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Desde que soy feminista no he vuelto a fingir orgasmos

Al feminismo puedo achacarle varios cambios en mi vida. Que cada vez me resista más a que solo las mujeres de mi familia nos levantemos a recoger la mesa, que haya pasado de apreciar a criticar la galantería o incluso que cada vez me resulte más difícil encontrar una película en Netflix (si no hay al menos una mujer protagonista, no la veo).

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Pero el mayor logro del feminismo es que ha conseguido romper mi insana relación con los orgasmos falsos.

Empiezo por el principio. Cuando empecé a tener sexo -que en esa época, y fruto de un adoctrinamiento de películas románticas y canciones pop, no era otra cosa en mi mente más que ‘hacer el amor’-, algo no iba bien conmigo.

Lo que conseguía en casa sola, orgasmos dignos de anuncio de champú, no aparecía cuando compartía las sábanas. Y claro, aquello era frustrante para ambos.

No conseguía explicarme por qué él en 15 minutos había llegado al orgasmo y yo solo sentía que tenía ganas de más. En ese momento, tocarme el clítoris estaba casi prohibido.

En primer lugar porque lo consideraba algo íntimo mío y, en segundo, porque cuando hacía el amago, el novio de ese momento se sentía ofendido, ya que le parecía que su ejecución no era suficiente.

Así que, con esa mezcla entre vergüenza por confesar que la penetración ‘ni fu ni fa’ y el miedo de ofender a mi acompañante, me quedó claro pronto que no había nada como una exageración para salir del paso.

Puede que mi performance no tuviera recompensa orgásmica, pero tenía otras como acabar pronto para seguir haciendo otras cosas y que la autoestima de él siguiera por las nubes.

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O al menos, hasta que llegó el feminismo a mi vida. Fue lo que me enseñó que investigar mi placer a fondo y a conocer mi comando de arranque de motores, despegue y alunizaje.

Y en ese camino de autodescubrimiento llegué a la conclusión de mi vida (sexual), soy clitoriana y es lo más normal del mundo.

Fue como si se me hubiera quitado el mayor de los pesos de encima. ¡No pasaba nada raro conmigo ni con la mayoría de las mujeres!

Pero, ¿cómo aplicar mi descubrimiento en la intimidad? Metiéndome mano o pidiendo que la metieran. El feminismo me ayudó a hablar, a decir en alto «esto me gusta así y esto asá».

No fue hasta ese momento que entendí que tenía el mismo derecho de correrme a gusto que mi acompañante, y que si no lo conseguía, no iba a fingirlo para hacerle sentir mejor.

El orgasmo debe ser como una relación, sincero. Puede que me costara unos años comprender que el ego ajeno no pesaba más que mi placer, que mi cuerpo funcionaba correctamente y que solo necesitaba que se activara, o que si no lo sentía, y no llegaba a correrme, no tenía por qué ofender a nadie.

Duquesa Doslabios.

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El grito feminista contra La Manada

Ayer grité. Grité hasta desgañitarme, hasta que Madrid se quedó con mi garganta seca secuestrada fruto de muchas horas y poca agua. Grité parada, grité en marcha, grité delante de un Ministerio de (in)Justicia cuyos valores debían estar de vacaciones y delante de un Congreso de los Diputados que permite que las mujeres, a quienes supuestamente representa, se sientan menospreciadas.

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Ayer grité y gritaron conmigo un grupo de adolescentes que ni de puntillas rasparían los 17 con las voces muy altas y las zapatillas bajas, de cordones. Porque con deportivas nos aferramos mejor a un suelo que, en ocasiones como la de ayer, parece tambalear bajo nuestros pies.

Gritaron conmigo, también, mujeres que llevan (vi)viendo estas situaciones décadas. Aquellas que gritaron en su día en los 70, 80, 90 y deben seguir gritando porque, y a los hechos me remito, nuestras voces no parecen ser lo bastante escuchadas (o, de serlo, ignoradas deliberadamente).

