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El sexo, la culpa y Virginie Despentes

Dentro de que me considero feminista, me considero también mala feminista.

En mi vida sexual reside una de mis incongruencias.

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Porque encuentro excitantes las escenas en las que la relación sexual implica que la mujer sea forzada.

Recuerdo que fue algo que le confesé a mi pareja con vergüenza y un gran sentimiento de culpa.

Como si estuviera traicionando a todas las mujeres del mundo y fueran a prohibirme la entrada al 8M.

Y no me cabe en la cabeza. Es algo que ni quiero vivir ni deseo que experimente ninguna mujer.

Pero ahí está, me pasa que veo una escena y misteriosamente descubro que me estimula, que me despierta.

Intento racionalizarlo pensando que es solo una fantasía, que lo que pasa en mi cabeza se queda en mi cabeza.

Aun así he intentado descubrir por qué es eso en concreto. Por qué la circunstancia de una falta de consentimiento enciende mi cerebro.

Una de las explicaciones que encontré es que mis primeros contactos con escenas sexuales, justo cuando el cerebro es más maleable, recogían ese tipo de interacción.

Y es algo que consiguió quedarse tan grabado en mi retina, fueron unas imágenes tan potentes las que acompañaron mi despertar, que aún no he conseguido librarme de ellas con mi reeducación feminista.

Me consuela pensar que los gustos cambian y podré seguir trabajando en deconstruir mi imaginario erótico.

Pero no fue hasta que leí a Virginie Despentes y su libro Teoría King Kong, que pude llegar a comprenderlo en profundidad.

La escritora me hizo entender que mi fantasía no era tan rara, que era hasta habitual pensar en esos términos en un sexo con coacción.

Todo parte de la eterna lucha femenina que vivimos las mujeres. Esa que nos hace preferir ser siempre vírgenes antes que putas (aunque de lo primero ya tengamos poco).

Cuando el placer femenino se reivindica, el deseo se manifiesta y una mujer vive su vida sexual como quiere y tiene las parejas que desea, socialmente se le considera una ‘puta’. Se le rechaza y critica.

Mientras que la idea del sexo forzado, se escapa de todo ese prejuicio, ya que libera de culpa toda esa parte de disfrute consciente.

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En las fantasías de muchas, es la salida. El punto medio que permite disfrutar de la sexualidad sin que se comprometa nuestra imagen pública, sin que nos llamen ‘zorras’ por disfrutarlo.

Aunque soy consciente de que lo ideal no es encontrar un sexo en el que encontramos la liberación de disfrutar sin que nuestro subconsciente se preocupe.

Sino que vivir el sexo a nuestra manera -la que queramos- fuera algo que no nos afectara de cara a ser juzgadas por el hecho de ser mujeres.

Duquesa Doslabios.
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Si soy feminista, ¿por qué fantaseo con que me dominen?

Hasta hace muy poco me sentía una incongruencia con patas. Irreverente e incoherente con mi vida sexual.

Yo, que me las doy de feminista practicante, de esas que defienden la igualdad de lunes a domingo en casa y fuera de ella, no llegaba a comprender por qué mi intimidad se salía de la norma. 

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Era ahí donde los principios se quedaban fuera, o eso me parecía sentir.

Donde quería soltar las riendas y dejar que me manejaran, mandaran, doblegaran, domesticaran y hasta vapulearan.

Ponerme en un nivel inferior, bajar ese escalón, que era ficticio y solo existía en mi cabeza -ya que la cama no tiene doble altura-, me hacía sentir lo que peor se puede sentir una mujer hoy en día.

Mala feminista.

En mi mal feminismo, disfrutaba de una sexualidad con sesgo, en la que interpretaba un rol que poco o nada tenía que ver con mi vida fuera de la habitación.

Y la pregunta de cómo había llegado hasta ahí, me rondaba de la misma manera que me desprendía de los valores una y otra vez pidiendo más. Más control, más duro y más fuerte.

La explicación estaba en mi pasado, por supuesto, algo que cualquier terapeuta podría haber adivinado. Más concretamente en aquellas primeras imágenes que formaron mi despertar sexual.

De las pocas películas que vi, nunca recibí un trato igualitario en la cama, sino más bien vejante y humillante hacia las mujeres.

