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No soy una ‘Mónica’, pero también me han llamado ‘zorra’

Ayer, después de descubrir que los famosos insultos del colegio mayor, habían tenido lugar en Madrid, escribí a una amiga y le pregunté si quería acompañarme a manifestarnos delante del Elías Ahúja.

No, no éramos las damnificadas de manera directa, porque los insultos no iban hacia nosotras.

No éramos unas ‘Mónicas’. Pero, a la vez, sí que lo éramos.

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La universidad hace tiempo que la dejamos atrás, y, sin embargo, no podíamos quedarnos sin hacer nada. Estábamos molestas con la manera en la que había sucedido todo.

Sobre todo descorazonadas pensando que, en vez de ir hacia delante, en dirección a una sociedad igualitaria, fueran esos los comportamientos que nos esperaban en el futuro.

Cada acción viene acompañada de una reacción y ante acciones machistas, que celebren esa supremacía de que los estudiantes pueden hacer o decir lo que quieran, no nos parecía mejor ‘contraataque’ que plantarnos allí.

De manera pacífica, por supuesto, con dos carteles y en silencio.

Organizadas, a diferencia de ellos (que lo hicieron para su cántico machista), para decir que no estábamos de acuerdo con ese trato vejatorio.

No sé si la imagen de estar allí, dos mujeres en la treintena, lejos de la vida universitaria, con pancartas en alto pidiendo un lenguaje respetuoso hacia nosotras, contrarrestó de alguna manera el ya famoso speech de «Conejas, salid de vuestras madrigueras».

Pero algo hizo que, tras ver ese vídeo con un edificio entero de hombres aullando y vociferando como si de verdad se encontraran preparándose para un ataque en manada, nos tocara la fibra y nos empujara a salir de casa.

 

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Porque no somos ‘Mónicas’, ni universitarias de la Complutense, pero sabemos muy bien lo que es que nos insulten con esos mismos términos.

La palabra «puta» o «zorra» la llevamos oyendo desde el colegio. En el patio, en clase soltada por lo bajito o bien alto por algún compañero, en la discoteca, cuando no estábamos interesadas por el chico que nos estaba insinuando que si queríamos dejar la pista y terminar en su cama.

La hemos oído en la calle, de parte de algún desconocido que consideró que merecíamos el mote, también desde coches en marcha, gritado a voces desde un edificio sin poder identificar, en esa ocasión, quién ha sido.

Como nos lo llevan llamando en incontables ocasiones a lo largo de nuestra vida, es imposible no empatizar con las alumnas que los reciben y sentir que, de cierta manera, también van para ti.

Porque has sido la destinataria tantas otras veces…

Y si cada vez que oímos un «puta» nos sentimos automáticamente identificadas, solo por el hecho de ser mujeres, quizás es porque estamos en un país en el que se ha normalizado hasta ese punto que ese sea el trato que recibamos.

Por eso, para nosotras, era tan importante hacer algo al respecto. Lo que fuera.

Porque estamos ya cansadas de ser insultadas por hombres, conocidos o desconocidos, porque nos duele aún más cuando se le quita peso llamándolo «broma» o «tradición», para garantizar que puedan seguir haciéndolo.

Porque si enseñamos a las generaciones que están de camino que aquí está la diversión, en un trato denigrante hacia nosotras, en una agresión verbal, ¿qué hacemos sino preparar el terreno a que, en un futuro, eso termine en una agresión física, en una violación?

Mara Mariño

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Todas somos Shakira (y todas somos Clara Chía)

Y si no lo has sido todavía, ya te llegará, amiga.

Pero hasta que no te des cuenta de que has estado en ambos lados, seguirás convencida de que una es la buena y otra la rompehogares.

No te culpo, la sociedad lo ha hecho genial en ese aspecto. Las redes sociales, las películas, las canciones de Olivia Rodrigo

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Se nos ha enseñado que, si hay una infidelidad o, si después se empieza otra relación, la comparación está servida.

En primer lugar física, por supuesto. Porque es lo que asegura que sigas preocupada de la última crema antiarrugas del mercado, de estar delgada, de matarte en el gimnasio.

De seguir gastando, ya de paso, para competir en ese certamen de belleza que parece que es lo único que nos valida ante la mirada masculina.

Pero también de comparar los logros o de echarnos la culpa a nosotras.

En llamar a una ‘la mala’ y a otra ‘la buena’, que son roles que se pueden intercambiar en función de cómo cada quien analice la relación.

Si ella ha sido lo que consideramos una ‘mala compañera’, normalizamos que él vaya en busca de la felicidad.

