costaría identificar qué es eso.
  3. El conservadurismo del mommy porn o por qué los cuentos de amor modernos pasan por castigar a las mujeres. Se ha popularizado un BDSM suave (gracias a romances eróticos anticuados que se han adaptado) pero solo somos nosotras las que recibimos el mensaje de adoptar el papel de sumisas. Un rol bajo el que según estas historias, solo con el control físico, emocional y sexual de un hombre podemos liberarnos.
  4. Estamos en 2021 y la sangre de los anuncios de compresas se sigue cambiando por un líquido azul. Cada mujer pasa aproximadamente 2.250 días con la menstruación y sigue siendo un tabú que está apartado de toda clase de representaciones culturales. No solo en los anuncios, también en las películas pornográficas las actrices introducen una esponja para evitar que salga una sola gota. Si nosotras estamos acostumbradas a bajarnos las bragas y ver sangre tantas veces al año ¿la sensibilidad de quién protege entonces mantenerla oculta? Correcto, a la de ellos.
  5. El audio que se filtró en los premios Goya deja de manifiesto cuánto trabajo queda por hacer en este punto: la mujer solo tiene validez bajo la mirada masculina. Y es un valor asociado al físico, es decir juventud y cuerpo. La identidad femenina solo existe si se puede esgrimir como trofeo. Da igual que seas una actriz reconocida o una cantante de fama mundial si solo se te ve como «puta» por llevar tatuajes.
  6. Lo que nos lleva al control de peso y una vida en la que las dietas son conocidas para la mayoría de nosotras. Y, si no las dietas, las restricciones alimentarias. «Mejor no me pido postre», «No voy a repetir» o «Solo una patata frita», son pensamientos que se nos pasan por la cabeza por el miedo a engordar. Y por mucho que estemos en la era del bodypositive, también hay que decir que los cuerpos supuestamente curvy que se popularizan en pasarelas o como modelos de lencería, tienen proporciones poco realistas.
  7. Entre las sábanas, la brecha se manifiesta en forma de orgasmos desiguales y una concepción de la vida sexual que parece que todo gira alrededor de la penetración mientras que el resto de prácticas son solo un preliminar. Mientras que los hombres viven su vida íntima con orgullo, entre las mujeres todavía pesa el ocultar la cantidad de parejas. Sorprendentemente, recae en nosotras la responsabilidad de romper la rutina, de innovar para que él no se canse. Porque si es solo para un hombre, tu pareja, sí está bien visto que te sueltes la melena.
  8. La bisexualidad es solo aceptable si es entre dos mujeres (e incluso aplaudida y celebrada) mientras que los hombres se horrorizan cuando insinuar que, en un botellón, se besen entre ellos. Curiosamente, la mayor cantidad de porno lésbico es consumida por hombres.
  9. Muy relacionado con el punto anterior se encuentra la eterna disyuntiva por el ano. Es una zona que tenemos por igual todos pero que sigue relacionándose con la humillación (¿cuántos insultos se te ocurren relacionados con ‘dar por culo’?). Eso consigue que forme parte del inconsciente colectivo y que, como hombres -aka los que están por encima en la sociedad- no esté bien visto decir que su novia les ha metido un dedo por ahí y lo han flipado.
  10. El pelo está prohibido (si eres mujer). Ya que la mayoría de barbudos son hombres, relacionamos virilidad con vello corporal y se tacha por completo como cualidad femenina -cuando todos tenemos una capa de vello más o menos fina-. Desde pequeñas las muñecas nos recuerdan que solo podemos tener pelazo en la cabeza y el capitalismo se sube al carro colándote en la cabeza la idea de que con sus bandas de cera o cuchilla depilatoria conseguirás la confianza que te falta para no perderte ese plan de playa o piscina con tus amigas.

Duquesa Doslabios.

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¿Por qué si una mujer habla de sexo es una ‘guarra’?

Querido lector,

Hoy te hablo a ti directamente. A ti, que desde, que empecé a escribir en 2017, me has llamado de todo.

Bueno, de todo no. Me has dicho «guarra», «cerda», «puerca», «marrana», «zorra», «puta», «perra»…

Me lo has llamado sin conocerme de nada. Sin saber quién soy, dónde me encuentro, cómo me llamo ni cómo me siento al respecto.

Me lo has llamado por escribir aquí, de sexo.