Fue eso lo que hizo que, desde pequeña, calara en mí la idea de que era eso no solo lo que podía esperar, sino lo que tenía que gustarme.

Sin plantearme si quiera que pudieran existir otras formas de disfrutar, ni poder elegir entre otras opciones, adopté aquellos estímulos sin tener la menor idea de cómo iban a condicionar mis comportamientos y gustos en la cama más adelante.

Ahora no hay vuelta atrás, soy una de las (torcidas) hijas del porno mainstream pensado para que disfrute un espectador masculino.

Y aunque he podido entender el porqué de mi incongruencia, formará parte de mis gustos el resto de mi vida.

Lo que me ha permitido llegar a este punto de comprensión sobre los orígenes de mi intimidad construida ha sido entender que podía ir más allá.

Que el hecho de que la lasaña sea tu plato favorito, no significa que no puedas probar más.

Así que sigo probando, descubriendo, experimentando e investigando. Quién sabe, igual algún día doy con algo que esté más en línea con mis ideales.

Pero si no sucede, estoy muy tranquila. La cama es ese mágico lugar donde no se puede juzgar lo que sea que apetezca.

No voy a ser dura conmigo misma, prefiero limitarme a disfrutarlo pero seguir ampliando las miras.

Y reivindicar que, para las próximas generaciones, no sea una imagen tan desigual la que reciban, el sexo es algo demasiado importante en nuestra vida como para dejar que solo exista una única forma de concebirlo.

Duquesa Doslabios.

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De la sexualización a la falta de conciliación: el machismo de los Juegos Olímpicos

Admito que no soy especialmente forofa de los Juegos Olímpicos, pero los de este año no dejan de sorprenderme.

Y no ya por las destrezas deportivas de personas que, literalmente, parecen hechas de otra pasta. Sino por las reivindicaciones que se están colando entre disciplina y disciplina.

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Han tenido que llegar las competidoras para señalar una verdad que teníamos ante las narices y que no éramos capaces de ver: los Juegos Olímpicos son machistas. Y mucho.

La multa al equipo de balonmano de Noruega hacía saltar las primeras alarmas: sancionadas por no jugar en braga de bikini y utilizar en su lugar pantalones cortos.

Un cambio que contrariaba la norma sobre el uniforme de este deporte cuya parte de abajo del uniforme «no puede superar los 10 centímetros de largo».

¿Hasta qué punto era más importante la imagen que pudieran proyectar que la propia comodidad a la hora de jugar de las atletas?

Un rayo de esperanza era que, por otro lado, las deportistas del equipo de gimnasia de Alemania se presentaran con conjuntos deportivos hasta los tobillos en vez de los clásicos maillots cortos.

Que también se prohibieran los gorros de natación para deportistas con pelo afro por estar fuera de la normativa fue otra prueba más de que, además de machistas, la xenofobia daba la cara en Tokio 2021.

Uniformes aparte, hemos tenido otros momentos que han sacado a relucir cómo todavía nos queda mucho camino por andar en cuanto a las competidoras.

El titular machista sobre la tenista Paula Badosa -donde se mencionaba su antigua relación con David Broncano en línea con su triunfo- también me hizo saltar las ampollas por partida doble, como periodista y como mujer.

Y para rematar la lista de ejemplos, no puedo olvidarme de la decisión de Ona Carbonell. O Tokio o continuar con su lactancia, ya que no podía viajar con su bebé.

No solo denunció en su perfil la nula conciliación, también denunció el tabú que existía sobre compitiendo después de ser madre.

Para quienes me lean con despiste, solo recordarles que el feminismo es libertad.

Libertad de elección de lo que hacer, de si seguir entrenando después de dar a luz, de dejar de hacerlo por tu salud mental como hizo Simone Biles, de poder ir con tu bebé o de elegir libremente con qué atuendo te sientes más cómoda a la hora de competir.

Y no son las atletas las que tienen que conformarse con la ristra de anticuadas normas. Son los Juegos Olímpicos los que deben cambiar y adaptarse a los nuevos tiempos.

¿Nuestra tarea? Apoyar sus decisiones, hacernos eco de sus protestas, criticar las normativas casposas y abrazar una competición sin desigualdades.