Si ella era lo bastante buena, no nos sorprende que él vaya buscando algo nuevo porque se cansó.

La cosa es que nunca centramos los reproches en él, que es quien toma la decisión de terminar la relación anterior y empezar algo nuevo.

Porque, peleadas entre nosotras, somos menos fuertes. Hacemos bandos, nos dividimos según nuestras opiniones y es más fácil para el siguiente que lo haga, recibir el mismo trato.

En cambio poniendo el foco en que él no ha obrado de la mejor manera, pierden la libertad de hacerlo sin recibir ninguna crítica al respecto.

Incluso de ser perdonado en el futuro (las idas y venidas de Khloé Kardashian con Tristan Thompson son la mejor prueba, mientras que Jordyn Woods sigue repudiada por el klan).

Posicionarnos como feministas en algo de este tipo pasa por empatizar con ambas mujeres, en no juzgarlas, señalarlas, ni culparlas. En dejar de compararlas como si fueran cromos intercambiables. En elegir la sororidad.

Y feminismo es también ser críticas con la exposición mediática que tiene un tufo casposo, ella siempre tildada de destrozada, él con ánimo positivo.

Es el momento de cuestionarnos por qué hay ese sesgo a la hora de tratar las rupturas en los medios.

Porque ellas, independientemente de lo que hagan, son tildadas de demacradas, tristes y abatidas, mientras que ellos viven su vida ‘con ilusión’ y recuperan ‘la fe en el amor’.

Tampoco nadie se plantea -ni ocupa ninguna columna de opinión- qué hace Piqué con alguien 12 años más joven. El Enrique Ponce de 2022.

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No me vendáis la moto de que nosotras nos desarrollamos antes. A mis 30 siguen sin parecerme ‘muy maduros para su edad’ los chavales de 18.

No falta tampoco la pullita de los suegros para añadirle más leña al fuego. La enésima muestra de machismo en esta historia.

Ya que se considera como algo positivo la buena relación de la nueva pareja de Piqué, como si fuera un determinante.

La buena nuera no falta en la metáfora del cuento. Mientras Shakira, que no terminaba de congeniar con ellos, se ve como menos valiosa.

Toda la presión recae en que, además de ser buena novia, buena mujer o buena nuera, también debemos ser buena amante.

¿Y él? Él es quien tiene el privilegio de que puede ser o hacer lo que quiera.

Mara Mariño

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No es que no queramos ser madres, es que no nos lo podemos permitir

Solo dos de mis amigas son madres. El resto ni nos lo planteamos ahora mismo.

Al borde de los 30 años, o incluso habiéndolos superado, muchas no tenemos ni ingresos fijos, porque nos siguen ofreciendo contratos basura o salarios por los suelos.

Está en la inopia quien piensa que, con esta situación, podemos tener estabilidad económica.

pareja chupete

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Tampoco hemos ahorrado mucho ‘gracias’ a los alquileres, que se comen nuestros -bajos e irregulares- sueldos.

Para nosotras es imposible apartar un pedacito para pensar en el futuro, y más si tenemos en cuenta que, en España, la brecha salarial entre hombres y mujeres es del 28,6%.

Independizarnos supone tirarse en plancha a la precariedad. Terminar viviendo en un estudio de 60 metros cuadrados, sumándole unas facturas de luz y gasolina por las nubes, y un carrito de la compra más caro que nunca.

Donde apenas dos personas pueden revolverse y mantenerse, como para pensar en incluir a una tercera.

La hipoteca es imposible de imaginar si no tienes un contrato indefinido. Y tu única opción, en el caso de no poder pagar esa entrada al piso, es que te ayuden tus padres.

Si es que pueden, porque las pensiones no están para tirar cohetes, y a lo mejor todavía están pagando una letra o manteniendo a otro hijo (o ambas cosas).

Tampoco podemos plantearnos dejar el trabajo y buscar uno nuevo. Para empezar no tenemos una red económica de seguridad.

En segundo lugar, ser mujer ya te aumenta las posibilidades de formar parte del grupo con mayor tasa de desempleo. Para nosotras, no hay garantía de conseguir un trabajo mejor.

Y tener esta edad, no pone las cosas fáciles precisamente. Es más probable que le den el trabajo a él si os presentáis al mismo puesto un hombre y una mujer.

Animarse a ser madre cuando las reducciones de jornada son la trampa, es como darte un chapuzón en una playa llena de medusas. Vas a salir peor de cómo entraste o, tratándose de la vida laboral, no volver a entrar en tu vida.

