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Ni la violes ni la mates

Son las siete y media de la tarde. A estas horas, normalmente, cojo las zapatillas, el abrigo más grueso que tengo y salgo a correr. Hoy no, hoy no hay ganas, ni fuerzas ni nada. Hoy hay, además de una pena que me llega al tuétano, miedo.

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No es que haya empezado hoy a sentirlo, siempre ha estado ahí, siempre lo he vivido. Pero hoy pesa más que de costumbre.

Tengo miedo de salir por mi barrio, mi parque con sus columpios donde he pasado tantas tardes de mi vida, mi zona de siempre, y no volver.

Porque quizás un día, o tú que me lees, o yo, que te escribo, no volvamos a casa. Y no dependerá de ti ni de mí. No es que, motu proprio, hayas decidido irte sin mirar atrás, es que han decidido por ti que ese era el final de tu camino.

Como tantas mujeres que se han cruzado a lo largo de mi vida en la universidad o en el trabajo, aviso siempre a alguien cuando salgo de casa a hacer ejercicio y mi madre o mi padre me piden encarecidamente que «me cuide», que tenga «sentidiño».

Pero que «me cuide» no es suficiente, porque por mucho que vaya por el camino que no tiene pendiente, por la zona iluminada para evitar tropiezos y que pueda caerme al suelo, mi seguridad desde que salgo de casa, por mucho que tanto a mí como a ellos nos pese, deja de estar bajo mi control.

Pienso en mis amigos, en mi hermano, en cómo no tienen que preocuparse de estas cosas, en como salen a correr, a andar, de fiesta, de viaje, a estudiar, en como vuelven a la hora que quieran solos o con las compañías que deciden sin ese miedo a no regresar.

Y entonces solo cabe preguntarse, ¿esto es vivir en libertad? ¿Es libertad vivir con miedo de salir de casa? ¿Con miedo de ir por la calle independientemente de la hora, de la gente que circule, de la zona, de mi ropa, de mi edad?

¿Cuándo van a dejar de pedir que nos cuidemos? ¿Por qué el planteamiento es que, siendo mujer, te protejas en vez de que, si eres hombre, no agredas?

Igual si empezáramos a enseñar de manera diferente, a decir que si ves a una chica sola por la calle a las tres de la mañana, que si te cruzas con una que va borracha, que si coincides en el parking, que si es una vecina que te encuentras en el rellano, que si tu pareja quiere romper la relación, que si va viajando sola, que si es tu compañera de trabajo y ha ido al baño, ni la violes ni la mates.

Duquesa Doslabios.

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Desmontando mitos machistas: ¿Por qué las mujeres entramos gratis a la discoteca?

Mito:
-Conjunto de creencias e imágenes idealizadas que se forman alrededor de un personaje o fenómeno y que le convierten en modelo o prototipo.
-Invención, fantasía

Si me dieran un céntimo por cada vez que, hablando sobre la desigualdad de la mujer respecto al hombre, me interrumpen con el argumento de “Sí, pero de entrar gratis a las discotecas bien que no os quejáis” tendría ahora un fondo lo bastante boyante como para suscribirme a Netflix o a cualquier otra plataforma de contenido en streaming.

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Por lo visto es el argumento irrefutable, el callejón sin salida de las conversaciones sobre el feminismo. Ya sea un tema sobre víctimas de violencia de género, mutilación femenina, techo de cristal o el hecho de que el 85% de las mujeres que tienen hijos dejan su trabajo que alguien te contestará que no es para tanto, que menuda exageración y que las mujeres no nos quejamos de entrar gratis.

Todos tus argumentos previos, tus reivindicaciones, tus protestas… Todo a la basura porque, a fin de cuentas, bien que has entrado gratis de discoteca por muy femiista que seas. Vamos, que ya puedes sentirte seguidora número uno de Clara Campoamor que parece que si has ido de discoteca gratis, todas tus ideas quedan desacreditadas.

Pero antes de empezar os diré algo: las mujeres no hemos decidido entrar gratis a las discotecas, no es un complot para arruinaros y que nosotras nademos en los billetes de 10 euros que nos costaría entrar y que, en vez de gastar en eso, estamos invirtiendo en Bitcoins.

Que un hombre te diga que la mujeres también tenemos ventajas ya que entramos gratis a una discoteca significa dos cosas: la primera que es un ignorante, y la segunda que es un ignorante del que encima se están aprovechando económicamente.

Si llegas a un local y no te hacen pagar ningún tipo de entrada mientras que a tus compañeros varones sí, la respuesta es clara: en ese sitio eres el cebo, la carnaza. No pagas por un producto porque el producto eres tú.

La discoteca sabe que eliminando esta entrada las mujeres se sentirán más dispuestas a ir a un sitio que a otro donde tengan que pagar porque, a ciertas edades, el bolsillo es lo primero (y más si estás de Erasmus).

Si las mujeres atraen hombres y de los hombres se hace negocio se nos está reduciendo a algo bonito que decora el lugar, un atractivo y un reclamo sexual. Si entras gratis sabes que estás en un sitio machista en el que se cosifica a la mujer.

Es la ley del mercado en versión nocturna: mujeres=objeto de consumo. Hombres= consumidores. Y quienes hacen negocio son los propietarios.