En unos años, los Juegos Olímpicos deberían celebrar el deporte sin poner trabas en el camino de las mujeres que participan en ellos.

Duquesa Doslabios.

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¿Soy mala feminista si quiero que me pidan la mano?

Esta semana una de mis compañeras de trabajo nos ha dado el notición: su novio le hizo la gran pregunta y se casan el año que viene.

Además de la alegría que me ha dado comprobar que no solo las historias de amor llegan a su fin en estos dos años tan raros, hablaba con ella sobre si el hecho de tener ilusión por recibir la petición nos convertía, instantáneamente, en malas feministas.

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Ya no basta con defender los derechos de las mujeres a nuestra manera, movilizándonos en redes o en persona, sometemos a un escrutinio constante situaciones de nuestra vida como puede ser esta. Y el miedo ante nosotras mismas, de no estar a la altura de nuestra propia ideología, nos paraliza.

Si retrocedo en el tiempo, buscando el origen histórico de la pedida de mano y cómo ha evolucionado desde entonces, la respuesta es rápida y tranquilizadora.

La herencia de las peticiones de matrimonio clásicas vienen del Derecho Romano, ya que era el padre quien tenía el poder para conceder su autoridad al pretendiente.

No era más que un mero intercambio del dominio sobre la mujer -que por cierto, ni pinchaba ni cortaba-, quien pasaba desde la boda a pertenecer al marido.

Por suerte, el emancipamiento femenino ha convertido en una costumbre libre de connotaciones posesivas el trámite de la pedida.

Nosotras decidimos a quién damos la manus (nombre que recibía la norma, de ahí que hablemos de pedir la mano) o si solicitamos por nuestra cuenta la de la otra persona.

El primer triunfo del feminismo fue que dejáramos de ser considerada una mercancía a la hora de unir nuestra vida a la de alguien más. El segundo, poder tomar la decisión de cómo queremos que suceda la pedida.

Es raro que el tema no salga en algún momento mientras dura la relación con otra persona. Por lo general, sentar las bases y llegar a un punto que satisfaga a ambos en una conversación (o varias) es también establecer un acuerdo igualitario.

En el caso de mi compañera, sabiendo su pareja la ilusión que le producía la tradición, el ‘trato’ era que él hiciera la pregunta en algún momento.

Para lectoras que, como yo, vemos la boda propia como un momento especial -pero tampoco nos entristecería que no llegara a suceder-, no tendría problema en ser quien hincara rodilla si sé que la otra persona quiere de corazón vivir esa experiencia.

Ambos casos pueden parecer distintos, pero el trasfondo es el mismo. Cada mujer es un mundo y tener la posibilidad de hacerlo de la manera que queramos -porque es cada una quien lo ha decidido así-, es un logro de la igualdad.

Conclusión: es tan feminista una pedida como la otra.

Ahora, ¿son igual de populares? Todavía no, pero tiempo al tiempo.

Aunque cada vez se vea con más normalidad que salga de nosotras la propuesta o sea una conversación entre ambos -como fue el caso de mis padres-, los años adoptando un papel pasivo pesan a nuestras espaldas.

Hace unos meses, en una tarde melancólica que solo parece pedir una buena película romántica, cayó Tenías que ser tú.

Una enamorada Amy Adams recorre Irlanda para pedirle a su pareja la mano porque, según a tradición irlandesa, el 29 de febrero una mujer puede proponerse.

Esta trama con pedida de mano a la inversa estaría bien planteada de no ser por el mensaje de fondo, ese de que, en cualquier otra fecha, que una mujer hiciera eso le haría quedar como desesperada (una idea que sí me parece machista, por ejemplo, aunque la banda sonora es una fantasía).

En 11 años que han pasado desde que salió la película han cambiado las cosas. Y quiero pensar que si fuera un filme moderno de Netflix no solo la protagonista le pediría casarse en cualquier momento, sino que lo haría en un fotomatón o en un festival itinerante por el desierto.

Volviendo al hilo, el feminismo es un aprendizaje constante que nos hace cuestionarnos todo lo que hemos aprendido, las propias decisiones que tomamos y el mundo que nos rodea, pero es tan sencillo como limitarlo a la igualdad entre hombres y mujeres, sea la situación que sea.