Esa correspondiente bajada de salario, si pides menos horas (cosa que hace el 30% de las mujeres respecto al 8% de los hombres), es lo único que se respeta. Los horarios para facilitarte la dinámica con el nuevo miembro, ya son otra historia.

La flexibilidad de parte de tu jefe ni está ni se la espera.

No nos preparan para una maternidad que viene con una capacidad de ahorro mermada, dificultades de reincorporarnos a la vida laboral (lo que nos empuja a abandonar nuestra trayectoria profesional) y vivir, desde ese momento, por y para los cuidados.

Nos hemos preparado estudiando, hecho la carrera, el máster o el posgrado, los idiomas y más cursos para seguir actualizando los conocimientos, hemos vivido fuera para tener más y mejor experiencia laboral

Renunciar a todo ello, sin poder volver al punto en el que estábamos antes de tener un hijo -como si pueden lograr los hombres que son padres, que no ven su puesto afectado ni relegados a proyectos con menor importancia-, nos parece una pérdida enorme.

Es injusto.

Empleamos toda nuestra vida en convertirnos en mujeres adultas para vernos en el embarazo siendo tratadas con paternalismo desde que damos el aviso de que hay un bebé a bordo.

Como si no estuviéramos presentes aunque seamos las madres, las protagonistas de nuestra experiencia con la maternidad, sufriendo violencia obstétrica.

Todo esto sin contar con la gran dificultad de dar con un compañero que esté alineado con el feminismo. Que entienda que la pareja no es sumisión ni ceder a sus órdenes porque es el ‘hombre de la relación’.

Que sois dos y ambos tienen igualdad de condiciones. Algo bastante difícil de encontrar si tenemos en cuenta que no reciben una educación de tratarnos como miembros del mismo equipo.

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Y compartir la crianza no es sencillo si se sigue educando al sector masculino en que el mayor peso de la crianza sigue recayendo en nuestros hombros en vez de un 50% para cada uno.

Si tienes la suerte de que, con quien estás, se encargue de la mitad, haréis malabares para dar con un hueco en la agenda para que vuestra relación de pareja no se quede por el camino.

Eso si cuentas con la ayuda de una niñera o de tu familia porque el tiempo es limitado y no llegas a todo.

No me olvido de que tendrás que pagar una guardería, que cuesta casi como el alquiler, porque la municipal tiene lista de espera desde antes de que te quedaras embarazada. Tu bebé aún no ha nacido, pero ya no llegas a conseguirle una plaza.

En definitiva, no es que no queramos ser madres. Es que no podemos permitirnos serlo.

Así que a lo mejor hacer deporte, tatuarnos, cuidar a los perros o gatos, salir con las amigas es lo que sí nos entra en el presupuesto cuando, a día de hoy en este país, elegir el camino de la maternidad es elegir ser más pobres, más dependientes de nuestras parejas y estar más expuestas a que, si la relación termina, no habremos podido ahorrar lo suficiente como para empezar de nuevo solas.

Hace falta mucho valor para decir que quienes no podemos tomar esa salida «solo nos preocupa conseguir derechos», porque precisamente consiguiendo hacer desaparecer estas desigualdades que enumero, la maternidad no resultaría tan inalcanzable para muchas.

O quizás es que es una afirmación que se puede permitir quien no se enfrenta a ninguno de estos problemas por haber nacido hombre.

Mara Mariño

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Amor libre sí, pero solo en el porno

En el momento en el que el porno se convierte en nuestro referente a la hora de empezar a construir la idea de sexualidad ¿cómo no vamos a darle importancia?

amor libre

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Y especialmente en España, que ocupa el número 11 del top 20 de países que más visitan la web de PornHub según el estudio anual que publicaron este miércoles.

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Incluso llegamos a superar a Rusia, que nos triplica la cantidad de habitantes. Así que imagínate si nos metemos…

Aunque eso no significa que pasemos mucho tiempo, son tan solo 9 minutos y 9 segundos lo que los visitantes españoles ‘necesitan’ de media en la web.

Porque esa cantidad de tiempo es suficiente para un estímulo inmediato, una paja como la comida del McDonald’s, rápida.

Y lo que se busca para esos 9 minutos y 9 segundos, es muy significativo.

A nivel mundial, el término ‘lesbiana’ es el segundo más visto, mientras que en España también ocupa los primeros puestos.

‘Trans’ también se cuela en la lista de las categorías populares. Y en el caso de España, ‘transexual’ es una de las cinco búsquedas más frecuentes.

