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La importancia de educar en que los besos deben ser algo deseado

Hace unos veranos, saliendo de festival con amigos de la universidad, uno de ellos encontraba especialmente divertido besarnos en la boca a las chicas del grupo.

Incluso diciéndole que no queríamos que se repitiera, él seguía con una actitud desenfadada sin entender por qué nos enfadábamos al respecto cuando no lo hacía con mala intención, sino «de broma».

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Lo que era incapaz de entender es que, por mucho que para él fuera algo con lo que divertirse sin mayor importancia, el hecho de que lo hiciera de repente y no lo viéramos venir, ni pudiéramos zafarnos de ello porque se aprovechaba de la distracción de la música y el baile, era que a nosotras nos producía incomodidad su presencia.

Y sobre todo nos hacía preguntarnos dónde quedaba nuestro deseo en todo esto.

Mi examigo había crecido con una infancia llena de películas donde los protagonistas masculinos besaban sin consentimiento a las princesas (Blancanieves, La bella durmiente…) y, en su adolescencia, con esas frases de Tuenti de «Los besos no se piden, se roban».

Su ‘juego’, su ‘broma’, nos tuvo a varias en alerta durante toda la noche, así como cargarnos con la frustración que supuso tener la conversación con él y que no le diera validez a cómo nos habíamos sentido.

No entendía que besar es algo que tiene que ser recíproco, porque si no va en dos direcciones, puede ser molesto y hasta embarazoso si encima cuenta con espectadores.

Así que, desde que vi el beso que le dio Luis Rubiales le dio a Jenni Hermoso (y la polémica derivada de él), no dejo de pensar en las similitudes entre ambos casos.

El denominador común es que son hombres que, en plena situación de celebración pública, han dado rienda suelta a su emoción con un contacto físico íntimo sin tener en cuenta que la otra persona no quería recibirlo.

Hombres que, una vez se les ha criticado ese comportamiento, se han exculpado diciendo que era algo de poca importancia, quitándole peso a una situación que ha provocado un malestar, empañando un momento de disfrute.

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De nada nos sirve que se nos eduque en expresar nuestros intereses, en apropiarnos de nuestra sexualidad y vivirla libremente si, de la mano, no se educa en el consentimiento y en el deseo.

Quiero recordar que eximir de su responsabilidad a quien ha cometido una agresión sexual (ya sea un beso, tocamiento, etc) forma parte de la cultura de la violación, la aceptación o normalización de abusos hacia las mujeres como algo inevitable en la sociedad.

Sumarse a la conversación mostrando tolerancia cero o implicarse en que no haya impunidad a quienes la ejercen son fundamentales para combatirla, de ahí que sean vitales las consecuencias: quienes cometen estas agresiones deben pagar por ello.

Porque mientras no se enseñe que los besos deben ser algo que solo se puede dar a quien quiera recibirlos, muchos seguirán pensando que las mujeres estamos ahí para ser besadas cuando quieran.

Mara Mariño

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