En este caso, ser tan libres como ellos de diseñar el matrimonio desde el momento de hacer oficial el compromiso.

Nos permite preguntarnos si realmente queremos pasar por una tradición como es una boda, una pedida al borde de un acantilado o cualquier costumbre que traemos ‘de serie’ pero igual, razonándola un poco, no van con nosotras.

Si por lo que sea, ese romanticismo nos encanta, por favor, no renunciemos a celebraciones con cientos de flores, discursos de amor eterno o que nuestro padre nos lleve del brazo al altar. La igualdad significa que nuestra vida sea lo que decidamos libremente y podamos ser quienes queramos.

Duquesa Doslabios.

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Amiga, 10 reflexiones para que te liberes un poco (más) este 8M

En un 8M en el que las madrileñas no podremos salir a la calle (aunque a las 20h circulan convocatorias para que bajemos a los portales de nuestras casas para seguir convirtiendo la ciudad en una manifestación), toca reflexionar sobre el papel de la mujer en la actualidad.

Y toca reflexionar porque todavía se escucha que ya lo tenemos todo conquistado, que tenemos los mismos derechos, que podemos llegar a los mismos empleos o que incluso cada vez hay más amos de casa que se encargan de la crianza de los pequeños.

Lo comentaba hace unos días, seguimos teniendo pendientes muchas desigualdades. En discursos, a la hora de relacionarnos, en la cama o incluso ante los ojos del capitalismo mediante los anuncios.

SAVAGEXFENTY

Así que para empezar el Día Internacional de la Mujer, quiero animarte a que luches desde casa. Porque la mayor revolución del feminismo no es que te eches a las calles o grites consignas, es la que sucede en tu cabeza la primera vez que descubres que existe un sistema que te discrimina que se llama Patriarcado.

Mi forma de hacerlo ha sido engancharme a Libres, una serie de Arte.tv (es gratuita y la encuentras en la web) que tiene 10 episodios con un solo objetivo: abrirte los ojos de los temas que tenemos pendientes.

Así que he recopilado las 10 reflexiones que más me han llamado la atención -una por capítulo-, para que te animes si no a verla, a plantearte cómo es que las cosas siguen tan desequilibradas cuando, aparentemente, no deberíamos quejarnos por tenerlo ya ‘todo’.