SAVAGEXFENTY

Y me lo has llamado tantas veces desde hace 4 años, hablara de lo que hablara, que ya no es que no te guste un tema concreto, un enfoque, mi opinión del ghosting o del sexo anal.

Me lo has llamado por ser mujer y por la temática del blog.

Porque ha sido compartiendo en este espacio mi opinión sobre un tema tan natural como es el sexo, que merezco, bajo tu punto de vista, ser insultada.

Y no insultada de manera constructiva, animándome a mejorar la escritura, sino con la que es la ofensa más fuerte hacia la mujer, la perla de los improperios, la estrella de la colección, el comodín que vale para todo lo que hacemos que está mal para ti, ya sea escribir, rechazarte en un bar o tener un salario más alto que el tuyo.

No puedo evitar preguntarme -ya que la mayoría de los insultos vienen de hombres como tú-, si se daría el caso contrario si fuera un Duque Doslabios, un Pepito Miravet o un Luis Blue el que escribiera un espacio sobre cómo disfrutar del sexo, cómo hacer una buena comida de coño.

Me pregunto si a diario se meterían mujeres en la sección de comentarios a faltarle el respeto, a tacharle de pervertido, a decirle, -como me dices tú-, que es un puto, un perro, un marrano.

Es obvio que no, vosotros os libráis porque pensáis que seguís pudiendo encabezar la caza de brujas del siglo XIX, demonizando a las mujeres que, como yo, experimentamos nuestro deseo sexual.

Las que hablamos del placer, nos acostamos con ese tío que hemos conocido en un bar porque nos pone y que ni lo tapamos ni lo escondemos, quienes no oprimimos nuestro deseo ni seguimos haciendo como si no existiera.

Esas que lo vivimos por y para nosotras en vez de para tu disfrute.

Ya no te compramos que, para que nos aceptes, para que nos consideres decentes, tengamos que mantener esa parte bien escondida, ser damas en la calle, pero putas en la cama. Seremos lo que nosotros decidamos y te tocará respetarnos igualmente por ello.

Si tanto te molesta como hombre que yo hable de la igualdad en la cama (de mis deseos y de los de otras compañeras que puede que no tengan un blog en un diario), es que dejas en evidencia la falta que hace de que existan profesionales como yo, que se dediquen a publicar estas ideas.

Así que tengo una mala noticia que darte: por cada «guarra», «cerda», «puerca», «marrana», «zorra», «puta» o «perra», escribo con más ganas.

Porque me das gasolina al saber que tienes tanto interés en que deje de hacerlo. Y con cada artículo que animo a otras mujeres a verse, sentirse, reivindicar que no van a quedarse a medias nunca más, jugar en igualdad de condiciones, follarse a un desconocido o decir ‘No’ si cambian de idea, se prende una chispa.

La liberación de la mujer no es solo poder abrirnos una cuenta en el banco, votar o decidir si nos quedamos en casa o salimos a trabajar. Lo queremos todo. La libertad es también que podamos disfrutar y hablar de esto en las mismas condiciones que lo haces tú.

Querido lector, a mí y a mis compañeras nos gusta el sexo (tanto como a ti), nos ponemos cachondas, nos tocamos, nos corremos (incluso varias veces seguidas) y somos igual de respetables por ello.

Aunque te pese, nuestra sexualidad es solo nuestra y ni tú ni nadie nos va a juzgar por cómo la decidimos vivir. Bienvenido a 2021.

Duquesa Doslabios.

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Todas las mujeres compartimos que nos han llamado ‘puta’

Con 5 años volvía con mi abuela de la panadería. Dos chicos pasaron en moto pegados a nosotras y les llamó la atención. «Puta vieja», le gritaron mientras aceleraban.

No sé qué me asustó más, si el rugido del motor tan cerca o que le hubieran llamado eso a mi abuela. Ella siguió subiendo la cuesta hacia la casa como si nada, cargando la bolsa con el pan y yo le seguía de la mano al borde de llanto.

De no haber visto su entereza, seguramente me habría derrumbado.

¿Cómo iban a llamarle eso a quien dejaba Chupa Chups escondidos para que los encontráramos los nietos?

SAVAGEXFENTY

Aquel «puta» de mi abuela encabezó la larga lista que seguiría anotando mentalmente en mis años de colegio, donde estudié hasta cumplir los 18.