Entonces, cualquiera que desde fuera viera esto, podría decir que somos un país progresivo y abierto, en el que la orientación sexual ni pincha ni corta.

Que está tan integrada, que ya no solo forma parte del tejido social, sino del sexual.

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Pero lo cierto es que, teniendo en cuenta el público de PornHub, los resultados son la prueba de la última fetichización de turno.

A veces son las milfs, otras las japonesas y, en esta ocasión, le ha tocado a las lesbianas y personas trans convertirse en el objeto de deseo por excelencia.

Porque, una vez más, estamos hablando de un espectador (hombre) el que se encuentra detrás de la pantalla.

El hecho de que el 81,6% de los hombres vean porno con regularidad (versus las mujeres, que suponen el 40%), revela la historia de siempre.

Sobre todo si tenemos en cuenta las agresiones que, a día de hoy, siguen sin faltar en las calles de las ciudades españolas o la homofobia imperante -no olvidemos que Ayuso se refirió al Orgullo como algo que se debe «aguantar»-.

Si juntamos nuestras costumbres como ciudadanos y nuestros hábitos como consumidores de pornografía, la conclusión es clara.

Tu orientación sexual o tu identidad de género (especialmente si eres mujer trans, las que más abundan en los vídeos de la web) son más que bienvenidas siempre y cuando cumplan una función: excitar al público mayoritariamente masculino.

Mientras no salgan del porno, seguirán siendo criticadas por la calle, amenazadas, perseguidas y acosadas.

Continuarán siendo relegadas a la condición de objeto sexual.

Mara Mariño

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Mujeres guapas, hombres feos o el mito de que la belleza está en el interior

Antes de contarte por qué creo que lo de que la belleza está en el interior, es un cuento contado solo a la mitad de la población, has de saber que llevo un mes desde que me quitaron la cuenta de Instagram.

Y que subía contenido relacionado con el blog con un toque de humor que puedes volver a disfrutar aquí.

Ahora que ha terminado el momento de spam, voy directa al tema que te interesa.

Shrek fue una película revolucionaria a su manera. La conclusión a la que llegué -además de que deberíamos proteger a los burros-, es que triunfaba lo de dentro y no la apariencia de fuera. O eso me pensaba.

Cuando la vi de más mayor, me di cuenta de que, aun bajo los efectos de la maldición, Fiona no era fea.

pareja relación belleza

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No solo no era fea, es que era un pibón.

Según los estándares de belleza, tiene unas medidas armónicas y simétricas, los dientes como si hubiera llevado el Invisalign, los ojos grandes, pestañas largas y las cejas perfectamente depiladas.

Vamos, que las únicas diferencias entre la versión humana y la ‘grotesca’ era la piel verde y despedirse de la talla 34.

Pero en cambio a Shrek sí le habían pintado como un señor calvo y gordo –sin faltar a ningún calvo ni gordo– que vive en un tronco de árbol con humedades y rodeado de barro.

La fantasía de que lo importante es lo que está en el interior solo se aplica para el caso de ellos, y es algo que venimos escuchando desde pequeñas.

Fíjate que hasta Fiona se lo tragó.

Lo mismo pasó con Bella, que desde el minuto uno de la película ya nos lo advierte: Gastón es un prepotente. Mucho músculo poco cerebro. Mejor alguien que te secuestra a la fuerza, porque si lee libros y comparte su biblioteca, ¿qué más da lo demás?

Nótese la ironía de esto.

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Cuando empezamos a ser mayores y damos el salto al resto de películas, se le sigue dando la razón a esto.

A ese razonamiento llegué también con Harry Potter, cuando Hermione es criticada por Ron cuando decide salir con Viktor Krum por ser el típico musculoso -que no olvidemos su carrera estelar en el quidditch y que idolatraba a la Gryffindor por ser tan aplicada-.

Y todo para que al final termine con el Weasley que tiene problemitas de falta de atención, por ser uno de los hermanos pequeños, y que además se siente amenazado cada dos por tres por tener una novia más lista que él.

A Hermione, de premio, le queda el tío mediocre, que la ha menospreciado en varias ocasiones, en vez del guaperas famoso.

Repasando las comedias románticas, el capitán del equipo de fútbol siempre va a ser un capullo. El que hace bullying a la chica de gafas.

Respecto a las series, si por un casual sale en Por trece razones o en Euphoria, estarás ante un depredador sexual o un psicópata directamente.

Si es el personaje de Stranger Things, un fanático que no tiene reparos en disparar a quien haga falta.