Muchas, incluso, gritaron todo el camino que transcurrió desde el Ministerio de (in)Justicia hasta el Congreso de los Diputados con ayuda de muletas, porque «No tenemos miedo» pero «Sí tenemos rabia». Y la rabia mueve montañas (y en este caso, personas con movilidad reducida).

Gritaron hijos, novios, primos, amigos, hermanos, padres y abuelos que entienden que no estamos solas porque las injusticias nos afectan a todos. Gritaron indignados que «aquí están las feministas», sin que se les cayera la barba al suelo o disminuyeran sus niveles de testosterona por usar el femenino plural.

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Grité por mí y por todas mis compañeras. Grité por las que ya no estaban, que no éramos todas porque, como recordamos, «faltan las asesinadas». Grité por quienes no podían unirse pero estaban presentes en espíritu.

Grité porque no puedo hacer otra cosa. Grité por creer a una desconocida que afirma haber sido violada porque su palabra me basta, porque no puedo estar tranquila sabiendo que hay violadores que pisan la calle sin cumplir más pena que dos años de cárcel y 6.000 euros, el precio que nos han puesto.

Pero grité también por todas las veces que he sentido miedo andando por la calle, grité por la que es forzada por su novio, y todavía no se ha dado cuenta de ello, porque se cree que así es el amor, grité por una mujer que no puede salir de Madrid ya que es el único sitio que sus violadores no pueden pisar. Grité por una (in)justicia que le deja encerrada. Grité por aquella que se siente sola en el colegio porque le llaman «guarra», por las que nos quedamos pegadas al WhatsApp y no conciliamos el suelo hasta que nuestra amiga escribe «Ya estoy en casa».

Y de gritar por tantas cosas me di cuenta de que, al final, gritar por la liberación de La Manada se me quedaba corto, porque no es un caso aislado, sino un patriarcado que respalda y defiende a los culpables culpabilizando, en cambio, a quienes deberían ser defendidas.

Grité, en definitiva, por esa sociedad que nos pide que no vayamos tan cortas, que no tengamos la lengua larga, que no bailemos de esa manera que podemos provocar, que no pasemos por ciertos sitios, que no bebamos, que si no decimos nada estamos accediendo, aunque sean cinco, que nos protejamos, que nos cuidemos, que nos echa la culpa, que rebaja condenas, que atenúa penas, que señala a la víctima para evitar señalar lo podrida que está ella misma al no enseñar a los hombres que no nos acosen, vejen, violen o maten.

Duquesa Doslabios.

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¿Quieres mejor sexo? Hazte feminista

Si tuviera que resumir en una palabra lo que ha supuesto el feminismo en mi vida sexual, os resultaría familiar el término: orgasmos.

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Cuando empecé a tener sexo (me refiero a acompañada, claro, sola ya lo llevaba practicando bastante tiempo) aquello eran unos cuantos meneos, se corre, tiramos el condón y a dormir. Fin del cuento. Normal que no me pareciera para tanto.

Me preocupaba pensar que algo no funcionaba. Primero pensaba que era yo, pero, como os he dicho, había sido muy capaz de llegar al orgasmo yo sola sin que nadie tuviera que explicarme nada. No entendía por qué no me lo pasaba tan bien como en todas esas comedias románticas, en las que, solo con rozarse, ya llegaban los gemidos al cielo.

Y entonces lo entendí. Por supuesto que yo sabía cómo darme placer, eran ellos los que no. Y claro, iba a quedar muy mal que yo le llamara la atención a mi acompañante, o eso pensaba, por lo que me limitaba a fingir un poco y luego a terminarme la faena en casa.

Hasta que llegó el día en el que me di cuenta de que estaba viviendo en una mentira, una enorme, y que quería empezar a ser sincera, no solo con ellos sino conmigo misma.

Fui franca y los orgasmos falsos se acabaron, lo que hizo que vinieran los auténticos y esa brecha orgásmica descendiera.

Me di cuenta de que quería igualdad en la cama, que si él se corría, yo me corriera también. Y no era algo egoísta, ni que no quisiera que él no lo disfrutara, sino que ambos recibiéramos placer.

