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‘Green flags’ en la cama

En varias ocasiones me he preguntado qué era lo que hacía de alguien un buen amante. ¿Era que durara mucho en la cama? ¿Que tuviera unos genitales de escultura griega? ¿Que empotrara?

(Si lees mi último artículo, seguro que esto precisamente no).

PEXELS

No era ninguna de esas cosas porque, lo que realmente me hace identificar si es o no bueno en la cama, es la química.

El chispazo de la mirada al otro lado de una jarra de cerveza o el aleteo en la entrepierna si te entra un selfie que se ha sacado con el pelo alborotado y la barba de varios días sin retocar.

Esa electricidad, que ya anticipa lo que se viene, es lo primero. Aunque no lo único por lo que doy puntos.

(Inciso: ¿no me sigues en Instagram? ¡Pues corre!)

Si analizo lo que realmente valoro, me doy cuenta de que es aquello que me hace sentir tenida en cuenta. Por eso mi lista de green flags -o luces verdes en el sexo- empieza por que se lave las manos antes de empezar.

Los dedos van a jugar un papel importante, ya te lo digo yo. Qué menos que, se metan por donde se metan (ya luego elegimos si boca y orificio), no añadan más bacterias a la ecuación.

Cuando, al poco de que se dé el primer encuentro, se arrodilla y baja antes que yo, la puntuación sube y sube.

Por mi experiencia, no todos los hombres que me he cruzado en el camino están igual de dispuestos a hacerlo. Así que dar con quien lo haga por iniciativa propia, es una maravilla de la naturaleza.

Un buen amante es quien me ve desnuda y preciosa (y lo repite varias veces). Sentirme deseada es el mejor cohete para la autoestima. Si me regalas los oídos, me vengo arriba hasta el punto de que me transformo.

Salgo de mi piel y soy stripper, dominatrix, sumisa, cariñosa, juguetona, fría, seria, switch o mezquina. Tengo la confianza de convertirme en cualquier cosa con una palabra bien dirigida.

Valoro más que cualquier postura digna del Circo del Sol que se preocupe por si me está gustando. Que pregunte si me está haciendo daño o si va bien así.

Un buen amante es quien quiere saber si estoy cómoda o prefiero cambiar. Quien pregunta qué puede hacer para que llegue al orgasmo. Si me toco yo, me toca él o cogemos un juguete.

Porque esa es otra. La liberación y el universo de posibilidades que se abren cuando propone usar un juguete…

Tengo una colección amplia, y que sea consciente de ello -y quiera usarla para disfrutar juntos– es la mejor de las señales.

Es un cartel gigantesco de «Aquí sí es» porque tiene la mente lo bastante abierta de entender que esto es pasarlo bien por placer. Sin más tabús ni rayadas. Eso queda fuera de la cama.

Buen amante es quien me escucha y entiende los límites. Quien para ante la duda o cualquier negativa. Quien da más fuerte porque lo pido y sabe que es mi manera de consentir un disfrute.

Y que se ría. Que se ría de que suena el colchón, el golpeo en la pared, ese muelle que chirría, el condón que cruje, el aire que sale de la vagina y cuando el escupitajo queda repartido a medio camino, porque no se lanzó con bastante fuerza.

Si pasa todo lo anterior, no es que recuerde el sexo como algo memorable. Inolvidable es la persona con la que tuve ese sexo.

Mara Mariño

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