No te fijes en el guapo, en el que está cachas, porque, aunque no viole o mate, siempre son unos flipados y eso es suficiente como para sacarles de la ecuación.

Como si el ego masculino realmente estuviera relacionado con la belleza. Sí, claro.

Díselo a cualquiera de tus amigas, que han escuchado el «tampoco eres tan guapa» hasta del señor más feo al que no le han contestado con una sonrisa al piropo callejero.

Pero voy a ponerte otro ejemplo. Coge una alfombra roja, la que quieras. Mira a las parejas que posan y dime a cuántos hombres ves con mujeres feas.

Es tan raro que suceda que el único caso que se me viene a la cabeza es de cuando Alexandra Grant, pareja de Keanu Reeves, recibió todo tipo de críticas por llevar el pelo al natural, por no estar operada, por tener su edad y aparentarla (en vez de esconderla como si fuera un secreto familiar).

Por ser natural. La crítica era realmente cómo el actor se atrevía a estar con una mujer que, desde fuera, muchos no consideraban a su ‘altura’ de belleza física.

Pero claro, cómo no vas a llegar a esa conclusión cuando ves El código Da Vinci y Tom Hanks siempre tiene una pretendienta nueva.

Más joven, más guapa y más admiradora suya que la de la película anterior.

¡Si hasta los maridos de Marilyn Monroe eran, además de bastante en la media en cuanto a belleza, unos inseguros que terminaban insultándola o agrediéndola físicamente!

La mujer más guapa de la historia es el perfecto ejemplo de cómo se nos ha comido la cabeza sobre el tema de la belleza interior (y a nosotras parece no importarnos lo más mínimo).

Según un estudio (que podéis leer aquí) se llegó a la conclusión de que esta combinación de ‘mujer guapa+hombre feo’ funciona porque los hombres buscan belleza, pero nosotras buscamos respaldo.

Y que si el hombre está con una mujer, pero considera que puede aspirar a una pareja que esté mejor físicamente, va a vivir en una eterna insatisfacción por poder estar con esa otra persona más guapa (e incluso terminar la relación para irse con ella).

O eso dice el estudio.

Así que, ya que han pasado unos añitos desde que se llegaron a estas conclusiones, propongo lo siguiente.

Que eduquemos a las mujeres en que merecemos respaldo siempre, de una pareja guapa o fea. Pero que si es guapo, pues tanto mejor, porque un feo también puede tratarte mal o carecer de responsabilidad afectiva. Que se lo digan a Marilyn.

Que eduquemos a los hombres en que la belleza, si bien tenemos ojos en la cara y hay un factor de atracción física, no se trata de algo de lo que dependan los sentimientos o sea el único motivo para estar o rechazar a alguien.

Tiene narices que tengamos que deconstruirnos para poder estar también con tíos guapos. Y ellos con alguna fea que, en su interior, es respetuosa, cariñosa y la mejor persona que pueden encontrar por el camino.

 

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Pon un hombre ‘mangina’ en tu vida

En mi clase siempre había un chico al que no le gustaba jugar al fútbol. Solía ser tímido, buen estudiante y se llevaba bien con las compañeras.

El resto de chicos de la clase, en cambio le acorralaban en el vestuario para pegarle.

pareja hombre sensible

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Esto es algo que estuvo pasando -siempre con diferentes víctimas- desde los últimos años de secundaria a los primeros de la E.S.O. Y además, no faltaba que se refirieran a él como “el marica”.

La única razón por la que él recibía ese trato era la de no ser como los demás chicos. O cómo se suponía que debían ser.

Violento, gritón y listo para levantarle la falda a cualquiera de sus compañeras en cualquier momento.

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A ese compañero de clase (que siempre terminaba cambiándose de colegio a diferencia de los abusones, que siguieron en el centro hasta el final) sería lo que hoy en día ellos considerarían un ‘mangina’.

‘Mangina’ es el término inventado que une las palabras ‘man’ (hombre) y ‘vagina’, como refiriéndose a un hombre que es tan poco viril que, en vez de tener un pene entre las piernas, tiene genitales femeninos.

Y claro, esto en el mundo en el que los hombres se consideran seres superiores, es uno de los peores insultos.

El mangina es casi considerado un traidor por los que enarbolan el insulto, el nuevo «pagafantas», un «planchabragas».

Es un hombre que no trata a las mujeres como trozos de carne por no ir silbándolas por la calle o metiéndoles mano si la ocasión lo propicia, aunque ella no esté por la labor.