El feminismo me quitó la tontería de encima, la de los orgasmos y muchas otras, como por ejemplo los complejos. Comprendí (al fin) que tenía que quererme tal y como era y que aquello no cambiaba en función de si estaba más o menos depilada, de si mis tetas estaban o no caídas o de si el culo tenía celulitis, que daba exactamente igual.

Eso de «el macho tiene que mandar en la cama unga unga» era mi concepción pre-feminista. Mi yo feminista entendió que era más divertido compartir la «dominación» en el colchón y no ser siempre la que se deja llevar. Tomar la iniciativa y experimentar es algo también muy placentero.

Que me aburro

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Pero feminismo también es asumir la responsabilidad, entender que si algo sale mal no es que hayas topado con un mal amante y ya está, sino que está en mano de los dos hacer de la experiencia algo sobresaliente.

Con el feminismo aprendes a darle al sexo la importancia que tiene, mucho menor que la que me vendían en el colegio,  que, supuestamente, tenía que ir ligado siempre a un matrimonio con amor. Resulta que podía tener sexo con alguien solo porque me apeteciera y no pasaba nada. No se me ligaban las trompas de Falopio, no era una puta ni una guarra. Era una mujer disfrutando de su vagina (y de otras partes, sin duda).

Para todos aquellos preocupados que piensan que el feminismo está en contra del sexo, os diré algo, todo lo contrario. El feminismo le da a la mujer la libertad de disfrutar de su cuerpo, está a favor del placer que durante tanto tiempo hemos tenido prohibido.

Quiere la igualdad en todos los aspectos, quiere que puedas disfrutar de una buena comida y que te traigan a ti la cuenta, en vez de dar por hecho que va a pagar él, y que disfrutes sin complejos de los postres que ofrecen las entrepiernas.

Duquesa Doslabios.

¿Feminista yo? Por supuesto. ¡Y viva FEMEN y el sextremismo!

Querid@s,

¿He oído feminista? Sí, lo soy. Por su puesto, creo que el que no lo sea es un reaccionario primate. Soy una defensora a ultranza del feminismo, lo contrario sería la muestra evidente de que el Hombre (como especie) no hace sino involucionar. Según reza la RAE, el feminismo es, ni más ni menos, ni menos ni más, que esa ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres. Para mi siempre prevalecera sobre esa deleznable y asquerosa actitud de prepotencia de los varones respecto de los mujeres, mundialmente conocida como machismo puro y duro. Después de esta pequeña apostilla aclaratoria, pasemos al asunto que hoy nos ocupa.

Después de estar 4 días bloqueada, FEMEN está de vuelta en Facebook. La página de Femen España se establece de acuerdo a las normas comunitarias en Facebook: de acuerdo con la política del Sr. Zuckerberg de la que ya debatimos aquí, se muestran cuerpos sin contenido sexual o pornográfico. Como las chicas de FEMEN no quieren hacer daño a los sexistas sensibles, reinauguran temporada con una imagen con tetas de hombre. Estas si las aceptan. Manda huevos. De nuevo, ¿#micromachismo?

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Desde este blog feminista y antimachista, antisexista y que persigue la igualdad y la paz en el mundo, brindo todo mi apoyo a las chicas FEMEN, especialmente a aquellas que sufren brutal represión y hasta cárcel en países como Túnez o Marruecos. ¿Pero de qué estamos hablando? Pueden descubrirlo en este resumen de la traducción del texto de la fundadora de la organización, la rusa Inna Shevchenko, que se despacha bien a gusto sobre el establishment y su yugo.

En su blog de The Huffington Post, Inna Shevchenko, fundadora de FEMEN levanta ampollas: «Necesito confesaros a todos un terrible secreto sobre la civilización – la mujer no es un ser humano». Incluso en el tercer milenio, en 2013, dice, el cuerpo femenino es negado, usado, vendido, abusado… se lo considera obsceno, sucio, culpable. El cuerpo de la mujer siempre es demasiado… otras veces no es suficiente, extremos que hemos acabado creyendo hasta las propias mujeres.