«Putas» eran mis compañeras de primaria que, cansadas de que les levantaran la falda a diario, optaban por ponerse unas mallas cortas por debajo, asumiendo que, ya que iban a quedar al descubierto, al menos no fuera en bragas.

«Putas» éramos también (y aquí empleo el plural) si nos daba por echarnos novio, otro más después o si se nos ocurría dejarnos tocar -incluso aunque fuera lo que más deseáramos-.

Yo fui «puta» en primero de Bachillerato por tener la ocurrencia de dejarme ser vista en la habitación del chico que me gustaba en el viaje de curso, aunque no hubiera pasado nada (ahora pienso que si hubiera pasado, ¿qué más daba?).

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Fui llamada «puta» a la cara por mis amigas y a las espaldas por los demás. Un apelativo que me llevó a una crisis nerviosa antes de la clase de química. Lloré sola en el baño frente a la clase, sintiéndome incapaz de entrar con la frente alta.

Llegó la universidad, la oportunidad dorada de dejar de ser «la puta de la clase», de poner a cero el contador. ¿Cómo dejarla escapar?

Me crucé también con varias «putas» en periodismo durante aquellos años. Especialmente las que progresaban más que el resto.

Mis compañeras más válidas, mejores estudiantes y que, al poco, eran fichadas para hacer prácticas en los medios que todos soñábamos (o eso creíamos) eran las más «putas», las que algo habrían hecho para llegar ahí, me soltaba mi amigo de aquella época.

No, tampoco me escapé de ser «puta» en aquel tiempo. Mi ex pareja se encargaba de hacérmelo saber en cuanto desaparecía más de 5 minutos de estar en línea del WhatsApp, la prueba para él de que me estaba acostando con todo Madrid.

Fui «puta» también a los 25 mientras estudiaba el máster, por decirle que no estaba interesada, que estaba enamorada de mi pareja. Fui «puta» por contestarle con una peineta al desconocido que me gritó desde una bici lo que querría hacer entre mis piernas.

Y dejo de hablar en pasado y empleo el soy porque, como a mi abuela, también habrá quien me llame «puta» hoy.

«Puta» es la mujer que se queda embarazada por hacerlo sin condón. «Puta» es quien se la chupa a su novio en la sangriada de la universidad. «Puta» es quien le manda una foto después de salir de la ducha y luego no quiere quedar. «Puta» es la que llevando menos tiempo que tú en la empresa, asciende y pasa a ser tu jefa. «Puta» por querer pagar ella su copa. «Puta» la que se te cuela en Mercadona. «Puta» somos todas.

Duquesa Doslabios.

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Cultura de la violación, vamos a por ti

Hace algunos años, vivía en Italia. Primero estudiando y luego trabajando, de forma que pude ver de primera mano una de las cosas que menos me gustaban de allí: el machismo.

Un machismo muy parecido al español, escandalosamente evidente, pero tan silenciado que era casi de mala educación mencionarlo.

En Italia, como aquí, la víctima nunca es la mujer agredida. En todo caso es el agresor.

GTRES

Fue algo que aprendí cuando, uno de esos días en los que iba al trabajo, un desconocido me siguió por el tranvía hasta ponerse a mi altura y tocarme de cintura para abajo en varias ocasiones.

Al increparle en alto con mi italiano básico empezó a llamarme loca, como si me lo estuviera imaginando todo.

Nadie de mi alrededor más cercano hizo nada por mí hasta que distintas mujeres salpicadas por los extremos de la cabina empezaron a gritarle -a una- que se bajara.

Cuando llegué a la oficina, todavía temblorosa, y le conté lo que había pasado a mi jefe, pavesano de pura cepa (aunque podría haber sido de cualquier otra parte de Italia), no solo me llamó exagerada.

Afirmó que debería sentirme halagada de esa clase de atención y que verlo como una agresión me convertía, y cito literalmente, en una radical.

Tres años después, sale en los medios italianos el caso de un empresario de 43 años que drogó, secuestró y violó de todas las formas posibles durante horas -grabándolo en vídeo desde distintos ángulos- a una mujer de 18 años.

Y, como podría pasar en España, las reacciones han ido del “Hay que ver estas chicas de ahora que solo quieren hundir con sus mentiras a hombres decentes, es una cruzada contra nosotros” al “Bueno, pero es que ella fue a cenar voluntariamente con él, que no hubiera ido” y pasando por “Hasta que no haya un veredicto debe primar la presunción de inocencia”.