  1. El esperma es solo comparable a un jugo divino. Olvida el zumo de apio de las famosas o el smoothie cargado de antioxidantes. ¿Cuántas veces has leído (normalmente porque te los han pasado) artículos sobre los beneficios del esperma? Que si bueno para la piel, que si reduce el cáncer de mama… No verás estudios de la importancia de vaciar la copa menstrual de tu compañera de un sorbo ni de lo placentero que podría ser para nosotras untarles la cara de flujo. La adoración y exaltación sexual de los fluidos es un carril de un solo sentido.
  2. Las dick pics o fotos de penes no son una forma de conquista. No te las manda ese chico que lleva secretamente enamorado de ti desde el instituto y desea convertirse en el padre de tus hijos. Tampoco importa si quieres recibirla o que no la hayas pedido en absoluto, es una forma de demostrar su poder. Si nosotras mandáramos fotos de nuestras vulvas, teniendo en cuenta la no educación sexual que han recibido muchos, a más de uno le costaría identificar qué es eso.
  3. El conservadurismo del mommy porn o por qué los cuentos de amor modernos pasan por castigar a las mujeres. Se ha popularizado un BDSM suave (gracias a romances eróticos anticuados que se han adaptado) pero solo somos nosotras las que recibimos el mensaje de adoptar el papel de sumisas. Un rol bajo el que según estas historias, solo con el control físico, emocional y sexual de un hombre podemos liberarnos.
  4. Estamos en 2021 y la sangre de los anuncios de compresas se sigue cambiando por un líquido azul. Cada mujer pasa aproximadamente 2.250 días con la menstruación y sigue siendo un tabú que está apartado de toda clase de representaciones culturales. No solo en los anuncios, también en las películas pornográficas las actrices introducen una esponja para evitar que salga una sola gota. Si nosotras estamos acostumbradas a bajarnos las bragas y ver sangre tantas veces al año ¿la sensibilidad de quién protege entonces mantenerla oculta? Correcto, a la de ellos.
  5. El audio que se filtró en los premios Goya deja de manifiesto cuánto trabajo queda por hacer en este punto: la mujer solo tiene validez bajo la mirada masculina. Y es un valor asociado al físico, es decir juventud y cuerpo. La identidad femenina solo existe si se puede esgrimir como trofeo. Da igual que seas una actriz reconocida o una cantante de fama mundial si solo se te ve como «puta» por llevar tatuajes.
  6. Lo que nos lleva al control de peso y una vida en la que las dietas son conocidas para la mayoría de nosotras. Y, si no las dietas, las restricciones alimentarias. «Mejor no me pido postre», «No voy a repetir» o «Solo una patata frita», son pensamientos que se nos pasan por la cabeza por el miedo a engordar. Y por mucho que estemos en la era del bodypositive, también hay que decir que los cuerpos supuestamente curvy que se popularizan en pasarelas o como modelos de lencería, tienen proporciones poco realistas.
  7. Entre las sábanas, la brecha se manifiesta en forma de orgasmos desiguales y una concepción de la vida sexual que parece que todo gira alrededor de la penetración mientras que el resto de prácticas son solo un preliminar. Mientras que los hombres viven su vida íntima con orgullo, entre las mujeres todavía pesa el ocultar la cantidad de parejas. Sorprendentemente, recae en nosotras la responsabilidad de romper la rutina, de innovar para que él no se canse. Porque si es solo para un hombre, tu pareja, sí está bien visto que te sueltes la melena.
  8. La bisexualidad es solo aceptable si es entre dos mujeres (e incluso aplaudida y celebrada) mientras que los hombres se horrorizan cuando insinuar que, en un botellón, se besen entre ellos. Curiosamente, la mayor cantidad de porno lésbico es consumida por hombres.
  9. Muy relacionado con el punto anterior se encuentra la eterna disyuntiva por el ano. Es una zona que tenemos por igual todos pero que sigue relacionándose con la humillación (¿cuántos insultos se te ocurren relacionados con ‘dar por culo’?). Eso consigue que forme parte del inconsciente colectivo y que, como hombres -aka los que están por encima en la sociedad- no esté bien visto decir que su novia les ha metido un dedo por ahí y lo han flipado.
  10. El pelo está prohibido (si eres mujer). Ya que la mayoría de barbudos son hombres, relacionamos virilidad con vello corporal y se tacha por completo como cualidad femenina -cuando todos tenemos una capa de vello más o menos fina-. Desde pequeñas las muñecas nos recuerdan que solo podemos tener pelazo en la cabeza y el capitalismo se sube al carro colándote en la cabeza la idea de que con sus bandas de cera o cuchilla depilatoria conseguirás la confianza que te falta para no perderte ese plan de playa o piscina con tus amigas.

Duquesa Doslabios.

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Decálogo para una vida sexual feminista si no sabes por dónde empezar

En el día de la igualdad por excelencia, estoy segura de que estás reflexionando sobre si realmente eres una persona feminista. Si protestas por la brecha salarial, los techos de cristal, ves a tus compañeras como hermanas (o como iguales si eres hombre), no te cuestionas los logros de una mujer que está en un puesto de poder, ni la sexualizas por su ropa, ya estás en el camino. Pero, ¿cómo aplicarlo a tu vida sexual? Te dejo 10 ideas para que sepas por dónde empezar:

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  1. Orgasmos para todos, que la satisfacción sexual no se dé solo en uno de los miembros de la pareja
  2. Adiós prostitución, combatir la explotación sexual también es dejar de formar parte de la demanda
  3. Más sexo que quieres, menos sexo que crees que deberías querer por lo que has aprendido en la pornografía
  4. Tócate y conócete, entiende que lo que tienes entre las piernas es normal y aprende cómo funciona
  5. Libérate de los estereotipos de tu cuerpo. Da igual que tengas celulitis o estrías en los brazos. Estás aquí para disfrutar
  6. Domina o déjate dominar, la cama es un juego y puedes adoptar el rol que te apetezca
  7. ¿Un nivel más duro? Que no signifique solo violencia, la intensidad se puede transmitir de muchas formas
  8. Ten un juguete sexual, es por tu bien. El que quieras y para esos momentos en los que te lo pide el cuerpo.
  9. Coito sí, pero hay vida más allá. No centres tus encuentros en la penetración, el sexo es un mundo muy variado
  10. Y si quieres tener todavía sexo más feminista, busca a alguien feminista con quien tenerlo

 

Duquesa Doslabios.

