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¿Cómo comunicar las inseguridades sexuales a otra persona?

Hace unos años me quitaron dos lunares de la pierna derecha dejándome dos cicatrices. Si ya sentía vergüenza mostrando algunas partes de mi cuerpo, fue la guinda del pastel.

Bajaba la persiana, apagaba la luz, me colocaba de lado, me tapaba con la sábana… Todo con tal de que no se me viera la pierna.

pareja mujeres hablando cama

PEXELS

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Lo que nunca se me ocurrió, era que podía comentar ese agobio que me entraba, en cuanto me bajaba los pantalones, con la otra persona.

Y, teniendo en cuenta que fue una inseguridad que se me pasó con el tiempo, ahora me doy cuenta de que, si lo hubiera dicho de antemano, nadie le habría dado la dimensión que yo le estaba dando.

Pero esa opción no entraba en mis planes.

Me atrevería a decir que casi cualquier persona tiene algo por lo que se siente poco segura cuando llega el momento de un encuentro sexual.

Puede ser relativo al físico, como mi caso, pero también preocupación respecto a miedos como la duda de si somos deseables, si se estará aburriendo…

O incluso cosas como no sentirse a gusto a nivel sexual o la manera en la que preferimos que nos hagan ciertas cosas (y no saber cómo comunicarlo).

Hay incluso quien evita quedar con nuevas personas para no tener que pasar por lo mismo una y otra vez.

Así que partiendo de la base de que toda inseguridad que se tenga, hay que trabajarla por cuenta propia, en el proceso podemos hacer partícipe a nuestra pareja sexual de lo que está sucediendo.

Si has intentado la comunicación no verbal (poner en práctica los cambios en la habitación o directamente quitar la mano si no querías que tocara alguna parte concreta), y sigues sintiéndote mal, es la señal de que hay que hablar de las cosas.

Hablar de las inseguridades

Para empezar, la palabra mágica: asertividad. Hay que contar la situación de manera asertiva desde el «cómo me siento yo» y no «cómo me haces sentir».

Es decir, dejar claro que esto sale de mí, son mis inseguridades y no tienen que ver contigo.

En segundo lugar, cabe preguntar si a la otra persona le parece bien que te abras. Aquí es importante dejar claro que no necesitas una solución, sino simplemente que te escuche y valide tus emociones.

Por ejemplo, puedes decir que te pasa algo referente a vuestra vida íntima y, a continuación, «¿te parece bien que lo comparta contigo? Eso me ayudaría porque no tienes que decir nada, solo quiero abrirme y que me escuches», por ejemplo.

Una vez puestas las cartas sobre la mesa, es el momento de plantearse de qué manera me sentiría más cómoda con mi inseguridad, ya sea cambiando de posición, modificando la iluminación, cómo quieres que te toquen, si cuando tu inseguridad crezca necesitas parar, daros mimos durante un rato…

De qué manera quiero implicar a mi pareja de forma activa (y hasta qué punto quiere y puede implicarse)

Es un punto medio en el que, mientras se trabajan las inseguridades, se puede tener un encuentro íntimo que resulte cómodo para ambos.

Mara Mariño

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De perderle el miedo al sexo con la luz encendida

Yo era de esas, de las que buscan cualquier excusa para, apurando el minuto de antes, levantarme de la cama y bajar un poco las persianas.

Era de las que veía la luz como enemiga, nunca como aliada.

PEXELS

Como una chivata traicionera que señalaba mis hoyuelos de los muslos. Que se cebaba en las estrías de mi cadera.

Siempre la iluminación, bien natural o artificial, era quien decía a la otra persona que todavía quedaba algún pelo sin depilar, una pedicura pendiente de repasar, el pecho en un ángulo poco favorecedor, la tripa algo más hinchada por la cercanía de la menstruación…

Yo era de esas que buscaba la oscuridad solo para tener una cosa por segura, ya no sería posible ver que no era perfecta. Que mi cuerpo no era como el de las revistas.

Así que las persianas se bajaban, las cortinas se corrían (a diferencia de mí en ese momento de mi vida), la lámpara se apagaba y ya sentía que podía moverme en penumbras sin sentirme atenazada por el miedo de todas las inseguridades que la falta de ropa dejaba a la vista.

Y hablo en pasado porque aquella era, pero no soy.

Porque descubrí que el problema no estaba en la claridad en la habitación, que lo tenía mi punto de vista y que me estaba impidiendo algo tan bueno como disfrutar de un buen sexo.

Hice el ejercicio de aprender a mirarme diferente reflejada en el espejo antes de meterme en la ducha. De acariciarme el pecho, pequeño y desigual, pero mío y suave al tacto.

De apreciar las irregularidades de los pezones, de recorrer las pequeñas estrías blancas que lo recorren en algunas zonas.

También me reeduqué sobre la odiada piel de naranja dándole tregua, dejándole estar y viéndola de otra manera. Como mía y no algo ajeno de lo que deshacerse.

La vi como lo que es, un cambio de relieve que no cambia nada. Algo que no me impedía disfrutar cuando recibía un cachete certero.

La recorrí con la yema de los dedos, la estrujé clavándole las uñas, la solté, la manoseé y me gustaron todas las sensaciones. Disfruté de mí.

De repente, aquel físico en el que bajo la luz conseguía sacarle defectos constantes, me pareció precioso. Me sentí bien con aquel reflejo por primera vez.

Pero sobre todo, tenía la urgencia de exprimirlo a cualquier hora y momento. De echar un polvo a primera hora de la mañana sin pensar en los rayos que se colaran por la ventana. De no ponerle límites de tiempo o iluminación al sexo.

Y vaya si lo hice. Y lo sigo haciendo.

Duquesa Doslabios.
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