No solo estos son los discursos que circulan por ahí, es igual de doloroso que uno de los diarios italianos haya sacado el caso entre sus páginas (digitales) refiriéndose a él como un empresario brillante y activo como un volcán que, por culpa de esto, se ha apagado.

De la víctima, que pasará el resto de su vida traumatizada, intentando recomponerse de una cosa tan cruel siendo además juzgada como si fuera la responsable de haber sido violada, nada. Su ‘apagón’ no es digno de mención.

Por suerte, la indignación de otro sector de la población ha mostrado que aquel artículo solo fomentaba la errónea creencia de que son las mujeres las que deben ser puestas en el punto de mira, mientras se exculpa a sus agresores bajo argumentos relacionados con cuestiones que nada tienen que ver con sus actos (como si ser un gran profesional exculpara de haberse portado como un monstruo).

Y es que este tipo de excusas forman parte del discurso que defiende la cultura de la violación, una de las consecuencias de moverse en una sociedad machista que pretende minimizar las agresiones sexuales mediante la normalización y la justificación.

Que Italia, por primera vez, reivindique un caso de ese estilo hasta el punto de que el diario haya borrado la noticia y se haya disculpado, es una buena noticia.

Sobre todo cuando llevan años aceptando titulares que justificaban feminicidios con la retórica del crimen pasional: el «no soportaba vivir sin ella», «no le correspondía» o «en un ataque de celos».

Si nuestro país vecino despierta, nos sirve para refrescar también a este lado del Mediterráneo algunas ideas, empezando por la importancia de reclamar lo que nos parece justo, incluso cuando pensamos que por compartirlo en una red social no va a tener repercusión.

Se empieza por lograr cambiar un titular, un titular que promueve un discurso y, por último, una cultura de desigualdad.

Y aunque es triste que sea de las pocas formas de combatir el machismo, que tiene tantas ramificaciones y defensas hasta de sectores (en teoría) al servicio de la sociedad, estamos en un punto en el que no tenemos otra alternativa que andar con mil ojos y exigir periodismo de rigor, sin excepciones desiguales.

De lo contrario, volveremos al mismo punto en el que estábamos hace unos años.

El de guardar silencio porque, si ni la justicia, ni los medios ni los propios lectores posicionan su credibilidad en el lado que deben.

El de no decir nada para no tener que leer o escuchar que solo lo haces para buscar fama.

El de callar para evitar ser, después de violada, juzgada por limitarte a vivir tu vida sin hacer daño a nadie.

Duquesa Doslabios.

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Es el momento de olvidar el concepto ‘perder la virginidad’ (y te explico por qué)

La historia de mi himen fue tan misteriosa que, si tuviera que firmar la razón por la que desapareció, no lo tendría nada claro.

No sé si fue mi curiosidad -esa que me llevó a experimentar a edades tempranas-, un tampón mal puesto o cualquier golpe fruto de las actividades extraescolares.

Lo cierto es que, cuando llegó mi primera vez, no había no rastro de él. La suerte fue que mi caso sucedió en el siglo XXI.

En otros momentos históricos, esa situación me habría metido en un aprieto.

CALVIN KLEIN

Me encantaría afirmar que, la primera vez que tenemos sexo en nuestra vida, es igual que la primera vez que vamos al Aquopolis o a Roma.

Pero todavía existe una gran distinción, ya que la primera sigue anclada en el pasado mediante un concepto que te resultará más que familiar: perder la virginidad.

Y no solo eso, que hasta hace poco, era algo únicamente ligado a las mujeres.

Así que antes de que digas que ya estoy con mi discurso feminista de turno, quejándome de la desigualdad entre unos y otras, te voy a explicar por qué la virginidad es un mito machista.

Pero para eso te tienes que venir conmigo al pasado, concretamente algunos siglos a. C., cuando las sociedades patriarcales de la Antigüedad ligaban la virginidad con el valor de la mujer.

Ya en la Antigua Grecia, el himen era la estrella. Su ruptura simbolizaba el paso de niña virgen a mujer casada y garantizaba al marido que toda la descendencia que ella tuviera iba a ser suya.

En cambio, los mismos coetáneos de esa niña, pero varones, claro, eran animados a seguir sus impulsos desde el principio, yendo incluso a burdeles a tener sus primeras relaciones.