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‘Nunca saldría con una chica como tú’

-¿Y por qué no?- le dije sorprendida. Era la primera vez que me rechazaban sin tan siquiera haber preguntado si tenían interés en mí.

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Empezó a soltar una ristra de frases inconexas. Que tenía que ser muy difícil, que se sentiría ‘castrado’… Pero la que tenía más peso de todas: porque yo no parecía necesitar a un hombre. Y eso, en su opinión, me invalidaba.

Supongo que le preocupaba mucho el hecho de que pudiera abrirme sola la puerta, cargar mis propias maletas, tener como prioridad en la vida ascender en la empresa, ser la que tira la caña en el bar o pagar la cuenta de la cena.

Aquello me produjo, al mismo tiempo, mucha pena y mucha risa. Creo que si algo ha conseguido el feminismo es que las mujeres tengamos la libertad de salir con quien nos dé la gana con un interés real en la persona, en vez de por segundas intenciones.

Quizás nuestras tatarabuelas, bisabuelas e incluso abuelas tenían la presión de terminar con un hombre en su vida. Una sociedad en la que no podían progresar laboralmente, y solo alcanzaban el sentido al lado de un marido dándole una familia, empujaba a que el amor fuera imprescindible en sus vidas.

Sin embargo hoy en día, y como dijo Cher, los hombres pueden considerarse un lujo. No significa, claro, que no queramos darnos el capricho. «Son como el postre», declaró en aquella famosa entrevista de 1996. «¿Y a quién no le gusta el postre?».

Además de poder elegir sin ningún tipo de condición con quien queremos estar, venimos ya ‘criadas’ de casa. Con formación, trabajo y una independencia económica que nos convierte en dueñas absolutas de nuestras vidas.

Pero no solo nosotras nos beneficiamos de este cambio. La igualdad ha permitido que los hombres puedan liberarse del estereotipo rancio de la caballerosidad.

Nunca más estarán sujetos a invitar a todo lo que surja en pareja, a regalar flores, a conquistar… También pueden dejarse seducir y disfrutar de ello (recordemos que ni todos los hombres son cazadores ni todas las mujeres indefensas presas).

Es decir, el feminismo permite que cada uno elija el rol que más le va con su personalidad.

En fin, que para mí el problema no es que haya tantas chicas como yo, sino que haya chicos que piensen como él. Aunque en el fondo, es sencillo para ambos, yo tampoco saldría con una persona que opina así.

Duquesa Doslabios.

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Salir con la mujer alfa (siendo un hombre beta)

Ella tiene un cargo importante y un salario que supera al de su pareja. Es quien planifica los viajes, las quedadas, quien parece cargar con el mayor peso de la relación.

@WONDERWOMANPELICULA

También es ella quien pasa más tiempo fuera de casa por su jornada laboral. Quien no para de pensar en trabajar para seguir creciendo cada día. Quien se sigue formando a día de hoy, ya sea con cursos, idiomas o clubs de actividades culturales. Todo por seguir desarrollándose en los ámbitos de su vida.

Él, en cambio, no vive tan hasta arriba. Es feliz con su trabajo, no se plantea moverse más. Es muy de dejarse llevar.

Y yo, cada vez, encuentro más relaciones de este estilo. En las que un hombre beta conoce a la mujer alfa y ambos se enamoran.

(Me niego a llamarla Wonder Woman porque, a diferencia de la superheroína de DC, las mujeres alfa existen de verdad).

Son muchas las relaciones de este tipo (y es una tendencia que va en alza), algo a lo que ha contribuido el feminismo.

La igualdad ha sido sinónimo de descanso, ya no es necesario que el hombre sea el pilar principal. Las mujeres hemos dado un paso al frente en eso de ser cabeza de familia.

Desde que nosotras trabajamos, encontrarás que muchas son más ambiciosas que sus maridos.