Porque eso es lo que hace un tío de verdad según ellos, ostenta el poder y su deseo va por delante de todo.

Un mangina es aquel que, para ellos, está en una categoría por debajo pero, para nosotras, que nos trate como personas, de igual a igual, se oponga a contratar strippers en la despedida de soltero de sus amigos o se considere feminista, le pone en un nivel superior al Manolo o Pepe de turno.

Al igual que el hecho de que tenga un lado sensible, cuidadoso y pacífico. Los machos violentos que tenían que ser fuertes y gritones para asustar y vencer a sus enemigos se han quedado en la Antigüedad del homo sapiens.

En una sociedad en la que el pene es casi un tótem, adorado por los hombres que lo pintan en la mesa desde que son pequeños, se lo dibujan a sus amigos en la frente cuando se van de interrail o lo mandan en formato selfie (y por las mujeres, que lo escogen como símbolo en las despedidas de soltera), no hay nada más humillante que ser hombre y carecer de él.

Aunque el caso del término ‘mangina’ prueba que sí, sí que hay algo peor, y es tener una vagina en su lugar. Lo que consigue este término es relacionar la vagina con lo indeseado, lo débil, lo negativo.

Y curiosamente todos lo que lo usan como tal deberían recordar que, para tenerle tan poca estima a las vaginas y usarlas como algo despectivo, salieron de una de ellas.

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El problema son los hombres que agreden (y los que les cubren las espaldas)

Es mucha casualidad que todas (o casi) admitimos que hemos experimentado algún tipo de acoso sexual. Pero, curiosamente, no encontrarás un solo hombre que se considere acosador o que admita que se relaciona con ninguno.

La camaradería está por encima de atentar contra la dignidad de una persona, por lo visto.

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Y no hay mayor prueba que lo que ha sucedido con el Xocas, el streamer que ha calificado de «estrategia de ligue» que uno de sus amigos fuera de fiesta sobrio, para poder aprovecharse de mujeres borrachas.

Porque el problema no es solo que el Xocas hable ahora de esto. El problema es el Xocas quedándose callado cada vez que ha visto a su amigo hacerlo.

Nos ponen en peligro los tíos que abusan, por supuesto, pero también los que hacen la vista gorda aún sabiendo que, el comportamiento de su colega, no está bien.

Que ellos paren antes de utilizar un estado alterado de consciencia de una mujer, en su propio beneficio, es aprendizaje, fruto de una educación basada en la igualdad y el respeto.

Pero también resulta de ayuda no recibir el apoyo silencioso de los amigos -o a viva voz felicitándoles en internet delante de millones de seguidores-.

Son siempre los mismos. Puede que no silben por la calle, que no se aprovechen del tumulto de la discoteca para deslizar su mano entre tus piernas o que no manden una foto de sus genitales.

Pero son los que no dicen nada cuando su colega pasa fotos de la chica con la que se está liando por el grupo de Whatsapp, los que no responden a quien hace los chistes de traer a las ucranianas a España.

Los que ríen las gracias, aunque no estén de acuerdo, porque es más importante el respaldo de los demás que lo que está correcto, los que hacen oídos sordos cuando una mujer recibe comentarios por la calle porque no la conocen, no es problema suyo.

Los que te escriben que eres un poco exagerada cuando compartes tuits del acoso que recibes en redes por parte de otros hombres, los que piensan que esto del feminismo no va con ellos.

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Y mientras el Xocas blanquea el delito de la violación (recordemos que es también una agresión sexual atentar contra la libertad de la víctima sin que haya violencia o intimidación y sin que exista el consentimiento previo de esta), ensalzándolo, los demás toman apuntes.

Para la siguiente, buscar la más borracha. Y si es el amigo el que lo hace, es un crack, no pasa nada.

Lo que consigue esta mentalidad, una vez más, es cargarnos a las mujeres con la culpa de que, si nos hacen algo, es por no habernos protegido lo suficiente.

Por haber bebido de más, por habernos vestido de menos, por haber dejado que nos acompañara a casa, por no decirle que parara por miedo a su reacción.

Pero cuando ese razonamiento no se acompaña del resto de violaciones, cuando abusan de ti de día, sobria y llevando un chándal, el foco debería dejar de estar puesto en que la víctima se cuide.

Porque da igual lo que hagamos nosotras. Lo único que nos evita protagonizar la siguiente agresión sexual es que él no decida hacerlo.

Y que los demás no miren hacia otro lado, si pasa delante de sus narices, y pueden evitarlo.