Primero era responsabilidad del padre vigilar que su hija no tuviera ningún tipo de encuentro, una vez conseguido, la dominación de la mujer pasaba a manos del marido. La excusa perfecta para controlar su cuerpo y su deseo, ¿no te parece?

Fíjate si funcionó bien que seguía repitiéndose en la Edad Media (en la novela caballeresca Tirant lo Blanc se refleja a la perfección) e incluso, a día de hoy, muchas culturas siguen comprobando, en ceremonias tradicionales, que el himen siga intacto.

Hay más razones por las que este es un mito machista. Que se centre únicamente en la penetración, sin llegar a considerar pérdida de virginidad otro tipo de prácticas sexuales, deja claro a qué sector de la población le interesa mantener esa idea (al que tiene pene, claro).

Y sí, quizás a día de hoy, en una sociedad desarrollada, nos parece muy lejano lo de perder la virginidad ligado a otra cosa que no sea tener la primera relación sexual (siendo hombre o mujer).

Pero lo cierto es que el mito continúa haciendo estragos. El himen ha escalado alcanzando un nuevo nivel: el de la fetichización.

La joven mujer virgen -tiene que ser joven, otro detalle importante-, es una fantasía sexual andante.

Y para encontrar hombres que encuentran excitante ser el primero, no tenemos que irnos al siglo IV.

Britney Spears al comienzo de su carrera, la subasta de himen de adolescentes en ciertos países o incluso la cantidad de vídeos que hay en cualquier página porno con la etiqueta de “virgen” -incluso cuando se limitan a falsificar la ruptura de la membrana con sangre falsa- hablan por sí solas del peso que sigue teniendo hoy en día la virginidad.

¿Mi conclusión? Que realmente espero que lleguemos a desembarazarnos de esta construcción social que sigue pasando factura (especialmente a las mujeres).

Al final, que arrastremos sin darnos cuenta un concepto tan desigual y desfasado solo provoca presión y ansiedad a la hora de vivir las primeras experiencias sexuales.

Y, en nuestro caso, recordar que somos mucho más que un himen, algo que no controlamos y que puede romperse por cualquier situación.

¿No sería mejor que llegáramos a la conclusión de que no nacemos con ella, sino que la virginidad nos la encasquetan?

Y, sobre todo, ¿por qué hablamos de perderla como si fuera el móvil o la cartera? ¿Por qué descubrir nuestra intimidad con otra persona (del tipo que sea) es algo que se va cuando debería ser una experiencia que ganamos?

Duquesa Doslabios.

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‘365 días’, ni tan erótica ni sucesora de ‘Cincuenta sombras de Grey’

Cada vez estoy más convencida de que el cine es una de las herramientas más potentes del patriarcado para romantizar la violencia de género.

No dejes de leer todavía, que voy a justificar mi respuesta.

@iammichelemorroneofficial

Desde hace unas semanas, la película 365 días no deja de salir en la lista de las más populares en Netflix. Una popularidad que viene, en parte, por quienes dicen que es la nueva versión de Cincuenta sombras de Grey.

Para que te ahorres el verla, te voy a resumir la trama en una línea: un mafioso millonario secuestra a una mujer con la que una vez soñó y le da un año para enamorarse de el.

Ya para empezar, solo pensar en que un desconocido que ha soñado conmigo me mantenga retenida a la fuerza durante un año (o el tiempo que sea en realidad) me parece escalofriante.

Pero ahí empieza la capa de purpurina: el actor que interpreta al protagonista no tiene nada que ver con los que suelen salir detenidos en las noticias. Es guapo, joven, está en forma y se compromete a no tocarla hasta que ella se enamore de él. ¿Todo un caballero? Todo un lavado de cerebro.

Mientras una sucesión de escenas que parecen salidas de Pretty Woman -por aquello de que él le compra todo tipo de cosas-, ponen el lazo al objetivo de sacarle el romanticismo a un delito, muchas de las espectadoras de la película afirman fantasear con secuestros.

Que una mujer vea este tipo de películas y sueñe con protagonizar algo así es como si una persona homosexual comienza a fantasear con agresiones homófobas porque hay una película que las expone como parte de una historia romántica.

Si eso parece una barbaridad, ¿por qué esto no?