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Todo el mundo habla de él y todos nos indican cómo usarlo. «Por ello la mayor preocupación del feminismo moderno es cómo liberar el cuerpo de la mujer del secuestro al que está sometido por el sistema patriarcal y devolverlo a sus legítimas propietarias, las mujeres», asegura. Nosotros debemos hacer y hacemos con nuestro cuerpo lo que nos da la gana, viene a insinuar. Y con ayuda de este cuerpo, ellas, las FEMEN, protestan, reivindican, intentan proteger los intereses de las mujeres en todo el mundo.

Así nacen, al unísono, como almas gemelas, el Sextremismo y FEMEN. Un movimiento activista, agresivo, pero sin violencia, provocador y provocativo, pero sin banalidades, con un mensaje que se grita alto y claro. Mensaje y medio (el cuerpo desnudo) sugieren escándalo, mujeres activistas en topless que con sus pechos defienden la igualdad social y sexual en el mundo.

Provocador sí, ¿y por qué no? 

El Sextremismo no sólo nos permite revolver las conciencias sobre algunos de los problemas más duros a los que se enfrentan las mujeres de hoy, sino también para descubrir el nivel de liberación (también sexual) de la mujer en cada país. El Sextremismo es insurgente contra el patriarcado al utilizar la sexualidad de la mujer como protesta política, utilizando las armas sexistas del patriarcado contra ellos mismo. Jugar con los códigos estereotipados es una forma de romper las nociones de dominación masculina sobre la naturaleza de la sexualidad femenina a favor de su elevada misión revolucionaria.

FEMEN quiere mostrar al mundo nueva interpretación del feminismo moderno, donde el desnudo se convierte en un instrumento activo para luchar contra las instituciones patriarcales, como la iglesia, la dictadura y la industria del sexo. «Ser FEMEN significa movilizar cada célula de tu cuerpo en una lucha implacable contra siglos de esclavitud de la mujer«.

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¿Quiénes son las sextremistas? 

Las FEMENistas son mujeres moral y espiritualmente en forma y cada día se involucran en acciones civiles con una alta dosis de dificultad y provocación. Inna las define como una demostración de superioridad intelectual, psicológica y física de las mujeres. La superioridad de alcanzar la igualdad, porque sí existen mujeres en muchos rincones, ciudades y países del mundo que son vejadas, maltratadas y violadas que todavía necesitan andar mucho camino para alcanzar finalmente la igualdad de sexos y la igualdad sexual.

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En FEMEN las mujeres se manifiestan y protestan ligeras de ropa, en topless, en países de todo el mundo. En los países democráticos les estrechan la mano, en estados totalitarios son golpeadas, secuestradas o encarceladas, incluso las amenazan con matarlas, no sin antes pasar un buen rato con ellas. A través de la belleza natural del desnudo femenino, FEMEN está examinando la verdad o la farsa de las democracias mundiales, una prueba de fuego para la democracia en todo el mundo. Así, inauguran una nueva ola de feminismo en el tercer milenio y cuenta con miles de seguidores en todo el mundo. Su símbolo- una corona de flores que adornan las cabezas de mujeres valientes de los cinco continentes.

«La magia del cuerpo cautiva, involucra y el coraje de la acción despierta el deseo de protesta. ¡Sal, descubre tus pechos y gana!», grita Inna Shevchenko. Por si alguna se anima a unirse al batallón.

Tras su retorno a las redes sociales, se despiden como señoras.

Como todos somos libres para decidir qué páginas seguir, si nuestras imágenes les molestan, no nos importa, pero antes de informar de nuestras páginas, simplemente no nos visite. Las quejas y los ataques a nuestras páginas sólo hacen que nos demos cuenta del poder de nuestro mensaje y lo necesario que es para poner fin a la censura en el cuerpo de la mujer. ESTAMOS DE VUELTA.

Gracias FEMENistas, yo no lo habría dicho mejor.

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Al que no le guste, que no mire. Que follen mucho y mejor.