De hecho, aunque las generaciones actuales son en las que hay más parejas de este estilo -en comparación con generaciones anteriores-, es posible que, si miras bien en tu familia, también encuentres mujeres alfa en la sombra, detrás de hombres beta (aquellos que, hasta hace poco, pensabas que llevaban el liderazgo).

Puede que en su momento tuvieran que renunciar a su desarrollo profesional por su familia, pero son ellas quienes, en lo demás, mueven los hilos.

Salir con la mujer alfa es agotador para el hombre beta. No ya porque es exigente, perfeccionista y volcada en un trabajo, que suele ser su prioridad (todos conocemos a un amigo que se siente amenazado cuando se encuentra con una compañera así).

También tiene que luchar contra dos frentes. El primero, que él, como varón o como ‘machoman’, debería ser quien, históricamente, llevara los pantalones. Todo lo que no sea ‘mandar en su propia casa’ está mal visto por la sociedad. Como consecuencia, puede llegar a sentirse ‘castrado’ por su pareja.

Esto es algo nuevo para muchos. Mientras que hasta hace pocas décadas, se entendía que la mujer vivía sometida a los hombres de su entorno (primero su padre y luego su marido), ahora han cambiado las tornas, lo que a más de uno le cuesta asumir.

En segundo lugar, que todavía se ve como algo vergonzoso que tu pareja -si es mujer, por supuesto- gane más dinero o tenga más éxito. Eso lleva a un problema de autoestima que termina explotando por algún lado si no llega a tomar su posición como beta de la relación.

¿La solución? Ni controlarla ni sabotearla. Ocupar el puesto de hombre beta y disfrutar de que, por fin, puede descansar. Librarse del agobio de que sobre él recae todo el peso o de que son suyas las responsabilidades solo por nacer con pene entre las piernas.

Duquesa Doslabios.

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Desde que soy feminista no he vuelto a fingir orgasmos

Al feminismo puedo achacarle varios cambios en mi vida. Que cada vez me resista más a que solo las mujeres de mi familia nos levantemos a recoger la mesa, que haya pasado de apreciar a criticar la galantería o incluso que cada vez me resulte más difícil encontrar una película en Netflix (si no hay al menos una mujer protagonista, no la veo).

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Pero el mayor logro del feminismo es que ha conseguido romper mi insana relación con los orgasmos falsos.

Empiezo por el principio. Cuando empecé a tener sexo -que en esa época, y fruto de un adoctrinamiento de películas románticas y canciones pop, no era otra cosa en mi mente más que ‘hacer el amor’-, algo no iba bien conmigo.

Lo que conseguía en casa sola, orgasmos dignos de anuncio de champú, no aparecía cuando compartía las sábanas. Y claro, aquello era frustrante para ambos.

No conseguía explicarme por qué él en 15 minutos había llegado al orgasmo y yo solo sentía que tenía ganas de más. En ese momento, tocarme el clítoris estaba casi prohibido.

En primer lugar porque lo consideraba algo íntimo mío y, en segundo, porque cuando hacía el amago, el novio de ese momento se sentía ofendido, ya que le parecía que su ejecución no era suficiente.

Así que, con esa mezcla entre vergüenza por confesar que la penetración ‘ni fu ni fa’ y el miedo de ofender a mi acompañante, me quedó claro pronto que no había nada como una exageración para salir del paso.

Puede que mi performance no tuviera recompensa orgásmica, pero tenía otras como acabar pronto para seguir haciendo otras cosas y que la autoestima de él siguiera por las nubes.

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O al menos, hasta que llegó el feminismo a mi vida. Fue lo que me enseñó que investigar mi placer a fondo y a conocer mi comando de arranque de motores, despegue y alunizaje.

Y en ese camino de autodescubrimiento llegué a la conclusión de mi vida (sexual), soy clitoriana y es lo más normal del mundo.

Fue como si se me hubiera quitado el mayor de los pesos de encima. ¡No pasaba nada raro conmigo ni con la mayoría de las mujeres!

Pero, ¿cómo aplicar mi descubrimiento en la intimidad? Metiéndome mano o pidiendo que la metieran. El feminismo me ayudó a hablar, a decir en alto «esto me gusta así y esto asá».