Y eso solo en cuanto al hilo conductor. En la película no faltan estereotipos de industria pornográfica como violaciones, violencia física durante el sexo y por supuesto la premisa de que lo que más desea la víctima es practicarle una felación a su secuestrador.

No que le hagan un buen cunnilingus de esos en los que terminas sudada, con el pelo enmarañado y despatarrada, no. Viendo que así es cómo se representa el deseo femenino, da la sensación de que las personas autoras la ficción saben poco o nada de lo que realmente nos excita a las mujeres.

O quizás es que, una vez más, estamos ante el nuevo ejemplo de adoctrinamiento por parte de la cultura popular y sus productos de éxito. Violencia física, sexo sin consentimiento y una relación sexual en la que el pene es el centro.

¿Y lo peor? Que esta ficción tenga cabida en una plataforma del alcance de Netflix.

Una historia tan vieja, casposa, machista y cansina que de verdad hace que me pregunte por qué no parece haber interés en sacar tramas nuevas en las que se inviertan los papeles.

En explorar otros tipos de relaciones que no estén basadas en un hombre dominante y una mujer sumisa, que nos conviertan en sujetos activos y no en las habituales víctimas. Unas ficciones que nos empoderen, no que nos sigan doblegando.

Porque aunque solo sea una película, el cine nos moldea, nos enseña y nos sirve de referente. Así que yo pregunto, ¿son estas las relaciones que queremos? ¿No es una forma de perpetuar relaciones desiguales entre hombres y mujeres?

Duquesa Doslabios.

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Kendall Jenner tiene la mejor respuesta para las críticas machistas de tu vida sentimental

Del machismo no te libras. Ya te llames María Rodríguez o Kendall Jenner, es algo tan metido en la sociedad, que a todas nos toca vivirlo en algún momento de nuestra vida.

GTRES

El caso del que voy a hablar también te resultará familiar. Cuando tú o alguna de tus compañeras del colegio salía con más de uno -ya fuera del grupo, de la clase, del curso o del propio centro- enseguida oías el comentario de que la chica en cuestión pasaba, de mano a mano, como una pelota de baloncesto.

Kendall sabe lo que es eso, aunque ya han pasado unos cuantos años desde que ha acabado el colegio.

Hace unos días se volvió viral un vídeo en el que aparecen tres hombres lanzándose una niña. Y hay quien ha tenido la ocurrencia de utilizar el meme ilustrando la frase de que son los jugadores de la NBA pasándose a Kendall Jenner.

En seguida, alguien salió en defensa de la modelo diciendo que igual era ella quien se los pasaba a ellos, pero los chistes y comentarios machirulescos proliferaron como si de un hilo de Forocoches se tratara.

Quizás en su día, si también viviste lo mismo que la maniquí por tu vida sentimental, no supieras cómo contestar ante eso, pero Kendall ha dado con la respuesta definitiva.

«Actúan como si yo no tuviera todo el control de a dónde lanzo este ‘chichi'», replicó la modelo. No me pongo en pie a aplaudir porque tiraría el portátil, pero mi ovación es igual de grande.

Y es que Kendall tiene toda la razón del mundo. Son esos comentarios los que convierten a las mujeres en algo pasivo.

Como si nosotras no tuviéramos realmente ni voz ni voto y, como una pelota de baloncesto, nos dejáramos llevar sin poder de decisión. Pero lo cierto es que lo tenemos y sin excepción, ya seamos periodistas, cajeras o supermodelos.

Como la propia Kendall dice, tú y solo tú decides qué haces con tu vagina. Y que sean 3 tíos o 30 es algo que tú decides libremente.

Y no solo porque queremos, sino porque podemos.

Aunque quizás esto último es lo que tanto les escuece a ellos y la razón por la que se esfuerzan tanto en intentar convertirnos -aunque sea vía meme- en un objeto inerte. ¿Lo has pensado?

Duquesa Doslabios.

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Acoso sexual, el verdadero ‘secreto’ de Victoria’s Secret

Mientras que las mujeres de Hollywood o del mundo del deporte alzaban la voz para denunciar todo tipo de agresiones, un sector parecía resistirse a los embistes de la violencia de género: la fantasía lencera de Victoria’s Secret.

Si ya de por sí, solo por nacer mujer, tienes un 30% de posibilidades de sufrir violencia (a lo que se le puede sumar que 4 de cada 5 mujeres en España han sido acosadas), parecía imposible que en el desfile más visto del mundo en el que la ropa interior era denominador común, se escapara.