Mara Mariño

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Al chico que te mira el ‘bodycount’

Es probable que, si tienes Instagram, te hayas cruzado con su discurso. Una pequeña charla en formato de vídeo en la que dice que tú, como mujer, eres libre de tener las parejas sexuales que quieras.

Pero que tengas en cuenta que si el número es alto, si tu bodycount supera lo esperado, los hombres son libres de ‘descartarte’ como pareja.

Porque la cifra juega en tu contra.

Tik Tok

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El vídeo es nuevo, pero lo que expresa es más viejo que el sol (y machista también).

Las mujeres éramos botines de guerra, parte del premio conquistado, algo a desear. Siempre y cuando cumpliéramos el requisito de la virginidad, se nos aseguraba que podríamos aspirar a la mayor recompensa: un hombre que nos quisiera.

Eso sí, en su caso lo normal y celebrado era que hubiera dejado una buena ristra de amantes a su paso.

Ahora la idea se ha adaptado a los nuevos tiempos, ya no tienes que llegar virgen al matrimonio. Pero que te hayan tocado lo menos posible, ¿vale?

Como si tu valor dependiera de cuántos penes han pasado por tu vagina.

De tus parejas sexuales, de tus líos de una noche, una tarde o media mañana. De las veces que te has bajado las bragas.

Quiero recordarte que en tu mano está rechazarle. No tenerle en cuenta como pareja si juzga cómo has empleado tu libertad sexual.

Interpreta la próxima vez que te hagan la pregunta como una red flag. Y corre en dirección contraria a quien la haya formulado.

No son esos números los que van a importarle a una persona que te trate con igualdad.

Quédate con quien mire las veces que te ríes al día, las que escribes a tus amigas, quien valore como cuentas el tiempo que pasas dedicándole a tu familia, los libros que te has leído, las series a las que te has enganchado, los países que has visitado y las aventuras que has vivido en ellos.

Puestos a contar, que cuente tus amistades porque también quiere convertirse en amigo de ellas, que calcule tus plantas, porque le sorprende lo mucho que te apasiona tener verde en casa. Que cuente los proyectos que has sacado adelante, sola o con ayuda. Que eche cuentas y sean esas las que le hagan decidirse, no tu número de parejas.

Porque son esas cantidades las que te hacen ser tan única como valiosa.

Mara Mariño

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Así es cómo mi colegio permitía el abuso sexual hacia las alumnas

Creo que no hay una sola vez de las que un desconocido me ha metido mano en público en la que no me haya planteado si podría haber hecho algo para evitarlo.

Pero nunca si él podría haber hecho algo para evitarlo. Como decidir no tocarme en contra de mi voluntad, por ejemplo

Aunque fueron ellos los que tomaron la decisión de ir a por mi culo o pasarme la mano entre las piernas sin preguntarme, sin que yo quisiera, en mi cabeza le seguía dando vueltas a mi responsabilidad.

UNSPLASH

¿Puedes culparme de verlo así? Piensa que fui a un colegio de monjas donde el uniforme era obligatorio. Y el de las niñas, por supuesto, era una falda de tablas.

Desde primaria hasta el último curso de secundaria corrías el riesgo de que alguno de tus compañeros tuviera la ocurrencia de levantarte la falda.

Y daba igual que fueras a quejarte a los profesores. El «son cosas de niños» le quitaba peso a su abuso.

Nosotras, en cambio, sentíamos la vergüenza por parte doble. Primero porque nos habían dejado, literalmente, en bragas.

Segundo porque era delante de toda la clase.

Y con una sensación de injusticia e impotencia de ver que nadie te ayuda, que nadie se lo toma en serio y que te toca aceptar algo desagradable. Eso se convierte en el día a día.

Dejaba el mismo sabor amargo que termina por convertirse en familiar cuando un grupo de desconocidos te grita obscenidades o pasa por delante de ti un hombre trajeado recién salido de trabajar, e invadiendo tu espacio personal, te dice que te lo quiere comer.

Pero tú te callas, porque por mucha vergüenza que pases, eso es más seguro que responder y que pueda reaccionar con violencia.

Para los profesores era una «trastada» sin ninguna maldad. Para nosotras el suplicio de que nuestra intimidad se viera expuesta.

Y ya ni te cuento de la pesadilla en que se convirtió cuando entramos en los años en los que nos venía la regla. Que pudieran ver las alas de la compresa era el culmen de la humillación.

Así que la solución del centro escolar, ante la creciente oleada de «subefaldas», fue la de aconsejarnos a las alumnas llevar pantalones cortos por encima de las bragas.

