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¿Soy mala feminista si quiero que me pidan la mano?

Esta semana una de mis compañeras de trabajo nos ha dado el notición: su novio le hizo la gran pregunta y se casan el año que viene.

Además de la alegría que me ha dado comprobar que no solo las historias de amor llegan a su fin en estos dos años tan raros, hablaba con ella sobre si el hecho de tener ilusión por recibir la petición nos convertía, instantáneamente, en malas feministas.

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Ya no basta con defender los derechos de las mujeres a nuestra manera, movilizándonos en redes o en persona, sometemos a un escrutinio constante situaciones de nuestra vida como puede ser esta. Y el miedo ante nosotras mismas, de no estar a la altura de nuestra propia ideología, nos paraliza.

Si retrocedo en el tiempo, buscando el origen histórico de la pedida de mano y cómo ha evolucionado desde entonces, la respuesta es rápida y tranquilizadora.

La herencia de las peticiones de matrimonio clásicas vienen del Derecho Romano, ya que era el padre quien tenía el poder para conceder su autoridad al pretendiente.

No era más que un mero intercambio del dominio sobre la mujer -que por cierto, ni pinchaba ni cortaba-, quien pasaba desde la boda a pertenecer al marido.

Por suerte, el emancipamiento femenino ha convertido en una costumbre libre de connotaciones posesivas el trámite de la pedida.

Nosotras decidimos a quién damos la manus (nombre que recibía la norma, de ahí que hablemos de pedir la mano) o si solicitamos por nuestra cuenta la de la otra persona.

El primer triunfo del feminismo fue que dejáramos de ser considerada una mercancía a la hora de unir nuestra vida a la de alguien más. El segundo, poder tomar la decisión de cómo queremos que suceda la pedida.

Es raro que el tema no salga en algún momento mientras dura la relación con otra persona. Por lo general, sentar las bases y llegar a un punto que satisfaga a ambos en una conversación (o varias) es también establecer un acuerdo igualitario.

En el caso de mi compañera, sabiendo su pareja la ilusión que le producía la tradición, el ‘trato’ era que él hiciera la pregunta en algún momento.

Para lectoras que, como yo, vemos la boda propia como un momento especial -pero tampoco nos entristecería que no llegara a suceder-, no tendría problema en ser quien hincara rodilla si sé que la otra persona quiere de corazón vivir esa experiencia.

Ambos casos pueden parecer distintos, pero el trasfondo es el mismo. Cada mujer es un mundo y tener la posibilidad de hacerlo de la manera que queramos -porque es cada una quien lo ha decidido así-, es un logro de la igualdad.

Conclusión: es tan feminista una pedida como la otra.

Ahora, ¿son igual de populares? Todavía no, pero tiempo al tiempo.

Aunque cada vez se vea con más normalidad que salga de nosotras la propuesta o sea una conversación entre ambos -como fue el caso de mis padres-, los años adoptando un papel pasivo pesan a nuestras espaldas.

Hace unos meses, en una tarde melancólica que solo parece pedir una buena película romántica, cayó Tenías que ser tú.

Una enamorada Amy Adams recorre Irlanda para pedirle a su pareja la mano porque, según a tradición irlandesa, el 29 de febrero una mujer puede proponerse.

Esta trama con pedida de mano a la inversa estaría bien planteada de no ser por el mensaje de fondo, ese de que, en cualquier otra fecha, que una mujer hiciera eso le haría quedar como desesperada (una idea que sí me parece machista, por ejemplo, aunque la banda sonora es una fantasía).

En 11 años que han pasado desde que salió la película han cambiado las cosas. Y quiero pensar que si fuera un filme moderno de Netflix no solo la protagonista le pediría casarse en cualquier momento, sino que lo haría en un fotomatón o en un festival itinerante por el desierto.

Volviendo al hilo, el feminismo es un aprendizaje constante que nos hace cuestionarnos todo lo que hemos aprendido, las propias decisiones que tomamos y el mundo que nos rodea, pero es tan sencillo como limitarlo a la igualdad entre hombres y mujeres, sea la situación que sea.

En este caso, ser tan libres como ellos de diseñar el matrimonio desde el momento de hacer oficial el compromiso.

Nos permite preguntarnos si realmente queremos pasar por una tradición como es una boda, una pedida al borde de un acantilado o cualquier costumbre que traemos ‘de serie’ pero igual, razonándola un poco, no van con nosotras.

Si por lo que sea, ese romanticismo nos encanta, por favor, no renunciemos a celebraciones con cientos de flores, discursos de amor eterno o que nuestro padre nos lleve del brazo al altar. La igualdad significa que nuestra vida sea lo que decidamos libremente y podamos ser quienes queramos.

Duquesa Doslabios.

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