Casi como si las modelos más famosas de la industria de la moda hubieran encontrado un universo alternativo en el que era segura la (casi) desnudez.

O al menos hasta que un reportaje de The New York Times ha sacado a la luz que no todo eran push ups, tangas y alas de ángel.

Las modelos han hablado en ‘Ángeles en el infierno: La cultura de la misoginia dentro de Victoria’s Secret‘ porque llevan mucho calladas.

Andy Muise o Alyssa Millerson algunas de las que han denunciado una figura fundamental en toda la trama del gigante de la lencería: Ed Razek, quien era director ejecutivo hasta 2019 y encargado de los célebres castings para el desfile.

Las quejas que llegaron al departamento de Recursos Humanos de la firma iban desde tocamientos hasta comentarios lascivos, una serie de comportamientos que la empresa justificaba como algo ‘normal’ en ese trabajo sin darle ninguna importancia.

En el caso de Andy, el resistirse a los intentos del director de tener un encuentro sexual con ella tuvo una consecuencia inmediata: no volver a ser llamada para recorrer la pasarela.

Aunque es quizás Bella Hadid en nombre más destacado del artículo, quien también ha tenido mucho que decir sobre Razek y sus comentarios sexuales en fittings previos al desfile o en el mismo día del espectáculo.

Tocamientos a la fuerza, sesiones de fotos con las modelos desnudas que nunca habían sido aprobadas por la agencia, viajes con hombres mayores con los que debían flirtear y hasta una red de captación de mujeres para la prostitución son algunas de las ‘perlas’ detrás de la fantasía de color de rosa.

Afortunadamente, por motivos alejados de las acusaciones, Victoria’s Secret está cayendo por sí sola junto a su rancio estereotipo de belleza.

No serán las únicas historias de supermodelos que escucharemos (¡tiempo al tiempo!). No descarto que llegue el día en que Cindy Crawford, Naomi Campbell o Claudia Schiffer digan lo que han visto o vivido.

Duquesa Doslabios.

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¿Era necesario que Tinder añadiera el botón del pánico?

El mundo de las citas es escalofriante de por sí. Un mar digital donde la mitad de los peces desaparece al poco tiempo o, si tienes la suerte de quedar con alguien, puedes dar con el que insiste en tocarte como si no supiera qué es eso del espacio personal.

TINDER FACEBOOK

En el peor de los casos, encuentras al misógino de turno que insiste en que todas sus ex novias eran unas locas y se dedica a destriparlas o, todavía más grave, das con alguien que te gusta para no volver a saber nada nunca.

Y eso si tienes la suerte de que te toque una persona ‘normal’ (aunque lo de manosear constantemente no es algo que metería en esta categoría).

Pero también están los casos de citas que se tuercen, de esas en las que el instinto te dice «Sal de aquí. Ahora», o de las que, por mucho que te lo diga, algo te impide irte.

Para esos casos, Tinder ha añadido un botón del pánico que pretende alertar a los servicios de emergencia que, por ubicación se encuentran más próximos al lugar desde el que se manda el aviso.

Pero, ¿qué significa que los de la aplicación hayan llegado a la conclusión de que necesitamos esto? Y, sobre todo, ¿para quién está pensado?

La respuesta es bastante fácil. Solo hay que leer las noticias o ir a las estadísticas oficiales (en 2019, 35.000 mujeres denunciaron violencia de género o agresiones sexuales en España), por lo que no quedan dudas de a quién tratan de proteger este tipo de medidas.

Al final, el botón vendría a ser una versión perfeccionado de lo que nosotras llevamos tiempo haciendo, cuando antes de una cita, o en medio de esta, le mandamos la ubicación a una amiga. Para que no tenga que utilizarla, esperamos.

Por supuesto que la seguridad es importante y que todos merecemos un entorno seguro en el que poder relacionarnos.

Mi pregunta es por qué tanto esfuerzo en proteger a quien puede ser susceptible de vivir este tipo de situaciones -de las que necesita una vía de escape-, en vez de atajar de raíz los comportamientos de los que hay que pedir ayuda.

Al final, seguimos haciendo lo de siempre y no entendemos que tiene menos sentido apagar un bosque cuando está ardiendo que educar al pirómano en que no tiene que encender el fuego.

Duquesa Doslabios.

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