Si no queríamos quedarnos en ropa interior, teníamos que cambiar nosotras nuestra manera de vestirnos todos los días.

No se quedaba ahí. Quienes no llevaban este tipo de shorts y su ropa interior quedaba a la vista, eran consideradas unas «guarras».

Porque aún con la alternativa de los pantalones, preferían no llevarlos. Señal de que les gustaba que se lo hicieran y realmente querían quedarse en bragas.

Mi colegio nunca se planteó coger a los chicos de cada curso y enseñarles que lo que estaban haciendo estaba mal. Que debían respetarnos.

Lo que lograron fue que ellos pasaran todos sus años escolares aprendiendo que podían invadir la intimidad de sus compañeras mujeres sin que pasara nada.

Y nosotras la misma cantidad de años aprendiendo que era nuestra responsabilidad protegernos. Porque de no hacerlo el castigo sería ser humilladas con el estigma de disfrutar de aquel abuso.

Cuando cada día de los primeros años de tu vida aplicas el mensaje de que solo tú eres responsable de un abuso, ¿cómo no llegar a la edad adulta sintiéndonos nosotras culpables de que nos fuercen, nos silben, nos besen, nos violen o nos maten?

Y ¿cómo esperar que ellos respeten nuestro cuerpo, sin que nosotras les dejemos, cuando llevan accediendo a él desde siempre?

Duquesa Doslabios.
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Sí, la televisión sigue apoyando el privilegio de los hombres de salir con mujeres jóvenes

Acaba de empezar La Isla de las Tentaciones. Y, como buena española media, es lo que se ve los miércoles en mi casa.

Pero ya nada más empezar el programa, con la presentación de las parejas y solteros, se activó mi versión feminista de ‘La luz de la tentación’.

@GIANLUCCAVACCHI

Y es que la mayoría tenían una gran diferencia de edad. Las mujeres eran más jóvenes (el más mayor de los hombres le sacaba 9 años a su novia).

Y yo no digo que no se den historias de amor de este estilo en concreto. Pero en el caso del reality show, parece haber un claro interés en que, si se da el caso contrario en el casting, sea la excepción y no lo normal.

Lo mismo pasa al analizar la edad media de los pretendientes: la de ellas ronda los 23, la de ellos casi 27. El mensaje inequívoco de Mediaset es que ellas son las que deben ir acompañadas de hombres mayores.

No hay que darle muchas vueltas al asunto para encontrar las razones de esto. Una de ellas es que ser hombre significa vivir por y para demostrar la masculinidad.

Y qué mejor forma de hacerlo que estar con una mujer más joven que podría tener una relación con una persona de su edad.

A los hombres no les gustan las mujeres coetáneas porque prefieren las chicas, y las razones sociales (machistas) pisan con fuerza.

Puedo sacar aquí a colación el estudio que en 2018 averiguó que los hombres se desenvuelven mejor en la cama si su pareja es emocionalmente inestable (¿qué suele dar generalmente esa estabilidad? Ah, sí, la madurez de la edad).

Al final esto se puede resumir en una sola palabra: privilegio.

Los hombres tienen el privilegio no solo de salir con mujeres más jóvenes y que socialmente se considere algo normal.

También tienen el de envejecer sin que eso les reste puntos de atractivo, algo que, en el caso de las mujeres no es así.

Nosotras, en cuanto cumplimos cierta edad, desaparecemos de su radar de conquistas -que sigue en la franja de 18 a 25 años por mucho que doblen la edad-,

Queda claro que por ellos sí puede pasar el tiempo. Una ventaja de la que nosotras no disponemos.

Y antes de que alguien me saque el ejemplo de Emmanuel y Brigitte Macron, permitid que os recuerde que la diferencia entre parejas de hombres mayores con mujeres jóvenes respecto a mujeres mayores con hombres jóvenes, es de risa.

No hay ni punto de comparación.

El resumen es que mientras ellos cambian dinero y poder, reciben belleza y juventud. Lo que nos devuelve a que el atractivo de un hombre se mide en lo que tiene o consigue mientras que el de la mujer se limita a su aspecto físico.

Quizás no es el caso de los participantes de La isla de las tentaciones, pero sí sirve para ilustrar como al final, está más que normalizado y la televisión se encarga de que esta situación siga siendo así.

¿Por qué? Solo digo que tengo curiosidad de saber qué edad tienen las mujeres con las que se relacionan los altos cargos de las cadenas televisivas, por ejemplo.

Duquesa Doslabios.

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