No fue hasta ese momento que entendí que tenía el mismo derecho de correrme a gusto que mi acompañante, y que si no lo conseguía, no iba a fingirlo para hacerle sentir mejor.

El orgasmo debe ser como una relación, sincero. Puede que me costara unos años comprender que el ego ajeno no pesaba más que mi placer, que mi cuerpo funcionaba correctamente y que solo necesitaba que se activara, o que si no lo sentía, y no llegaba a correrme, no tenía por qué ofender a nadie.

Duquesa Doslabios.

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Que me invites a una copa no significa que tengas derechos conmigo

Hoy, domingo, vengo con un cuento. ¿Empiezo?

Esta es la historia de una chica que, después de una noche de fiesta divertida en la que bailó, bebió, rió y conoció a gente que le llamó la atención, quiso escribir al chico con el que había estado hablando el día anterior en la discoteca.

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Después de presentarse e identificarse como la chica que llevaba «aquel vestido vaquero», su interlocutor le pidió si podía ingresarle el dinero que había gastado en invitarle a copas.

Según él, y cito textualmente la conversación: «No volvimos a casa juntos y por tanto no me ha merecido la pena perder el tiempo».

Esta historia, que parece no solo surrealista porque haya sucedido en 2019 sino también por el poder que tiene la igualdad hoy en día, por la incansable lucha de las mujeres por no seguir siendo cosificadas, es, desgraciadamente, real.

Y aunque le sucediera a una estudiante en Reino Unido, ¿no os resulta familiar? Puede que no de la misma forma, puede que no con copas, puede que fuera una cena, un regalo, pasar al reservado o cualquier otra cosa.

Nunca he tenido una conversación del estilo, eso para empezar, pero sin tenerla, muchas de nosotras nos negamos a aceptar invitaciones de este tipo porque, por desgracia todavía hay mucha persona suelta (y al chico de nuestro ejemplo me remito) que se piensa que tiene algún tipo de derecho simplemente por habernos invitado a una bebida.

Es algo que en sus cabezas funciona como un trueque, un contrato que, aunque no es necesario verbalizar, no deja de ser irrompible: «yo te doy alcohol, tú me das sexo». Uno más uno, dos.

De hecho, de una situación parecida sale también el popular término ‘pagafantas’ con su respectiva connotación negativa: el amigo o conocido de turno que se encarga de pagar las bebidas sin pasar nunca a la siguiente base y, cuya única intención con la chica, no es otra. Si solo quisiera su amistad, e invitara a beber algo sin segundas lecturas, se le llamaría ‘amigo’.

Es como si el ticket de consumición funcionara igual que en la puerta de la discoteca. Dos copas, doce euros. Una copa, un par de bragas al suelo.

Recuerdo también, hace un año, cuando en un fin de semana de escapada con mis amigas, un grupo de chicos nos preguntó en qué discoteca estábamos. Cuando llegaron, nosotras nos volvíamos al hotel y uno de ellos me cogió del brazo diciendo que de irnos nada, que habían ido hasta allí por nosotras.

Después de decirle que no volviera a tocarme, le dejé muy claro que nosotras éramos libres de hacer lo que quisiéramos al igual que ellos lo habían sido de quedarse en su casa o de lanzarse a la calle, pero en ningún caso habíamos contraído ningún tipo de deuda con ellos. Ni de ese tipo ni de ningún otro.

El problema es que todavía se sigue pensando que las mujeres tenemos un precio. Aunque claro, ¿cómo no pensarlo teniendo en cuenta lo poco que se hace para abolir la prostitución? ¿Cómo no pensarlo si todavía seguimos prolongando, de una manera o de otra, la teoría de que las mujeres estamos a la venta?

No digo que no haya hombres que no inviten a beber algo con buena intención porque realmente les apetece pagar (hay de todo en este mundo, tampoco voy a ponerme catastrofista), pero no siempre va a ser ese el caso.

Por eso, ya de primeras, mis copas me las pago yo, que no necesito a nadie que las pague por mí. Y, si quieres hablar conmigo, que sea sin que pienses que tienes poder alguno sobre mi persona, sino que sea de igual a igual. Y, una vez puestos a la misma altura, veremos a dónde nos lleva la noche.

Duquesa Doslabios.

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