Pero aun así el hecho de que el listo o lista de turno te diga que las mujeres “tenemos la ventaja de pasar sin pagar” demuestra lo asumido que tenemos un machismo que no nos permite ver una objetización cuando está teniendo lugar delante nuestro.

Y el hombre, por lo visto, está dispuesto a pagar una inflada entrada por un alcohol de garrafa siempre y cuando el local no sea ‘un campo de nabos’.

Pero oye, que igual tú no tienes ningún interés en las mujeres, a lo mejor solo quieres pasarlo bien porque es el cumple del Juanito o porque eres asexual o yo que sé, entonces ¿por qué tienes que pagar el doble? ¿No es injusto?

La solución es sencilla: evitar este tipo de locales, ya seas hombre o mujer hasta que no dispensen un trato digno para todos sin aprovecharse del físico de unos ni de la cartera de otros. La solución para los dueños es que en vez de ser tan machistas sean un poco más feministas poniendo entrada universal. Si a uno le cobras diez, y a otro cero, ¿por qué no cobrar cinco a cada uno y todos contentos?

Que no por ser mujer tengas que pagar menos. Yo me sentiría más a gusto yendo a un sitio donde pago igual que mi amigo y sé que no entro gratis porque se me considera un filete.

Ya no basta con que dividamos el precio de la entrada y las copas, si queremos igualdad debe ser en todos los ámbitos y, la noche, no es una excepción, pero no basta con que nosotras queramos pagar una entrada, es importante que vosotros, los hombres, os neguéis a pasar a sitios donde sois los únicos en apoquinar.

Duquesa Doslabios.

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Desmontando mitos machistas: «Las mujeres matan tanto como los hombres»

Mito:
-Conjunto de creencias e imágenes idealizadas que se forman alrededor de un personaje o fenómeno y que le convierten en modelo o prototipo.
-Invención, fantasía

Resulta prácticamente imposible, una vez sale el tema de la cantidad de mujeres asesinadas por violencia machista en España, no escuchar a alguien que enseguida recuerda «los hombres asesinados por las mujeres«, esos que, según la persona no salen tanto en las noticias y por tanto, injustamente, pasan a un segundo plano al no ser algo de lo que se habla.

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Es, como el tema de las denuncias falsas o el hecho de comparar el feminismo con el nazismo (poner al mismo nivel la barbarie nazi que terminó con la vida de cientos de miles de personas con la lucha por la igualdad de derechos es una comparación que debería hacer que se le cayera la cara de vergüenza al interlocutor por semejante falta de respeto a las víctimas).

Sin embargo, nos encontramos ante otro de los muchos argumentos cuyo objetivo es el de quitarle importancia al problema que tenemos en el país con el machismo.

En España las mujeres tenemos, más que las de perder, las de morir, y no lo digo yo, lo prueban las cifras de las víctimas.

Alguna vez ha salido, ya fuera en Twitter o en comentarios relativos a mis artículos, que son aproximadamente «treinta hombres asesinados cada año por mujeres». Y para aquellos que esgrimen el argumento como si fuera la verdad absoluta, más les valdría informarse correctamente antes de ir propagando información falsa.

Si acudimos al estudio de sentencias elaborado por el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) «en el año 2011 los estudios empiezan a realizarse de manera desagregada, según sean homicidios o asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas masculinas (violencia de género) y asesinatos de hombres a manos de sus parejas o exparejas femeninas o bien parejas del mismo sexo (violencia doméstica)».

El estudio revelaba que esa supuesta cantidad de hombres asesinados cada año a manos de mujeres no es más que un bulo que mezcla la cantidad de hombres asesinados por parejas hombres y por parejas mujeres.

Según el informe entre 2008 y 2015 fueron 58 los hombres que murieron a manos de sus parejas (mujeres). Y por supuesto que se trata de una cantidad dramática, siempre lo es cuando hablamos de fallecidos, no es esa la discusión.

Pero, ¿y la cifra de mujeres asesinadas por sus parejas hombres en el mismo periodo? 485.

Repito: 485 mujeres asesinadas en siete años. Una gran diferencia cuyo origen se encuentra en el machismo, que, al igual que el tabaco, mata (para gente escéptica, podéis consultar todas las cifras aquí).

Hablo del machismo a la hora de señalar un culpable ya que el abismo entre ambas cantidades se debe a que estructuralmente nosotras sufrimos mayor violencia. En otras palabras, somos asesinadas más a menudo y en mayor cantidad. 

Lo que supone que la promoción de los bulos como herramienta a la hora de desacreditar la realidad de las mujeres en España es una manera de seguir ocultando la verdad acerca de la situación que padecemos.

La vida de un hombre y la de una mujer tiene el mismo valor. Por tanto, como feminista, no pretendo una igualdad en la que las víctimas de hombres se equiparen a las de las mujeres, y también sean cientos de fallecimientos, faltaría más. No quiero más muertes.

Quiero que la cifra se iguale por ambas partes y que el resultado de las víctimas mortales por sus parejas sea cero. Con la diferencia de que, tratándose de mujeres asesinadas, hay mucho más trabajo por delante para llegar a esa cantidad.

Duquesa Doslabios.

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